miércoles, 25 de octubre de 2017

Ahora dicen que llega la independencia catalana


La comedia de enredos catalana va  camino a convertirse en tragedia griega. Viene feo, chicos. Las dos notas que siguen son del diario catalán La Vanguardia; la primera informa, la segunda opina. Veamos:



Título: La intención de Puigdemont de declarar la independencia pone al Govern al borde de la crisis

Subtítulo: Santi Vila, a punto de dejar el Consell Executiu en desacuerdo con una DUI

Texto: Máxima tensión en el Govern de la Generalitat por la intención cada vez más clara de Carles Puigdemont de declarar la independencia de Catalunya una vez el Senado apruebe el artículo 155 para intervenir el autogobierno. El conseller Santi Vila estaría a punto de anunciar su marcha del ejecutivo catalán, según fuentes próximas al titular d’Empresa i Coneixement, al no estar de acuerdo con una declaración de independencia.

El propio Puigdemont ha convocado una reunión del Govern a las 19:00 horas de esta tarde, previsiblemente para tratar la cuestión.

Vila quiere desmarcarse de una iniciativa tan arriesgada y comprometedora. Además, se siente dolido porque en las últimas semanas ha trabajado mucho en intentar convencer a empresarios de que no se vayan de Catalunya con el argumento de que la crisis podrá encarrilarse.


Mundó y Comín, con el Govern

No parece claro que a Vila le sigan otros consellers, dado que dos de los señalados como posibles dimisionarios, el titular de Justícia, Carles Mundó, y el de Salut, Toni Comín, lo han querido dejar claro en las redes.

“Mi compromiso con el Govern es inequívoco! ¡Sigamos!”, tuiteaba Mundó a primera hora de la tarde. ”No conozco a esta señora. Pero le pediría, por favor, q deje de difundir mentiras”, decía en su cuenta Comín en respuesta a una periodista de RTVE-RNE que aseguraba en la red social “Santi Vila Meritxell Borras Carles Mundó y Toni Comin a punto de dimitir. Se oponen a la DUI”.

En cualquier caso, el calendario para estos dos próximos días empieza a quedar claro con la renuncia de Puigdemont de acudir al Senado a defender sus alegaciones contra el artículo 155. Así, el president irá al pleno del Parlament que se iniciará el jueves por la tarde en la que tendrá tiempo ilimitado para dar su respuesta política a las medidas que prevé aplicar el Gobierno en Catalunya.

Este pleno, que continuará el viernes en paralelo con el pleno de la Cámara Alta que debatirá el 155, acabará previsiblemente con una declaración de independencia, lo que da sentido al llamamiento que han hecho las entidades independentistas en el sentido de movilizar a sus bases en defensa del Parlament a partir del viernes al mediodía.

La postura de Puigdemont queda reflejada en un post que el president ha colgado en su cuenta de Instagram, en el que pide “no perder el tiempo con los que ya han decidido arrasar el autogobierno de Catalunya”.


Votación o declaración

Lo que no está claro es si la declaración se votará o si el president simplemente la proclamará, asumiendo toda la responsabilidad de la misma. En este sentido, la tensión por la decisión de Puigdemont, todavía no definitiva, también se puede trasladar al grupo parlamentario de JuntsxSi si finalmente hay votación. Sin embargo, aunque pueda producirse alguna deserción fuentes parlamentarias creen que estas no serían suficientes para torcer la mayoría independentista.

Otro escollo formal para declarar la independencia puede estar en la Mesa del Parlament, que ordena los debates, y que sin duda recibirá la presión de los letrados y de los servicios jurídicios de la Cámara catalana para no aceptar la introducción en el orden del día de una declaración de independencia.


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La siguiente es la nota editorial del director de La Vanguardia, Marius Carol:


Título: Malos presagios

Texto: Iñaki Gabilondo decía ayer en la web de El País que el peor de los presagios sería llegar al sábado con una comunidad autónoma intervenida y una república catalana proclamada. Unos viven el momento con la épica del realismo, los otros sienten la excitación del heroísmo. Si no fuera porque lo estamos viviendo en carne propia, podría resultar una desconcertante tragedia griega o un cuento delirante del realismo mágico. Lo malo es que lo que se avecina resulta un desastre social, económico y político que va a condicionar el resto de nuestras vidas. Nos falta distancia no solo temporal sino también afectiva para asignar correctamente el reparto de culpas. Todavía no toca, aunque dentro de un tiempo tendremos que determinar responsabilidades y, a la vez, exigirlas. Este tremendo desastre no puede salir gratis a quienes no han sabido leer el momento o no han sabido medir sus fuerzas.

El gran capital político que ha acumulado en estos años el independentismo no puede ser arrojado por la borda con una declaración unilateral de independencia que no reconocerá nadie, que supondrá una represión terrible y que fracturará la sociedad hasta límites que somos incapaces de intuir. Los sueños no pueden acabar en la peor de las pesadillas. El secesionismo no tiene la mayoría social, ni le ampara la ley –el debate entre legalidad y legitimidad está bien para las tertulias pero no para el derecho internacional–, así que las prisas no son ni buenas consejeras, ni aliadas estratégicas. Merecen todo el respeto las ideas y los sentimientos, pero ni pueden imponerse, ni deberían excitarse.

No nos cansaremos de pedir unas elecciones autonómicas para evitar el artículo 155, lo que no sería automático, pero el Gobierno no tendría otro remedio que echarlo atrás si el Govern vuelve a la senda constitucional. El independentismo tiene todo el derecho a rearmarse moralmente, pero no a abocarnos a las peores calamidades.


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Actualización: Posteamos otra nota de opinión aparecida también en La Vanguardia de hoy. Es de Antoni Puigverd:


Título: Drama

Texto: Algunas coincidencias son crueles: la celebración de los 40 años del regreso del president Tarradellas converge con el anuncio de la muerte de la autonomía catalana mediante la aplicación del 155, muerte que no suscita lágrimas. Unos desean la independencia y desprecian la autonomía; y los otros consideran que la autonomía es el manantial que ha alimentado el independentismo y, por consiguiente, debe bloquearse a fondo.

El anuncio que el presidente Rajoy hizo el otro día de la activación en el Senado del artículo 155 es agua de mayo para el independentismo fervoroso. No les gusta el camino circunloquial que el president ha emprendido. Puigdemont va dando largas a la proclamación de la independencia, no porque no esté dispuesto al sacrificio personal, sino porque es consciente del vértigo que ello supone para todo el país (de la ruptura interna a la parálisis económica, pasando por el sacrificio inevitable de mucha gente en calles o cárceles). El núcleo duro del independentismo, en cambio, quisiera que el president tomara ya el atajo, a fin de que el pleito catalán se resuelva de una vez por todas en la calle: a un lado, la violencia represiva del Estado; en el otro, la resistencia pacífica de las masas civiles. En sus previsiones, el sector duro del independentismo da por segura una resistencia de estilo gandhiano tan larga y numerosa como sea necesario; y, después, la intervención de los actores internacionales a medida que las imágenes de violencia policial vuelvan a inundar las televisiones de todas partes.

Pero no ha sido necesaria la DUI. El PP se ha avanzado en la estrategia de confrontación total. Según explicaron Rajoy y Sáenz de Santamaría, la activación del 155 significa que el PP gobernará desde Madrid la autonomía catalana y que intentará no sólo restaurar la legalidad española, sino “normalizar” la situación. El hecho de que el concepto normalización sea incomprensible en una democracia plural (en una sociedad abierta, lo que para mí es normal, para ti puede ser extravagante, y viceversa) permite deducir que, tras la decisión del 155, se oculta el objetivo de una drástica corrección de la catalanidad, hasta amoldarla a la visión esencialista de España que comparten PP y Cs. Es evidente que esta “normalización” provocará en Catalunya la misma tensión callejera que suscitaría la proclamación de independencia.

Normalizar la catalanidad puede exigir otros 40 años, con lo cual, del edificio constitucional del 78, ya no sólo se resquebraja la columna territorial, sino también la pared maestra: la democracia. El sueño de la “normalización” de la democracia responde a una tentación característica de los tiempos que corren: Putin, Erdogan y Trump envidian sin duda a Xi Jinping.

El simple hecho de que “normalizadores” y “rupturistas” coincidan en el deseo de un drama, debería poner en alerta a las fuerzas moderadas de Catalunya y España en busca de un puente de diálogo. Aunque sea una pasarela. Sin esta pasarela, el drama está asegurado. Y puede que también la tragedia.


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