domingo, 7 de diciembre de 2014

La propaganda es el gobierno


Lo que sigue es un largo y notable artículo de John Pilger reproducido hoy en el sitio Slaviangrad.es. Trata sobre la propaganda mediática occidental en los tiempos que corren. Indignante, claro. La traducción es mala, pero se entiende igual.

Título: La guerra de la información y el triunfo de la propaganda

Texto: ¿Por qué una parte del periodismo ha sucumbido a la propaganda? ¿Por qué la censura y la distorsión se han convertido en prácticas habituales? ¿Por qué la BBC se convierte tan a menudo en el portavoz del poder? ¿Por qué engañan a sus lectores The New York Times o Washington Post? ¿Por qué no se enseña a los jóvenes periodistas a comprender las intenciones de los medios y a objetar a las grandes declaraciones de falsa objetividad? ¿Y por qué no se les enseña que la esencia de gran parte de eso que se llama prensa de masas no es información sino poder?

Estas preguntas son urgentes. Nos enfrentamos a la posibilidad de una nueva guerra, puede incluso que una guerra nuclear, con Estados Unidos determinado a aislar y provocar a Rusia y a la larga a China. Estos hechos están siendo tergiversados por la prensa, incluyendo aquellos que promovieron las mentiras que llevaron al baño de sangre en Irak en 2003. Vivimos un momento tan peligroso y en el que la percepción pública está tan distorsionado que la propaganda ya no es, como la llamaba Edward Bernays, el gobierno invisible. Es el gobierno. Rige de forma directa sin miedo a la contradicción y nosotros somos su principal objetivo: nuestro sentido del mundo, nuestra habilidad de separar la verdad de las mentiras.

La era de la información es realmente la era de los medios. Nos encontramos en una guerra de los medios: censura, demonología, retribución y diversión por parte de los medios, una surrealista suma de dóciles clichés y falsos supuestos. Esta capacidad de crear una nueva realidad lleva años gestándose. Hace 45 años, un libro titulado The Greening of America causó sensación. Su portada traía estas palabras: Viene una revolución. No será como las revoluciones del pasado. Se originará del individuo”. En aquel momento era corresponsal en Estados Unidos y recuerdo cómo el autor, el joven académico de Yale Charles Reich, se convirtió, de la noche a la mañana, en gurú. Su mensaje era que la transmisión de la verdad y la acción política habían fracasado y que solo la cultura y la introspección podían cambiar el mundo. En unos años, guiado por las fuerzas del beneficio, el culto al yo había acabado con nuestro sentido de comunidad, justicia social e internacionalismo. Clase, género y raza quedaron separadas. Lo personal era lo político y el medio era el mensaje.

Tras el final de la guerra fría, la fabricación de nuevas amenazas completó la desorientación política de quienes, 20 años antes, habían conformado una vehemente oposición. En 2003 grabé una entrevista con Charles Lewis, distinguido periodista de investigación, en Washington. Hablamos de la entonces reciente invasión de Irak. Le pregunté: “¿Qué hubiera pasado si la prensa más libre del mundo realmente hubiera cuestionado a George Bush y Donald Rumsfeld y hubiera investigado sus acusaciones en lugar de transmitir lo que era en realidad pura propaganda?”. Contestó que si nosotros, los periodistas, hubiésemos hecho nuestro trabajo, “hay muchas posibilidades de que no hubiéramos ido a la guerra en Irak”. Es una afirmación sorprendente, apoyada por otro de los más famosos periodistas, a quien hice la misma pregunta. Dan Rather, antiguo presentador de noticias de la CBS, me dio la misma respuesta. David Rose, del Observer, y algunos veteranos productores de la BBC que han preferido mantener su anonimato, también dieron la misma respuesta.

En otras palabras, si la prensa hubiera hecho su trabajo, si hubiera cuestionado e investigado la propaganda en lugar de amplificarla, cientos de miles de hombres, mujeres y niños seguirían vivos hoy; millones no habrían tenido que huir de sus casas; no se habría prendido la mecha de la guerra sectaria entre chiíes y suníes y puede que el famoso Estado Islámico ni siquiera existiera. Incluso ahora, a pesar de los millones que protestaron en las calles, gran parte del público occidental no tiene la más mínima idea de la magnitud de los crímenes cometidos por nuestros gobiernos en Irak. Pocos conocen que, en los 12 años de invasión, los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña pusieron en marcha un holocausto, negando a la población iraquí de medios de vida.

Son palabras de un oficial británico responsable de las sanciones a Irak en la década de los 90, un sitio medieval que causó la muerte de medio millón de niños menores de 5 años, según datos de Unicef. El nombre de este oficial es Carne Ross. En el Foreign Office de Londres era conocido como Señor Irak. Hoy se dedica a destapar cómo los gobiernos  engañan y cómo los periodistas difunden, de forma voluntaria, esas mentiras. “Solíamos entregar a la prensa información manipulada de apariencia de inteligencia”, me dijo, “o los excluíamos”. Durante este terrible y silencioso periodo, el principal informante fue Denis Halliday. Entonces Subsecretario General de la Naciones Unidas y oficial veterano en Irak, Halliday dimitió en lugar de tener que implementar políticas que describía como genocidas. Estima que las sanciones costaron la vida a más de un millón de iraquíes. Lo que le ocurrió a continuación a Halliday es educativo. Fue demonizado, vilificado. En el programa Newsnight de la BBX, el presentador Jeremy Paxman le gritó: “¿Es que no estás haciendo apología de Saddam Hussein?”, algo que The Guardian ha calificado recientemente como uno de los “momentos memorables” de Paxman. La semana pasada, Paxman firmó un contrato de un millón de libras por un libro.

Los siervos de la supresión han hecho bien su trabajo. Consideremos los efectos. En 2013, una encuesta de ComRes encontró que la mayor parte del público británico cree que el número de muertos de la guerra de Irak no superó los 10.000, una pequeña fracción del número real. Los restos de sangre que iban desde Irak a Londres se han tapado casi por completo. Se dice que Rupert Murdoch es el padrino de la mafia de la prensa y no hay que dudar del poder de sus periódicos, 127 con una circulación total de 40 millones, y su red de canales Fox. Pero la influencia del imperio de Murdoch no es más grande que su reflejo en la prensa.

La propaganda más efectiva no se encuentra en el Sun o en Fox News, sino bajo el halo liberal. Las acusaciones de que Saddam Hussein disponía de armas de destrucción masiva fueron creídas a pesar de las pruebas falsas porque no las hacía Fox News, las hacía The New York Times.  Lo mismo es cierto en relación al Washington Post o The Guardian, que también han jugado un papel crítico a la hora de preparar a sus lectores para una nueva y peligrosa guerra fría. Los tres medios liberales han malinterpretado los hechos ocurridos en Ucrania como una agresión rusa cuando la realidad es que el golpe de Estado liderado por fuerzas fascistas fue instigado por Estados Unidos y apoyado por Alemania y la OTAN.

Esta perversión de la realidad es tan recurrente que ni se diputa la intimidación y el cerco militar sobre Rusia que Washington trata de imponer. Ni siquiera es noticia, sino que se tapa bajo una campaña de difamación y de miedo similar a las que se Y vivieron durante la primera guerra fría. Y otra vez, el imperio del mal viene a por nosotros, liderado por otro Stalin, o incluso un nuevo Hitler. Elige a tu demonio favorito y adelante.

La supresión de la verdad sobre Ucrania es uno de los más completos apagones informativos que recuerdo. Se está tapando el mayor aumento de tropas occidentales en el Cáucaso y Europa del este desde la segunda guerra mundial. Se encubre la ayuda secreta de Washington a Kiev y sus brigadas neo-nazis culpables de crímenes contra la población del este de Ucrania. Se ocultan las pruebas que contradicen la propaganda oficial que dice que Rusia es responsable del derribo del avión de Malaysian Airlines. Y otra vez, la prensa supuestamente liberal es la principal censora. Sin necesidad de citar hechos o pruebas, un periodista identificó a un líder rebelde como el hombre que derribó el Boeing. Este hombre, escribió, se hace llamar El Demonio. Era un hombre que dio miedo al periodista. Esas eran las pruebas.

Muchos en la prensa occidental han trabajado duro para presentar a la población rusa de Ucrania como extranjeros en su propio país y han obviado a esos ucranianos que buscaban una federación dentro de Ucrania y como ciudadanos ucranianos resistiéndose a un golpe de Estado instigado desde el extranjero contra su Gobierno electo.

No importa lo que tenga que decir el presidente ruso, se le ha convertido en un villano del que se puede abusar con impunidad. Un general americano que dirige la OTAN en Europa y que parece salido de “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú”, de nombre General Breedlove, afirma periódicamente sobre las invasiones rusas sin un hilo de evidencia. Su imitación del General Jack D. Ripper de Stanley Kubrick roza la perfección. Según Breedlove, hay 40.000 rusos amasados en la frontera. Y eso es suficiente para The New York Times, The Washington Post o The Observer, este último conocido por las mentiras y fabricaciones que acompañaron a Blair en su invasión de Irak, tal y como reveló David Rose.

Encontramos casi el entusiasmo de una reunión de clase. Quienes hacen sonar tambores del Washington Post son los mismos editorialistas que calificaron de pruebas sólidas las alegaciones de que Saddam Hussein disponía de armas de destrucción masiva. “Si te preguntas”, escribió Robert Parry, “cómo el mundo puede ir a parar a la tercera guerra mundial, como ocurrió en la primera guerra mundial ahora hace 100 años, solo tienes que mirar a la locura en la que se ha envuelto toda la estructura política y mediática estadounidense en la crisis de Ucrania, donde la falsa narrativa de buenos y malos se instauró desde el principio y ha sido inmune a los hechos y a la razón”.

Parry, el periodista que destapó el escándalo Irán-Contra, es uno de los pocos que investigan el papel de los medios en este juego de la gallina, tal y como lo ha llamado el ministro de Exteriores ruso. ¿Pero es un juego? El Congreso de Estados Unidos vota ahora la Resolución 758, que, en pocas palabras, dice: “vamos a prepararnos para la guerra con Rusia”.

En el siglo XIX, el escritor Alexander Herzen describió el secularismo liberal como “la religión definitiva, aunque su iglesia no es del otro mundo sino de este”. Hoy, este divino derecho es más violento y más peligroso que nada que pueda inventar el mundo islámico, aunque puede que su mayor triunfo sea la ilusión de información abierta y libre. Las noticias hacen desaparecer países enteros. Arabia Saudí, fuente del extremismo y el terrorismo patrocinado por Occidente, no es una historia salvo que haga bajar el precio del petróleo. Yemen lleva 12 años aguantando ataques con drones estadounidenses. ¿Alguien lo sabe? ¿A alguien le importa?

En 2009, la Universidad del Oeste de Inglaterra publicó los resultados de un estudio de diez años de duración sobre la cobertura de la BBC sobre Venezuela. De las 304 piezas emitidas, tan solo tres mencionaban algún aspecto positivo de las políticas introducidas por el Gobierno de Hugo Chávez. El mayor programa de alfabetización de la historia de la humanidad apenas recibió una mención de paso. Millones de lectores y espectadores europeos y estadounidenses desconocen los importantes cambios llevados a cabo en América Latina, muchos de ellos inspirados por Chávez. Como la BBC, la información de The New York Times, The Washington Post, The Guardian o el resto de medios occidentales respetables está escrita a mala fe. Chávez fue ridiculizado hasta en su lecho de muerte. ¿Cómo se explica esto en las facultades de periodismo?

¿Por qué hay millones de personas en Gran Bretaña convencidas de que ese castigo colectivo llamado austeridad es necesario? La crisis económica de 2008 expuso un sistema podrido. Por un Segundo, los bancos fueron señalados como bandidos que habían traicionado sus obligaciones con el público. Pero tras unos meses, salvo por las acusaciones de sobresueldos excesivos, el mensaje cambió. Las fotografías de banqueros culpables desaparecieron para dar paso a la austeridad, que se ha convertido en una carga para millones de ciudadanos.

Hoy, muchos de las instituciones de la vida civilizada británica están siendo desmanteladas para pagar una deuda fraudulenta. El valor de los recortes es de más de 83 millones de libras, una cantidad similar a los impuestos que los mismos bancos y grandes corporaciones como Amazon o el imperio Murdoch han evitado pagar. Y además los bancos reciben subsidios anuales con valor de 100.000 mullones de libras, una cantidad que podrían financiar todo el sistema de salud pública.

La crisis económica es pura propaganda. Las políticas extremas rigen Gran Bretaña, Estados Unidos, gran parte de Europa, Canadá y Australia. ¿Quién defiende a la mayoría? ¿Quién cuenta su historia? ¿No se supone que tienen que ser los periodistas? En 1977, Carl Bernstein, de fama Watergate, reveló que más de 400 periodistas y ejecutivos de los medios trabajaban para la CIA. Incluía ahí a periodistas de The New York Times, Time, y canales de televisión. En 1991, Richard Norton Taylor, del Guardian, reveló algo similar en Gran Bretaña.

Nada de esto es necesario hoy. Dudo que nadie pague al Washington Post u otros medios para acusar a Edward Snowden de apoyar al terrorismo. Dudo que nadie pague a quienes de forma rutinaria difaman a Julian Assange, aunque esto tiene otras recompensas. Me parece evidente que Assange ha atraído tal veneno y celos por la forma en la que WikiLeaks ha desvelado la y avergonzado la fachada de la prensa. No solo se ha convertido en un objetivo sino en la gallina de los huevos de oro. Tras lucrativos contratos para libros o películas, muchos han ganado dinero mientras que WikiLeaks lucha por sobrevivir. Nada de esto fue mencionado el 1 de diciembre en Estocolmo cuando el editor del Guardian Alan Rusbridger compartió con Edward Snowden el Right Livelihood Award, conocido como el Nobel alternativo. Lo sorprendente es que tampoco Assange of WikiLeaks fueran mencionados. Nadie dio la cara por los informantes que han dado a The Guardian una de las mayores exclusivas de la historia. Fue el equipo de Assange y WikiLeaks el que rescató a Snowden en Hong Kong. Ni una palabra. Lo que hace esta censura por omisión tan irónica y vergonzosa es que la ceremonia se celebraba en el parlamento de Suecia, cuyo silencio ha causado un grotesco uso de la justicia en Estocolmo.

“Cuando la verdad se sustituye con el silencio”, dijo el disidente soviético Yevtushenko, “el silencio es una mentira”. Este es el tipo de silencio que los periodistas tienen que romper. Necesitamos mirarnos en el espejo y denunciar los servicios de la prensa al poder y la psicosis que nos lleva hacia la amenaza de una guerra.

En el siglo XVII, Edmund Burke describió el papel de la prensa como el cuarto estado, que controla a los poderosos. ¿Fue cierto alguna vez? Desde luego, ya no lo parece. Necesitamos un quinto estado: un periodismo que monitorice y que contraponga la propaganda y que enseñe a los jóvenes a ser agentes del pueblo, no del poder. Necesitamos algo similar a lo que los rusos llamaron perestroika: una insurrección del conocimiento hasta ahora dominado. Podemos llamarlo periodismo de verdad.
Han pasado 100 años desde el inicio de la Primera Guerra Mundial. En aquel momento se condecoró a los reporteros por su silencio y su complicidad. En el punto álgido de la masacre, el primer ministro británico David Lloyd George confesó al editor del Manchester Guardian: “Si la gente realmente supiera la verdad, la guerra acabaría mañana, pero por supuesto no saben y no pueden saber”.

Es hora de que sepan.

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