Sí, Astroboy se
hace frecuentemente esta pregunta: ¿dónde quedó el internacionalismo de los
pueblos? El autor de esta nota, Andrés Piqueras, se la hizo también hace seis
meses, cuando publicó este artículo para el Observatorio Internacional de la
Crisis. ¿Dónde quedó, chicos? ¿Por qué, en su lugar, encontramos esta estupidez
secesionista aún en los pueblos a los que les va mejor? Vayamos a la nota:
Título: El
fascismo transnacional y el demonio ruso
Epígrafe: En la
dramática coyuntura mundial que tenemos por delante confluyen dos procesos de
enorme gravedad. Por un lado, la Segunda Gran Crisis del capitalismo, que
arrastramos con altibajos desde los años 70 del siglo XX, y que parece no
encontrar vías para la reactivación del capital productivo (razón por la cual
el sistema ha emprendido esta loca deriva financiera). Por otra parte, el
colapso de la hegemonía económica de EE.UU. y el consecuente decline del dólar
como moneda de cambio internacional.
Texto: Ante ello la
hegemonía mundial enfrenta y da al mundo dos posibilidades: 1) o una
coordinación con las potencias asiáticas en la búsqueda de una moneda
internacional participada por diferentes monedas nacionales, e incluso
materializada con respecto al oro o alguna fuente de energía como el petróleo,
o 2) hacer la guerra a gran parte del mundo para mantener el liderazgo USA
gracias al poderío militar.
La primera opción
en realidad es bastante lejana, pues supone no sólo la ilusión de unas
relaciones internacionales basadas en la cooperación, sino que el desmadre
financiero y la generación de capital ficticio a que ha llegado el capitalismo
hace cada vez más difícil el acoplamiento entre la dinámica de acumulación
financiera actual y la economía real. Así las cosas, el colapso económico se
antoja cercano y los grandes poderes transnacionales, la potencia mundial que
los sustenta y los Estados de segunda fila a ella subordinados, como los de la
UE (en adelante aludidos como adláteres), van contemplando la opción militar
como cada vez más “necesaria”.
Veamos. Donde esos poderes han intervenido hasta
ahora han sembrado la destrucción y han dejado el caos detrás. El Gran Plan en
Asia Central y Occidental, como también en gran parte de África, consiste en
descuartizar los Estados no dóciles, de manera que detrás no quede nada
parecido a una institucionalidad central que pueda tener un control del
territorio, poblaciones y recursos. Tierras arrasadas en manos de “señores de
la guerra”, a menudo destacando como principal poder Al Qaeda o alguna de
sus ramificaciones. Territorios
barbarizados sin Estado (Irak, Afganistán, Libia, Somalia, Congo, República
Centroafricana…). En casi todos ellos cobra más y más auge, como no podía ser
de otra forma ante la destrucción de las sociedades civiles, el llamado
“islamismo radical”. Éste es la manifestación más palpable hoy del fascismo
transnacional, y ha sido posibilitado cuando no alimentado y a menudo ayudado a
crearse por las potencias autodenominadas “occidentales”, o algunos de sus más
directos “aliados”, como Israel o los países del Golfo, especialmente Arabia
Saudí (ver el magnífico libro de Gilles Kepel, LaYihad: expansión y declive del
islamismo), por cierto este último país sigue financiando al Estado Islámico
(no hay que perderse tampoco al respecto los artículos de Nazanín Armanian en
este mismo periódico), mientras que los amigos “occidentales” dicen ahora
combatirlo.
EE.UU. descubre
“de repente” la maldad del Estado Islámico (mostrándonos toda clase de imágenes
y noticias sobrecogedoras al respecto) para reordenar de nuevo
geostratégicamente la zona. El apoyo a los kurdos iraquíes busca la
compartimentación de Irak en pequeños Estados dependientes (a imagen de lo que
se hizo en Yugoslavia), mientras que los bombardeos selectivos estadounidenses
se realizan en las zonas donde se encuentran los oleoductos y fuentes
petroleras, para que ningún grupo armado les quite la exclusiva de la
usurpación. También pretende legitimarse un corredor de bombardeos sobre Siria,
atacando por fin de forma directa al Ejército sirio, dado que parece que sus
ejércitos privados y los miles y miles de mercenarios entrenados, pertrechados
y financiados por él mismo y adláteres, (más Arabia Saudí y otros países del
Golfo), no se bastan por sí mismos. Esos fascistas transnacionales “se
comieron” hace tiempo a la verdadera oposición siria, y llevan a cabo sobre el
terreno el cometido que tuvo siempre el fascismo: ser el elemento de choque del
capital contra las fuerzas populares, el caballo de batalla de aquél para la
destrucción social.
Por eso hoy es
Siria uno de los lugares clave donde se juega el destino contra las fuerzas de
destrucción fascistas, cuyo objetivo pasa igualmente por el descuartizamiento
del Estado sirio (y con ello de paso, se cortan los oleoductos que llegan desde
Asia central al Mediterráneo, en los que está implicada Rusia). Caída Siria,
Israel quedaría prácticamente como el único Estado de la zona (amén de las
bárbaras monarquías del Golfo, aliadas). Es el proyecto del Gran Israel como
dueño de toda Asia Occidental.
Otro lugar vital
donde se juega la lucha contra el fascismo transnacional es Ucrania.
Mientras nuestros
adoctrinadores medios de difusión de masas insisten en proporcionarnos la
imagen de unos rusos malvados, lo cierto es que en Ucrania hubo un golpe de
Estado contra el presidente electo en las urnas, con grupos financiados por
EE.UU. y adláteres y con el apoyo de las organizaciones nazis locales. Así, si
en Europa costó una Guerra devastadora y alrededor de 60 millones de muertos
librarnos del nazismo, EE.UU. nos lo ha traído de nuevo en unas pocas semanas
(cortesía del “país de la Libertad”).
Con ello EE.UU.
trata de separar Europa de Rusia (obsesionado además con escindir Rusia de su
enorme reserva energética -en realidad la Gran Reserva del mundo-: Siberia),
así como poner la amenaza militar en las propias puertas de Moscú. Este camino
lleva a Europa, por su parte, a quedar “aislada” del mundo asiático en auge y
anclada al lastre de los países anglosajones en decadencia. En cambio, una
integración o coordinación con Rusia, como muy bien sabe la clase capitalista
alemana, podría proporcionar con creces a Europa la energía que tanto necesita,
la vía de los mercados asiáticos, así como seguridad militar (los europeos no
necesitarían realizar esos enormes gastos en armamento que les propone EE.UU.).
Esto por no
mencionar a la propia Ucrania, donde el Tratado de Libre Comercio con Europa,
que por un mínimo de dignidad se negó a firmar el presidente electo, Yanukóvich,
terminará de deshacer una economía ya en estado de coma: desastrosas siembras
de primavera, cultivos de vegetales arruinados, casi total falta de crédito,
graves problemas con el gas, salto de los precios de los carburantes. Nadie
está dando ninguna ayuda económica a la Junta en Kiev, a pesar de las promesas
del FMI y la UE. La condición para ello es que “tenga el control de todo su
territorio”. Es por eso muy probable que pronto veamos auténticos
levantamientos populares en esta República.
Rusia, por su
parte, aguanta como puede el chaparrón. Y aunque sea por sus propios intereses,
enfrenta el fascismo transnacional en Europa (fascismo occidental – cristiano)
y en Asia (fascismo oriental – islámico). Ha logrado de momento frenar sus
victorias en Ucrania y Siria y colabora desde hace tiempo con lo que queda del
Estado de Irak en el combate al fascismo islámico (inténtese comparar también
el Afganistán que existía aliado de la antigua URSS y el actual, tras la
intervención de “Occidente”).
No se trata de
una relación de “buenos y malos” (Rusia es hoy un país capitalista más), sino
de claves geoestratégicas que van unidas a cuestiones claves. Mientras que las
economías de EE.UU. y adláteres van perdiendo anclajes de dominación y se ven
más y más necesitadas de los recursos ajenos, Rusia y China manejan juntos la
mayor parte de recursos del mundo y sus economías de momento tienen mejores
perspectivas de futuro. Es por eso que unos están interesados en la guerra
global y otros no. Justo lo contrario de lo que nos muestran nuestros medios de
intoxicación de masas. Por eso es imprescindible ubicarse dentro de esos
parámetros en cada conflicto. Por eso es vital contra el fascismo mantener el
alto el fuego en Ucrania y por eso EE.UU. y adláteres harán todo lo posible por
boicotearlo.
Rusia y China no
paran de establecer entre sí diferentes acuerdos y convenios, así como de
expandir sus redes en los grandes mercados asiáticos, construyendo el principal
núcleo económico del mundo. La Organización de Cooperación de Shangai es sólo
un ejemplo de ello.
En cambio en casa
cada vez parece más cierto que de no cambiarse radicalmente el rumbo económico
y político, muy pronto padeceremos otro cataclismo financiero, y prepárense
porque esta vez los Estados ya han consumido todo las bombonas de dinero que
tenían para apagar el fuego (y trasferir nuestro dinero al mundo
financiero-bancario y, en conjunto, al Gran Capital).
Los grandes
halcones de EE.UU. están dispuestos a llevar una guerra devastadora a Europa. Tienen
su lógica y razones. Pero los líderes europeos, ¿cuáles son sus razones para
seguirles en ese terrorífico juego suicida?
Frente al
fascismo transnacional que recluta población lumpenizada si cesar, ¿dónde quedó
el internacionalismo de los pueblos?
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