Lo notable de esta nota de Jean-Claude Paye para Red Voltaire no es la suspicacia con que trata las versiones oficiales de supuestos atentados terroristas (más probablemente, operaciones de “inteligencia”) sino la forma en que analiza y describe los mecanismos psicológicos que el ciudadano padece en el proceso de asimilación de tanta carne podrida.
El
autor califica de psicosis colectiva al proceso de asimilación de tantos
cuentos chinos. ¿Por qué habríamos de asimilarlos? Porque el cuento es tan absurdo que genera un sentido de fragmentación de la persona, mientras que su creencia ciega reúne nuevamente a la persona con el emisor de la misma (el gobierno), provocando así una falsa sensación de unidad.
Astroboy piensa que la explicación de esto es aun más simple, y tal vez complementaria: nos negamos a decir que las operetas (9/11, Charlie Hebdo) son operetas porque, si lo fueran, este conocimiento nos revelaría una faceta tan espectacularmente hedionda de nuestras democracias y gobiernos que preferimos, optamos por no creerla. Rajá, conspirativo de miurddddddd...
Título: Y siguen
apareciendo pasaportes
Epígrafe: Uno no
sabe si reírse o llorar. Desde los acontecimientos del 11 de septiembre de
2001, no hay un atentado terrorista cuyos presuntos culpables no se las
arreglen para dejar sus papeles de identidad al alcance de los investigadores.
Para el sociólogo Jean-Claude Paye, la aparente estupidez crónica y repetitiva
de los terroristas no es otra cosa que un truco del Poder para asustar a la
ciudadanía. ¿Cuál es la lógica? La versión oficial es tan absurda que no
podemos, ni debemos, dudar de ella.
Texto: Durante la
investigación de las masacres de París, se encontró un pasaporte sirio cerca de
los restos de uno de los kamikazes del Stade de France. Ya designado por el
presidente Hollande como responsable de los atentados, el «Estado Islámico»
reconoció ser responsable de esos actos. Para el gobierno francés, que había
declarado querer intervenir en Siria contra el «Estado Islámico» –cuando en
realidad quiere hacerlo contra la República Árabe Siria y contra su presidente
constitucional Bachar al-Assad, de quien sigue diciendo que «tiene que irse»–
se trata de un indicio importante destinado a justificar una operación militar.
Pero no es el
gobierno francés el único que recurre al procedimiento del doble discurso
apoyando una organización a la que se designa como enemigo y nombrando
terroristas a individuos a los que anteriormente se designaba como «luchadores
de la libertad». La fabricación de su propio enemigo se ha convertido en el eje
de la estrategia occidental, lo cual nos confirma que en la estructura imperial
no hay separación entre el interior y el exterior, entre el derecho y la
violencia pura, entre la ciudadanía y el enemigo.
En Bélgica, el
predicador musulmán Jean-Louis Deni está enfrentando acciones legales «por
haber incitado jóvenes a irse a la yihad armada en Siria», ya que se sospecha
que tuvo contactos con Sharia4Belgium, grupo calificado como «terrorista»,
contactos que niega el acusado. Su abogado destacó el doblepensar de la
acusación cuando señaló en su alegato ante el tribunal correccional de Bruselas:
«Se ha empujado a niños hacia los brazos del Estado Islámico en Siria y son los
servicios [de inteligencia] de ustedes quienes lo han hecho» [1]. El abogado
defensor apoyó sus acusaciones resaltando el papel que ha desempeñado en el
caso un agente infiltrado de la policía federal.
El regreso del
significante
En cuanto a las
masacres perpetradas en París, parecería que una de las primeras preocupaciones
de los terroristas es hacerse identificar lo más rápidamente posible. Pero esa
paradoja apenas nos sorprende. El documento de identidad, hallado
milagrosamente, que designa claramente al autor de los atentados que acaban de
cometerse, se ha convertido en un clásico. Se ha hecho incluso repetitivo,
repetición que siempre designa a un culpable perteneciente a un «movimiento
yihadista».
En la versión
oficial del 11 de septiembre, el FBI afirmaba haber hallado el pasaporte
intacto de uno de los kamikazes cerca de una de las dos torres pulverizadas por
explosiones que desprendieron una temperatura capaz de derretir el acero de las
estructuras metálicas de aquellos inmuebles pero que dejaron intacto un
documento de papel. La caída del cuarto avión, que se estrelló a campo abierto
en Shanksville, también permitió a la policía federal encontrar el pasaporte de
uno de los presuntos terroristas. Ese documento, parcialmente quemado, permite
sin embargo identificar a su titular porque podían verse su nombre, su apellido
y su foto. Pero del avión no quedaba más que un cráter de impacto, ni siquiera
un pedazo de fuselaje, sólo este pasaporte parcialmente quemado.
Lo increíble como
demostración de la verdad
En el caso de la
masacre de Charlie Hebdo, los investigadores encontraron el documento de
identidad del mayor de los hermanos Kouachi en el automóvil abandonado en el
noreste de París. A partir de ese documento, la policía se da cuenta de que se
trata de individuos ya conocidos en los servicios antiterroristas, son los
«pioneros del yihadismo francés». Ya se puede iniciar la «persecución». ¿Cómo
es posible que asesinos capaces de cometer un atentado con una sangre fría y un
control de sí mismos calificados como dignos de profesionales cometan un error
tan grande? No “trabajar” con sus papeles de identidad a cuestas es una regla
elemental para el más simple ladronzuelo.
Desde el 11 de
septiembre de 2001, lo increíble se ha convertido en parte de nuestra
cotidianidad. Se ha transformado en la base de la verdad. La Razón ha sido
expulsada de nuestro entorno. No se trata de creer lo que se dice sino más bien
de aceptar lo que dice la voz que habla, sea cual sea el sinsentido que se
enuncie. Mientras más evidente sea ese sinsentido, más ciega tiene que ser la
creencia en lo que se afirma. Lo increíble se convierte así en medida y
garantía de la verdad.
Prueba del ello
es el discurso sobre los casos de Mohamed Merah o de Nemouche. Cercado por
decenas de policías, Merah supuestamente logró, burlar la vigilancia de las
fuerzas especiales, salir de su domicilio y regresar después a ese lugar para
que allí lo abatiera un «francotirador» que supuestamente le disparó en
«defensa propia» y con «armas no letales». Merah supuestamente salió de su casa
para llamar desde un teléfono público, con intenciones de «esconder su
identidad», cuando reconoció su culpabilidad telefoneando a una periodista de
France24 [2].
En lo
concerniente a Nemmouche, el autor de la matanza del Museo Judío de Bruselas,
este personaje no se deshizo de su armamento porque… lo importante para él era
revenderlo. Y no se le ocurrió nada mejor que recurrir al medio de transporte
internacional más vigilado, transportando las armas que ya había utilizado en
un autobús de la línea Ámsterdam-Bruselas-Marsella. Lo que supuestamente
permitió su arresto fue un «control de aduana inesperado».
El choque
emocional como recurso para construir «la unidad nacional»
En todos los casos,
el carácter totalmente increíble de lo que nos presentan nos hace incapaces de
reaccionar, nos petrifica, como la mirada de la Gorgona. Nos muestra que hay
algo que no funciona en el discurso. Exhibe una falla cuyo efecto no es
engañarnos sino fragmentarnos. El relato del desarrollo de los atentados es una
exhibición impuesta al espectador. Escapa a toda representación y tiene un
afecto paralizante. Esta última resulta no tanto del
carácter dramático de los hechos como de la imposibilidad de descifrar lo real.
El espectador sólo puede entonces hallar una apariencia de unidad acentuando su
propia credulidad ante lo que se le dice. Se produce entonces una fusión entre
el espectador y quien dice lo enunciado. Se hace conveniente renunciar a
distanciarse de lo que se dice y se muestra, hay que renunciar a preguntar o a
recobrar la palabra. La unidad nacional, la fusión entre vigilantes y
vigilados, puede entonces instalarse.
La exhibición de
las fallas del discurso sobre todos estos atentados tiene como efecto el
surgimiento y propagación de una sicosis y la supresión de todo mecanismo de
defensa, no sólo ante determinados actos o declaraciones sino ante cualquier
acción o declaración del poder, por ejemplo ante leyes como la ley sobre la
información de inteligencia, que saca la vida privada de las libertades
fundamentales.
Un acto de guerra
contra los pueblos
La ley [francesa]
sobre la información de inteligencia, votada en junio de 2015, proyecto que ya
tenía más de un año, nos fue presentada como una respuesta a los atentados
perpetrados contra el semanario humorístico Charlie Hebdo. Esa ley autoriza
sobre todo la instalación de «cajas negras» en los proveedores de acceso a
internet para capturar en tiempo real los metadatos de los usuarios. También
permite la instalación de micrófonos, de dispositivos de localización, de
cámaras y de programas informáticos espías.
Quienes se verán
sometidos a esas técnicas especiales de investigación no son los agentes de una
potencia extranjera sino la población francesa. Así pasa esta a ser tratada
como enemiga de un Poder Ejecutivo, que tiene en sus manos el poder de decisión
y el «control» de esos dispositivos secretos. Utilizando como pretexto la lucha
contra el terrorismo, esta ley legaliza una serie de medidas que ya venían
aplicándose, poniendo así a la disposición del Ejecutivo un dispositivo
permanente, clandestino y prácticamente ilimitado de vigilancia sobre la ciudadanía.
La ausencia total
de eficacia en la prevención de los atentados nos confirma que no eran los
terroristas sino, efectivamente, los pobladores de Francia quienes estaban en
la mirilla de esa ley. Al modificar la naturaleza de los servicios de inteligencia,
pasando del contraespionaje a la vigilancia sobre la ciudadanía, esta ley es un
acto de guerra contra la población de Francia. Las masacres que acabamos de ver
en París son la parte real de esa guerra.
Notas:
[1] Julien
Balboni, «Procès de Jean-Louis Denis : ’’Le parquet fédéral a envoyé des jeunes
en Syrie"» , DH.be, 12 de noviembre de 2015.
[2] Ver, de
Jean-Claude Paye y Tülay Umay, «L’affaire Merah (4/4): Le changement en se
taisant: la parole confisquée», Réseau Voltaire, 30 de octubre de 2012.
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