domingo, 22 de febrero de 2015

Sirvientes


Aquellos que se preguntan cómo hacen en Europa para idiotizar a su población, no deberían perderse esta nota de Lucía Abellán y Pablo Guimón para el diario español El País. Prácticamente no hay párrafo de la misma que no tenga una falacia, una mentira soez en torno a la guerra civil en Ucrania y sus (por ahora) cincuenta mil muertos y más de un millón de desplazados. (Las groserías del informe británico al que se hace referencia son, asimismo, de un nivel que corta la respiración). En síntesis, enfurece leer a estos tipos, pero te dan una clara idea de por qué, hasta que no comience la revuelta popular, las naciones europeas no dejará de ser lo que son: sirvientes de un Imperio que ni siquiera los tiene en cuenta. 


Título: Sonámbulos ante la crisis ucrania

Subtítulos: Los lores británicos acusan a Bruselas de subestimar la reacción de Putin / Un alto mando de la OTAN cree que Europa puede sufrir un ataque ruso

Texto: Pocas voces en la Unión Europea cuestionan la responsabilidad del presidente ruso, Vladímir Putin, en la guerra de Ucrania. Pero a la vista de la magnitud que ha alcanzado el conflicto, algunos responsables políticos y militares alertan de consecuencias indeseadas e invitan a la autocrítica. La Cámara de los Lores británica puso este viernes por escrito una idea compartida —con matices— en algunos despachos de Bruselas: la UE infravaloró el impacto que provocaría en Rusia un acercamiento de Ucrania al bloque comunitario. Con mucho más dramatismo, el número dos del mando militar de la OTAN incluso advirtió contra un posible ataque sorpresa de Rusia en territorio aliado.

Las acusaciones son demoledoras y reflejan un sentimiento que gana peso entre los analistas. Reino Unido ha caminado “sonámbulo” hacia la crisis en Ucrania. El Gobierno británico ha “malinterpretado catastróficamente” el estado de ánimo del Kremlin en los preliminares del conflicto. Los lores extienden sus críticas al resto de países de la UE en la crisis. Pero señalan que Reino Unido, como firmante del Memorándum de Budapest de 1994, que ofrecía protección a Ucrania a cambio de su desarme nuclear, “tenía una responsabilidad particular hacia el país y no se ha mostrado todo lo activo que hubiera podido”.

El informe de los lores critica el hecho de que los contrapuestos intereses nacionales de los Estados miembros dan lugar a políticas demasiado generales. “La relación de la UE con Rusia ha estado basada durante demasiado tiempo en la premisa optimista de que Rusia seguía una trayectoria hacia convertirse en un país democrático europeo”, dice el texto. “Este no ha sido el caso. Los Estados miembros han tardado en replantearse la relación y en adaptarse a las realidades de la Rusia de hoy”.

La reflexión británica no lleva a cuestionar la línea dura hacia Moscú. Al contrario, los lores recomiendan intensificar las sanciones si la situación en Ucrania empeora. También desde Londres llegó este viernes un mensaje —mucho más preocupante— de alerta contra Rusia. El comandante supremo adjunto de las fuerzas militares de la OTAN en Europa, Adrian Bradshaw, aseguró que Moscú puede preparar un asalto por sorpresa a un país del Este europeo. La muestra de fuerzas convencionales por parte de Rusia “podría en el futuro utilizarse no sólo para intimidación y coerción, sino para apoderarse de territorio de la OTAN”, aseguró en una conferencia sobre seguridad.

Sin contemplar esos escenarios extremos, varias fuentes diplomáticas europeas admiten ese error de cálculo respecto a la reacción rusa en Ucrania. Todo comenzó con los acuerdos de asociación que se negociaron durante años con los llamados vecinos del Este europeo. En septiembre de 2013, dos meses antes de la firma que debía consagrar en Lituania el éxito de esta política, Armenia se descolgó y prefirió integrarse en la unión aduanera rusa. Ese imprevisto, admiten las fuentes consultadas, debió alertar a la UE de que entraba en terreno delicado al acercarse tanto a territorios que mantenían un alto grado de influencia rusa.

Pero los planes continuaron y, a pocos días de esa puesta de largo de la asociación oriental, fue Ucrania la que se desvinculó del proyecto. Occidente no pudo anticipar la protesta desencadenada en Kiev, menos aun la furia rusa ante la pérdida de tracción sobre su principal vecino exsoviético. Una de las claves de ese episodio es que la estrategia de asociación con la UE, cuyo plato fuerte eran los pactos de libre comercio, se gestionó más como un asunto comercial que de política exterior. Un alto cargo de la Comisión Europea admitió entonces que poco antes de la firma percibió inquietud en Putin y que el presidente comunitario, José Manuel Durão Barroso, se reunió con el líder ruso para aplacarlo. No funcionó.

Esa falta de señales por parte de Putin constituye la principal defensa en Bruselas. “Ciertamente, hubo problemas de comunicación entre la UE y Rusia, pero Moscú tiene la mayor responsabilidad. Cuando se estableció la política europea de vecindad, Rusia mostró poco interés y también poca oposición. Sólo cuando los acuerdos de asociación estaban muy avanzados empezó Moscú a oponerse con vehemencia. En esa fase, la UE no podía dar marcha atrás”, defiende Stefan Lehne, exdiplomático y hoy investigador del think tank Carnegie.

La prueba de que Putin no se oponía al acercamiento a Kiev la ofrece el propio Kremlin. Una nota de prensa de la presidencia rusa sobre la visita en 2004 del entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero al Kremlin recoge este mensaje de Putin: “Si Ucrania fuera a unirse a la UE, sería un factor positivo que, al contrario que la expansión de la OTAN, ayudaría a fortalecer el sistema de relaciones internacionales”.


Pero en los 10 años transcurridos entre esa frase y la toma de Crimea, Occidente tuvo una pista fundamental del recelo ruso a la injerencia en su vecindario. Georgia realizó una decidida aproximación a Estados Unidos y la OTAN en 2008, que fue respondida con la invasión rusa de las provincias separatistas de Abjazia y Osetia del Sur. Un episodio que ahora cobra plena relevancia.

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