En la nota que
sigue, publicada hoy en Red Voltaire, el historiador canadiense Michael Jabara
Carley resume los pasos dados por el Imperio y sus aliados de la NATO para
enervar a Rusia a partir de la manipulación de los países satélites de la ex
Unión Soviética. Acá va:
Título: El cierre del
cerco estadounidense alrededor de Rusia
Epígrafe: La
guerra en Ucrania sigue su curso y no se avizora solución. Pero, más que una
guerra civil ucraniana es una guerra de agresión contra Rusia, una guerra en la
que Estados Unidos utiliza a sus satélites europeos y anglosajones. Las razones
de Washington para seguir adelante con esta política extremadamente peligrosa
pueden parecer poco claras. Para explicarlas hay que recordar los orígenes de
este conflicto.
Texto: En 1990,
se prometía a la Unión Soviética que la OTAN no trataría de extenderse hacia el
este aprovechándose del vacío que dejaba la URSS al retirarse del este de
Europa. Hoy en día, Estados Unidos niega haber aceptado ese arreglo, pero el
peso de las pruebas sugiere que –en efecto– Washington rompió las promesas que
había hecho al entonces líder soviético Mijaíl Gorbatchev [1].
En 1991 se
concretaba el derrumbe de la URSS y las republicas ex soviéticas se convertían
en países independientes. En Estados Unidos, los triunfalistas cantaban
victoria al referirse a la guerra fría mientras que la economía rusa se caía a
pedazos, gracias a los llamados “liberales” rusos, que seguían los consejos
occidentales favorables a las políticas económicas “de choque” y las privatizaciones,
que en realidad no eran otra cosa que un verdadero saqueo de los recursos
naturales rusos. El gobierno de la Federación Rusa cayó en manos de Boris
Yeltsin, quien hizo el papel de bufón en la corte del entonces presidente de
Estados Unidos Bill Clinton. Yeltsin invitó a sus amigos a enriquecerse, en
detrimento del pueblo ruso. Los socios de Yeltsin se paseaban por Moscú en
limusinas escoltadas por guardaespaldas enfundados en trajes de lujo que apenas
disimulaban las pistolas que portaban.
La mayoría de la
población rusa perdió sus ahorros cuando el rublo se desplomó, en dos
ocasiones, durante los años 1990. Abuelas de rostros arrugados vendían
zanahorias y patatas en las calles mientras que otras trataban de vender
zippers y cintas a la salida del metro. Exceptuando a los oligarcas, Rusia
estaba depauperada y arruinada. Su pueblo estaba desesperado y en la televisión
rusa los predicadores fundamentalistas estadounidenses se apoderaban de los
horarios de la madrugada. Estados Unidos se convertía en superpotencia única.
Ningún otro Estado podía ya enfrentar la voluntad de Washington, como la URSS
lo había hecho en el pasado.
Entre 1999 y
2009, 12 países de Europa oriental se convierten en miembros de la OTAN, entre
ellos varias regiones de la ex Yugoslavia, destruida y despedazada por Estados
Unidos y sus “aliados” de la OTAN, que utilizaron como pretexto la llamada
«responsabilidad de proteger» (R2P). Con sólo mirar un mapa, cualquier persona
medianamente inteligente, sin hablar de cualquier miope ruso, puede ver que
Estados Unidos ya estaba aplicando una política agresiva que tendía un cerco
alrededor de Rusia.
La OTAN y –algo
que resulta una ironía– la Unión Europea se han convertido en dóciles
instrumentos de una política anti-rusa, a pesar de que una relación de
beligerancia con la Federación Rusa no beneficia en nada a la mayoría de los
países de Europa occidental. Antes del inicio de esa política, los negocios
entre las naciones de Europa occidental y Rusia marchaban viento en popa y a
toda vela y Rusia incluso se había convertido en el principal proveedor de gas
natural a los mercados europeos. La situación económica de la Federación Rusa
había mejorado visiblemente bajo la presidencia de Vladimir Putin.
Putin había
llegado a la presidencia de la Federación Rusa a finales de 1999, después de la
dimisión de Yeltsin. Aspiraba nada más y nada menos que a insertar la
Federación en la comunidad internacional, tanto política como económicamente
hablando. Después de los acontecimientos sucedidos en Estados Unidos el 11 de
septiembre de 2001, Putin expresó de inmediato sus condolencias al entonces
presidente George W. Bush, ofreciendo además la solidaridad y respaldo de
Rusia.
La historia es
bastante conocida. De parte de Moscú, la apertura estaba sobre la mesa, si
Estados Unidos la deseaba. Desgraciadamente, Washington siguió actuando según
el siguiente principio: «Lo que es mío, es mío. Y lo que es tuyo también.»
En 2003, Estados
Unidos y varios de sus satélites de la OTAN atacaron Irak, en lo que fue una
flagrante guerra de agresión, sembrando en ese país la destrucción y
perpetrando verdaderos baños de sangre… que, por cierto, todavía prosiguen
actualmente. En Europa, mientras tanto, la OTAN proseguía su expansión hacia el
este. Alarmado, Putin finalmente calificó la política de Estados Unidos y la
alianza atlántica de «democracia de los bombardeos» tendiente a imponer la
«democracia» por la fuerza en otros Estados. La fuerza era de verdad… pero la
democracia era falsa.
La preocupación
de Putin ante las llamadas «revoluciones» de colores orquestadas y financiadas
por Estados Unidos y sus satélites en Georgia (2003) y en Ucrania (2004) era
completamente justificada. En 2008, Georgia emprendió una ofensiva tendiente a
conquistar el territorio independiente de Osetia del Sur, lo cual provocó una
intervención rusa y la destrucción del ejército georgiano. Tampoco duró mucho
la «revolución» de color ucraniana. En 2010, Viktor Yanukovich fue electo
presidente de Ucrania. Pero el gobierno de Estados Unidos intensificó sus
actividades alrededor de las fronteras rusas, hasta el momento del golpe de
Estado contra el presidente Yanukovich, en febrero de 2014. Pareció, por un
momento, que Estados Unidos había logrado cerrar el cerco alrededor de Rusia.
La vanguardia de
la junta golpista de Kiev se compone de la organización paramilitar de corte
fascista Pravy Sektor y del partido político fascista Svoboda. Rápidamente
corrieron rumores de que la CIA y otras agencia estadounidenses se habían apoderado
de todo un piso en la sede de los servicios de seguridad ucranianos (SBU) en
Kiev. Sobre el edificio ondeaban, simbólicamente juntas, banderas ucranianas y
estadounidenses. Banderas, estandartes y símbolos del fascismo aparecieron muy
rápidamente en manifestaciones callejeras registradas en Ucrania y el
colaborador pronazi de la Segunda Guerra Mundial Stepan Bandera fue promovido a
la categoría de “padre” de la nación ucraniana. Por supuesto, ahora hay en
Ucrania consejeros militares de Estados Unidos, Canadá y Polonia y quién sabe
de qué otros países más.
El ministro
“ucraniano” de Finanzas es un ciudadano estadounidense; el gobernador de Odesa,
Mijaíl Saakashvili, es un prófugo reclamado por la justicia de Georgia; el
embajador de Estados Unidos en Kiev se comporta como un procónsul. Y el
encargado de aplicar las órdenes de Estados Unidos es el actual “presidente”
Petro Porochenko, alias «el rey del chocolate». Se sabe que el equipamiento
militar que envían Estados Unidos y otros países occidentales llegan a cambio
de un ucraniano granero vacío de recursos. ¿No es una ironía que un movimiento
«nacionalista» ucraniano se someta tan fácilmente ante las potencias
extranjeras occidentales? Putin comentaba recientemente que el control
extranjero sobre Kiev constituye un insulto para los pueblos de Ucrania. Es
cierto, pero además los arruina.
Pero no todos
recibieron a la junta fascista con los brazos abiertos. En Crimea, la
resistencia fue inmediata y encontró apoyo ruso. Se organizó un referéndum y
Crimea se reintegró a Rusia. Occidente acusó a Putin de agresor, pasando por
alto que fueron Estados Unidos y sus satélites quienes precipitaron la crisis
con su respaldo a los golpistas de Kiev. Es la historia del cazador cazado. Por
cierto, ya es muy viejo el truco del agresor que acusa a su víctima de haberle
agredido… para justificar su futura agresión.
La resistencia
popular en Ucrania no se limitó a Crimea. En Odesa, Mariupol, Jarkov, Donetsk,
Lugansk, por ejemplo, la oposición a la junta de Kiev rápidamente comenzó a
manifestarse. Violencia y represión fueron las respuestas. Kiev ordenó a su
ejército liquidar a los disidentes, y estos tomaron las armas para defenderse.
Se organizó una resistencia antifascista inspirada en la Guerra Civil Española de
1936. Putin advirtió a la junta de Kiev que utilizar los tanques contra su
propio pueblo era una locura. Y tenía razón.
En junio de 2014,
el vuelo MH17 de la Malaysia Airlines se estrelló en la región de Donbass. Sin
presentar ni la sombra de una prueba, Estados Unidos y la Unión Europea de
inmediato atribuyeron la responsabilidad a Putin y las milicias del Donbass. La
prensa occidental recurrió a un lenguaje ultrajante, a la propaganda negra y al
lavado de cerebro en contra de la Federación Rusa y de Vladimir Putin. Hasta el
sol de hoy, Washington y la junta de Kiev siguen ocultando elementos
probatorios fundamentales sobre la catástrofe del vuelo MH17 y si lo hacen es
porque están tratando de esconder el hecho que fue la junta fascista quien
derribó el avión de pasajeros. [2].
La propaganda
negra funcionó tan bien que Estados Unidos y la Unión Europea pudieron darse el
lujo de adoptar sanciones económicas contra la Federación Rusa, sanciones que
todavía están en vigor. Esas sanciones, y las contramedidas que Rusia adoptó en
respuesta, han costado miles de millones de euros a los países miembros de la
Unión Europea… pero no han costado ni solo centavo a Estados Unidos, que al
parecer está desarrollando sus intercambios con Rusia. Los europeos han comenzado
a preguntarse por qué son ellos quienes tienen que pagar por la actitud
agresiva de Estados Unidos contra Rusia. Pero Washington, actuando siempre a
favor de sus propios intereses, sigue controlando con mano firma sus satélites
europeos, que hasta ahora siguen obedeciendo la voz de su amo. La aplanadora
Estados Unidos/OTAN sigue haciendo su trabajo.
La región de
Donbass ha demostrado ser un hueso demasiado duro de roer para la junta de
Kiev. Las milicias de esa región, con gran cantidad de combatientes y bien
armadas, infligieron severas derrotas a las fuerzas de la junta, que incluso
pidieron –y obtuvieron– dos treguas, negociadas en los llamados Acuerdos de
Minsk, acuerdos que la junta nunca respetó. Era fácil adivinar que el régimen
de Kiev utilizaría los Acuerdos de Minsk para reabastecer sus fuerzas y atacar
nuevamente. Las milicias ganaron en el campo de batalla pero perdieron en
Minsk. Hay que preguntarse por qué nadie previó que era imposible instaurar la
paz y la reconciliación entre las fuerzas fascistas y los antifascistas.
Incluso es
posible plantear la cuestión de manera mucho más simple: ¿Por qué aceptarían
las víctimas de la masacres perpetradas por la junta someterse a esta si son
capaces de resistir? Algunos dicen que Minsk es la única solución pero… ¿para
quién exactamente? ¿Cree Moscú que Estados Unidos respetará un acuerdo firmado
cuando la experiencia demuestra que no lo hará?
Ucrania sigue
siendo el campo de batalla donde Estados Unidos sigue tratando de cerrar el
cerco alrededor de Rusia. Washington atribuye a Rusia la responsabilidad de la
guerra y la acusa de ser el agresor. Espera que el gobierno ruso acepte la
existencia en Kiev de un régimen fascista y bajo tutela estadounidense que
constituye una amenaza permanente para la seguridad rusa. Washington acusa a
Rusia de no respetar el protocolo de Minsk, cuando en realidad es la junta de
Kiev, bajo la dirección de Estados Unidos, quien nunca ha respetado esos
acuerdos [3]. Estados Unidos y Europa cierran sistemáticamente los ojos para no
ver a los fascistas en Kiev, a pesar de que es difícil no percibir su
presencia. Como en la novela de George Orwell 1984, la realidad es lo contrario
de lo que se dice.
El gobierno de
Estados Unidos trabaja con falsas presunciones, exageradas por exceso de
orgullo, olvidando seguramente que toda guerra está llena de sorpresas. Es muy
difícil que el cerco estadounidense alrededor de Rusia pueda cerrarse
rápidamente en el polvorín ucraniano, a no ser que Moscú capitule creyendo
alcanzar así algo de “tranquilidad”.
Separar Ucrania
de Rusia, rompiendo así con la historia, la cultura, la religión y las
relaciones de sangre, que databan de más de mil años, es un proceso que ha
encontrado firme oposición. El primer ministro ucraniano Arseny Yatseniuk puede
erigir, si encuentra dinero para hacerlo, una nueva Muralla China alrededor de
Rusia, pero ni él ni sus camisas pardas lograrán mantener esta separación de
otra manera que no sea recurriendo a la fuerza y a la represión contra el
pueblo ucraniano. Los europeos deberían tener eso muy presente antes de ir más
lejos en el camino que Estados Unidos está imponiéndoles.
Muy buena la nota.
ResponderEliminarLa historia de la conexión financiera del Vice de Clinton (Al Gore) con cipayos rusos (el amigo Chernomyrdin) en los años '90, poca gente la conoce. Fue una vergüenza para Rusia y, supongo, para Clinton.
En la tarea de desestabilización ("revoluciones de colores") para el cerco a Rusia juegan un papel importante las ONGs. Por ej., en el caso de Georgia y Ucrania las financiadas por G. Soros, personaje del cual no se puede decir que sea un agente de Washington sino más bien de la red financiera ligada a la city de Londres.
Respecto a lo del avión derribado en espacio aéreo ucraniano, es grave la manipulación que está haciendo la comisión investigadora holandesa (quién sabe a instancias de qué intereses inconfesables) al servicio de generar y dejar mal parados a los rusos.
Respecto a por qué la mayoría de los países de Europa se perjudican a sí mismos por apoyar las sanciones contra Rusia, tendría que hacer reflexionar que no son las llamadas "burguesías nacionales" las que detentan el poder en cada país, sino que son combinaciones oligárquicas globales las que detentan el poder en el Imperio y pueden imponer una geopolítica que está más allá de las posibilidades de los "capitales nacionales".
Quise decir "al servicio de generar dudas y dejar mal parados a los rusos".
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