Dos notas
aparecidas en estos días en el diario español El País dan cuenta de la
precarización laboral (y social, y moral) en el Reino Unido. La primera es una
linda entrevista de Pablo Guimón al historiador y ensayista Owen Jones. Acá
va:
Título: “La socialdemocracia será eclipsada por
fuerzas más radicales”
Subtítulo: El
autor publica un estudio sobre la historia de Reino Unido tras la II Guerra
Mundial
Texto: Un ‘chacal
rebuznante’, según Fox News. Socialista. Columnista del Guardian”. Así se
define Owen Jones (Sheffield, Inglaterra, 1984) en su perfil de Twitter. En
2011, con solo 27 años, publicó un libro —Chavs, la demonización de la clase
obrera— que se convirtió en un fenómeno editorial y a su autor, en una de las
voces más influyentes de la izquierda británica. Su nuevo ensayo, El
establishment (Seix Barral), es un estudio de la historia política de Reino
Unido después de la II Guerra Mundial, a través del grupo de poder que la
domina, desafiando a la democracia desde arriba y unido por el objetivo común
de mantener un sistema que Jones considera nefasto y perverso. Recibe a EL PAÍS
en un café del norte de Londres, a pocas semanas de unas elecciones cruciales
para el futuro de su país y, afirma, para el de la propia izquierda en Europa.
Pregunta. Augura
que las generaciones futuras mirarán atrás y contemplarán con asombro y
desprecio cómo se organiza hoy la sociedad británica. ¿Tan grave es?
Respuesta. Es
injusta e insostenible. Tenemos una sociedad en la que la riqueza de los mil que
más tienen se ha duplicado durante los cinco años de una de las mayores crisis
económicas que ha sufrido este país, mientras un millón de personas tienen que
recurrir a los bancos de alimentos. Es una sociedad perversa.
P. ¿La culpa es
del establishment?
R. Hubo mucha
resistencia a la democracia en este país por el miedo de los de arriba a que,
si todo el mundo podía votar, habría una redistribución de la riqueza y el
poder. Era cierto: la democracia conlleva una redistribución. Pero en los
últimos 30 años ha habido un intento de recuperar el poder y la riqueza
perdidas. Y eso es el establishment. Un colectivo unido por intereses
económicos, mentalidades y conjeturas comunes.
P. ¿Una
conspiración?
R. No. Una unión
de intereses que colisionan con la democracia. Es la amenaza a la democracia
desde arriba. Este establishment exhibe un triunfalismo sin precedentes. Cree
que ha derrotado a todos sus enemigos. La manera en que funciona la sociedad
parece inevitable.
R. El
establishment depende de un sentimiento de resignación. Es como el tiempo:
puedes protestar porque llueve pero no puedes hacer nada. Pero las encuestas
revelan que la opinión de la mayoría de los votantes entra en colisión con el
establishment. La mayoría apoya la renacionalización de los trenes y de la
energía, quieren más impuestos para los ricos, más derechos de los
trabajadores. En temas económicos se identifican más con la izquierda. Pero ha
cuajado un sentimiento de que no hay alternativa.
P. Ha ayudado,
sostiene usted, un redireccionamiento del enfado.
R. A los
trabajadores que cobran sueldos miserables se les dice que no es con sus jefes
con quien deben enfadarse sino con los parados que viven lujosamente o con el
inmigrante que les quita sus recursos. El establishment le dice a la gente: te
han robado, pero no te enfades por el hecho de que te hayan robado, sino por
que a tu vecino le han robado menos.
P. Predican el
libre mercado pero, según usted, dependen del Estado más que ningún otro
colectivo. ¿En qué sentido?
R. Esa es la
ironía. El sector financiero no fue rescatado por el dogma del libre mercado,
sino por el Estado. Es socialismo para los ricos y capitalismo para los pobres.
P. ¿Se puede
combatir a ese establishment desde la política?
R. El debate político
está hoy en los matices y no en los contrastes radicales. El final de la Guerra
Fría fue el final de la historia, en palabras de Fukuyama. La izquierda como
visión de la sociedad colapsó. El nuevo laborismo fue un producto del fracaso.
Asumió los presupuestos del thatcherismo, igual que los Gobiernos conservadores
de los años cincuenta aceptaron los del laborismo de posguerra. En 2008 la
presunción de la izquierda, o de lo que restaba de ella, fue que el
neoliberalismo había quedado desacreditado, así que emergería una alternativa.
Pero eso no pasó. Milton Friedman dijo que los cambios se consiguen a través de
una crisis, pero depende de las ideas que haya en el aire. Y la izquierda no
tenía muchas ideas en 2008. Por eso la derecha mantuvo su hegemonía
intelectual.
P. ¿Cómo ve usted
al laborismo hoy?
R. La gente
tiende a olvidar dónde estaba el nuevo laborismo. ¡Era tan abiertamente
neoliberal! Ha cambiado bastante, aunque no se acerque ni de lejos a donde
llegaría yo. Y lo ha hecho porque la ciudadanía desde diferentes foros lo ha
reclamado. Frederick Douglass dijo que el poder no concede nada sin una
demanda. Si hay presión desde abajo puede cambiar.
P. ¿Qué espera de
ellos?
R. Su misión
original era ser la voz de los trabajadores. Y estos han sufrido la mayor caída
en sus ingresos desde la época victoriana. La mayor parte de la gente que está
en la pobreza trabaja. Se levanta por la mañana para ganarse su pobreza. El
laborismo debe preguntarse por qué vivimos en una sociedad que sirve a los
poderosos en lugar de a los verdaderos generadores de riqueza. La riqueza la
creamos todos: los trabajadores, el Estado, el profesor, el médico, los
limpiadores. Debe estar mejor distribuida.
P. ¿En qué
consiste la revolución democrática que usted propone?
R. La democracia
está amenazada por los poderosos y debemos volver a conquistar la soberanía de
la gente.
P. ¿La casta de
Podemos es lo mismo que su establishment?
R. Supongo que
sí. Para ellos es un poder al que no se le puede exigir responsabilidades,
corrupto legal y moralmente, cuyo comportamiento colisiona con los intereses de
la mayoría de la sociedad. España demuestra que, cuando la gente lo pasa mal,
no es inevitable que la beneficiada sea la derecha populista. Es una lección
para todos nosotros. No tiene por qué haber una política del miedo: es posible
una política de la esperanza. La política de la esperanza dice que la
injusticia es temporal y puede superarse.
P. Usted se
define como socialista. Podemos, en cambio, parece haber renunciado a esa
dialéctica de derecha e izquierda.
R. Lo entiendo.
Creo que solo intentan comunicar sus ideas en una sociedad donde la izquierda
ha sufrido enormes calamidades y derrotas políticas.
P. ¿Podría
triunfar un movimiento así si se define como de izquierdas?
R. Yo soy
socialista. Creo que la retórica de derecha e izquierda sigue siendo válida.
Pero es la gente ya politizada la que piensa en términos de derecha o
izquierda, los que vivimos en la burbuja política. La mayoría piensa en términos
de vivienda, empleo, servicios, salarios, hijos. Y hay que afrontar esas
preocupaciones de una manera convincente. Quien quiera cambiar la sociedad debe
mirar dónde hay un movimiento con éxito y ver qué han hecho bien, y qué ha
hecho mal la izquierda tradicional.
P. ¿Es esta
incapaz de proporcionar el cambio que usted busca?
R. Grecia y
España demuestran que, si la socialdemocracia ataca a su propia base, no puede
confiar en la lealtad de esta porque encontrará alternativas. Si el laborismo
llega al poder y ataca a sus seguidores, atravesará su propia pasokificación y
eso podría abrir el camino a fuerzas como Podemos o Syriza. Vivimos en una era
en la que la socialdemocracia puede ser eclipsada por fuerzas más radicales.
Tras la Guerra Fría, eso no estaba en el guión. En la era de la austeridad, el
proyecto de la socialdemocracia está en una crisis profunda y será eclipsado
por fuerzas más radicales.
P. ¿Toda era,
incluida esta, vive en la ilusión de que es permanente?
R. El búho de
Minerva solo emprende el vuelo con la llegada del ocaso, decía Hegel. Creo que
estamos ante el ocaso de esta era. La transición a una nueva será muy difícil,
pero sucederá. Cuando el neoliberalismo tuvo su auge, que aquí fue con el
thatcherismo, la izquierda era triunfalista. Creían que Thatcher no iba a
durar. Mis padres lo creían. No se dieron cuenta de que asistían a la
construcción de una nueva era. Las enseñanzas de nuestros antecesores, que
desafiaron viejos órdenes y ganaron, deberían darnos esperanza y dar miedo a
los poderosos. Demuestran que todo orden caerá y será sustituido. Lo importante
es qué lo sustituye. Yo quiero una sociedad construida para la gente
trabajadora, creadora de riqueza, no para una élite. Una sociedad donde la
democracia alcance. Esa sociedad será construida algún día y esta, también,
pasará.
La segunda nota
es de María Sahuquillo y nos cuenta sobre una nueva modalidad de contrataciones
en el Reino Unido: los “contratos de cero horas”. Acá va:
Título: Los
'contratos de cero horas', sin garantías de sueldo mínimo, proliferan en Reino
Unido
Texto: Es la hora
del almuerzo y, sentado en un banco junto a los muelles de Liverpool, Clive
apura los últimos bocados a su sándwich de pollo casero. En realidad no tiene
prisa. Hoy su pausa para comer es extremadamente larga. “¡Cuatro horas! El jefe
me ha dicho que no me necesita en ese tiempo, pero que luego tendré otro par de
horas de trabajo”, explica mientras se limpia las manos con un pedazo de papel.
Afirma que no le compensa volver a casa y se dispone a matar el rato viendo las
carreras de caballos en un pequeño local de apuestas Paddy Power. Desde hace un
año, muchos de los días son así de imprevisibles para este hombre de 46 años,
cabello ralo y ojos pequeños y vivarachos. Trabaja en una compañía de reparto
con un ‘contrato de cero horas’, una modalidad en la que el empleador no
garantiza al trabajador un mínimo de horas de carga al mes y, por tanto,
tampoco un salario mínimo.
La fórmula no es
nueva, pero se ha extendido paulatinamente en Reino Unido desde que empezó a
sentirse la crisis financiera, en 2008. Hace cuatro años, quienes afirmaban
tener como fuente única de ingresos un contrato de cero horas no llegaba ni por
asomo al 1%; hoy son el 2,3% de los trabajadores en este país --unas 700.000
personas--, según la Oficina Nacional de Estadísticas británica (ONS, por sus
siglas en inglés). Mujeres, menores de 25 años y mayores de 65 son, según la
ONS, los perfiles mayoritarios bajo este sistema. Empleados con contratos precarios
que trabajan, de media, 25 horas a la semana y que cobran unas 7 libras la hora
(el salario mínimo es de 6,50; 8,7 euros).
Un sueldo que
Clive, que se araña los bolsillos para apostar unas cuantas monedas al caballo
7, llamado Bertie Mo, estira como un chicle. “Si gano, eso que me llevo”,
bromea amargamente. Y si Clive se conjura a los caballos y apenas llega a fin
de mes, tanto el primer ministro británico, el conservador David Cameron, como
su principal rival en las elecciones generales del próximo jueves, el laborista
Ed Miliband, han reconocido que no podrían sobrevivir con un contrato de este
tipo. En una campaña marcada por la recuperación económica y nuevas medidas de
austeridad, ambos candidatos se han comprometido a buscar una solución para
esta fórmula de precariedad salvaje. Una solución que no pasa, sin embargo, por
prohibir sino más bien por limitar este tipo de contratos, que ha contribuido a
reducir –-o, según sindicatos como el mayoritarioUnite the Union, “a
maquillar”-- las cifras de desempleo en Reino Unido (un 5,6% frente a un 23% en
España).
“Este tipo de
contratos otorgan todo el control al empleador y dejan al empleado en una
situación tremendamente inestable y más vulnerable a los abusos”, resume Neil
Lee, profesor de Economía en la London School of Economics. Los trabajadores de
‘cero horas’ deben estar disponibles las 24 horas todos los días de la semana
y, en la mayoría de los casos, tienen una cláusula que les impide tener otro
empleo. Además, muchos no saben qué horario tendrán ni, por tanto, cuánto van a
ganar. Son, dice Lee, “la punta del iceberg” de los problemas en el mercado
laboral británico. “La recuperación económica es mucho más frágil de lo que el
Gobierno retrata. Cierto que el desempleo baja, pero a costa de reducir la
calidad del empleo y de sueldos muy bajos”, apunta el experto.
La ciudad costera
de Liverpool (500.000 habitantes) es una de las que más contratos de cero horas
registra: más de la mitad de los que se ofrecen, sobre todo en el sector de la
restauración, el ocio o los cuidados. Sin embargo, la fórmula se aplica en todo
el país y en empresas de todo tipo: multinacionales como McDonalds, la empresa
de paquetería DHL, la cadena de perfumería y parafarmacia Boots o los grandes
almacenes Sports Directs emplean a un buen número de trabajadores con estos
contratos flexibles, según los análisis de los sindicatos.
El gigante
estadounidense de comida rápida reconoce que emplea con el sistema de cero
horas al 90% de sus trabajadores en Reino Unido –unas 83.000 personas--. Aunque
sus responsables afirman que se debe a que sus asalariados“buscan
flexibilidad”. “Muchos de nuestros empleados son padres o estudiantes que
buscan empleos remunerados flexibles para encajar con el cuidado de los niños o
las clases”, apuntan en un comunicado sobre los contratos de cero horas en su
web.
Uno de esos casos
es el de Ciaran Foley, de 28 años. Trabajó una temporada en McDonalds y ahora
es barman en un pub del centro de Liverpool, a solo unos pasos del Cavern Club,
donde The Beatles tocaban en sus primeros tiempos. Foley asegura que el sistema
no le va mal, el jefe le avisa cada primero de mes de su horario y le pagan
“aceptablemente”. “Gano unas nueva libras la hora y me gusta el empleo”, dice.
Lo peor, dice restregándose los ojos enrojecidos, es que las jornadas son
eternas. “A veces entro a las dos de la tarde y no salgo hasta las seis de la
mañana”, asegura.
Sarah, en cambio,
agradecería tener esa preocupación. Es operaria en la fábrica de galletas
Jacob’s --que hace las tradicionales crackers, una de las principales
industrias de Liverpool y todo un emblema del país--, y afirma tajante que
daría un potosí por un trabajo a jornada completa. Sentada en una pizzería
cerca del estadio de fútbol del Everton, esta mujer de 52 años, alta y fuerte,
relata que vive pendiente del móvil. Su empleador, en este caso una agencia de
reclutamiento, avisa un día antes por SMS sobre la jornada. Además, como el
resto de los alrededor de 200 trabajadores que la agencia pone a disposición de
la fábrica, cobra unas dos libras menos la hora que los trabajadores
contratados directamente por Jacob’s –que pertenece a United Biscuits,
adquirida hace un par de meses por un grupo turco dedicado a la alimentación--.
A este ardid, que
deja en otra desventaja más a los trabajadores de ‘cero horas’, se suma la
ironía, remarca Barry Kushner, concejal de empleo de Liverpool, de que el
programa público para desempleados subsidiados recurre a estas empresas para
colocar a quienes están en paro. “La administración no hace sino alimentar este
sistema perverso”, dice. Kushner (laborista), que preside la comisión que la
ciudad ha puesto en marcha para luchar contra el empleo precario y que ha
elaborado una investigación a fondo sobre este sistema ultraflexible, propone
excluir de todo contrato público a las compañías que, aunque recurran al
sistema de ‘cero horas’, no garanticen un mínimo de horas semanales a los
empleados.
Con una
cucharilla de plástico, Sarah –que, como Clive, prefiere no dar su apellido--
remueve su café. Lo toma negro, sin azúcar ni leche. “Con hoy, llevan ya tres
días sin dar señales. Ni un mensaje, ni una llamada; nada”, murmura. Toda su
fortaleza se evapora cuando habla del temor a que la empresa haya prescindido
de ella. “Con estos contratos ni siquiera tienen que despedirte. Con no
llamarte para trabajar basta”, dice. Y si no hay trabajo no hay salario, pero
tampoco acceso a la prestación por desempleo ni otros subsidios. “Y tampoco
puedo dejarlo y buscar otro trabajo. Si lo hago saldría del sistema de
desempleo durante seis meses. Así nos tratan. Es como una esclavitud en pleno
siglo XXI”
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