Gran revuelo está causando la posibilidad de salida de la Unión Europea planteada por Gran Bretaña. El diario español El País dedica hoy amplio espacio para su consideración, incluyendo colaboraciones de varios prestigiosos periodistas europeos. Acá va un detalle de las mismas:
Título: A vueltas con el ‘brexit’
Subtítulo: Seis periódicos del continente unen fuerzas para aportar argumentos al debate sobre el encaje del Reino Unido en la UE
Autor: Ian Traynor (The Guardian)
Texto: La palabra de la que más se abusa en Bruselas es “reforma”. No hay un dirigente que no pida con urgencia la reforma de la Unión. Lo malo es que todos quieren decir cosas distintas. Un líder alemán reclama reformas y está hablando de apretarse el cinturón. Y si es francés o italiano, querrá decir menos austeridad, más gasto público.
Y David Cameron, que envuelve su campaña para el referéndum en la necesidad de reformar la UE, se refiere a un nuevo acuerdo con Reino Unido; concesiones a su excepcionalismo, que los otros 27 países reconozcan la situación extraordinaria de los británicos en Europa y se adapten a ella.
En los argumentos, hasta ahora se ha puesto más énfasis en la forma que en la sustancia, en las características que podría tener ese acuerdo más que en sus consecuencias [que podrían incluir la eventual salida, el temidoBrexit en su abreviatura en inglés]. Se han centrado en los llamamientos a reabrir los tratados de la UE y cambiar las condiciones de pertenencia de Reino Unido, con un nuevo orden legal para consagrar ese estatus.
Todavía no está claro en qué consistiría el cambio, porque Cameron se ha mostrado deliberadamente vago sobre sus deseos, y prefiere estudiar lo que los demás —en general, cuando habla de los otros 27, quiere decir Angela Merkel— podrían estar dispuestos a ceder.
Su argumento es que es necesario cambiar los tratados por las repercusiones de la crisis del euro, que la eurozona necesita un giro radical hacia una mayor integración política y fiscal para sostener la moneda única. Por supuesto, no es sincero; pretende aprovechar la renegociación para revisar la situación del Reino Unido en Europa.
No va a haber grandes modificaciones de los tratados. Es demasiado difícil. Sería un proceso demasiado lento.
Lo que a Cameron le gustaría conseguir es que la Cámara de los Comunes pueda vetar las leyes de la UE. Pero no lo va a conseguir. Los otros 27 parlamentos exigirían lo mismo. Y entonces la UE correría el riesgo de quedar paralizada. El Gobierno británico quiere que se elimine del tratado la cláusula que establece que el propósito de la UE es avanzar hacia “una unión cada vez más estrecha”, un manifiesto federalista dedicado a los euroescépticos, o al menos que se exima al Reino Unido de cumplirla.
Los dirigentes más pragmáticos, como Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, que será un mediador crucial en las negociaciones, quizá estén dispuestos a llegar hasta ahí, pero tendrán que hacer muchas componendas.
Para Cameron, la inmigración y la libertad de circulación son cuestiones fundamentales, porque el Gobierno británico quiere encontrar una forma de reducir legalmente las prestaciones y los subsidios al alcance de los ciudadanos de la UE en su territorio.
Últimamente, lo que se oye decir a Tusk, Jean-Claude Juncker en la Comisión y otros altos responsables es que la libertad de circulación es sagrada, por supuesto, pero que no debe servir de excusa para aprovecharse de las prestaciones, que no puede haber un “turismo de seguridad social”, como dijo Jyrki Kaitanen, vicepresidente de la Comisión, la semana pasada.
La realidad sigue siendo la misma. Lo que ha cambiado es la política.
Cameron puede conseguir alguna cláusula que le permita negar prestaciones de desempleo a los inmigrantes de la UE y compensaciones para los trabajadores con salarios bajos, por ejemplo en forma de créditos fiscales. No obstante, será un acuerdo difícil de vender. En teoría, todos los ciudadanos de la UE son iguales. Esa situación sería discriminatoria y se puede decir que crearía dos clases de ciudadanos en la Unión, así que habrá resistencia. Además, las concesiones no se harán en un solo sentido, sino que habrá cierta reciprocidad.
El objetivo de Tusk en las negociaciones es lograr un acuerdo global que “reforme” la UE y encaje algunas prioridades de los británicos de una manera que todo el mundo pueda tolerar. Ya está en marcha una negociación de 18 contra uno en Europa, la de la eurozona contra Grecia. Y está yendo mal, cada vez con más posibilidades de acabar en desastre y que Grecia se vaya o, al menos, abandone la moneda única.
Si Cameron se encuentra con una negociación de 27 contra uno, será una mala estrategia con muchas probabilidades de un mal resultado. En Europa no hay prácticamente nadie que lo desee. Saben que la salida del Reino Unido será mucho peor que la de Grecia.
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Título: La reserva del frente francés
Subtítulo: François Hollande no parece dispuesto a aceptar cambios en los tratados europeos ni modificar a fondo las normas sobre inmigración
Autor: Philippe Ricard (Le Monde)
Texto: François Hollande no tardó nada en felicitar a David Cameron al día siguiente de su reelección. Tras su amplia victoria frente al laborista Ed Miliband, el primer ministro británico recibió una invitación para visitar París que se materializó esta semana. Más allá de la simple preocupación, la perspectiva de un referéndum sobre la permanencia o no de Reino Unido en la Unión Europea suscita numerosas reservas en Francia. Solo unas cuantas voces aisladas han hablado en favor del Brexit, como el exministro de Nicolas Sarkozy Laurent Wauquiez desde la derecha y Michel Rocard desde la izquierda. Para el antiguo primer ministro socialista, Reino Unido “es en gran parte el origen” de la “parálisis del sistema de decisión europeo”.
Oficialmente, los dirigentes franceses subrayan su deseo de que Londres continúe en el club europeo, pero no están demasiado dispuestos a multiplicar las concesiones para ayudar a David Cameron. Según ellos, por ejemplo, no piensan aceptar una reforma de los tratados europeos, como reclama Cameron, ni modificar a fondo las normas sobre inmigración en los Veintiocho, el caballo de batalla del partido británico antieuropeísta UKIP. “Se puede mejorar el funcionamiento de la UE, pero no cuestionar los principios fundacionales”, previno Harlem Désir, secretario de Estado francés de Asuntos Europeos, poco después de la reelección de Cameron. “Un solo país no puede poner en tela de juicio la voluntad de los demás de seguir avanzando juntos”.
Vistos desde París, los debates sobre la pertenencia a la UE, incluida una salida en toda regla de Reino Unido tras el referéndum prometido por David Cameron, pueden tener repercusión en la opinión pública francesa: si se hiciera realidad, daría argumentos a los medios soberanistas o a la extrema derecha, con Marine Le Pen que ya exige que Francia abandone la unión monetaria o la suspensión del espacio Schengen de libre circulación de personas.
La preocupación es aún mayor porque David Cameron ha prometido organizar el referéndum en 2017. Un calendario complicado para el Gobierno francés, con elecciones presidenciales y legislativas previstas para ese año.
De aquí a entonces, los dirigentes franceses temen sobre todo una alianza entre David Cameron y Angela Merkel, la canciller alemana, que tiene gran empeño en que Reino Unido permanezca a bordo de la nave europea. La democristiana ha acariciado a menudo, junto con su ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble, la idea de una reforma de los tratados europeos para consolidar la unión monetaria. Una insistencia que los británicos no dejan de señalar cuando reclaman el debate para obtener, desde su posición externa al euro, nuevas derogaciones de las normas europeas.
Ante esta doble presión, considerada contradictoria, las autoridades francesas rechazan tanto las demandas británicas como las alemanas: para Francia, la devolución de competencias de Bruselas a los Gobiernos nacionales, propuesta por David Cameron, y la integración reforzada —sobre todo presupuestaria— con la que sueñan los alemanes para consolidar la zona euro son “incompatibles”. “Mejor no alterar el frágil equilibrio actual abriendo la caja de Pandora”, dicen en París.
Una nueva reforma de los tratados europeos tendría todas las posibilidades de suscitar un debate intenso en Francia, e incluso de quedar derrotada si se sometiera a referéndum. Diez años después del no a la Constitución europea, rechazada el 29 de mayo de 2005, François Hollande, entonces primer secretario del Partido Socialista, guarda un amargo recuerdo del fracaso del sí, que él defendió en contra de la opinión de una buena parte de su formación.
Una mala experiencia que probablemente recordará a David Cameron en los próximos meses.
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Título: Merkel esconde sus cartas
Subtítulo: La canciller ha avisado de que si Londres dejará la UE mermará su propio peso en el mundo. Pero también el de Alemania en la Unión
Autor: Stefan Kornelius (Süddeutsche Zeitung)
Texto: De un tiempo a esta parte, para el Gobierno alemán se ha convertido en una costumbre que, tarde o temprano, los grandes asuntos de la política europea vayan a parar a la bandeja de entrada de la Cancillería. La crisis del euro, Grecia, Rusia y Ucrania... Berlín atrae los problemas como un imán las limaduras. Esto demuestra el nuevo peso de Alemania en la escultura móvil europea, cosa que no siempre le produce alegría. Así que todas las miradas vuelven a dirigirse a Alemania también ante el referéndum británico. Reino Unido y los restantes países miembros esperan una señal: ¿hasta qué punto está dispuesto Berlín a complacer al primer ministro David Cameron?
En estos momentos de tensión,Angela Merkel, como de costumbre, hace lo que sabe hacer mejor: esperar. Merkel quiere retener a Reino Unido en la UE. Nunca lo ha ocultado. Pertenece al grupo de políticos alemanes anglófilos, y no tanto al de los francófilos. Respeta el sistema político británico.
Muy en particular, para Merkel es importante el peso político de la Unión, que, evidentemente, sería mucho menor si un país tan importante se separase de ella. Merkel se refiere a cómo “los alemanes, los británicos, los franceses o los polacos... pueden hacer valer nuestros intereses en el mundo”. Su mensaje político para Cameron es que, si decide irse, el peso relativo de su país en el mundo se verá aún más mermado. Pero, de manera indirecta, se preocupa igualmente por el equilibro en Europa y por un Reino Unido aliado de Alemania, que también es un importante respaldo para los intereses de esta última en el concierto norte-sur dentro de la UE.
Hasta el 7 de mayo todo esto era teoría, pero ahora va en serio. Oficialmente, Cameron y Merkel todavía no han discutido el problema, y Merkel no moverá un dedo por ser la primera en mostrar sus cartas. Nunca ha entendido cómo en la última legislatura Cameron se dejó arrastrar por los antieuropeístas del partido. El político le inspira admiración como orador, pero como mente táctica no le dedicaría muchos elogios.
Las cosas podrían cambiar si el primer ministro se atiene a las reglas del juego, que todo el mundo sabe que Berlín y Londres negocian desde el otoño pasado. Y esas reglas son cerrar la boca de una vez y entender lo difícil que puede ser llevar a cabo una reforma. Porque, al fin y al cabo, no es Merkel quien, junto con Cameron, fragua el destino de Europa en la intimidad. En este caso son, principalmente, la Comisión y el Parlamento Europeo, que tienen la iniciativa legislativa, y, sobre todo, velan por el grado de integración. El Parlamento es poco partidario de ceder a las exigencias británicas en este asunto, y Merkel no va a echar a perder innecesariamente sus buenas relaciones con la cámara. En el fondo, Berlín parte de la base de que también el primer ministro quiere conseguir que Londres permanezca en la UE. Al mismo tiempo, se pregunta qué precio cree Cameron que debe reclamar. Berlín siempre ha dejado claro que modificar los tratados europeos es demasiado arriesgado.
Por otra parte, desde la crisis del euro, el principal objetivo de Merkel es inmunizar a la unión económica frente a nuevas tormentas monetarias. Y, para ello, es posible que hubiera que cambiar los tratados.
Merkel también intentará trocear los deseos británicos para que sean digeribles y hacer de ello una historia de éxito para toda la UE... cuando por fin sepa cuáles son. En Londres ha declarado que abriga simpatía por ciertos planes de reforma: “Tenemos que ir renovando continuamente la configuración política de Europa al compás de los tiempos”. Más allá de los tópicos, eso significa que Merkel está abierta a reformas en el mercado interior, en la competitividad...
Cabe pensar que el tema central de Cameron —la libre circulación y, ante todo, la emigración económica— será el mayor escollo en las conversaciones. Pero también en este punto Merkel y Cameron han tomado precauciones. El gran discurso de Cameron sobre la libre circulación del pasado otoño recibió el aplauso de Merkel. Ambos están de acuerdo en que no se deberían crear alicientes para los inmigrantes, como por ejemplo el acceso a las prestaciones sociales sin tener un puesto de trabajo estable. Sin embargo, Merkel rechaza las cuotas fijas o incluso una nueva normativa especial solo para Reino Unido.
A Merkel, el radicalismo le produce desasosiego. Para ella la idea del referéndum es una aberración. Jamás se jugaría todo su capital político a una pregunta.
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Título: Polonia teme un ‘bye-bye’
Subtítulo: Los expertos polacos aseguran que las consecuencias de la salida de Reino Unido las sentirá toda la UE. Y no solo las económicas
Autor: Bartosz Wielinski (Gazeta Wyborcza)
Texto: ¿Se han vuelto locos los británicos?”. Así reaccionan los polacos a la noticia de que el primer ministro, David Cameron, va a convocar unreferéndum sobre la continuidad de su país en la UE. Los polacos son muy euroentusiastas y, entre los nuevos socios, son los campeones en gastar el dinero de los fondos estructurales. Gracias a ello, a lo largo de los 10 años de pertenencia a la UE, nuestro país se ha vuelto irreconocible. Todavía a principios del siglo XXI, una revista económica líder en Europa acompañaba las informaciones sobre Polonia con la foto de un campesino subido a un carro. Hoy día, los carros son difíciles de encontrar fuera de los museos.
En la escena política polaca, los partidarios de la salida británica no encontrarán aliados. Durante las pasadas elecciones presidenciales, el candidato de Ley y Justicia, Andrzej Duda, ganador de los comicios, declaró en repetidas ocasiones que la política exterior de Polonia debe defender los intereses del país. Pero al mismo tiempo dijo estar a favor de la Unión Europea y de una mayor integración. El debate polaco sobre la dictadura de Bruselas, o la pérdida de la soberanía, se produce de forma esporádica.
Tenemos miedo de que un espíritu maligno se apodere de los británicos y en el referéndum digan bye a la Unión. Nuestra historia está repleta de decisiones desafortunadas que llevaron a cambios dramáticos. Y, según los expertos polacos, las consecuencias de la salida de Reino Unido las sentirá toda la UE. Pero no se trata solo de cuestiones económicas. El club comunitario será más débil sin Reino Unido. Al otro lado de la frontera oriental, Vladímir Putin está diseñando sus próximos movimientos tras la anexión de Crimea y después de haber prendido fuego en el este de Ucrania. El debilitamiento de la UE puede animarle a provocar el siguiente incendio en nuestro vecindario.
Si se produce la marcha de Londres, será de esperar que Escocia, favorable a la UE, declare la independencia. Nosotros observamos con inquietud los cambios que se están produciendo en las fronteras de Europa. Las polacas han sido desplazadas demasiadas veces sin haber consultado la opinión de los polacos, y a su costa.
El debate británico concierne a Polonia. Uno de los principales eslóganes de Cameron y de los chillones británicos antieuropeos es la lucha contra la inmigración que obtiene de forma engañosa los beneficios sociales. Los polacos ya representan en las islas británicas el tercer grupo de extranjeros, tras los irlandeses y los indios. Algunos cálculos hablan de alrededor de medio millón de personas; otros, de 800.000 inmigrantes que podrían haberse establecido tras la adhesión de Polonia a la UE. Disfrutaron por aquel entonces de los privilegios de la libre circulación de personas. En la mayoría de los casos han trabajado duro y fortalecido la economía británica. Los políticos antieuropeos los convierten en timadores y ladrones.
Hace poco, el príncipe Jan Zylinski, el polaco más rico de Reino Unido, no pudo soportar más los ataques del UKIP y desafió públicamente a su jefe, Nigel Farage, que destaca por los ataques más agudos a los polacos, a un duelo con sables en Hyde Park. Todos los medios de comunicación británicos escribieron sobre este suceso, y Zylinski fue invitado, con su sable, al plató de la BBC. Farage, en cambio, se acobardó y no se atrevió siquiera a un duelo de palabras. Perdió ignominiosamente las elecciones de mayo a la Cámara de los Comunes. Ahora Zylinski debería desafiar a Cameron. Tal vez se produzca algún cambio.
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Título: España no será obstáculo
Subtítulo: En Madrid no se da esa inquina y hartazgo que sí se percibe en otras capitales europeas ante las piruetas de Cameron
Autor: José Ignacio Torreblanca (El País)
Texto: Es difícil pensar en dos países cuyas trayectorias de llegada a la UE puedan ser más opuestas que las que representan España y Reino Unido. En el caso de España, nuestra adhesión a la (entonces) Comunidad Europea supuso la culminación de los anhelos de varias generaciones, históricamente cercenadas de la posibilidad de incorporarse a la corriente de paz, democracia y progreso que se abría al norte de su frontera pirenaica. De ahí el intenso, orgulloso y entusiasta proceso de europeización en el que la sociedad española, sus fuerzas políticas, sus empresarios, sus intelectuales y sus sindicatos se embarcaron, primero en 1978 con la aprobación de la Constitución, y luego a partir de 1986 con la formalización de la adhesión.
En el caso de Reino Unido, la llegada a la UE, en lugar de ofrecer un logro histórico en torno al cual construir un relato de orgullo nacional, significó una doble derrota: primero, la de un imperio que decía adiós a todos sus territorios de ultramar, y segundo, el reconocimiento del fracaso de la tentativa de organizar los asuntos europeos en torno a un modelo rival al puesto en marcha por el Tratado de Roma, el de la asociación europea de libre comercio (EFTA).
Todo ello explica que desde países como España no se entienda fácilmente por qué el deseo de ser miembros de la UE, para nosotros tan simple e intuitivo incluso a pesar de la reciente crisis y la aplicación de duros ajustes y políticas de austeridad, pueda ser motivo de tantas complicaciones para los británicos. Esta incomprensión no implica que España vaya a representar un obstáculo para David Cameron a la hora de negociar un mejor acuerdo con la UE. Al contrario que en otras capitales europeas, donde sí que se percibe algo de inquina y bastante hartazgo ante las piruetas y tacticismos de David Cameron,
España no tiene un especial interés en ponérselo difícil al primer ministro británico. Eso no quiere decir que Cameron vaya a tenerlo fácil. En Madrid, como en otras capitales, habrá cierta flexibilidad a la hora de negociar excepciones con las que acomodar a Reino Unido; en esto los británicos son especialistas y los demás ya están acostumbrados. Pero España no va a aceptar sin más la pretensión británica de forzar a todos sus socios a negociar un tratado que requiera ratificaciones parlamentarias o referendos en los Estados miembros, pues eso supondría abrir la caja de los truenos de la opinión pública que tanto costó cerrar en la década pasada.
España tampoco simpatiza con la idea de retorcer principios fundamentales como la libre circulación de personas hasta que sean irreconocibles. Así pues, en los próximos meses, Cameron intentará convencer a sus socios europeos de que los británicos están dispuestos a irse si no se accede a sus demandas. Mientras, sus socios intentarán convencer a Cameron de que no le pueden dar lo que pide. La cuestión es a quién creerán los votantes británicos: a un Cameron que dirá haber logrado un acuerdo histórico, o a unos líderes europeos que dirán que no le han dado nada importante.
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Título: Amor a la italiana
Subtítulo: La separación no será indolora, pero no será fácil destruir los lazos entre estos países. Los británicos adoran Italia
Autor: Vittorio Sabadin (La Stampa)
Texto: La última vez que Londres se separó de Europa lo hizo a causa de un litigio con Roma. Enrique VIII quería casarse con Ana Bolena y rompió las relaciones con el Papa, que se oponía a ello. Igual que hoy, había muchos consejeros del rey preocupados, pero la decisión fue afortunada para la Inglaterra del siglo XVI, porque descubrió que en el mundo había otros países más dinámicos con los que comerciar y empezó a sentar las bases de su imperio. En la actualidad, las relaciones con Roma son decididamente mejores. Como dice con una expresión muy inglesa el embajador británico en Italia, Christopher Prentice, “no son solo pan y mantequilla, sino también mermelada”. Hasta hace unos años, a un italiano siempre le recibían en Londres entre risas y guiños al bunga-bunga, pero, desde el Gobierno de Mario Monti, en Downing Street y la City se piensa que los italianos son más serios y dignos de confianza y se tiene la vaga impresión de que, si no eligiesen a sus gobernantes mediante el voto, las cosas podrían hasta mejorar.
Las relaciones comerciales son magníficas y decenas de empresas italianas como Finmeccanica, Eni,Merloni, Calzedonia, Pirelli y Ferrero están ya consolidadas en el Reino Unido. Los británicos nos compran lo que consideran que hacemos bien: ropa, alimentos, coches deportivos, muebles, electrodomésticos y cerveza (sí, incluso cerveza), y colaboran con Italia en los ámbitos de la energía, la defensa y la investigación espacial. Nosotros importamos de ellos fármacos, automóviles, alta tecnología, whisky, servicios financieros, tecnología de energías renovables. Si Gran Bretaña abandona Europa, habrá que revisar todos los parámetros que han hecho posible y mutuamente beneficioso ese intercambio y lo que suceda a partir de ahora dependerá de las nuevas reglas, en particular de los nuevos aranceles aduaneros.
La separación no será indolora. En el Reino Unido viven casi 600.000 italianos, la mitad de ellos en Londres. Si, como se prevé, laBrexit provoca la pérdida de muchos puestos de trabajo (un millón según los optimistas, tres según los pesimistas), decenas de miles tendrán que volver a su país. Los que se queden deberán solicitar un permiso de residencia y de trabajo, y lo mismo ocurrirá con los casi 20.000 británicos que viven en Italia. Londres dejará de ser el destino preferido de los jóvenes con dos titulaciones que buscan trabajo en Caffè Nero para pagarse un máster: tendrán que hacer la cola de los pasaportes y someterse a un procedimiento burocrático similar al que está en vigor en Estados Unidos.
Aun así, no será fácil destruir los lazos entre Italia y Gran Bretaña. El pan y la mantequilla son los negocios, pero la mermelada está hecha de un amor recíproco genuino, iniciado hace siglos con los viajes de Browning, Shelley, Byron y Keats a Roma, donde se alojaban en unos hoteles que ya entonces llevaban nombres como Londres e Angleterre, Brighton y Vittoria. Fueron sus extasiados relatos los que convencieron a todos de que no era posible llegar a ser un auténtico caballero sin haber hecho esa visita. Los británicos, hoy, aman Italia más que los propios italianos: les encantan la comida, la lengua, el entusiasmo, los gestos de la gente, los paisajes de la Toscana, el clima, que hace inevitable sentir una cierta indolencia. Y es un amor correspondido: los italianos adoran Londres, colonizaron los barrios de South Kensington y Chelsea cuando los oligarcas rusos estaban todavía ahorrando sus primeros rublos, de los ingleses han aprendido buenas maneras, siguen considerando al príncipe Carloscomo un modelo de elegancia masculina y agradecen haber podido disfrutar de los Beatles, David Beckam, James Bond y los cotilleos sobre la familia real británica. Aunque la política los separe, Italia y Gran Bretaña no se divorciarán jamás.
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Título: ¿Qué quiere Cameron de Europa?
Subtítulo: Dos discursos, un artículo y el programa electoral recogen las exigencias del Gobierno británico para mejorar los términos de su relación con la UE de cara al referéndum
Autor: Pablo Guimón (Londres)
Texto: A falta de una formulación más clara de sus peticiones, que no cabe esperar antes de la cumbre europea de finales de junio, para encontrar lo que Cameron busca en su recién iniciada negociación de los términos de la relación de Reino Unido con la UE, hay que acudir a cuatro fuentes: el discurso de Bloomberg en 2013 donde formuló la promesa de celebrar el referéndum; el artículo de Cameron publicado en el Sunday Telegraph el 15 de marzo de 2014; sudiscurso sobre inmigración del 28 de noviembre de ese mismo año, y el programa electoral de los conservadores. De esos textos se pueden extraer los siguientes puntos de su posición negociadora:
* Restringir el acceso al sistema británico de prestaciones sociales a los ciudadanos de otros países miembros de la Unión Europea, para recortar la inmigración intracomunitaria. Esto es, según el programa electoral, un “requerimiento absoluto”. En concreto, exigir que los ciudadanos de otros Estados miembros hayan trabajado cuatro años en Reino Unido antes de que puedan solicitar prestaciones; negar ayudas de búsqueda de empleo a ciudadanos de otros países de la UE, y expulsarlos del país si en seis meses no han encontrado empleo.
* Reducir la regulación europea y devolver más poderes a los Parlamentos nacionales. Entre ellos, el de bloquear legislaciones europeas.
* Crear mecanismos que salvaguarden los intereses de los estados miembros con monedas distintas al euro frente al riesgo de que las decisiones de la eurozona puedan perjudicarlos. Que la integración de la eurozona no vaya en detrimento de la del mercado común.
* Exclusión de Reino Unido del compromiso, recogido en los tratados, de crear una “unión cada vez más estrecha”.
* Que la política de Defensa siga firmemente bajo control nacional británico.
* Negar la libertad de circulación a los ciudadanos de futuros nuevos Estados miembros hasta que sus economías converjan con las de los miembros existentes.
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