sábado, 14 de febrero de 2015

La desesperanza


Conmovedor texto de Nahia Sanzo publicado ayer en el sitio web Slaviangrad.es, mientras todo el mundo apostaba al fracaso de las negociaciones en curso entre los nazis de la Junta ucraniana y los rusos, estos últimos en representación de la región libre del Donbass. Los europeos del oeste, dando asco y vergüenza ajena, como siempre. Reproducimos la nota sin mayores comentarios.


Titulo: Minsk y la desesperanza

Texto: Es seguro que el nuevo acuerdo de Minsk resultará desolador para todas aquellas personas que se han identificado con la lucha de las milicias y de la población del Donbass. No puede ser de otro modo para quiénes han vivido la injusticia de la acción del Estado de Ucrania y su desprecio por la vida humana. No es posible olvidar la mutilación y la muerte o el bloqueo económico que implantó Kiev en noviembre, cuando bloqueó las cuentas bancarias de toda la población y cesó oficialmente los pagos de salarios y pensiones, que en realidad ya habían dejado de llegar a la zona. Hoy, la reanudación de esos pagos es uno de los puntos del documento firmado en Minsk. Curiosamente, algunas agencias de noticias, Associated Press, describía este punto como una victoria rusa. ¿Es realmente una victoria que Kiev pague pensiones y salarios en una región que según este acuerdo vuelve a estar bajo soberanía ucraniana?

Con sus medidas, bombardeos, bloqueo económico e insultos constantes, Kiev ha llevado a miles de hogares el frío, la miseria y el miedo. Hoy, el mismo día que Ucrania firmaba el alto el fuego, han muerto tres niños en Gorlovka y otras tres personas han perdido la vida en los bombardeos nocturnos en la ciudad de Lugansk. ¿Quién no comprenderá el argumento de aquellos que señalan que un acuerdo como el de Minsk no es la respuesta a tanto sufrimiento?

Minsk es sin embargo una muestra amarga, pero real, del mundo en que vivimos. El presidente Poroshenko no es ese personaje malvado de las películas del Oeste americano, sentado en la mesa de los jugadores de póker, dispuesto a volver a engañar a sus compañeros de mesa pero que, al final, acaba derrotado por el héroe. Los malvados no son vencidos en el mundo real.

En ese mundo, los malvados mandan y ordenan. Es lo que ha tratado de recordar en Minsk, en general con éxito, ese político ucraniano sin otra acreditación democrática que la de ser el representante ocasional del poder. Es verdad, ha conseguido gran parte de lo que pretendía. El ejército acosado en Debaltsevo podrá volver a reagruparse y reforzarse de la misma forma que lo hizo tras la durísima derrota de Ilovaysk. Se reconoce la soberanía ucraniana sobre el Donbass y se avanza en el principal objetivo, retomar el control las fronteras con Rusia. En realidad, era previsible.

Para que hubiera sucedido algo diferente, habría sido necesaria una Europa menos cobarde y con otros valores morales, un Estados Unidos menos prepotente y una Rusia con mayor autonomía. No la Rusia económicamente contra las cuerdas a las que lleva la política de sanciones y de un acoso económico que no puede evitar. La obediencia que mostró en los 90 con la destrucción de su industria ha hecho de Rusia un país dependiente de esos mismos países que ahora la acosan económicamente.

Vladimir Putin, Presidente de una nación a la que algunos desearían ver reducida a la nada, y no sólo en los ambientes siniestros de la Ucrania moderna, no tenía más margen que el que ha demostrado tener. Él es el verdadero objetivo del actual acoso geopolítico. Un mayor compromiso con Donbass suponía no sólo un riesgo de guerra total sino la profundización en la estrategia de quiebra económica para Rusia.

En este escenario, el real, no hay piedad para los que se atreven a levantarse contra el Gran Poder. No hay independencia ni autonomía para quien se rebela. Ni en la Krajina, ni en el norte de Kosovo ni Donbass. La autonomía, no la independencia y la soberanía, sólo está reservada para el que asiente. No era por tanto necesario que Poroshenko, ese presidente sin ninguna grandeza, se apresurara a comunicar a su audiencia reaccionaria que no hay autonomía ni federación para el Donbass.

Los acuerdos de Minsk no son buenos pero no todo está perdido. Los acuerdos reconocen por primera vez como actores políticos a los representantes de Donetsk y Lugansk. Obligan a Kiev a romper su bloqueo económico, a alejarse a posiciones desde las que la artillería ucraniana no podrá seguir haciendo daño a la población y a modificar su Constitución en una línea de respeto con los derechos del Donbass.

Como ha aclarado Andrei Purgin, los puntos del acuerdo han de cumplirse en el orden establecido. Kiev volverá a controlar las fronteras solo cuando haya realizado esa reforma constitucional a la que se ha comprometido. Para entonces, Ucrania debería ser un país diferente al que es hoy, a pesar de que el presidente se haya apresurado a desmentirlo. Si lo siguiera siendo, los acuerdos de Minsk dejarán de existir y Rusia tendrá que volver a asumir la responsabilidad de defender al Donbass. Es la única en disposición de hacerlo y la única que nunca ha renunciado a esa responsabilidad. Hasta donde ha podido.

Aunque no sirva para avanzar ni para una autonomía completa, el acuerdo de Minsk sitúa a las Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk en mejores condiciones para sobrevivir. Facilita que sus gentes dejen de estar sometidas al constante al bombardeo y a la agresión económica. Sus dirigentes deben saber aprovechar la situación para consolidarse como sociedad civil y política diferenciada. Porque es ese tipo de sociedad la que, al final, puede ser capaz de hacer frente a un Estado opresor. Nadie podrá acabar en el futuro con un Donbass al que una Constitución democrática reconozca su existencia.

El reto de la actual Ucrania es demostrar que puede tener una Constitución así. De partida, nadie cree que lo vaya a conseguir, no con los dirigentes actuales, cuyo apoyo se basa en los grupos nacionalistas que se han hecho fuertes en el proceso de creación de esta nueva Ucrania nacida del golpe de Estado y la guerra civil. Pero, si lo hace, será el punto de partida para un nuevo Donbass y una nueva Ucrania, en ese caso sí libre y democrática. Si no, y es lo probable, se volverá al punto de partida, es de esperar que en mejores condiciones para el Donbass.


No puede perderse el anhelo por una sociedad mejor. Tampoco el compromiso con la población del este de Ucrania y con sus derechos. Sus gentes necesitan más que nunca el apoyo de aquellas pocas personas que han estado a su lado. Nadie debe decirles que su sufrimiento no merecía la pena sino que, por ahora, nadie podrá ofrecerles algo mejor a cambio de más resistencia, muerte y mutilación. Es comprensible su rabia pero no nuestra desesperanza.

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