Vieron cómo son los negros: tienen como esa propiedad genética de atraer a las balas policiales todo el tiempo. En fin, ya saben cómo es esto, la cana está para proteger y servir, pero en eso se te cruza un negro y le tirás, ¿viste? Seguro que andaba en algo raro, qué te digo, miraba feo, caminaba despacio, qué se yo...
Acá van cinco noticias relativas al último caso de gatillo fácil (en realidad, manopla fácil, tortazo fácil, palazo fácil; habrá que ver qué dice la justicia, si es que alguna vez dice algo). Las cuatro primeras son del diario español El País. La última del sitio web Zero Hedge.
Título: Los disturbios de
Baltimore elevan la tensión racial que estalló en Ferguson en agosto
Texto: Los disturbios de
Baltimore por la muerte de Freddie Gray, el joven afroamericano fallecido el 19
de abril bajo custodia policial, arrastran un malestar creciente en la
población estadounidense contra la actuación de las fuerzas de seguridad. Este
escenario de crispación alcanzó su punto más violento tras la muerte de Michael
Brown en Ferguson el pasado 9 de agosto. El joven fue abatido por los disparos
del policía Darren Wilson. Estas son algunas de las muertes de estadounidenses
negros a manos de agentes de la autoridad blancos en el último año:
17 de julio de
2014: Varios agentes de la policía de la ciudad de Nueva York abordan a Eric
Garner, al que acusan de la venta ilegal de cigarrillo. Tras una discusión, uno
de los policías agarra por el cuello a Garner, de 43 años, para reducirle. A
los pocos minutos, Garner, que tenía problemas respiratorios, muere en el
suelo. El examen médico lo califica de homicidio.
9 de agosto de
2014: El agente Darren Wilson, mientras patrullaba con su vehículo policial, se
topa con el joven Michael Brown en Ferguson, a mediodía. Brown, según algunas
informaciones, había robado unos cigarrillos en un comercio y Wilson recibió el
aviso. Tras un enfrentamiento entre ambos, el agente dispara hasta 18 veces.
Seis balas impactan contra Brown.
22 de noviembre
de 2014: Timothy Loehmann, un policía de Cleveland, dispara en el abdomen a
Tamir Rice, de 12 años, tras darle alto en un parque por el que el menor
caminaba con una pistola falsa. Loehmann acudió al parque junto a otro agente
en un coche patrulla. Dispararon en cuanto bajaron del vehículo. El arma no
llevaba la pegatina naranja que advierte de que no es real. Rice murió un día después.
6 de marzo de
2015: el agente Matt Kenny dispara a Tony Robison, de 19 años, en Madison
(Wisconsin). Tres balas impactan contra el joven, una de ellas en la cabeza. El
policía había sido alertado de que Robinson estaba protagonizando altercados en
una zona de tráfico en un área residencial y que había tratado de agredir a dos
personas. El agente afirmó que intentó defenderse ante una agresión de
Robinson.
10 de marzo de 2015: El agente Robert Olsen
dispara a Anthony Hills, exmilitar de 27 años, después de que este fuera
denunciado por pasearse de casa en casa desnudo. Ocurrió cerca de Atlanta, en
el Estado de Georgia. Hills sufría un aparente trastorno psíquico y se resistió
a la detención.
4 de abril de 2015: El agente Michael Slager
da el alto al vehículo de Walter Scott, de 50 años, en North Charleston (South
Carolina). Mientras el policía comprueba en su vehículo patrulla los datos de
Scott, este sale corriendo, aparentemente por miedo a ser detenido por no pagar
la pensión a sus hijos. Slager le persigue. Scott trata de seguir huyendo, pero
es alcanzado por los disparos del agente, que apreta el gatillo hasta en ocho
ocasiones. Cinco balas impactan en Scott y una de ellas le atraviesa el
corazón.
Título: Las calles de
Baltimore buscan cómo superar el caos y la violencia
Subtítulo: La ciudad trata
de recuperarse de los disturbios de la pasada noche tras el funeral de Gray
Texto: Los escaparates
destrozados y ennegrecidos por el fuego que siguió a los saqueos de los
comercios en el cruce de la Avenida Pennsylvania y la Avenida Norte de
Baltimore durante la noche del lunes eran testigos mudos de una escena
totalmente diferente apenas unas horas más tarde. Decenas de personas se
concentraban el martes en la misma confluencia de uno de los barrios más deprimidos
de esta ciudad situada a solo 65 kilómetros de Washington con proclamas de
“paz” y para tratar de demostrar que no todos los que salen a la calle lo hacen
para causar caos.
Poco antes,
muchos de estos ciudadanos, procedentes de todos los puntos de Baltimore,
habían participado en las decenas de brigadas de voluntarios que, convocados
por las redes sociales y armados con palas, escobas y bolsas de basura,
acudieron a ayudar a limpiar el caos provocado por los centenares de violentos
que, durante buena parte de la tarde y noche del lunes, se dedicaron a
desvalijar e incendiar comercios y vehículos.
La violencia
había estallado horas después de que se enterrara, tras un funeral al que
acudieron políticos y activistas de derechos civiles de todo el país, a Freddie
Gray. Este es el joven negro que el 19 de abril falleció a causa de una grave
lesión medular sufrida en algún momento durante su arresto, una semana antes,
por policías blancos. Gray se convertía así en el último símbolo de una situación
que, al menos desde la muerte del adolescente -también negro, también
desarmado- Michael Brown en Ferguson, Misuri, hace casi un año, viene
repitiéndose con demasiada frecuencia en Estados Unidos: caso tras caso de
brutalidad policial contra las minorías, especialmente la afroamericana, han
demostrado que este país no ha logrado aún superar las tensiones raciales, pese
a tener como presidente a un hombre negro por primera vez en su historia.
Autoridades y
activistas, al igual que la propia familia de Gray, se apresuraron a
desvincular el martes los incidentes violentos de las protestas pacíficas que
se han sucedido desde la muerte del joven en reclamo de una explicación de los
acontecimientos fatales que todavía falta. Pero el resultado sigue siendo el mismo:
una ciudad conmocionada por una oleada de violencia no vista en décadas que la
ha llevado a quedar prácticamente sitiada por fuerzas de seguridad y bajo toque
de queda, en el marco de una también inusual declaración de estado de
emergencia.
Miles de agentes
de policía, reforzados con miembros de la patrulla estatal y también -por
primera vez desde los fuertes disturbios de 1968 tras el asesinato de Martin
Luther King- de la Guardia Nacional, se desplegaron el martes en los puntos
estratégicos de esta antigua esplendorosa ciudad portuaria ahora abatida por
años de crisis y marcada por la desigualdad. Las zonas comerciales, turísticas
y de negocios, además de las sedes del gobierno local, estaban fuertemente
protegidas por filas de agentes y vehículos blindados, que también se hicieron
presentes en las zonas más calientes -y deprimidas- donde la noche del lunes se
vivieron los peores disturbios. Escuelas, museos y numerosos comercios
permanecían cerrados. El equipo local de béisbol, los Baltimore Orioles, volvió
a posponer un partido ya aplazado el lunes.
A partir de la
noche, entrará en vigor un toque de queda decretado por la alcaldesa de
Baltimore, Stephanie Rawlings-Blake, que durará al menos una semana. El
gobernador de Maryland, el republicano Larry Hogan, trasladó temporalmente su
oficina a Baltimore para controlar más de cerca una situación que, desde la
Casa Blanca, el presidente Barack Obama calificó de “inexcusable”.
Más de 200
detenidos y al menos 20 agentes heridos de diversa consideración por las
pedradas y golpes recibidos, así como otra persona en estado “crítico” tras
resultar herida en uno de los incendios, es el último recuento de una noche de
caos que también se saldó con más de un centenar de vehículos y comercios
desvalijados e incendiados. Como la tienda de abastos de Sharanda Palmer en la
zona oeste de Baltimore, donde se vivieron algunas de las escenas más
violentas.
“No pensé que
fuéramos a llegar a este extremo”, decía esta mujer afroamericana, desolada,
mientras barría los cristales del escaparate destrozado de su tienda. “Creí que
tras las protestas de la semana pasada esto se había acabado, pero esto parece
sacado de una película”, contaba luchando por contener las lágrimas y la rabia
de saber que muchos de los causantes de los destrozos de su negocio son los
mismos que a menudo acudieron a comprar en él.
Al joven concejal
de Baltimore Brandon Scott también le podía la rabia con la violencia de la
noche. “Están destruyendo el futuro de su propia gente, de sus hijos, porque
esto es algo que va a dañar a la ciudad en los próximos años”, lamentó. Y peor
aún, advirtió. “Esto no va a ayudar, esto va a hacer daño a los esfuerzos para
lograr justicia no solo para la familia de Gray, sino para mejorar toda nuestra
ciudad”, sostuvo.
Aeneas Middleton,
un joven cineasta afroamericano de San Luis al que las protestas del lunes lo
encontraron cámara en mano filmando unas escenas de su próximo proyecto -una
película de ciencia ficción- en Baltimore, no condona la violencia vivida. Pero
dice comprender de dónde sale.
“Desde 1968, la
gente es consciente de que cosas como la muerte de Gray son algo recurrente, y
está cansada. En algunas zonas de San Luis, el 99% de la gente que es detenida
es negra. Y estamos hartos del racismo, queremos un cambio”, afirmó.
Las más altas
autoridades del país, Obama a la cabeza, han dejado claro que la violencia no
es la vía para lograrlo. Baltimore debe demostrar ahora si conoce otra forma
para manifestar su frustración y conseguir los cambios que reclaman tantos en
todo el país. Las próximas horas serán clave.
Título: Las malas calles
de Baltimore
Subtítulo: Con su retrato de
la violencia urbana, las series de 'The Wire' y 'Serial' han puesto a la ciudad
en el centro de la narrativa en EEUU
Texto: Dos de los
productos más interesantes e influyentes de la cultura popular estadounidense
de los últimos años tienen como escenario Baltimore, la serie The Wire y el
podcast de la radio pública NPR Serial, que relata la investigación de un
crimen que tuvo lugar en esta ciudad de Maryland en 1999 y que mantuvo en vilo
a millones de oyentes el año pasado. No es una casualidad. Al igual que el
peligroso Nueva York de los años setenta y ochenta planeó sobre la ficción
estadounidense como un símbolo y un síntoma de lo que ocurría en el país —Tarde
de perros, de Sidney Lumet, o Malas Calles, de Martin Scorsese, son los
ejemplos más conocidos—, Baltimore, escenario de violentos enfrentamientos tras
un episodio de brutalidad policial, ocupa ahora ese lugar.
A través de personajes
que se han convertido en iconos como el policía Jimmy McNulty y su compañero de
patrulla Bunk, el teniente Daniels, el ladrón de traficantes Omar o el barón
local de la droga que decide aplicar técnicas modernas de marketing a su
negocio, Stringer Bell, The Wire, que HBO emitió entre 2002 y 2008, significó
un enorme salto adelante en el mundo de las series. Además de ser una estupenda
historia de gansters a la vieja usanza, era un retrato despiadado de una ciudad
que no funcionaba. Su autor, David Simon, es un periodista que conocía muy bien
los bajos fondos de la ciudad, que retrató en su libro Homicidio, que también
fue una serie. The Wire es su hermana mayor.
Cada una de las
cinco temporadas retrata un aspecto de la urbe: los traficantes de droga, el
puerto, la política, la educación y la prensa. Y en cada una de ellas el
cataclismo es mayor. La burocracia entierra las investigaciones policiales,
nadie controla de verdad uno de los puertos más importantes de la costa este,
los barrios de casas quemadas o con sus puertas y ventanas clausuradas con
tablas de contrachapado están dominadas por bandas y traficantes, el sistema
educativo es incapaz de sacar a los chavales de la tela de araña social en las
que están atrapados y la prensa, en crisis, no tiene medios para relatar a los
ciudadanos lo que ocurre a su alrededor.
David Simon ha
realizado este martes en su blog un llamamiento para tratar de frenar la
violencia en su ciudad en el que reconoce que muchos de estos problemas siguen
marcando Baltimore. "Dad la vuelta. Volved a casa. Por favor",
escribe en un breve texto en el que asegura "que hay muchos problemas
sobre los que discutir, debatir, a los que hay que enfrentarse".
"Este momento, que parecía tan inevitable, puede acabar siendo transformador,
si no redentor para nuestra ciudad. Los cambios son necesarios, hay voces que
deben ser escuchadas. Todo esto es cierto y todo esto es posible, a pesar de lo
que se ha desatado ahora en nuestras calles. Pero ahora toda esta violencia
debe detenerse", prosigue este guionista, que como reportero de sucesos
pasó muchas horas en las malas calles de Baltimore. Como demuestra el estallido
que se ha apoderado de la ciudad después del entierro de Freddie Gray, un joven
negro que murió bajo custodia policial, todo lo que contó en The Wire sigue
ahí.
Serial, la serie
de Podcast —programas radiofónicos descargables en el móvil o el ordenador— de
la periodista Sarah Koenig, es muy diferente a The Wire. No es un relato que
trate de englobar toda la ciudad aunque sí emergen muchos de sus problemas. Lo
que hace Koenig es desmenuzar con enorme precisión todas las circunstancias que
rodearon la condena de un adolescente de origen paquistaní, Adnan Syed, por el
asesinato de su novia, Hae Min Lee. Uno de los escenarios de la serie, que era
descargada por millones de personas en todo el mundo y que se convirtió en un
fenómeno inusitado, es el parque Leakin, donde fue encontrado el cuerpo de la
víctima. Koenig resume este escenario en una frase que lo dice todo: "Es conocido
por sus cadáveres".
Preguntada por
The Baltimore Sun sobre el retrato de la violencia urbana que refleja su serie,
la periodista respondió: "En cualquier juicio con jurado que se celebre en
Baltimore que esté relacionado con violencia, ya sea asesinato o asalto, uno se
da cuenta de lo que ocurre en la ciudad cuando se pregunta a los posibles
candidatos durante la selección: '¿Conocen a alguien que haya sido objeto de un
crimen?' y de repente decenas de personas se levantan y se ponen en fila para
hablar con el juez: 'Sí, a mi hermano le dispararon, a mi tía la
violaron".
La violencia
retratada en The Wire o Serial ha vuelto a estallar en las calles, la creación
cultural se ha vuelto a apoderar de la realidad, como ocurrió en Nueva York
durante los setenta y ochenta. El año más violento es ahora el de Baltimore.
***
Título: Obama dice que lo
sucedido en Baltimore no es una crisis nueva
Subtítulo: El presidente
descalifica a los causantes de los disturbios de Baltimore y los define como
criminales que deberán ser juzgados
Texto: La Casa Blanca
guardó un sonoro silencio mientras Baltimore se sumía el lunes en el caos y el
fuego era la imagen de la última protesta iniciada tras el entierro del último
joven afroamericano a manos de policías blancos. Observador distante, sabedor
de que las relaciones raciales siguen siendo territorio minado en EEUU, el
primer presidente negro de la nación comparecía hoy martes obligado ante la
prensa por exigencias de la agenda, que le situaba podio con podio con el
primer ministro de japón, Shinzo Abe.
Obama llevaba
preparada la respuesta, larga, compuesta de seis puntos. ¿Está el país ante una
crisis nacional, con el estado de emergencia declarado en Baltimore y la
guardia nacional desplegada en las calles de una ciudad a menos de 40 minutos
en coche de la Casa Blanca?, vino a preguntar la periodista, dejando al margen
los juegos económicos resultado del triángulo geopolítico que forman
EEUU-China-Japón.
Durante más de 15
minutos de soliloquio, Obama hizo los equilibrios políticos-circenses que hace
cada vez que se toca la raza, en general desde que asumió el poder en 2009, y
en concreto desde que el verano pasado un policía blanco matase a un joven
negro desarmado en el hasta entonces anónimo Ferguson (Misuri).
Durante más de 15
minutos de soliloquio, Obama hizo los equilibrios políticos-circenses que hace
cada vez que se toca la raza. Así, el
presidente envió sus condolencias a la familia de Freddie Gray; reconoció que
entendía que esta quisiera respuestas a su muerte bajo custodia policial;
mostró solidaridad con los policías heridos en los disturbios; criticó a los
medios de comunicación por quedarse solo con una parte de la historia y mostrar
en bucle las imágenes del vandalismo pero no las de las protestas pacíficas que
se dieron durante el día; arremetió contra los violentos a los que calificó de
criminales; y finalizó diciendo que la crisis era tal pero desde luego no
nueva.
“Esto lleva
sucediendo mucho tiempo”, declaró el mandatario, hijo de un hombre negro
africano y una blanca de Kansas. “No es nuevo, no podemos pretender que lo es”,
insistió Obama reconociendo que entendía por qué los líderes religiosos y
comunitarios hablaban de crisis. A Fergurson y Michael Brown les siguió Staten
Island (Nueva York) y Eric Garner. Luego llegó Cleveland y Tamir Rice, un niño
negro de 12 años al que un policía blanco abatía en un parque porque creía que
el pequeño iba armado.
Este mes, otra
muerte a manos de la policía ponía en el mapa a North Charleston, Carolina del
Sur. En esta ocasión, la grabación que un transeunte hizo de lo sucedido
exoneraba a Walter Scott, conducía a la cárcel acusado de asesinato al agente
Michael Slager y abría el debate al poner la siguiente pregunta sobre la mesa:
¿cuántas muertes de hombres negros a manos de la policía no habrían sido
tapadas bajo el epígrafe de “uso necesario de la fuerza frente a un supuesto
delincuente”? Obama hizo una referencia velada a lo sucedido con el caso de
Walter Scott al decir que tan solo había una buena noticia en esta dolorosa
sucesión de muertes, el hecho de que “las redes sociales” ayudaban ahora a la
propagación de la verdad.
Llegados a este
punto y cuando aún no había pronunciado la mitad de su larga respuesta a una
corta pregunta, el presidente pidió disculpas al primer ministro japonés por
monopolizar de tal manera su rueda de prensa conjunta. “Esto es bastante
importante para nosotros”, dijo Obama apoyado en el podio y girándose hacia
Abe.
En la Casa
Blanca, en Baltimore, en Estados Unidos hay ecos del pasado. El presidente de
un país que se enriqueció con la esclavitud y que como nación tiene la mancha
de la segregación es cauto y en ocasiones dubitativo a la hora de expresar su
frustración y exasperación para que no sea identificado con una sola comunidad.
Frustración porque, como él mismo declaró, “no me hago ilusiones de que este
Congreso vaya a invertir en las comunidades negras empobrecidas”. Exasperación
al mencionar el viaducto que conduce “a los niños negros de los colegios a la
cárcel” y más exasperación al recordar que esos mismos nacen en hogares sin
futuro, con madres drogadictas y padres ausentes.
El pasado resonó
en la noche del lunes y retrotrajo a las fuerzas del orden de Baltimore a la
década de los setenta, cuando reinaba el Black Liberation Army. La policía de
la ciudad al norte de Washington consideró que había una amenaza creible de que
las pandillas rivales de los Crisp y los Bloods habían formado una alianza para
asesinar policías blancos tras el funeral de Gray.
El presidente
dijo no encontrar “excusa” para “la violencia sin sentido” registrada en
Baltimore y aseguró que los responsables de los disturbios serían tratados
“como criminales”. “Eso no fue una protesta. Eso no fue una manifestación”,
declaró el mandatario. “Fue un puñado de gente que se aprovechó de una
situación para sus propios motivos”. Obama descartaba así que los que quemaron
coches y centros sociales y saquearon comercios entraran en la categoría que
definió Martin Luther King hace más de medio siglo. “Los disturbios son el
lenguaje que usan aquellos que no son escuchados”.
La última nota
viene de Zero Hedge. Dice así:
Título: The Baltimore
Riots: The Stunning Comments By Orioles Owner's Son
Texto: The day after
violent protests left Baltimore burning in the wake of a funeral held for
Freddie Gray who died after sustaining a spinal injury while being taken into
policy custody, Americans are struggling to explain how the events that
transpired on Monday evening are possible in modern day America. While most are
united in their condemnation of indiscriminant violence, many still feel a
palpable sense of injustice after witnessing multiple instances of alleged
police misconduct over the past year.
In this context
we present the following culled from Twitter messages posted by Orioles
Executive Vice President John Angelos, son of majority owner Peter Angelos:
“Brett, speaking
only for myself, I agree with your point that the principle of peaceful,
non-violent protest and the observance of the rule of law is of utmost
importance in any society. MLK, Gandhi, Mandela, and all great opposition
leaders throughout history have always preached this precept. Further, it is
critical that in any democracy investigation must be completed and due process
must be honored before any government or police members are judged responsible.
That said, my
greater source of personal concern, outrage and sympathy beyond this particular
case is focused neither upon one night’s property damage nor upon the acts, but
is focused rather upon the past four-decade period during which an American
political elite have shipped middle class and working class jobs away from
Baltimore and cities and towns around the U.S. to third-world dictatorships
like China and others, plunged tens of millions of good hard-working Americans
into economic devastation, and then followed that action around the nation by
diminishing every American’s civil rights protections in order to control an
unfairly impoverished population living under an ever-declining standard of
living and suffering at the butt end of an ever-more militarized and aggressive
surveillance state.
The innocent
working families of all backgrounds whose lives and dreams have been cut short
by excessive violence, surveillance, and other abuses of the Bill of Rights by
government pay the true price, an ultimate price, and one that far exceeds the
importance of any kids’ game played tonight, or ever, at Camden Yards. We need
to keep in mind people are suffering and dying around the U.S., and while we
are thankful no one was injured at Camden Yards, there is a far bigger picture
for poor Americans in Baltimore and everywhere who don’t have jobs and are
losing economic civil and legal rights, and this makes inconvenience at a ball
game irrelevant in light of the needless suffering government is inflicting
upon ordinary Americans.”
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