martes, 19 de julio de 2016

Mientras tanto, en el Patio Trasero…


Bueno, comenzaron las operetas en contra del Canal Bioceánico de Nicaragua. Recordarás la historia, se trata de un proyecto de unos 50.000 millones de dólares de presupuesto, aportado por capitales chinos, que conectará el Golfo de México con el Océano Pacífico. Sí, igualito que el de Panamá pero más ancho y más moderno. Y manejado por China, obvio. Claro que tamaña afrenta no iba a ser olvidada por el Imperio, que ya comenzó con las escaramuzas iniciales de lo que promete ser una guerra abierta al nuevo proyecto. Comenzaron las escaramuzas mediáticas, digamos.

Siempre firme en su obediencia debida a cualquier operación sucia de desinformación masiva que se requiera, el diario español El País comenzó a tirarle mierda al proyecto con una herramienta ya clásica: la apelación a esa fibra campesino-ecologista culposa que todos llevamos dentro. Vieron, esa cosa mágica que tiene mostrar un campesino nativo hablando de la Tieya y cosas así, y de lo mal que lo van a pasar todos si construyen el canal. Todo esto bien mezcladito con chicos alternativamente denominados “ecologistas”, o “activistas”, procedentes de recónditos lugares, que cumplen con la loable tarea de enseñarles cosas básicas a los indios de la zona. Porque, como sabe todo lector de El País que se respete, los indios centroamericanos tienen esa enfermedad congénita que les impide aprender nada, por lo cual viven ignorantes de todo y necesitan desesperadamente que vengan unos chicos de otros países a explicarles cómo hacer fuego, recolectar la papaya, tomar agua y esas cosas. 

Entonces, por un lado tenemos a la campesina Francisca Ramírez, dispuesta a todo para que no le expropien su finca (más adelante se aclara que Francisca posee “varias” fincas) para la construcción del canal, cuya sóla idea a llevado crispación al país (país que vería su PBI multiplicado por cuatro si se construyera el canal). Por el otro están los chicos (de nacionalidades mexicana, nicaragüense y… agentina!), pertenecientes a la ONG “Caravana Mesoamericana por el Buen Vivir”, los cuales parece que habían llegado a la zona de La Fonseca “para enseñar a los campesinos a fabricar cocinas ecológicas”. De golpe se produjo una explosión y al ratito nomás fueron a parar todos a la cárcel. [El diario El País no te explica por qué se produjo la explosión, ni por qué los chicos del “buen vivir” andaban explotando cosas por ahí, ni cómo fue que terminaron presos, pero vieron cómo son estas cosas de los ecologistas: cada tanto algo explota y nadie sabe bien por qué. Como lo de las “cocinas ecológicas” no nos cierra por ningún lado, googleamos un rato y llegamos al diario La Nación de Costa Rica, donde se nos informa que “Policía Nacional de Nicaragua arrestó a tico que participaba en taller de cambio climático”. El tico era uno de los chicos de la Caravana, claro. Por su parte, el diario La Prensa Libre de Costa Rica informa que la misión de los chicos es explicar, aparentemente, qué cosa es el reciclaje: “El Buen Vivir está dado por la relación de nosotros con la naturaleza. Dentro de eso viene el reciclaje, mencionó Ana Laura Rodríguez, parte de la Caravana.”, dice el diario. Ana Laura Rodríguez es el aporte argentino a la Caravana Mesoamericana del Buen Vivir. O sea: cocina ecológica, cambio climático, reciclaje. Dale que va. Viva la Patria.]


***

En fin. Así lo cuenta El País:


Título: La campesina que planta cara al Canal de Nicaragua

Epígrafe: Francisca Ramírez es el símbolo de la lucha de los agricultores y ambientalistas contra la construcción de la obra interoceánica a cargo de una empresa china

Texto: Francisca Ramírez supervisa sus cultivos de tubérculos montada en una yegua. Esta campesina bajita, de piel morena quemada por el sol, da instrucciones a sus trabajadores, que arrancan del suelo uno a uno los bulbos, mientras explica los motivos que la llevaron a convertirse en la cara del movimiento campesino que se opone a la construcción de un canal interoceánico en Nicaragua. La faraónica obra, valorada en 50.000 millones de dólares, es el sueño con el que el presidente Daniel Ortega espera tener un lugar destacado en la historia.

“Nací en una familia pobre”, dice Ramírez sin bajarse de la yegua. “Toda mi niñez fui pobre. Cuando crecí y tuve mis hijos, luché y trabajé para que ellos no pasaran por lo que yo pasé, para que tuvieran tierras donde trabajar, donde vivir”, agrega. “Esa es la lucha que he emprendido hoy, porque me ha sorprendido que este Gobierno haga una ley quitándonos lo que tenemos, lo que hemos logrado con tanto esfuerzo. Quiere expropiarnos sin tomarnos en cuenta. ¿Cuál va a ser nuestro futuro? Nos tiran a la suerte”, explica la campesina.

El Gobierno del exguerrillero sandinista Ortega impulsó la aprobación de la Ley 840, la que entrega por 100 años la concesión para la construcción del canal interoceánico al empresario chino Wang Jing. El inicio de la obra se ha retrasado en dos ocasiones, en parte por la férrea oposición de los campesinos y organizaciones defensoras del medio ambiente, y porque aún no se conoce la lista de inversores dispuestos a participar en el proyecto.

El canal tendría una extensión de 278 kilómetros, atravesaría el país desde el Caribe hasta el Pacífico y permitiría el paso de cargueros de enorme calado, que ahora no pueden atravesar el Canal de Panamá, recientemente ampliado. La obra de ingeniería requerirá de enormes trabajos de excavación y la expropiación de terrenos, lo que afectaría a miles de nicaragüenses que habitan en la ruta del proyecto. Además, se construirían puertos, aeropuertos y zonas de libre comercio.

Ramírez se ha puesto al frente del movimiento que se opone a la obra, a la cabeza de decenas de manifestaciones en las que los campesinos exigen la derogación de la ley que entregó la concesión a Wang y el respeto a sus propiedades y su forma de vida. La campesina ha increpado a oficiales de la Policía Nacional que intentaron evitar una de esas marchas y hasta se enfrentó a un pistolero —un presunto policía—, que la amenazó en la oscuridad de la noche, mientras miles de campesinos se trasladaban hasta Managua para participar en una manifestación pacífica frente a la sede del Parlamento. Ramírez los animó a seguir el viaje.

En Nicaragua la llaman cariñosamente doña Chica, a pesar de contar apenas con 39 años. La pobreza de su juventud y el duro trabajo en el campo la hacen parecer mayor. Ramírez vive con su esposo y sus hijos en una lejana aldea llamada La Fonseca, en las fértiles tierras del Caribe nicaragüense, una región rica en recursos naturales que se vería afectada por la construcción del canal.

Esta mujer con apenas estudios básicos —no llegó a aprobar el tercer grado de primaria— es una próspera agricultora, comerciante y ganadera. Ramírez cuenta con tres fincas en las que cultiva tubérculos, jengibre y granos y cría ganado. Es también propietaria de dos camiones de carga en los que traslada el producto del campo a la ciudad. Son esas tierras las que doña Chica defiende ante la amenaza de la expropiación.

“El canal nos va a quitar la cultura de ser campesinos”, afirma Ramírez. “Aquí tenemos todo, producimos las tierras. Nos van a quitar los lazos familiares, van a hacer una zanja, van a destruir. Vemos que es este trópico húmedo el que quiere desbaratar el Gobierno, sentimos que esto nos va a traer perjuicios a todos los nicaragüenses. ¿Qué va a pasar si aquí Ortega le da toda el agua a este chino Wang Jing? Quiere decir que a él, más adelante, hasta el agua le podemos comprar”, lamenta.

—¿Qué le diría al presidente Ortega si pudiera verlo en persona?

—Que escuche al pueblo, que cuando el pueblo dice no, es no; y cuando el pueblo se decide a algo prefiere morir y no entregarse. Yo le diría que si es un Gobierno que quiere la paz en Nicaragua, que lo demuestre.


Sin temor a las represalías

Ramírez asegura que no va a claudicar en su lucha. No tiene miedo, a pesar de las amenazas que ha sufrido, según sus propias denuncias. En junio, cuando dejó su aldea para protestar en Managua, la Policía detuvo a un grupo de jóvenes —mexicanos, argentinos y costarricenses— que habían llegado hasta La Fonsecapara enseñar a los campesinos a fabricar cocinas ecológicas. Fue ella quien se plantó ante las celdas de la Dirección de Auxilio Judicial para exigir su liberación. También ha encabezado un movimiento para llevar alimentos a las regiones golpeadas por la sequía en Nicaragua, a pesar de que el Gobierno prohibió que los entregaran.

“Estoy dispuesta a morir, si es necesario. Lo he dicho siempre, con tal de que queden libres mis hijos y tengan una casa y una tierra dignas”, remata la campesina que planta cara al canal chino en Nicaragua.

3 comentarios:

  1. Es un clásico de las operaciones oligárquicas. Usan el expediente del ecologismo para evitar que otros países hagan obras de infraestructura.

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  2. como green peace, que los boludos apoyan, y hasta les ponen plata, y que postulan que los países en desarrollo no utilicen sus recursos, y los dejen ahí, a la espera que vengan los desarrollados y ahí no se quejan...

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  3. "El Gobierno del exguerrillero sandinista Ortega" "entrega"

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