martes, 7 de marzo de 2017

La globalización en tiempos de Trump


Continuamos los artículos sobre el futuro de la globalización en tiempos de Trump. Al respecto, encontramos una interesante nota de Paula Bach para La Izquierda Diario. Encontrarán repetidas referencias a un artículo de Nancy Fraser posteado recientemente en este blog. Acá va:


Título: La globalización: más allá y más acá de Donald Trump

Epígrafe: Sobre los múltiples consensos y el liberalismo “progresista”. China, Vietnam, la ruta de las top y los movimientos en reversa. Apple, Boeing y los tamberos norteamericanos. ¿Reformar la globalización?

Texto: La defunción del nonato Tratado Transatlántico, el retiro de Estados Unidos del TPP, la –por ahora– comedia de Trump con Peña Nieto por el muro y el NAFTA, las medidas xenófobas promulgadas –luego frenadas por la Justicia– y las acaloradas discusiones sobre el “impuesto fronterizo”, hablan por sí solos tanto de los límites de la “globalización” como de los obstáculos para cercenarla. Señalamos desde esta columnaque el choque entre “éxitos” y desventuras de la globalización dibujaba el terreno más escabroso que tendría que transitar el novel presidente norteamericano. Y, efectivamente, si Wall Street recibió su asunción con una cálida bienvenida superando la barrera de los 20 mil puntos, la firma del decreto que suspendía temporalmente el programa para aceptar refugiados y limitaba el ingreso de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, no tuvo igual acogida. Wall Street mostró su peor caída en un año. Es que Wall Street habla y en un sentido parece estarle diciendo a Trump que se cuide con el nivel arancelario para importaciones mexicanas y chinas… 

Discúlpesenos la digresión pero Trump también respondió decretando el inicio del proceso de revisión de la ley Dodd Frank –una regulación financiera débil implementada en 2010 por la administración Obama- y adelantó luego que anunciaría rebajas impositivas. Las bolsas volvieron a subir…Hay ahí un diálogo sintomático e imperdible.

En cuanto al decreto xenófobo, las estrellas chispeantes de Silicon Valey pero también Goldman Sachs –origen del flamante Secretario del Tesoro-, la Ford Motors, la General Electric, la Boeing, Nike y otras “no tecnológicas”, salieron inmediatamente a repudiarlo. Incluso las que como Ford están negociando a cuenta gotas sus planes de deslocalización empresaria, le están avisando a Trump que no se meta demasiado con la globalización –o por lo menos que no se pase de la raya. A causa del decreto, el CEO de Uber tuvo que renunciar a su cargo de asesor económico del gobierno mientras el mayor impulsor de los autos eléctricos prefirió permanecer dentro del consejo –del que entre otros también forman parte los directivos de las súper “globals” innovadoras Tesla, Space X, IBM y la cadena de ventas internacionales Wal-Mart Stores- para así poder influir en la opinión de Trump, según sus palabras…Los organismos y élites “globales” políticas y económicas internacionales incluyendo desde la ONU hasta Mutter Ángela –como retrató a Merkel hace no mucho tiempo el influyente semanario alemán Der Spiegel- jugaron su carta filantrópica defendiendo a refugiados y migrantes a quienes –de más no está recordar- dejan morir por miles a diario en las aguas del Mediterráneo, segregan en campos de concentración o –en el “mejor” de los casos- usan como mano de obra barata.

El asunto es que “globalización” y baratura de la mano de obra extranjera –cuestión para la cual la inmigración representa un potente símbolo- son aspectos inescindibles y resultan “la” sustancia mediante la cual el capital reestableció su dominio tras el fin de las condiciones excepcionales de los años de posguerra. Y esta sustancia es –nada más ni nada menos- que lo que hoy está en cuestión. Donald Trump es el símbolo más cabal de un proceso que durante los últimos 8 o 9 años fue perdiendo –moderadamente, hay que remarcarlo- su dinámica económica y que en ese curso fue horadando con mayor virulencia el pilar de los mecanismos políticos que le daban sustento. Este movimiento complejo reúne en la figura de Trump gran parte de los difíciles interrogantes sobre el derrotero próximo de la economía capitalista.


Sobre glorias y paradojas

Señalamos reiteradamente desde esta columna la dualidad entre éxito y fracaso del neoliberalismo que, en lo fundamental, puede distinguirse temporalmente. Para decirlo sintéticamente: la más amplia libertad al movimiento de capitales –incluida la conquista de nuevos espacios para la acumulación- y una “libertad” restringida y opresiva al movimiento de personas, acompañada del creciente retroceso de las condiciones de existencia de las clases trabajadoras de los países centrales, constituyó la esencia de las décadas de moderado crecimiento neoliberal que siguieron a la crisis de los años ’70. Este trípode que alentó la instauración de una nueva división mundial del trabajo y se erigió en garantía de continuidad del liderazgo norteamericano tras la ruptura del “pacto social” de posguerra, no estuvo exento de la creación de elementos de nuevos “consensos”. El lugar del crédito como estímulo al consumo, máscara del estancamiento salarial y pérdida de beneficios de amplias franjas de trabajadores en los países centrales –Estados Unidos es un paradigma- fue escalando posiciones.

La ilusión de la “democratización de las finanzas” alcanzó su máximo impulso con las hipotecas subprime en los años 2000. En paralelo, la inversión de capital se fue localizando en regiones y países que adquirían la fisonomía de “talleres industriales” como el Sudeste Asiático, México, la India y luego China y Europa del Este. En el mismo proceso en el que el capital foráneo usufructuaba altos estándares de explotación de la mano de obra, incorporaba a millones –muchos de los cuales pasaban de la miseria absoluta a un ingreso miserable- al mercado de trabajo y de consumo capitalista. Al calor de la industrialización de algunas regiones periféricas particulares surgieron tanto sectores de trabajadores especializados y mejor pagos, como nuevas clases medias numerosas que -como en los casos de China o México- tuvieron roles protagónicos en el desarrollo del proceso “consumista”. En síntesis crédito y consumo –como formas derivadas de un capital ficticio creciente- resultaron las estrellas más brillantes de las últimas décadas neoliberales, a la vez que la desigualdad crecía a ritmos desconocidos desde fines del siglo XIX.

Pero no sólo de raigambre económica fueron los elementos de lo que podría llamarse un “consenso” frágil. En un interesante artículo, la intelectual feminista estadounidense, Nancy Fraser, habla de un neoliberalismo “progresista” al que define como “alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta ‘simbólica’ y sectores de servicios (Wall Street, Sylicon Valey y Hollywood).” Agrega Fraser que “En esta alianza las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización. Aunque maldita sea la gracia lo cierto es que las primeras prestan su carisma a este último.”

Quizás lo más significativo –al menos para el asunto que estamos tratando- resulte que el antirracismo –o la antidiscriminación, da igual- le haya “prestado su carisma" a aquellos cuyas ganancias se encuentran “ontológicamente” asociadas a la superexplotación –sujeta en múltiples oportunidades a prácticas aberrantes e incluso “ilegales”- de mano de obra extranjera tanto migrante como en su lugar de origen. Hoy las multinacionales cognitivas –y las que no lo son no tanto- están embanderando ese “carisma” para defender las bases de una producción “globalizada”, el secreto de su ascenso.


El desencanto

El asunto es que el armado de aquellos múltiples consensos neoliberales sufrió un shock tras la caída de Lehman y comenzó a hacer agua al calor de las débiles condiciones de recuperación que le siguieron. Como explicamos en diversas oportunidades no existió “tierra arrasada” durante el pos 2008 –cuestión que en parte se debió la puesta en escena de una relativa coordinación interestatal. La recuperación económica resultó lo suficientemente “sólida” como para aventar el fantasma de los años ’30 pero lo suficientemente débil –y este es el núcleo del “estancamiento secular”- como para demoler los frágiles consensos internos conquistados hasta entonces. En el curso de esos años la carroza se fue transformando en calabaza… el hechizo del crédito estaba roto y amplios sectores de las clases trabajadoras –fundamentalmente de los países centrales- empezaron a sentir el peso de las conquistas perdidas en décadas previas –incluyendo entre ellas, empleos de buena calidad.

Y ¿qué hay del “neoliberalismo progresista”? Dice bien Fraser que “la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista.” Y se explica: “Clinton fue el principal ingeniero y portaestandarte de los ‘Nuevos Demócratas’ (…) en vez de la coalición del New Deal entre nuevos obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud.” Y agrega que “Durante todos los años en los que se abría un cráter tras otro en su industria manufacturera el país estaba animado y entretenido por una faramalla de ‘diversidad’, ‘empoderamiento’ y ‘no discriminación”. Y resulta que fue “Fue esa amalgama la que desecharon in toto los votantes de Trump (…) Para esas poblaciones, al daño de la desindustrialización se añadió el insulto del moralismo progresista que se acostumbró a considerarlos culturalmente atrasados. Rechazando la globalización, los votantes de Trump repudiaban también el liberalismo cosmopolita identificado con ella.”

Cabe agregar –otra vez- que aquella amalgama “liberal progresista antidiscriminatoria” constituyó la base de una potente operación ideológica destinada a ocultar la discriminación de los trabajadores chinos o mexicanos cuyos salarios resultan, para el último caso, entre 6 y 10 veces menoresque aquellos de sus pares norteamericanos. Trabajadores estos últimos que por supuesto y a la vez, también fueron “discriminados” con la pérdida de sus empleos, viéndose sometidos luego a múltiples formas de precarización. Pero al producirse esa especie de movimiento en reversa en el que tienden a desarmarse múltiples consensos, las cosas aparecen invertidas de resultas que un lado de las víctimas –la mano de obra barata- emerge como victimaria, como quienes “robaron” el trabajo a los “locales” que integran, por supuesto, la otra parte de las víctimas. Y en ese perverso juego de cambio de roles –que tuvo una contraparte poderosa en el voto a Bernie Sanders y en sectores de los electores de Trump que al parecer se oponen a las políticas antiinmigrantes- las empresas “globales” especializadas en explotación de mano de obra extranjera, asoman como los “progres”, defensores/salvadores de quienes son en realidad sus víctimas directas.


China y Vietnam: consensos en “deconstrucción”

Si bien el fenómeno de desencanto y repudio a las élites políticas y económicas está localizado primordialmente en los países centrales, hay quienes están hablando de elementos de un proceso similar en China, una suerte de “The end of the chinese dream” –con todas las limitaciones que se le deben reconocer al “chinese dream”. Contrariamente a lo sucedido en Estados Unidos y en el “centro”, durante los últimos años y por esas cuestiones de la “demanda”, los miserables salarios chinos devinieron bastante menos miserables. El asunto bastó para que comenzaran las deslocalizaciones…hacia Vietnam –donde el salario básico oscila entre los 150 y 200 dólares mensuales contra un promedio de 650 en China (ver Le Monde diplomatique, febrero 2017)-, Bangladesh, Birmania e incluso…México. Nike, Adidas, Puma, Lacoste, Foster, Samsung, Foxconn, Apple, Cannon, son algunas de las empresas filantrópicas que se están retirando de China hacia localizaciones más “económicas” (Idem).

Mientras el desarrollo tecnológico avanza en China, parece estar adquiriendo cierto peso un sector de trabajadores cuya fuerza de trabajo no resulta lo suficientemente barata ni posee los perfiles tecnológicos requeridos. Cuestión que a su vez se encuentra íntimamente relacionada al hecho de que China no puede continuar sosteniendo –también debido a la debilidad de la recuperación mundial- el modelo exportador que construyó el consenso chino-americano de las últimas décadas. Un consenso que –vale aclarar- se sostuvo sobre sus pies en los años pos Lehman y empezó a exteriorizar debilidades a partir del año 2014. Para seguir pensando derivaciones de la “deconstrucción” de los consensos, los límites al modelo exportador chino y su tortuosa –y necesaria- lucha por convertirse en algo más que la segunda economía mundial, están transformando al gigante asiático de un soporte para el modelo anglosajón en una amenaza potencial.

Hay ahí una suerte de diálogo profundo entre la economía y la política, al que venimos haciendo referencia hace ya tiempo. Si Donald Trump –por solo hablar del más shockeante de los fenómenos recientes- es el resultado de las características económicas particulares de la recuperación posterior a la crisis de 2008, la defunción del Tratado Transpacífico es una consecuencia -previsiblemente- derivada del ascenso de Trump.

Y el fin del Tratado Transpacífico, entre otras cuestiones de alto calibre como las aún inciertas consecuencias geopolíticas y económicas sobre la relación chino-norteamericana, le está cortando el aliento a países que, como Vietnam, se imaginaban como el “segundo taller del mundo” (ver Le Monde…) tras el encarecimiento de la mano de obra china y el cerco económico que se le dibujaba al gigante asiático si se concretaba el tratado. Es decir que la pretensión de eventuales “nuevos consensos” internos y externos, parecería estar quedando relegada al mundo de la ilusión.

Comienzan a ponerse en juego variados factores que como mínimo delinean una tendencia hacia la ruptura de los múltiples consensos construidos durante las últimas décadas, algunos de ellos prorrogados con bastante habilidad –como el chino-norteamericano- o forjados –como los elementos de coordinación interestatal- en el escenario pos Lehman.


Ser o no ser global…

Si Trump tiene el objeto de mostrarse a sí mismo como el representante del más radical de todos los cambios, lo cierto es que enfrenta la ímproba tarea de intentar conformar a sus electores –a quienes prometió el oro y el moro…- sin atacar demasiado las bases de la internacionalización del capital. Justamente una de las contradicciones actuales más flagrantes –venimos insistiendo sobre este asunto- es aquella que muestra que no es la catástrofe económica sino las derivaciones políticas de una crisis potencialmente catastrófica, el fenómeno que está colocando en el centro al “nacionalismo” y al –por ahora- discurso proteccionista.

Pero el tipo de “protección” al que pueden aspirar en las condiciones actuales las grandes empresas de origen norteamericano es naturalmente muy distinto al que pueden ansiar los hombres y mujeres -trabajadores comunes- para los cuales el “sueño americano” se está transformando en pesadilla. Aunque dicho un poco esquemáticamente, si la “protección” que persiguen los primeros tiene básicamente la forma de los mal llamados “Tratados de libre comercio” –una práctica habitual de las últimas décadas asentada en pactos sobre los derechos internacionales de los inversores-, la que buscan los segundos está asociada a una –difícilmente imaginable- reindustrialización de Estados Unidos. Un tercer sector -parte fundamental de los electores de Trump- lo integra la pequeña y mediana empresa naturalmente interesada en exenciones impositivas y un crecimiento del consumo interno, aunque a la vez estrechamente dependiente –en múltiples oportunidades, al menos- del trabajo súper barato de los inmigrantes ilegales.

Pero cuando Trump envía señales del carácter pretendidamente “real” de su discurso, sugiriendo que frenará la inmigración e impondrá fuertemente las importaciones, “amigos” y enemigos le saltan a la yugular. Por solo dar dos ejemplos, el iPod de Apple viene con un sello que dice “Hecho en China, diseñado en California” y la propia Boeing –la mayor empresa exportadora de bienes manufacturados de Estados Unidos- produce una porción significativa de las piezas de avión en Méxicodesde donde además importa –entre otros productos- cocinas para los aviones, sistemas de cableado, aires acondicionados, timbres y mantas de aislamiento. Pero no sólo las “top” estarían en problemas, sino también los empresarios tamberos…Las deportaciones podrían provocar la desaparición de más de7000 tambos que no tendrían quién les trabaje… Más allá de negociaciones parciales -como en el caso de Carrier, Ford o Boeing, entre otros- Trump no puede modificar cualitativamente una estructura de cadenas de valor diseñada para aprovechar múltiples ventajas en diversos rincones del planeta y construida con tanto “esmero” durante los últimos cuarenta años. Estructura que –de más no está repetir- constituyó la esencia de la salvación del capital posterior a la crisis del ’70. Es difícil imaginar cuál podría ser la nueva “gran empresa” capitalista que sustituya el armado neoliberal.

En el terreno que podríamos llamar “financiero” vale dejar planteado como interrogante –aunque no vamos a desarrollar el asunto aquí- si la previsible liquidación de la ley Dodd Frank y la resurrección de los proyectos de construcción de los polémicos oleoductos de Keystone XL y Dokota Access, implican una apuesta de Trump al armado de alguna nueva burbuja petrolera. Cuestión que empero nacería rodeada de múltiples contradicciones como la muy probable revaluación del dólar que –sin ser el único factor que lo determina- repercutirá negativamente sobre el precio de las materias primas incluido, por supuesto, el petróleo.

Con toda la incertidumbre que sigue sobrevolando la escena, lo cierto es que las políticas de Trump apuntarán como mínimo a una “reforma” de la globalización, asunto que –amén de las formas políticas, es claro- tiene elementos de contacto con las sugerencias de distintos liberales “aterrados” o neokeynesianos pro global, como Paul Krugman. El problema es que la idea de “reformar la globalización” con medidas proteccionistas –aunque sean débiles- tiene aroma a contrasentido y es muy probable que en su intento derrame crisis de todo tipo. En el plano interno, profundizando grietas en las alturas que tenderán a combinarse con la crisis de consenso latente. En el plano internacional, incrementando las fricciones –cuestión que ya es evidente- y tal como observamos desde esta misma columna, estableciendo un límite estricto a la “coordinación interestatal” que cumplió un rol tan destacado en la contención de la crisis durante los últimos años.

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