En momentos en
los que el candidato neoliberal a la presidencia argentina (M. M.) propone al actual
director de Shell (y especulador en dólares), el ultraliberal Juan José
Aranguren, como futuro Ministro de Energía o Presidente de YPF (no se sabe muy
bien; http://www.enorsai.com.ar/politica/15064-macri-avisa--sumo-al-ceo-de-shell--operador-empresario-en-favor-de-la-devaluacion.html),
conviene repasar lo que significa una compañía petrolera nacional versus las
corporaciones transnacionales. Nada mejor que leer, entonces, esta nota del
economista Marcos Chávez sobre la situación petrolera actual de México y su
contrapunto con la re-estatizada YPF en la Argentina. La nota apareció estos días en Red
Voltaire; acá va:
Título: La ruina
de la industria petrolera
Epígrafe: México
llega al 77 aniversario de su expropiación petrolera sin soberanía energética:
el monopolio estatal del petróleo terminó con la aprobación de la reforma
energética. Pemex, en virtual quiebra técnica. El colapso petrolero se observa
en el precio medio de la mezcla de exportación, que cayó de 98.79 dólares por
barril en junio de 2014 a 40.47 dólares en enero de 2015
Texto: La ley
energética aprobada en diciembre de 2013 terminó con el monopolio estatal del
petróleo, vigente desde la nacionalización cardenista de 1938. Dos son los
cambios torales de la ley:
1. El despojo de
la responsabilidad exclusiva del manejo integral de los hidrocarburos a
Petróleos Mexicanos (Pemex) como representante del Estado. La relevancia
constitucional de la empresa es reducida al mínimo. Deja de ser un organismo
descentralizado y es convertido en una simple “empresa competitiva”, con una
actividad limitada a la exploración y explotación de unas cuantas áreas
petroleras y la producción de unos cuantos productos derivados, la cual estará
restringida por escasos recursos financieros, sus onerosos pasivos y la
excesiva carga fiscal, además de que estará ambiguamente regulada, lo que le
permitirá a sus administradores mantener la opacidad sus operaciones y
dificultará la supervisión de las mismas, como es común en una sociedad
democrática. Pemex será un jugador más del mercado y su futuro es incierto, ya
que, en condiciones desfavorables –tecnológicas, en infraestructura,
operativas, financieras–enfrentará un escenario competitivo adverso.
2. La apertura de
toda la cadena productiva petrolera a la participación del capital privado
local y trasnacional, por medio de una diversidad de contratos, desde la
exploración y explotación de hidrocarburos hasta la comercialización de los productos
terminados, y la redistribución de la renta petrolera desde el Estado hacia los
nuevos participantes de la industria.
La reforma
energética cierra la dilatada parábola de desmantelamiento y reprivatización
petrolera iniciada por Miguel de la Madrid, que en 1986 cedió al empresariado
la producción de 40 de los 70 productos petroquímicos básicos; medida seguida
por la fragmentación de Pemex, los proyectos de impacto diferido en el registro
del gasto (Pidiregas) zedillistas y los “contratos incentivados de servicios”
calderonistas, entre otras, con los que se pretendió resolver los problemas
operativos y financieros que caracterizan a la industria referida, revertir el
deterioro tecnológico y de la infraestructura, la declinación de las reservas y
la producción crudo, gas, petrolíferos y petroquímicos; de las exportaciones.
Dos proyectos de
nación
A menudo, el
contraste de los resultados arrojados por dos proyectos de nación distintos,
que dicen aspirar a los mismos objetivos por diferentes senderos, resulta
francamente odioso. Sobre todo para aquellos cuyos saldos son palmariamente
desastrosos.
Ése es el caso de
Argentina y México, por ejemplo, cuyos gobiernos profesan credos ideológicos,
políticos y económicos diametralmente distintos. Aquel milita en el bando
antineoliberal. Éste en la internacional neoliberal. Ambos, con sus reformas
energéticas radicalmente opuestas, prometen avanzar estratégicamente hacia la
soberanía y la autosuficiencia petrolera de sus países.
Cristina
Fernández busca alcanzar esas metas a través de la nueva nacionalización de la
empresa Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). Carlos Menem la había
subastado en 1992, amparándose en la supuesta ineficiencia del organismo, la
cual sería subsanada con su conversión en una virtuosa entidad privada y
extranjerizada. No obstante, en abril de 2012, la presidenta argentina la
recupera para el Estado. Responsabiliza a la española Repsol, que se había
apoderado de YPF en 1999, de la crítica situación energética de su país: la
caída drástica de las reservas probadas de petróleo y gas, debido a su
sobreexplotación y la falta de inversiones destinadas a su reposición y el
mantenimiento de la infraestructura de la industria; la reducción de la
producción de esos productos, que obliga a importarlos en 2011, por primera vez
desde 1994, para compensar los problemas de abastecimiento interno; la
especulación de los precios domésticos de sus derivados; la pérdida de ingresos
fiscales del Estado; la “política de vaciamiento” financiero de la filial YPF,
con la transferencia de sus utilidades a hacia la matriz.
Caso argentino
¿Cuáles han sido
los frutos de esas estrategias opuestas? Para Argentina la cosecha no es
despreciable. Según Miguel Galuccio, responsable de la era reestatizada de YPF,
en 2014 las reservas probadas de su país aumentan 11.9 por ciento con relación
a 2013, año en que habían subido 10.6 por ciento. El índice de reemplazo de
reservas, que mide la relación entre los hidrocarburos extraídos y las nuevas
reservas incorporadas, es de 163 por ciento. En 2013 el índice había sido de
153 por ciento y fue considerado como el más alto de los últimos 14 años.
Cuando el índice supera el ciento por ciento, indica que se incorporan más
reservas de las que se extraen.
La producción de
hidrocarburos se eleva 13.5 por ciento, el nivel más alto en la historia de la
compañía, superando el récord de 2013, cuando había aumentado 10.6 por ciento;
la de petróleo crudo crece 5.3 por ciento y la gas 25 por ciento. Esa mejoría
se debe a la ampliación de la inversión pública (llega a 58.9 mil millones de
pesos argentinos), 97.3 por ciento más que en 2013.De ese monto, 49.1 mil
millones se destinan a la exploración y producción (sector upstream), 115 por
ciento más, y 8.4 mil millones a la refinación del crudo y procesamiento y
purificación del gas natural, la comercialización y distribución de sus
derivados (gasolinas, querosén, diésel, gas natural y licuado, petroquímicos
(sector downstream), 71 por ciento más.
La utilidad
operativa de YPF en 2014 es de 19.7 mil millones de pesos, 64.3 por ciento más
que en 2013. El beneficio antes del pago de intereses, impuestos,
depreciaciones y amortizaciones (EBIDTA, por su sigla en inglés) crece 73 por
ciento. La utilidad neta, después del pago de esos conceptos es de 9 mil
millones de pesos, 59 por ciento más que en 2013. Dos años de ganancias
consecutivas y ascendentes, pese al desplome de los precios internacionales del
crudo en 2014.
Al momento de
recuperar el Estado el control de YPF –que en 2011 contribuye con el 36 por
ciento de la producción nacional de crudo y condensados y el 23 por ciento del
gas–, la situación energética de Argentina es crítica. Los indicadores
petroleros básicos muestran que en ese momento “el modelo privatista está agotado”,
como señalan los economistas Agustin Crivelli y Andrés Asiain en su informe La
explotación de hidrocarburos en Argentina. Estudio de caso: YPF, SA, postura
compartida por Mariano Barrera en su trabajo La lógica de acumulación del
sector hidrocarburífero en Argentina. El gobierno tiene dos opciones: aceptar
resignadamente la pérdida de la autosuficiencia y la soberanía petrolera,
debido a la decisión de Repsol que, de acuerdo con su interés privado y no el
de la nación huésped, decide maximizar la extracción de los campos adjudicados,
sin realizar nuevas inversiones requeridas para restituir el agotamiento de
reservas explotadas, pese al compromiso asumido con la reprivatización; o
revocarle la concesión.
Según los
expertos citados, entre 1989 y 2010 el horizonte estimado de vida de las
reservas de petróleo (relación entre la producción anual y las reservas, que
incluye las probadas y la mitad de las probables) cae de 14 años a 9.5 años y
la de gas de 34 años a 7 años. Datos de la Agencia Internacional de Energía
estadunidense indican que las reservas probadas caen de 12.6 años a 10.9 años
entre 1998 y 2011. La Secretaria de Energía argentina indica que la producción
de crudo de YPF-Repsol declina 3.5 por ciento en promedio anual entre 1999 y
2011. Sin embargo, entre 2004 y 2011 decrece cada año y promedia una caída
anual de 6.7 por ciento.
Entre 1998 y 2011
las exportaciones de Repsol pasan de 904 millones de dólares a 669 millones de
dólares; caen en 26 por ciento. Las importaciones aumentan de 96 millones a 1
mil 180 millones, en 1 mil 125 por ciento. Su saldo pasa de un superávit de 808
millones a un déficit de 510 millones. La balanza energética total pasa de un
saldo positivo por 1.5 mil millones de dólares a 3.7 mil millones. En 2013 llega
a 8.1 mil millones de dólares y en 2014 a 7.4 mil millones de dólares. Es el
coletazo postrero de la privatización petrolera.
Asiain y Crivelli
sostienen que el creciente agotamiento de reservas de YPF “no es consecuencia
de una ineficiente gestión empresarial, sino fruto de una estrategia global de
la multinacional española”. Repsol obtiene sus mayores ingresos en Argentina,
pero reparte más de 90 por ciento de sus dividendos e invierte en Alaska
(Estados Unidos), en el Golfo de México, en el Caribe y en el Norte de África.
“Usan las ganancias que les dejan los pozos descubiertos en la época en que YPF
era estatal para fondear inversiones en otros países”. “Se trata de una lógica
predatoria que hace caer las reservas en forma vertiginosa”. Barrera llega a la
misma conclusión: “El problema es que en las últimas 2 décadas las empresas
petroleras no reinvirtieron utilidades ni generaron inversiones de riesgo. Sólo
explotaron yacimientos ya conocidos”.
Los resultados de
YPF en 2014 validan económica y políticamente la nacionalización de la empresa
y al proyecto de desarrollo que lo sustenta: la recuperación estratégica de los
hidrocarburos. Se necesitaba un golpe de mando como lo hicieron Rusia, Bolivia,
Ecuador o Venezuela, por mencionar algunos gobiernos progresistas.
Caso mexicano
En México, el
gobierno federal prefirió la reprivatización. El Reporte de resultados 2014 de
Pemex, del 27 de febrero, y los indicadores petroleros de enero de 2015
muestran a una empresa en virtual quiebra técnica y un sector de hidrocarburos
en incontenible declive.
El estado de
resultados consolidado de Pemex reproduce su incesante deterioro contable,
registrado desde la década de 1980, como consecuencia de crisis de la deuda
gubernamental externa, los agobios financieros del Estado, la petrodependencia
fiscal y las pérdidas arrojadas por la empresa casi todos los años en sus hojas
de balance después del cúmulo de impuestos pagados a la hacienda pública.
En 2014, el
segundo año peñista, Pemex es doblemente víctima. Por un lado, por el
agravamiento de sus contribuciones fiscales. En 2013 sus impuestos pagados
superan en 24 por ciento al total de sus rendimientos. En 2014 en 55 por
ciento.
Por otro lado, es
víctima de la disputa por el mercado petrolero y los conflictos geopolíticos
entre las grandes potencias y los principales productores de crudo que llevan a
una guerra de precios. La cotización marcadora del crudo promedio (Brent, West
Texas Intermediate y Dubai Fateh) se derrumba de 105.49 dólares por barril en
junio de 2014 a 47.45 dólares por barril, su nivel más bajo desde 2005. En
febrero de 2015 se ubica en 54.93 por ciento.
El colapso
petrolero arrastra hacia el abismo el precio medio de la mezcla de exportación.
Cae de los 98.79 dólares por barril en junio de 2014 a 40.47 dólares por barril
en enero de 2015. Su cotización más baja desde abril de 2005, cuando fue de
39.86 dólares por barril.
La combinación
del menor precio con la sistemática declinación del volumen de las
exportaciones y el aumento de las importaciones de petrolíferos, gas y
petroquímicos, reduce de manera importante el superávit comercial de Pemex y su
rendimiento bruto, que cae 6 por ciento. El incremento de los gastos
administrativos disminuye su rendimiento de operación en 15 por ciento. Lo
mismo ocurre con su rendimiento antes de impuestos y derechos, que declina 31
por ciento, afectado por el alza de los intereses pagados por sus pasivos
internos y externos y por las pérdidas cambiarias.
Una vez cubierto
los compromisos tributarios (derechos sobre extracción de petróleo, gravámenes
a los rendimientos petroleros, impuesto sobre la renta y otros), las menguadas
ganancias se desvanecen en la bóveda hacendaria y Pemex aparece con una pérdida
neta: 263.8 mil millones de pesos, 55 por ciento más que en 2013.
Si a esos números
rojos se añade el concepto de “otros resultados integrales” (inversiones
disponibles para la venta, las ganancias o pérdidas actuariales por beneficios
a empleados y efectos por conversión), la pérdida integral de Pemex se eleva a
532.7 mil millones, equivalente a 36.2 mil millones de dólares. En 2013 había
sido superavitaria.
Cada año, entre
1998 y 2014, Pemex presenta pérdidas después del pago de impuestos, con
excepción de 2006 y 2012.
Como es natural, la
precariedad financiera de Pemex tiene al menos un par de efectos. Le obliga a
endeudarse crecientemente para compensar sus restricciones presupuestales. En
2014, su deuda financiera total se eleva 36 por ciento más, ubicándose en 77.7
mil millones de dólares, similar a la del gobierno federal, que es de 78.6 mil
millones y equivale a 6.3 por ciento del producto interno bruto (PIB).
Su balance
general consolidado muestra que sus pasivos totales superan a sus activos, lo
que arroja un balance patrimonial negativo por 770 mil millones de pesos, 52
mil millones de dólares. Esa cantidad es 315 por ciento peor que en 2013.
Con indicadores
de esa naturaleza y sin una estrategia razonable que la vuelva sustentable
financiera y operativamente, que garantice utilidades netas aceptables después
del gasto de impuestos, cualquier empresa será considerada en quiebra técnica.
Hace tiempo hubiera declarado en bancarrota. La reforma energética peñista
vuelve inviable el futuro de Pemex y no sería extraño su ulterior extinción.
El otro efecto es
su incapacidad para cumplir sus metas operativas. Prácticamente todos sus
indicadores evidencian su creciente deterioro: declinan los pozos terminados y
el promedio de los pozos en operación y los equipos de exploración. Cae la
extracción de crudo y la producción de petrolíferos –gasolinas automotrices,
combustóleo, diésel, gas licuado de petróleo (GLP), turbosina y otros– y
petroquímicos básicos y secundarios. La precariedad productiva tiene que ser
compensada con la creciente importación de los mismos para evitar el desabasto
del mercado interno.
Con el castigo
presupuestal al que ha sido sometida la exparaestatal desde 1983, y la
sobrecarga fiscal que padece desde 1998, difícilmente podría esperarse un
desenlace distinto. Pero esa situación no es más que la expresión de un
proyecto de nación que supone que la reestructuración energética y petrolera
transita por el desmantelamiento de la estructura paraestatal, la reducción de
la rectoría estatal al papel de administradora de concesiones –que no recaerá
en Pemex–, la reprivatización y la transnacionalización. Al interés privado del
capital se le trasfiere el interés nacional de la “modernización energética”.
Dos años difíciles
Por si no fueran
suficientes los tormentos de Pemex de los 33 años precedentes, su tragedia se
agudizará en 2015 y 2016, merced al desplome de los precios internacionales del
crudo, iniciado en el segundo semestre de 2014 y el cual se ha mantenido en el
primer trimestre del año en curso; sus secuelas desestabilizadoras sobre las
finanzas públicas y el programa económico propuesto para el tercer año peñista,
el cual es desbordado por la realidad petrolera desde su discusión en el
Congreso de la Unión; el ajuste fiscal ortodoxo impuesto el 30 de enero ante la
pérdida de divisas e ingresos fiscales petroleros (el recorte del gasto público
por 124.3 mil millones de pesos, equivalente a 0.7 por ciento del PIB), y los
esperados en lo que resta del año, ya que la pérdida de recursos estatales
pueden ser del orden de 200 mil millones de pesos; y la carencia de un plan
contingente anticrisis gubernamental que guie una economía que navega a la
deriva.
Es el retorno de
los tiempos de la improvisación de la infausta fortuna. Como en los dorados
tiempos del neoliberalismo criollo, aferrados al madero del destino
inescrutable.
El presupuesto
para 2015 fue planeado, primero, sobre la base de un precio de 82 dólares por
barril, en promedio, el cual, luego, es reducido a 81, y posteriormente a 79
dólares. Aun cuando éste cierra 2014 en 52.36 dólares, la plataforma de
producción y exportación es estimada en 2.4 millones de barriles diarios y 1.09
millones de barriles, respectivamente.
Sin embargo,
según Pemex, el precio en enero se ubica en 40.15 dólares por barril, 49 por
ciento por debajo del estimado, en 39 dólares menos. La producción de crudo es
de 2.3 millones de barriles diarios y las exportaciones de 1.3 millones de
barriles diarios.
El saldo
comercial se derrumba 75 por ciento al pasar de 1 mil 547 millones de dólares a
392 millones, lo que representa una pérdida de 1 mil 155 millones de
petrodivisas.
Los ingresos
petroleros del sector público presupuestario se desploman 43 por ciento, en
términos reales, el déficit crece exponencialmente: de 4.9 mil millones de
pesos en enero de 2014 a 95.1 mil millones de pesos en el mismo mes de 2015, el
cual tuvo que ser financiado con el endeudamiento externo, que se dispara en 77
por ciento, en términos reales, pasa de 72 mil millones de pesos a 131 mil
millones de pesos. El saldo negativo del gobierno federal pasa de un superávit
por 10 mil millones de pesos a un déficit por 40.4 mil millones de pesos, según
datos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
Ante el desorden
de los ingresos públicos, las nulas probabilidades de que el precio del crudo
de exportación recupere su nivel presupuestalmente previsto (salvo que ocurra
una contingencia relevante que los impulse hasta ese nivel) y el escaso oficial
por elevar los impuestos para compensar los ingresos perdidos, sólo quedaba la
opción del ajuste fiscal ortodoxo: recortar el gasto.
En la
redistribución de los costos del ajuste dentro de la administración pública, a
Pemex, que proporciona un tercio de los ingresos estatales, le corresponde la
mayor carga: el 49 por ciento del total. Es decir, su gasto se reducirá en 62
mil millones de pesos, equivalente a 11.5 por ciento del total originalmente
presupuestado para 2015 (540 mil millones de pesos, 35.5 mil millones de
dólares).
En esas
circunstancias, la flamante “empresa competitiva” llega al mundo abollada. Al
iniciar su segundo año de vida el infante se verá obligado a postergar parte de
sus inversiones productivas y operativas, de acuerdo con Emilio Lozoya,
director de Pemex.
En el efecto en
cascada, la misma reforma petrolera ha sido afectada.
Ante las escasas
posibilidades de que llegue la avalancha de inversiones privadas previstas,
estimadas oficialmente en unos 35 mil millones de dólares anuales, y cuyo monto
ha sido reducido en 10 mil millones, prácticamente han sido cancelados los
proyectos en aguas profundas y en los yacimientos de esquisto, en espera de
mejores tiempos.
El problema es
que podría consumirse el sexenio peñista sin que ellos lleguen. El consejo de
Chicago: aprovechar la conmoción
Milton Friedman
siempre aconsejó aprovechar las épocas de crisis porque éstas “facilitarían el
proceso de ajuste”. Asimismo, recomendó que las medidas deberían aplicarse
rápidamente. Como un “tratamiento de choque” económico.
Los gobiernos
mexicanos han sabido aprovechar plenamente las adversidades. Y el actual no
parece ser la excepción: aprovechará la conmoción fiscal para avanzar en la
reprivatización y transnacionalización petrolera.
Podrían
retrasarse la concesión de contratos privados en aguas profundas y en lulitas.
Pero no en aguas someras, mientras Pemex, inhibido por el recorte presupuestal,
está obligado a retrasar sus programas de inversión en exploración y
extracción, procesamiento y distribución.
“Como hay menos
dinero, tenemos que disminuir el ritmo de inversión de estos proyectos”, dijo
Lozoya.
Por ejemplo,
Fomento Económico Mexicano (Femsa) acaba de anunciar la ampliación de sus
puntos de venta de gasolinas. En el reparto de la renta petrolera, Pemex
compartirá un proyecto de licuefacción de gas natural ubicado en su terminal de
recibo, almacenamiento y regasificación Energía Costa Azul, localizada en
Ensenada, Baja California, con las empresas Infraestructura Energética Nova,
SAB de CV (IEnova) y su filial Sempra LNG.
También habría
perdedores. La decisión de Pemex por cambiar su estrategia de transporte de
combustibles por ductos, con el objeto de evitar los robos, podría perjudicar
la calidad que afectaría a los consumidores.
Pero quizá lo más
relevante hasta el momento sea la oportunidad que se tiene para llevar adelante
un aspecto importante de la reforma petrolera: despedir a trabajadores
petroleros, modificar el contrato colectivo de trabajo y privatizar las
pensiones de los futuros trabajadores del ramo, entre otras medidas. Los
trabajadores petroleros serán sometidos a la lógica del mercado laboral, que no
ha sido generoso con el resto de los trabajadores.
La próxima
importación de 100 mil barriles diarios de crudo acelerará la integración
energética a Estados Unidos.
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