domingo, 27 de junio de 2021

Yalta II?



Siempre son interesantes las notas editoriales del amigo Thierry Meissan en Red Voltaire. Siempre tienen ese "food for thought" que dicen los gringos, aunque no siempre estemos de acuerdo con sus premisas y/o conclusiones. Por eso posteamos hoy dos notas aparecidas casi sucesivamente en su sitio web. Acá van: 


Título: FORMACIÓN DE UN NUEVO ORDEN MUNDIAL – ‎1ª PARTE

Subtítulo: ‎¿Por qué un Yalta II?‎

Epígrafe: Estados Unidos no es la hiperpotencia mundial que soñó ser. En Siria, acaba de sufrir ‎una tremenda derrota militar, a pesar de haber tenido el apoyo de cientos de países ‎aliados. Y ahora, aunque esos aliados de Estados Unidos sigan haciéndose ilusiones, ‎ha llegado el momento de saldar cuentas. Para sobrevivir, Washington no tiene más ‎opción que aliarse a uno de sus adversarios. ¿Optará por Rusia o por China? Ese es el dilema. ‎

Texto: El 3 de mayo de 2021, en una reunión preparatoria con vista a la cumbre del G7, el ministro de ‎Exteriores británico, Dominic Raab (en primer plano), y el secretario de Estado, Antony Blinken ‎‎(al fondo), daban a entender que Occidente combatiría simultáneamente a Rusia y a China. ‎Pero lo que se vio en el G7 fue muy diferente.

No es posible vivir en sociedad sin reglas. Si esas reglas son injustas, nos levantamos ‎contra ellas y las cambiamos. Es algo inevitable porque aquello que en algún momento pudo parecer ‎justo puede dejar de serlo al cabo de cierto tiempo. En todo caso, se necesita un
orden y ‎sin orden todos acaban siendo enemigos de todos. Así sucede entre las personas y lo mismo ‎pasa entre los pueblos. ‎

En 1945, la conferencia de Yalta sentó las bases de una división del mundo en zonas de influencia ‎entre los tres grandes vencedores de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, Reino Unido y, ‎sobre todo, la Unión Soviética. Después, a lo largo de la guerra fría, cada
bando insultó ‎públicamente al otro, aunque siempre acabaron entendiéndose por debajo de la mesa. ‎La investigación histórica ha demostrado que, aunque en diferentes momentos lo acordado ‎en Yalta pudo haber volado en pedazos y dar paso al enfrentamiento, los insultos estaban ‎destinados más bien a consolidar la unidad dentro de cada bando. ‎

Ese modus vivendi se mantuvo hasta la desaparición de la URSS, en 1991. ‎Desde entonces, Estados Unidos ha pretendido ser la única hiperpotencia capaz de organizar ‎el mundo, lo cual no ha logrado. En numerosas ocasiones, China y Rusia –esta última heredera ‎de la URSS– han tratado de redistribuir las cartas. Tampoco lo han logrado, pero han avanzado ‎en ese sentido. Reino Unido, que se había incorporado a la Unión Europea durante la guerra fría, ‎acaba de abandonarla para volver a competir en el escenario internacional –según la doctrina ‎denominada «Global Britain». Por consiguiente, ya no son tres sino cuatro las potencias que ‎aspiran a repartirse el mundo. ‎

Como resultado del periodo de confusión 1991-2021 –desde la Operación Tormenta del Desierto ‎hasta el «rediseño del Medio Oriente ampliado»–, la ambición de Estados Unidos acabó ‎naufragando en Siria. Estados Unidos ha demorado años en admitir su derrota. Las fuerzas ‎armadas de la Federación Rusa disponen actualmente de armas mucho más avanzadas y las de la ‎República Popular China cuentan con personal mucho más calificado. Es urgente para Washington ‎tomar en cuenta la realidad y aceptar un acuerdo, sin lo cual
acabará perdiéndolo todo. Ya ‎no se trata de escoger lo que pueda resultarle más ventajoso sino de hacer lo necesario con tal de sobrevivir.
‎ ‎
Los aliados de Estados Unidos no han entendido la importancia de la catástrofe militar que ‎sufrieron en Siria. Siguen engañándose a sí mismos y persisten en presentar ese importante ‎conflicto –en el cual participaron más países que en la Segunda Guerra Mundial– como
una ‎‎«guerra civil» que estalló en un pequeño y lejano país. Así que será particularmente difícil ‎para ellos plegarse a los constantes retrocesos de Washington. ‎

Un Yalta II es la última oportunidad para el Reino Unido. Lo que fue «el imperio donde el sol ‎nunca se oculta» ya no cuenta con los medios militares necesarios para concretar sus ‎ambiciones. Pero conserva una habilidad de maniobra excepcional y el enorme cinismo que ‎le valió ser llamado «la pérfida Albión», así que participará en cualquier arreglo que ‎le garantice algún tipo de ganancia. Poniendo en juego los rasgos culturales que tiene en común ‎con Estados Unidos, así como sólidas redes de influencia, Reino Unido se desliza en los pasos de ‎la administración estadounidense. La Pilgrim’s Society (Asociación de los Padres Peregrinos), muy ‎presente en el seno de la administración Obama, está ahora de regreso en la Casa Blanca. ‎

Rusia no es la URSS –la mayoría de los dirigentes soviéticos no eran rusos. El objetivo de Rusia ‎no es lograr el triunfo de una ideología. La política exterior rusa no se basa en una nebulosa ‎teoría “geopolítica” sino en la proyección de su fuerte personalidad como país. Rusia está más ‎dispuesta a pasar por alto sus intereses que a renegar de sí misma. ‎

China ha superado enormes problemas sin ayuda de nadie. Así que no está en deuda ‎con nadie, sobre todo tratándose de quienes trataron de acabar con ella a principios del ‎siglo XX. El objetivo de China es, ante todo, recuperar su zona de influencia regional y comerciar ‎con el resto del mundo. China sabe esperar pero no está dispuesta a hacer concesiones. Hoy es ‎aliada de Rusia, pero recuerda el papel que el imperio ruso desempeñó en su colonización y ‎no ha abandonado sus reclamos territoriales sobre la Siberia oriental.
 ‎
En pocas palabras, cada una de estas cuatro potencias actúa según su propia lógica y todas ‎persiguen objetivos diferentes. Eso hace más fácil llegar a un acuerdo, pero dificulta que ‎lo respeten. ‎

En Washington, el Pentágono creó un grupo de trabajo encargado de reflexionar sobre las ‎opciones posibles ante China, adversario al que Estados Unidos teme más que a Rusia ya que ‎todo lo que Pekín logre recuperar en su zona regional de influencia será en detrimento
de las ‎posiciones de Washington en Asia. Por su parte, la Casa Blanca formó un grupo de trabajo ‎ultrasecreto que debe plantear las nuevas órdenes posibles. El grupo de trabajo del Pentágono, ‎llamado DoD China Task Force, ya entregó su informe, cuyo contenido es
secreto. En cuanto al ‎de la Casa Blanca, nadie sabe si ha terminado o no sus trabajos. ‎
Este último grupo es el que tiene en sus manos el destino de Estados Unidos y hasta la identidad ‎de sus miembros se mantiene en secreto. Es evidente que son más poderosos que un presidente ‎senil. ‎Este grupo goza de un poder de decisión comparable al del Grupo
de Desarrollo de la Política ‎Energética Nacional (National Energy Policy Development Group), creado y dirigido por Dick Cheney bajo la administración de ‎George Bush hijo.

Nada permite saber, por ahora, si el grupo de trabajo creado en la Casa Blanca representa ‎objetivos políticos o intereses financieros. Lo que sí está claro que el mundo internacional de la ‎finanza está influyendo tanto en la OTAN como en la Casa Blanca. Su objetivo no es
modificar ‎las alianzas sino más bien disponer de la información necesaria para poder adaptarse ‎discretamente a los cambios y conservar su posición predominante. ‎

Los desplazamientos de los diferentes enviados especiales de Washington hacen pensar que la ‎administración Biden ya optó por reinstaurar el duopolio que caracterizó los tiempos de la ‎guerra fría. Para Washington, esa es la única posibilidad de evitar una guerra contra una ‎alianza ruso-china, conflicto en el que Estados Unidos tendría muy pocas posibilidades de ‎sobrevivir. ‎Pero esa opción implica que Washington tendría que comprometerse a defender la integridad de ‎la Siberia rusa ante los reclamos de China y que Moscú decida reciprocar esa actitud defendiendo ‎las bases y posesiones de Estados Unidos en la zona de influencia de
China. ‎Esa opción supone también que Washington reconozca la preeminencia económica de China ‎a nivel mundial, pero también permitiría a Washington contener políticamente a China para que ‎nunca logre convertirse en una potencia mundial en todo el sentido de ese término. ‎

China sería entonces el único verdadero perdedor ya que seguiría viéndose privada de su zona de ‎influencia y quedaría “arrinconada” en el plano político. Sin embargo, sería posible apaciguarla –‎por ahora– permitiéndole recuperar Taiwán, territorio que el grupo de trabajo
del Pentágono ‎cataloga ahora –desde hace una semana– como «no esencial» para Estados Unidos ‎‎ [1]. ‎

Hay que entender que el principal obstáculo que enfrenta Estados Unidos es de orden ‎mental. Desde 2001, Washington está convencido de que la inestabilidad le favorece. Por eso ‎alimenta y utiliza a los yihadistas en todas partes del mundo, en aplicación de la doctrina
‎Rumsfeld-Cebrowski ‎ [2]‎‏. Pero la idea de un acuerdo como ‎el de Yalta es, por el contrario, una apuesta de las partes por la estabilidad… precisamente lo que ‎Moscú predica sin descanso desde hace más de dos décadas. ‎

El presidente Biden planeó reunirse con sus socios británicos para fortalecer su alianza según el ‎modelo de la Carta Atlántica, reunir después a sus principales aliados en el marco del G7 y ‎finalmente reunirse también sus aliados militares y civiles de la OTAN y la Unión
Europea. Y sólo ‎después de haber garantizado que todos se mantienen fieles a Washington, Biden sostendrá el ‎encuentro pactado con el presidente ruso, Vladimir Putin, en Ginebra, el 16 de junio. ‎

Pero todo eso es tremendamente paradójico ya que de hecho se trata de que la administración ‎Biden haga exactamente lo mismo que le impidieron hacer a la administración Trump. Se han ‎desperdiciado 4 años. ‎


(Continuará)


Notas:

[1] «Polémica en el Pentágono sobre la manera ‎de lidiar con China», Red Voltaire, 11 de junio de 2021.

[2] ‎«El proyecto militar de Estados Unidos para ‎el ‎mundo» y «La doctrina Rumsfeld-‎Cebrowski», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 22 ‎de ‎agosto ‎de 2017 y 25 de mayo de 2021.‎


***

Título: LA FORMACIÓN DE UN NUEVO ORDEN MUNDIAL – 2ª PARTE

Subtítulo: Encuentro Biden-Putin, más parecido a ‎un Yalta II que a la capitulación ‎de Berlín‎

Epígrafe: Después de haber sufrido una humillante derrota en Siria, Estados Unidos fue ‎a Ginebra para aceptar las condiciones del vencedor. El encuentro del 16 de junio ‎de 2021 entre Joe Biden y Vladimir Putin podría significar el fin de las hostilidades… ‎si la administración Biden finalmente contiene a sus tropas. Las potencias de Europa ‎occidental tendrán que pagar la factura mientras que China se ve confirmada en su ‎estatus de socio de Rusia.‎

Texto: A raíz de la victoria en Siria frente a Estados Unidos y sus aliados, el presidente ruso Vladimir ‎Putin impuso las condiciones de Rusia al presidente Joe Biden, líder de los vencidos.‎

La Tercera Guerra Mundial que tuvo lugar en Siria, con la participación de 119 países, terminó ‎con la victoria de Siria, Irán y Rusia y la derrota militar de los 116 países occidentales y aliados de ‎Estados Unidos que se implicaron en ese conflicto. Para los vencidos, ha
llegado el momento de ‎reconocer sus crímenes y de pagar por los daños humanos y materiales que provocaron con ‎sus actos –al menos 400 000 muertos y daños a la infraestructura siria que se elevan a unos ‎‎400 000 millones de dólares. A esas cifras habría que agregar costos por 100 000 millones de ‎dólares en armamento ruso. ‎

Pero las potencias occidentales no vivieron esa guerra en sus propios territorios. Tampoco ‎sufrieron en carne propia las consecuencias de batallas en las que participaron ‎fundamentalmente a través de intermediarios –los «yihadistas» utilizados como carne de cañón. ‎Por esa razón, las potencias occidentales, a pesar de haber sido derrotadas, han conservado ‎casi intacto su poderío. Estados Unidos sigue estando, junto con Reino Unido y Francia, al frente de una poderosa fuerza de disuasión nuclear.
 ‎
Por lo tanto, el nuevo orden mundial no debe simplemente integrar a la primera potencia ‎económica mundial –China–, que se mantuvo neutral durante la guerra, sino que también tendrá ‎que evitar arrinconar a los perdedores, no empujarlos a la desesperación. Eso resulta
‎especialmente difícil dado el hecho que las opiniones públicas de las potencias occidentales ‎no están conscientes de la derrota militar infligida a sus países y siguen viéndose como ‎vencedores. ‎

Es por eso que Rusia ha optado por percibir compensaciones de guerra sin presentarlas como ‎tales, por no estrangular militarmente a la OTAN y evitar la difusión pública de sus decisiones. ‎En cuanto a la forma, la cumbre entre Putin y Biden puede considerarse más bien como un ‎‎“Yalta II” –con la repartición del mundo entre dos potencias– que como una capitulación similar ‎a la que se firmó en Berlín para concretar la rendición y el fin del III Reich. ‎
Dicho sea de paso, es importante que observemos que Estados Unidos no ha sido considerado ‎responsable de la destrucción de Libia ya que en aquella época Washington contó con apoyo del ‎entonces presidente ruso, Dimitri Medvedev. ‎

Una cumbre opaca

Rusia no quiso ofrecer al mundo la imagen del vencedor que aplasta a las potencias occidentales. ‎Antes del encuentro en Ginebra, se anunció a los medios de difusión que los presidentes Biden ‎y Putin no ofrecerían una conferencia de prensa conjunta –no era posible
presentar una narración ‎aceptable para ambos bandos. Nunca hubo una reunión cumbre con tan mala cobertura ‎de prensa desde 2014, año de la incorporación de Rusia al conflicto en Siria. Los presidentes ‎dieron cada uno su propia conferencia de prensa, la seguridad
tuvo que intervenir para ‎controlar el tumulto entre los periodistas. Pero, al final, todo transcurrió como se había ‎planificado: los periodistas no entendieron prácticamente nada y sólo pudieron reseñar algunos ‎detalles sin importancia.
 ‎
La opinión pública estadounidense cree que Rusia trató de manipular las dos últimas elecciones ‎presidenciales a favor de Donald Trump, que Rusia atacó sitios web oficiales en Estados Unidos, ‎que el Kremlin envenenó a varios opositores y que la Federación Rusa amenaza militarmente a ‎Ucrania. ‎

Por boca del presidente Putin, Rusia desmintió todas esas acusaciones infantiles y después ‎ponderó generosamente al “gran” presidente Joe Biden, elogiando su experiencia, la calidad de ‎sus intercambios e incluso –con la mayor seriedad del mundo– destacó la lucidez de este ‎personaje, visiblemente senil. ‎

Decisiones que Moscú impuso

- En el plano militar, lo importante era garantizar que Estados Unidos no siga modernizando su ‎arsenal nuclear ni sea capaz de concebir artefactos hipersónicos. El presidente Biden anunció en la apertura de la cumbre que Estados Unidos volverá a las ‎negociaciones sobre la reducción de su armamento, que Washington interrumpió unilateralmente ‎durante la guerra en Siria (la Tercera Guerra Mundial). No sabemos qué medidas se han ‎adoptado para evitar que Occidente se dote de misiles hipersónicos pero, teniendo en cuanto ‎la ventaja de Rusia en ese sector, Moscú y Washington pueden reducir drásticamente sus ‎arsenales de misiles nucleares sin afectar por ello el actual predominio ruso. El desarme ‎estadounidense favorecería la paz.‎

El presidente Biden incluso reconoció que Estados Unidos debería abrogar la ley del 18 de ‎septiembre de 2001 (Authorization for Use of Military Force of 2001), que autoriza el uso de la ‎fuerza militar, o sea la doctrina Rumsfeld-Cebrowski de guerra sin fin ‎ [1]‎.


- En el plano económico, Rusia exigió que se garanticen sus ingresos. Así que Estados Unidos ‎aceptó –el 19 de mayo– que la actividad industrial de la Unión Europea deje de utilizar petróleo ‎producido en Occidente y que funcione con gas ruso. Washington anunció el
levantamiento de las ‎sanciones que había adoptado contra las empresas implicadas en la construcción del gasoducto ‎Nord-Stream 2. ‎

Es evidente que el precio de ese gas no corresponderá a su valor comercial real ya que será ‎el pago de la deuda de guerra contraída con Rusia, aunque Europa occidental todavía conserva ‎opciones que le permitirían escapar a esa sobrefacturación. Alemania y Francia
podrían verse ‎eximidas del pago de esa deuda de guerra dado el hecho que el entonces canciller alemán ‎Gerhard Schroder y Francois Fillon, en aquella época primer ministro de Francia, siempre ‎se opusieron a esa guerra. Hoy en día, el socialista Gerhard Schroder es
miembro del consejo ‎de administración del gigante ruso Rosneft –número 1 mundial en la extracción y venta de gas– y ‎el gaullista Francois Fillon está a punto de entrar en el consejo de dirección de la compañía ‎petrolera estatal rusa Zaroubejneft. Sin embargo, Alemania y Francia tendrían que poner fin ‎definitivamente a las hostilidades –Alemania todavía mantiene soldados en la gobernación siria de ‎Idlib y Francia tiene militares en Yalabiyah– y habría que condenar públicamente a los principales ‎actores de toda esta matanza, como el alemán Volker Perthes [2] y el ex presidente francés ‎Francois Hollande.


- En el plano diplomático, Moscú y Washington anunciaron el regreso de sus embajadores ‎respectivos a sus sedes diplomáticas. Sólo quedaban por definir las zonas de influencia de ambas ‎potencias. ‎Primero que todo, el presidente Putin anunció a Estados Unidos las líneas que no debe cruzar:

1) Prohibición de incorporar Ucrania a la OTAN y de desplegar armas nucleares en ‎suelo ucraniano;

2) prohibición de inmiscuirse en Bielorrusia;

3) prohibición de intervenir en la política interna de Rusia. ‎

Se decidió que el Medio Oriente ampliado o Gran Medio Oriente quede bajo la influencia conjunta ‎ruso-estadounidense, con excepción de Siria que queda directamente bajo la protección ‎de Rusia. Se decidió también que los musulmanes sunnitas quedarán divididos en dos grupos, ‎para evitar un resurgimiento del Imperio otomano; que Siria –no Irán– encabezará una zona que ‎abarcará Líbano, Irak, Irán y Azerbaiyán, también en aras de prevenir un resurgimiento del ‎Imperio otomano. Como punto final, Israel tendrá que abandonar el proyecto expansionista ‎de Zeev Jabotinsky. ‎

En Moscú saben que la aplicación de esos acuerdos encontrará la oposición de ciertos ‎responsables estadounidenses, que sin embargo evitarán manifestarse directamente en contra y ‎tratarán más bien de sabotearlos a través de terceros. En todo caso, Washington ya había informado ‎‎–desde el 2 de junio– a todos los Estados del Medio Oriente ampliado su decisión de retirar su ‎dispositivo antimisiles, conformado por los sistemas Patriot y THAAD. ‎

El lugar de China

En cuanto al Extremo Oriente, Rusia rechazó enérgicamente las propuestas de aliarse con ‎Occidente en contra de China. Basándose en la historia, Rusia estima que China no reclamará la ‎Siberia oriental mientras logre mantener las potencias occidentales a raya. Eso
explica por qué ‎el presidente Putin reafirmó, justo antes de su encuentro con Biden que Rusia no ve a China ‎como una amenaza. ‎

Desde el punto de vista ruso, el desarrollo económico de China es perfectamente normal –si bien ‎viola ciertas reglas de la globalización al estilo occidental, el desarrollo económico de China ‎se basa en una doctrina nacionalista enteramente legítima. El comunicado final del
G7, que ‎condena a China y pretende imponer su propia concepción del comercio mundial, no pasa de ‎ser un simple delirio de actores que aún pretenden vivir de glorias pasadas. ‎

De todas formas, Pekín optó por garantizar su desarrollo económico absteniéndose de implicarse ‎en el conflicto, así que ahora no puede exigir privilegios. Moscú es favorable a una “retrocesión” ‎de Taiwán a la República Popular China pero sin enfrentamiento militar. La intención de Moscú es reunir los esfuerzos políticos de Rusia y los esfuerzos económicos ‎de China a través de la Gran Asociación Euroasiática, especialmente para desarrollar ‎conjuntamente la Siberia rusa oriental. Por eso Rusia ha emprendido la construcción de la
vía ‎férrea transiberiana y de la vía llamada Magistral entre el lago Baikal y el río Amur, los corredores ‎de transporte Primorye-1 y Primorye-2, la Ruta de la Seda del Norte, la vía exprés Europa-China ‎Oriental, la ruta Norte-Sur y el corredor económico Rusia-Mongolia. A esa conexión del espacio ‎ruso con las rutas chinas de la seda hay que agregar toda una serie de proyectos comunes en ambos ‎países, por un monto total que sobrepasa los 700 000 millones de dólares. ‎

Las expectativas de Estados Unidos

Las proposiciones de Estados Unidos sobre la ciberseguridad no son un tema que pueda tratarse ‎de forma bilateral. El gobierno ruso sabe mejor que nadie que no ordenó ataques informáticos ‎contra las elecciones presidenciales estadounidenses ni contra los sistemas 
informáticos de ‎agencias públicas de Estados Unidos. ‎Los ataques informáticos provienen de hackers privados, que a veces actúan –como los antiguos ‎corsarios– por cuenta de algun Estado. El Centro Nacional Ruso sobre los Incidentes ‎Informáticos (NKTsKI), un departamento del FSB creado hace 3 años, estima que, a pesar de las ‎alegaciones de los medios occidentales de difusión, al menos un 25% de los ataques informáticos ‎se originan en… Estados Unidos.
 ‎
Rusia logró, el 31 de diciembre de 2020, que la Asamblea General de la ONU creara ‎‎(A/RES/75/240) un «grupo de trabajo de composición no limitada (OWEG) sobre la seguridad de la ‎actividad numérica y su utilización (2021-2015)», que será la única estructura con competencia en ‎materia de ciberseguridad. Moscú apunta así a devolver a las Naciones Unidas el papel de foro ‎mundial democrático que le fue arrebatado durante la agresión extranjera contra Siria, conflicto ‎que convirtió la ONU en simple correa de transmisión de los halcones de Washington. ‎


Notas:

[1] ‎«El proyecto militar de ‎Estados Unidos para el ‎mundo» y «La doctrina ‎Rumsfeld-Cebrowski», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 22 ‎de ‎agosto ‎de 2017 y 25 de mayo de 2021.‎

[2] Sobre el papel del alemán Volker ‎Perthes en la agresión extranjera contra Siria, ver «Alemania y Siria» y «Alemania y la ONU contra Siria», por Thierry ‎Meyssan, Red Voltaire, 20 de junio de 2018 y 28 de enero de 2016.