El 19 de marzo
pasado se cumplieron cuatro años del inicio del bombardeo genocida de la NATO
sobre un pueblo soberano, Libia. La idea que sustentaba semejante intervención
era, por supuesto, humanitaria: había que llevar la democracia y la libertad a
ese sufrido pueblo. Cuatro años después, Media Lens ofrece un breve panorama:
Hoy, existen
alrededor de 1.700 (mil setecientas) bandas armadas en un país en el cual por
lo menos cinco gobiernos han intentado (y fracasado) mantener algún tipo de
orden. Djib Diop, un senegalés de 20 años que permaneció tres meses en medio
del caos libio, explica: “Todo el mundo en Libia anda ahora armado. Si no
trabajas para ellos (las bandas) te matan. Si no les das todo tu dinero, te
matan. O te matan por diversión. O te tiran en una celda y debes pagar 400
dinares para que te dejen ir”.
Gracias, NATO. El
mundo es un sitio más seguro después de sus intervenciones humanitarias.
El siguiente
artículo de Manlio Dinucci para Red Voltaire amplía sobre el tema:
Título: Regreso
del boomerang en Libia
Texto: Mientras
todos derraman lágrimas por las víctimas de la matanza perpetrada en Túnez,
Manlio Dinucci recuerda que la situación tunecina es consecuencia del caos
libio, a su vez provocado por la guerra de la OTAN que destruyó la Yamahiriya.
Italia, en primer lugar, Francia y otros países de Europa ahora se preparan a
luchar nuevamente en Libia, esta vez del lado del «gobierno de Tobruk».
Oficialmente, lo harán para restablecer la seguridad pública. Aunque
probablemente lo que quieren es “terminar el trabajo” dividiendo el país.
El ataque
terrorista registrado en Túnez, en el que también murieron varias personas de
nacionalidad italiana y francesa, está estrechamente vinculado al caos en
Libia, señalan en estos días los medios gubernamentales y los medios europeos.
Lo que no dicen
es que el caos existente en Libia es consecuencia de la guerra de la OTAN que,
hace exactamente 4 años, destruyó el Estado libio.
En efecto, el 19
de marzo de 2011 se iniciaba el bombardeo aeronaval contra Libia. En 7 meses la
aviación de Estados Unidos y de la OTAN realizaba 10 000 misiones de ataque,
utilizando contra Libia más de 40 000 bombas y misiles.
Al mismo tiempo,
se financiaba y armaba a los sectores tribales hostiles al gobierno de Trípoli
así como a grupos islamistas hasta entonces clasificados como terroristas.
Incluso se infiltraban en Libia fuerzas especiales, entre las que se hallaban
miles de comandos qataríes. En esta guerra, en la que Estados Unidos daba las
órdenes a través de la OTAN, participaba Italia –con sus bases militares y
fuerzas armadas–, pero sobre todo Francia y el Reino Unido [1].
Múltiples
factores hacían de Libia un país importante para los intereses estadounidenses
y europeos:
- sus reservas de
petróleo –las más importantes de África y particularmente valiosas por su alta
calidad y por su bajo costo de extracción– y de gas natural que, al seguir bajo
control del Estado libio, ofrecían a las compañías extranjeras limitados
márgenes de ganancia;
- los fondos
soberanos –unos 200 000 millones de dólares que desaparecieron después de ser
confiscados por las potencias occidentales– que el Estado libio había invertido
en el exterior y que habían permitido la creación de los primeros organismos
financieros autónomos de la Unión Africana;
- su posición
geográfica, entre el Mediterráneo, África y el «Medio Oriente».
Así que, como se
ha documentado ampliamente, fueron Estados Unidos y sus principales aliados en
la OTAN quienes financiaron, armaron y entrenaron para la lucha contra Libia
–en 2011– grupos islamistas a los que hasta poco antes calificaban de
terroristas, grupos entre los que se encontraban los primeros núcleos del
futuro Emirato Islámico.
También les
proporcionaron armas, a través de una red organizada por la CIA (según la
investigación del New York Times, cuando, luego de haber participado en el
derrocamiento de Kadhafi, esos yihadistas llegaron a Siria para derrocar a
Assad. Y también fueron Estados Unidos y la OTAN quieres favorecieron la
ofensiva del Emirato Islámico en Irak, cuando el gobierno de al-Maliki se
alejaba de Washington y se acercaba a Pekín y Moscú.
El Emirato
Islámico juega así un papel determinante en la estrategia de Estados Unidos y
la OTAN, estrategia consistente en destruir Estados mediante guerras secretas.
Eso no significa que la masa de sus militantes, con historias personales
vinculadas a las trágicas situaciones sociales provocadas por la primera guerra
del Golfo y las que vendrían después, esté consciente de su condición de
instrumento.
El ataque
terrorista perpetrado en Túnez tuvo lugar precisamente al día siguiente de las
declaraciones en las que Aqila Saleh, presidente del «gobierno de Tobruk»,
advirtió a Italia que «el Emirato Islámico puede pasar de Libia al país de
ustedes», presionando así a Roma para que intervenga en Libia.
El ministro
[italiano de Relaciones Exteriores] Gentiloni se apresuró a responder que
«cumpliremos con nuestro deber». Y el general Danilo Errico, nuevo jefe del
estado mayor [de Italia], aseguró que «si el gobierno da luz verde» a una
intervención en Libia, «nosotros estamos listos».
Listos para
luchar junto al «Ejército Nacional Libio», brazo armado del «gobierno de
Tobruk», encabezado –según el documentado artículo publicado en The New Yorker
el 23 de febrero de 2015– por el general Khalifa Haftar, quien «después de
haber vivido durante dos décadas en Virginia (Estados Unidos), donde trabajaba
para la CIA, volvió a Trípoli para participar en la guerra por el control de
Libia» [2].
Notas:
[1] «Washington
contempla el «Amanecer de la odisea» africana», por Thierry Meyssan, Red
Voltaire, 23 de marzo de 2011.
[2] «Intento de
golpe en Libia», Red Voltaire, 14 de febrero de 2014.
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