sábado, 26 de noviembre de 2016

Fidel y sus tres mujeres


Miramos las notables fotografías que exhibe Associated Press sobre las reacciones que, en todo el mundo, ha suscitado la noticia de la muerte de Fidel. Nos quedamos con tres de ellas, posiblemente representativas de lo que pasa por la mente de muchos de los que están pensando en este hecho. La primera imagen viene de Buenos Aires. Dos chicas aparecen sentadas junto a la verja de la Embajada de Cuba en la Argentina. Una de ellas, la de negro, llora sin consuelo. Nos intriga su edad; es demasiado joven como para haber vivido la historia cubana en tiempos de la Revolución. Imaginamos que, para ella, ha muerto mucho más que un referente político global; para ella se ha ido un abuelo cálido, la cara humana de la Revolución, una guía. La chica se siente sola.



La foto que sigue (arriba) muestra rostros completamente diferentes. La imagen viene de Miami, donde no tardaron en armarse festejos multitudinarios ante las noticias procedentes de Cuba. La gusanera en pleno festejando la muerte de Fidel. Una mujer de unos ochenta años, sentada en silla de ruedas, perro en la falda, pañuelo emblemático al cuello y como recién salida de la peluquería, sonríe amablemente rodeada de un grupo de mujeres de mediana edad. La mujer sabe los motivos del festejo: seguramente el monstruo Fidel, en su momento, le expropió la plantación o la fábrica al marido; luego vino el exilio lleno de odio, resentimiento, nostalgia. Hay, no obstante, una sombra en su mirada. La mujer comprende que se ha pasado la vida esperando este momento, y ahora, que llega, ya no le queda mucho tiempo. La mujer se siente sola.    




La tercera mujer, bien entrada en sus ochenta, acerca tres claveles a la verja de la Embajada de Cuba en Moscú. Es elegante; es y ha sido muy hermosa. No es rica; viste una campera de nylon con cuello de piel sintética. La boina es militante; la imaginamos Secretaria del Partido en alguna delegación de provincias, allá por los '60, o tal vez en misión por algún país latinoamericano, o tal vez en una fábrica en lo que todavía se llamaba Leningrado. Ella sabe perfectamente qué es lo que hace frente a la verja de la Embajada. Despide al compañero de ruta, a un pedazo de su vida y a la justificación de su pasado. Los claveles son rojos, ideológicos. A partir de hoy la mujer está sola.


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