martes, 19 de enero de 2016

Aryentain, cuarenta días después




Para los lectores de Astroboy que no conocen la Argentina, les comentamos que hace menos de cuarenta días que asumieron las nuevas autoridades nacionales y provinciales, elegidas en comicios generales en Noviembre de 2015. Menos de cuarenta días.

Digamos que la nueva administración sacó el manual de Cómo Enervar a un País Entero en Más o Menos Un Mes, y la verdad es que, con tesón y con esfuerzo, los muchachos ya han logrado sacar de quicio a medio país. Un 25% adicional va a estar fuera de quicio prontito, digamos en Marzo.

La historia es más o menos la de siempre: sube una administración neoliberal al poder y más temprano que tarde hace mierda un país. Lo que sorprende en el caso argentino es la velocidad, chicos, la velocidad.

Lo que sigue es una serie de notas de opinión aparecidas el día de ayer en el diario Página/12. Se habla de todo un poco: balances, conflictos, rebeliones, e incluso del extinto partido Unión Cívica Radical. Como siempre, podrás estar de acuerdo, podrás no estarlo; lo que se pretende es entender. Vayamos a las notas:


Título: Balance imprescindible

Autor: Mario Toer (Profesor de Política Latinoamericana, UBA)

Epígrafe: “Las ideas son grandes en cuanto son realizables, o sea, en cuanto aclaran una relación real inmanente a la situación, y la aclaran en cuanto muestran concretamente el proceso de actos a través de los cuales una voluntad colectiva organizada da a luz esa relación (la crea) o, una vez manifiesta, la destruye y la sustituye. Los grandes proyectistas charlatanes son charlatanes precisamente porque no saben ver los vínculos de la ‘gran idea’ lanzada con la realidad concreta, no saben establecer el proceso real de actuación.” (Antonio Gramsci, Pasado y presente).

Texto: La cita me parece apropiada dado que en toda circunstancia donde se requiere un balance suelen aparecer, junto a las palabras oportunas, que suscitan reflexión, otras que solo manifiestan estados de ánimo o surgen de encuadres incorrectos que hacen desviar la atención de lo que es relevante. Una de las más trilladas es la que se obstina en lamentar que no se hayan tomado medidas decisivas para impedir que el poder real pudiese revertir la situación. Es la más falaz de todas, ya que desprecia el hecho de que la mayor parte de las veces, es precisamente ese poder el que se ingenia para evitar que tales medidas se tomen (aunque alguna vez se pierden oportunidades). El listado es conocido y alude a lo que podría haber hecho un poder popular controlando resortes clave, generalmente de la economía (cuando no del poder represivo o mediático) que hubiesen llevado a que las clases dominantes retrocedieran pidiendo disculpas y solicitando la escupidera.

Suele estar asociado este tipo de lamento al clamor de personajes que solicitan radicalidad y pretenden una revolución anticapitalista en la periferia cuando el siglo XX se cansó de darnos ejemplos de que las tesis de Marx y Engels sobre el papel precursor e ineludible del centro no era un aspecto lateral de su teoría. Sin ir más lejos, la pretensión de suponer que había que seguir los pasos de Venezuela y descalificar al gobierno de los Kirchner por su inconsecuencia ha sido sostenido ayer no más por los que hoy, con el diario del lunes, se suman a los que fustigan la “soberbia” de Cristina y a las vacilaciones de las organizaciones más cercanas a su entorno. Tamaña confusión deviene de la peripecia de empezar de adelante para atrás y no reconstruir los hechos históricos de la manera que se fueron dando. El período que estamos viviendo comenzó con la asonada de un coronel caribeño que después gana las elecciones prometiendo seguir el camino de Tony Blair y que recién a posteriori decide explorar un nuevo “socialismo”, diferente de los del siglo pasado. Y nosotros nos sumamos cuando un ala del dividido justicialismo sale segundo en las elecciones con un 22 por ciento, detrás del candidato del mismo partido que había sido considerado paladín del neoliberalismo en la región. Como es sabido, el primero se baja y permite el inicio de este periplo de doce años que a tantos ha sorprendido. Por cierto, en cada uno de los casos se encontraba como sustrato el enorme descontento popular con las arbitrariedades del neoliberalismo.

No hay mucho margen para los sabihondos presumidos. Todo fue aprendizaje. Y si el camino recorrido fue importante se debió a que, como dice el epígrafe, “las ideas son grandes en cuanto son realizables, o sea, en cuanto aclaran una relación real inmanente a la situación”. Y de eso se trató. Y la relación de fuerzas dio para este recorrido. No es un razonamiento conformista. Como tantos, he lamentado y señalado desaciertos. Aquí y en Venezuela tenemos que develar todas las limitaciones y errores para que la próxima ola, como nos dice Alvaro García Linera, sea más honda y carcoma en mayor profundidad las defensas de la costa. Pero para eso hay que alinear las ideas de cierta manera, en la perspectiva de afirmarse en lo que hemos avanzado y desde allí ver cómo proseguir. Sin resignación ni voluntarismo. Será lo que permita entrever “concretamente el proceso de actos a través de los cuales una voluntad colectiva organizada da a luz esa relación (la crea) o, una vez manifiesta, la destruye y la sustituye”.

De otra manera, la queja alimenta recelos o estimula vanidades que no hacen más que entorpecer. Los candidatos que disputaron la última elección no fueron voluntad antojadiza ni producto del dedo de nadie sino la manera, enrevesada quizá, en que emergió toda esta historia que tiene como actor principal a un movimiento que nació con dos almas desde el primer día y produce estos realineamientos que no van a terminar y a los que no se puede desatender, dado que involucran al grueso de los protagonistas necesarios en la apertura de un nuevo curso. No queda otra que seguir fortaleciendo el ala más consecuente y evitar que “los otros” hagan pata ancha. Sumando por cierto a quienes, desde otras historias, quieren nutrir el campo popular. Para tales multitudes, tales liderazgos. ¿Que alguna vez puede surgir algo nuevo desde otro sitio? Puede ser. Pero no será como consecuencia de la lucidez de un “gran proyectista”, sino de algún movimiento formidable que emprendan las mayorías... Y menos cuando existen liderazgos ampliamente reconocidos como al que le dijimos hasta pronto en la plaza el 9 de diciembre. Así ha sido hasta ahora y, si alguien vio algo diferente en algún proceso histórico relevante, no le recomendaron la bibliografía correspondiente.


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Título: Democracia, conflicto y rebelión: (1) Elogio y replanteo de la grieta

Autor: Mempo Giardinelli (Escritor)

Texto: En los últimos años nos acostumbramos a la promocionada idea de “grieta” como parteaguas de la sociedad argentina, supuestamente responsabilidad canalla del kirchnerismo. Los mentimedios bombardearon al país con eje en la prédica corrosiva de Radio Mitre, TN y otros instrumentos ideológicos de quienes lograron finalmente acceder al poder, y ahí están, estos días, borrando una por una sus mentiras electorales.

La grieta, en realidad, ni era kirchnerista ni era algo nuevo en la Argentina, que siempre fue, desde los inicios como nación hace 200 años, una sociedad muy compleja, dinámica, conflictiva y conflictuada, siempre en pugna. Cierto que con enormes virtudes y extraordinarios recursos naturales, pero también con gravísimas taras históricas que no se han podido superar. Dos de ellas: el comportamiento irracional de las burguesías urbanas acomodadas, en general poco y mal educadas, de maciza ignorancia y casi nulo espíritu solidario por un lado. Y por el otro el comportamiento irregular de vastos sectores marginales con demasiado resentimiento y también muchísima ignorancia.

Si se observa el abismo histórico entre ambas grandes franjas, se ve, primero, que esa grieta es parte constitutiva, y desdichada, de la vida nacional. Lo que también sirve para explicar la decadencia de las relaciones comunitarias en las últimas décadas, y para desmentir la estúpida nostalgia que suelen sentir los sectores privilegiados, que añoran una Argentina supuestamente desarrollada y de gran poder económico durante la primera mitad del Siglo XX. Lo cual es otra mentira promocionada por los mismos mentimedios, pues la verdad es que la Argentina de casi todo el Siglo XX fue un país muy injusto e inequitativo.

Entre 2003 y 2015, cuando se acusó alevosamente al kirchnerismo de provocar una supuesta grieta acerca de la cual se dijeron tantas idioteces, en realidad este país vivió su mejor presente en materia de equidad social, igualdades internas y autonomías soberanas. Cierto que el kirchnerismo, y sobre todo en los últimos cuatro años, cometió errores garrafales y necedades políticas que hoy se pagan carísimo. Cierto que hubo oídos cerrados a las advertencias y pedidos que muchos hicimos, pero el balance de 12 años de kirchnerismo sigue siendo positivo y es lo que explica la todavía serena esperanza de una ciudadanía que espera respuestas que no llegan y que son ya urgentes. Tanto como el surgimiento de nuevas dirigencias que reanuden lo mejor de esa gesta maravillosa e imperfecta. Por eso esta columna se definió siempre como no kirchnerista, pero acompañando sus mejores decisiones económicas y sociales, y su ejercicio de soberanía y autodeterminación.

La grieta como elemento de análisis de la realidad nacional contemporánea es un concepto engañoso. Esta sociedad lleva dos siglos dividida y el kirchnerismo fue sólo una etapa más. Y etapa entusiasmante si se recuerda que la Argentina de hoy es más consciente de sus derechos civiles; de la necesidad de memoria, verdad y justicia en el combate moral contra la impunidad de los genocidas, y de haber vivido un período de independencia económica e inclusión social tan original como tenaz.

Pero no se trata de enumerar nostalgias. Mucho más útil es tener presentes los errores para no repetirlos: el nulo esfuerzo por la transparencia y la imperdonable tolerancia ante actos de corrupción; la pésima política ambiental y el constante aval a gobernadores-caciques provinciales. Y el no haber sabido dialogar, que es premisa básica de la democracia y del ejercicio del poder.

Claro que todo lo anterior no es grieta; es recuento nomás. Y es alerta, también, porque los que hoy gobiernan están practicando, lamentablemente, una rápida sucesión de venganzas políticas, económicas y sociales. Y no se dan cuenta o no les importa, pero están incendiando irresponsable y colonizadamente al país. Como dijo Víctor Hugo Morales, están yendo incluso más allá de lo que les han de pedir sus patrones multimediáticos, que son antidemocráticos, prebendarios, cínicos y mentirosos, pero no tontos.

Lo cierto es que con represiones como en La Plata; con la desocupación galopante y la inflación ídem que han desatado; con la censura restablecida y un grotesto antijurídico para arrasar con la Afsca y la Ley de Medios; y ahora con la criminalización de Milagro Sala y todo con la complicidad y bendición de la Justicia más abyecta de esta república, el macrismo sobreactúa mientras camina, soberbio, hacia su propio funeral.

No son buenas noticias ni siquiera desde una nueva perspectiva opositora, porque por este camino pueden llevarse puestas la paz y la democracia. Que son los principales bienes, inclaudicables, que debemos preservar.

El imperativo de la hora es resistir con principios, memoria y firmeza, y rechazar la violencia que están reinstalando en la república. Por soberbios o necios, colonizados o resentidos, y acaso por un poco de todo, están llevando a nuestro pueblo hasta el borde de un precipicio en el que no querrá caer. A sujetos como el Sr. Ritondo, la Sra. Bullrich o el jujeño Sr. Morales la represión es el único camino final que se les ocurre y no les importará matar centenares como en 1956, o decenas como en diciembre de 2001. En su ideología, no importa la muerte de los que se oponen; siempre fueron así.

Por eso es menester estar alertas para evitar el caos y la violencia, para no caer en provocaciones ni entrar en la lógica antidemocrática que está en el fondo ideológico del macrismo más duro, que es el más corrupto y el más capaz de cualquier acción feroz.

Por eso esta columna insiste en que lo primero y principal es reorganizarnos para que el ideario nacional y popular, de soberanía, equidad y autodeterminación, gane abrumadoramente las elecciones legislativas de 2017 y renazca en 2019 para lograr de una vez una Argentina para todos y todas pero en serio: sin grietas, venganzas ni resentimientos. Es difícil, pero en política nada es imposible.


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Título: Democracia, conflicto y rebelión: (2) La desobediencia civil

Autor: Ariel Colombo (Politólogo)

Texto: Cuando una sociedad, o una parte de ella, se enfrenta a gobiernos elegidos según algún principio liberal representativo, y descubre tal como lo preveía que no solo sus decisiones son antinacionales, antipopulares, antiestatales, antimayoritarias, con una violencia simbólica y material, e incluso física, indecibles, sino que también están a cargo de delincuentes de guante blanco, integrantes de una burguesía sobreasalariada pertenecientes a corporaciones extranjeras y locales, protegidos por medios de comunicación protofascistas y neomafiosos, puede apelar a tres mecanismos de resistencia, uno de los cuales es muy diferente a los otros dos.

Uno de estos últimos es tratar de influir a través de los parlamentarios, impulsarlos y condicionarlos, y organizarse para ganar las próximas elecciones. Con todo lo necesaria que es, esta vía tiene la obvia dificultad de que la transacción parlamentaria entre mayorías y minorías, la desigualdad en los medios de partidos y ciudadanos, la asincronía entre el cronograma comicial con la afectación de necesidades y derechos básicos, la división vertical y horizontal de poderes que se vetan, y paralizan, recíprocamente, pueden alargar indefinidamente la resistencia, u obtener resultados frustrantes o contraproducentes. El otro mecanismo es protestar, por medio de huelgas, denuncias, manifestaciones y concentraciones en las calles, piquetes, y todo el repertorio de dispositivos conocidos. La movilización, en estos términos es igualmente imprescindible, pero desgastante. Están además los problemas de coordinación, la desinformación de la sociedad, la persecución y las balas de goma o de otro tipo. Finalmente, existe una tercera instancia, que ahora conviene describir con cierta precisión o profundidad, dado el contexto.

La desobediencia civil es una transgresión de la ley y/o de la Constitución. Una impugnación a través de un acto que no se funda más que en sí mismo, político en estado puro, al que le son constitutivas reglas de justicia procesal perfecta. Esto significa que, al margen de cuáles sean sus contenidos o demandas, encuentra su legitimidad en reglas de validez inmanentes que equivalen en jerarquía al ejercicio popular del poder constituyente, y que se halla por encima de la Constitución nacional en tanto las ponen en ejercicio como criterio último de crítica de cualquier disposición vinculante. Más allá de la inequidad, y de los fundamentos sustantivos para cuestionarla, el acto de transgresión se vale de esas reglas para exhibir que, de haberse empleado un procedimiento más justo, también hubiese sido otra la decisión. Esta fue la posición, por ejemplo, de la fracción minoritaria del movimiento antinuclear inglés conducido por Bertrand Russell. Puede demostrar, de acuerdo con ellas, que el procedimiento es o ha sido empleado no como tal sino como instrumento de intereses o poderes beneficiarios de la inequidad impugnada.

Ahora bien, el problema con la desobediencia civil es que esas mismas reglas inherentes imponen exigencias extremas a la voluntad de resistir. Primero, es recursiva, lo que quiere decir que se aplica a sí misma las reglas en base a las cuales cuestiona a las vigentes. De la coherencia demostrada extraerá su fuerza, que es la de lo político. La desobediencia civil no es una política determinada; no es tampoco un poder, ni fáctico ni fundado en derechos. Es pacífica, no es dirigida contra las personas imputadas de cometer injusticia, ni afecta a terceros puesto que carga con todas las consecuencias punitivas y responsabilidades legales de un acto ilegal, y evita que los no involucrados puedan sufrirlas. En ella las personas exponen sus vidas, no sus organizaciones o sus identidades, inmediata y abiertamente. Tercero, es democrática, pero de un modo que no admite delegación o mediación. Decide quien participa y participa quien decide. Carece de intérpretes y de representantes puesto que descarta toda negociación o concesión. Es, por ello, una forma de democracia directa, cuyos resultados son reivindicados, mediatamente, por quienes probablemente no han sido sus protagonistas. Cuarto, es pública, en doble perspectiva: puede demostrar argumentativamente, ante cualquier interlocutor, las razones para actuar de ese modo, y a la vez amplía el espacio y el tiempo públicos, incorpora materias a discutir y conflictúa la agenda dominante, obliga a definirse a sus enemigos y a tomar posición a sus adversarios, sumerge en la incertidumbre a los poderosos, coloca a los poderes públicos ante la disyuntiva de ejercer la coacción estatal o de resolver el problema.

Pero son exigencias difíciles de cumplimentar todas a la vez, y, sin embargo, únicamente los actos de rebelión como actos de justicia poseen el status de lo político más allá de la competencia partidaria y de las reacciones sociales. Tampoco es imposible encontrar en nuestra memoria casos ejemplares de nuestra historia de la segunda mitad del siglo XX que las reunieron a casi todas, teniendo un impacto a corto y a largo plazo que cambió decisivamente las coordenadas políticas. Las luchas del Frigorífico Lisandro de la Torre, las huelgas y movilizaciones promovidas por el sindicato cordobés de Luz y Fuerza con la dirección de Agustín Tosco, el Movimiento de los Derechos Humanos liderado por Madres y Abuelas, el primer Cutralcazo.


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Título: Unión Cívica

Autor: Julio Maier (Profesor consulto de Derecho Penal y Derecho Procesal Penal, UBA)

Texto: Creo que así se llamaba el partido de Leandro Alem cuando pronunció esas dignas palabras: “Que se rompa pero que no se doble”. Luego Alfonsín, siguiendo el mismo camino, advirtió que acostumbrarse a perder elecciones era, sin embargo, el derrotero correcto y digno antes que convertirse en conservadores. Por supuesto, no conocí a Alem y conocí escasamente a Alfonsín, pero me animo a vaticinar que, si ambos vivieran ahora, terminarían por pronunciar las mismas frases y acto seguido vomitar ante los excrementos de su partido. Verdaderamente lo siento íntimamente, pues, aun cuando mi formación europea me cerró las puertas de estos partidos abiertos desde joven –antiguamente, pues hoy en día socialismo y conservadurismo son, a la manera de republicanos y demócratas de Norteamérica, más o menos lo mismo, consumidos por el capitalismo y las finanzas– en mi casa y por vía de mis padres y algunos amigos de ellos se respiraba radicalismo.

Como en el cambalache del tango inmortal de Discépolo la cosa se dio vuelta, porque hoy “da lo mismo ser derecho que traidor”, frase que, despejados los paréntesis, expresa precisamente lo contrario: “que se doble, pero que no se rompa”. Sin embargo, más tarde o más temprano, sobrevendrá el final del partido centenario, parte de nuestra nacionalidad. No puedo imaginar cómo los radicales pueden aliarse al conservadurismo y, peor aún, al conservadurismo de Macri –siempre para ellos, con razón, una mala palabra en épocas previas– por un puñado de poder provincial o parlamentario, resignarse a ser menos que segundones políticos de ellos y a defender y tolerar formas de gobierno abiertamente autoritarias. Ellos, los dirigentes actuales, van a tener que responder ante la ciudadanía, ante Alem, Illia, Alfonsín y los cordobeses, ante Amadeo Sabattini, por esta traición sin límites.

Seré sincero, aun siendo muy joven mi almita familiar me transformó en un curioso “contrera” del peronismo, al que le alababa ciertas batallas culturales –como su facilidad para pensar en los pobres y sumergidos, en los obreros–, pero le reprochaba métodos y formas de gobierno en abierta pugna con un Estado democrático, como la utilización política de la cárcel y la necesidad del exilio para políticos opositores –¿recuerdan a Alfredo Palacios exiliado en Uruguay?–, la intervención federal casi perpetua de mi provincia, las leyes penales antidemocráticas, ciertos manejos electorales turbios, la discriminación infantil por intermedio de la introducción de la religión católica en las escuelas estatales y no estatales, el asalto a la Universidad. No estoy arrepentido de ese modo de pensar. Sólo expresaré que hoy comprendo a los peronistas, pues reconozco lo imposible que habrá sido en aquella época defender a los que hoy siguen llamándose despectivamente “negros” –gentilicio que volví a escuchar en esta Nochebuena en boca de alguien idiota– y estimo que yo mismo hubiera reaccionado de esa manera de tener que escuchar mil veces por día la palabra “yegua” referida a mi esposa o a mi madre, las imputaciones de ladrones, cuando al frente tengo a un supermillonario inculto que nunca intentó –tan siquiera– trabajar, cuya familia nunca rindió cuentas acerca de cómo coleccionó esa cantidad de cosas y dineros y, más aún, se le conocieron negocios turbios que, en algún caso, evitaron la reacción penal mediante acuerdos con sus perseguidores, permitidos hoy en materia penal, pero extraños a las buenas costumbres.

No he sido funcionario del gobierno anterior. Más aún, hasta supongo que, en algún punto o en algún funcionario debe estar teñido por la corrupción, que parece inevitable en el seno del poder económico-político actual. Pero ello no me impide reconocer ninguno de los métodos antidemocráticos, por mí criticados históricamente, si hubieran sido utilizados por ese gobierno. No hubo presos políticos, no se utilizó a la policía ni a los militares como fuerzas de choque, se expandieron derechos y no hubo discriminación, hoy penada por ley, a pesar de no tener mayoría legislativa siempre acudió a pelear parlamentariamente las mayorías necesarias, hasta se bajó del pedestal del poder cuando no las obtuvo –ejemplos: las retenciones agrarias que planeó un ministro hoy del otro lado, traicionero, y el nombramiento de la actual Procuradora General de la Nación que reemplazó al Dr. Righi–, el reconocimiento a ciertos demócratas extrapartidarios.


Me apena el triste final del radicalismo y también del socialismo, a quienes tuve por compañeros en mis días de reformista universitario. He experimentado traiciones, pero como ésta antes sólo una.

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