Encontramos esta
breve pero conmovedora nota en el sitio web Slaviangrad.es, un interesante
portal cuyo lema es “Nuestra ira no tiene límites” (frase del diplomático
soviético Viacheslav Mijáilovich Mólotov). El autor de la nota firma con un
seudónimo: “@NSANZO”. Al googlear el término aparece un nombre: Nahia Sanzo.
Título: El olor a
guerra está en el aire
Texto: Parece
acercarse el podrido aroma de la guerra. Aún es complicado distinguirlo, para
muchos sigue siendo imposible de creer, pero nos acecha la guerra. En mi caso,
no puedo quitarme la sensación de que la tercera guerra mundial puede haber
comenzado ya. Por ahora, seguimos engañándonos pensando que solo se trata de
conflictos locales…
Pero las filas de
nuestros aliados disminuyen de forma catastrófica mientras las de los oponentes
aumentan.
A día de hoy,
Rusia tiene ya dos frentes abiertos: el frente ucraniano en Donbass y el frente
sirio. El tercero, Turquía, parece estar a la vuelta de la esquina. Y a partir
de ahí, quién sabe.
No existe un
único frente de batalla en esta guerra. Está localizado en cada esquina del
planeta. En algún momento, puede que los historiadores identifiquen el momento,
la génesis de la tercera guerra mundial. Puede que esa línea se haya cruzado
ya, al fin y al cabo la segunda guerra mundial no comenzó el 22 de junio de
1941 [inicio del ataque alemán contra la Unión Soviética] sino en septiembre de
1939.
Si miramos a
Siria, el conflicto ya ha atraído a la OTAN, a Rusia y a otros cincuenta
estados. ¿Cómo puede no ser una guerra mundial?
Una aeronave rusa
fue derribada por Turquía, miembro de la OTAN. A cambio, nuestro ejército ha
prometido no derribar aeronaves turcas. Se ha instalado el sistema antimisiles
S-400. Imaginen que derribara a un avión estadounidense. Si estuviera en el
lugar de los turcos, esto es exactamente el tipo de provocación que buscaría. Y
así se abriría la caja de los truenos.
No, no soy ni un
derrotista ni trato de causar pánico. Pero si es mi deber, que así sea.
El problema es que
muchos de los actuales patriotas del llamado “regimiento de sofá” no tienen la
menor idea de lo que significa realmente la guerra. Creen que es como ver los
debates televisivos de Soloviev, Tolstoy y Babayan, atrincherados en el
enaltecimiento del orgullo de “nuestros chicos” y del suyo propio, con su
mentalidad patriótica. Orgullosos de Satanovskiy o Eskin, que con tanto tacto
avivan el belicismo.
Pero la guerra es
el agrio aroma de la pólvora, que se niega a abandonar nuestro olfato. El aroma
del combustible y la goma ardiendo, el aroma del metal fundiéndose por el calor
insoportable.
Es el empalagoso
olor a grasa quemada. Grasa humana.
Es el olor a ropa
que lleva semanas sin lavarse. El hedor a heces y orina de las letrinas,
utilizadas con reticencias al principio, escondidas tras algún panel de madera,
pero usadas sin cuidado ni decencia alguna más adelante.
La guerra es el
hedor a los cuerpos descomponiéndose bajo el sol intenso, cuerpos podridos de
color verdoso y a los que los pájaros les han arrancado los ojos. Es ver ese
cuerpo por el que nadie se preocupa, abandonado a los pies de una colina
expuesta al fuego enemigo.
La guerra el olor
a cigarrillos baratos mezclado con el vapor del alcohol casero después de la
ceremonia en memoria de los chicos que no regresaron tras el ataque fallido del
día anterior.
El olor de la
guerra es el aroma de las manzanas asadas que cuelgan de un árbol junto a las
ruinas de una vivienda en la que ya nunca vivirá nadie más. La guerra huele
como el grano quemado hasta las raíces.
El aroma de la
guerra es el gangrenoso hedor de los hospitales de campaña, el olor a vendas
ensangrentadas que ya no servirán para nada al chico de ayer, que murió a causa
de las heridas de metralla en el estómago.
Pero sobre todo,
es el aroma a perfume y cigarros de lujo en el despacho de algún político que
saca beneficio por la guerra. El incomparable aroma de la tinta de los billetes
recién salidos del banco.
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