domingo, 2 de diciembre de 2018

Chalecos amarillos


El presidente de Francia vuelve a su país en medio de una conmoción social y política generada a partir de protestas encabezadas por el movimiento de "chalecos amarillos". Los perdedores del actual sistema económico en Europa comienzan a hacerse oír. Es notable que el espectro ideológico de los que participan en la revuelta va de la derecha a la izquierda; esto es, salta a los partidos políticos tradicionales y les impone una nueva lógica: abandonen la globalización o desaparezcan. Falta el líder carismático; sugerimos que no tardará en aparecer. Las dos notas que siguen son de Red Voltaire; los autores de las mismas parecen creer que los eventos de Francia constituyen una revuelta típica de izquierdas. Acá van:



Título: Situación insurreccional en París, ‎Marsella y Aviñón ‎

Texto: El movimiento francés de los “Chalecos amarillos”, cuyos actos de protesta se han mantenido ‎sin descanso a través de toda Francia desde el 17 de noviembre de 2018, realizó este sábado 1º de diciembre su segunda ‎manifestación en París. ‎

Inicialmente se produjeron motines e incendios en la célebre avenida de los Campos Elíseos y ‎posteriormente en otros barrios del centro de París. Durante la tarde, los desórdenes ‎se extendieron al sur de Francia, en las ciudades de Marsella y Aviñón. Se reportan al menos un ‎centenar de heridos y se han visto imágenes sin precedente en Francia desde hace un siglo. ‎

Los manifestantes denuncian el nivel absolutamente abusivo de los impuestos, tasas y ‎cotizaciones sociales, que ha aumentado en un 30%, dando lugar a un desplome del nivel de vida ‎de las clases sociales no globalizadas. ‎

El movimiento de los “Chalecos amarillos” –que debe su nombre a la decisión de los ‎manifestantes de portar los chalecos de alta visibilidad de uso obligatorio en las situaciones de ‎urgencia– se inició y tomó cuerpo en Facebook, debido al alza de los impuestos sobre el ‎combustible. Se trata de un movimiento no estructurado que por el momento escapa a toda ‎forma de control. ‎

Completamente desbordadas por la situación, las fuerzas policiales recurrieron ampliamente al ‎uso de granadas lacrimógenas, a tal extremo que al parecer ya comienzan a carecer de ese tipo ‎de material antimotines. ‎

Contrariamente al Brexit británico, a la elección de Donald Trump en Estados Unidos y a la ‎victoria electoral de la coalición antisistema que accedió al gobierno en Italia, los sucesos que ‎están teniendo lugar en Francia constituyen el primer estallido de violencia provocado ‎en Occidente por la cólera popular contra los efectos de la globalización financiera. ‎



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La siguiente nota, también de Red Voltaire, fue escrita por Alain Benajam:


Título: “Chalecos amarillos”, una cólera ‎altamente política

Epígrafe: Surgido en Francia, el movimiento de protesta popular de los “Chalecos amarillos” está ‎extendiéndose. Belgica y Bulgaria también están siendo escenario de multitudinarias ‎protestas contra una presión fiscal que el pueblo percibe como injusta. La mayoría de ‎los países miembros de la Unión Europea elevan constantemente sus impuestos para ‎pagar una misteriosa deuda acumulada desde los años 1970. ‎

Texto: Los franceses parecen querer tomar el control de su propio destino y era urgente que ‎se decidieran a hacerlo. El mundo político-mediático ya no podía hacer otra cosa que lanzarles ‎su odio a la cara. ‎

Es urgente actuar porque nuestro país [Francia] está empobreciéndose a toda velocidad, al ritmo ‎de una inexorable espiral deflacionista. ‎

Es gravísima la desindustrialización de Francia. Personalmente, yo que siempre trabajé en la ‎industria, estoy viendo desaparecer numerosas habilidades junto con las industrias que las ‎desarrollaban. Eso está sucediendo tanto en las industrias mecánicas, que en el pasado fueron el ‎orgullo de la industria francesa, como en las industrias de la electrónica. ‎

Una deuda injusta e inútil, obligatoriamente aplicada a Francia debido a la relación entre los ‎intereses que el país tiene que pagar a los mercados financieros, hace cada vez más aplastante el ‎sistema fiscal francés, cosa que todos estamos comprobando. ‎

No hace aún mucho tiempo, la riqueza francesa –y por consiguiente la capacidad del país para ‎enfrentar la deuda– se apoyaba en una industria floreciente. Pero esta última se ha desplomado ‎ante el empuje de la industria china. Ahora son sólo las clases medias las que sufren la presión ‎financiera. Al mismo tiempo, se derrumba el consumo, los servicios de salud franceses –que ‎estuvieron entre los mejores del mundo– también se caen a pedazos, al igual que todo el ‎conjunto de los servicios públicos y el sistema educativo. ‎

Para completar la destrucción del sistema social francés, se ha orquestado la llegada de grandes ‎masas de migrantes para que los pobres del mundo entero puedan venir a ofrecer dócilmente su ‎fuerza de trabajo a bajo precio, en lugar de los trabajadores franceses. ‎

Quienes ostentan el poder, como representantes en Francia del gran capital globalizado y ‎especulador, alimentan a una clase lacayos que monopolizan la información y los medios de ‎difusión en general. Estos últimos no hacen más que divulgar el odio que sienten contra ‎el pueblo y no proponen otra cosa que la censura para tratar de enfrentar el descontento. ‎

Hace mucho tiempo que no se veía a las élites intelectuales y mediáticas tan divorciadas del pueblo de Francia. ‎

Los franceses han perdido, por esas razones, la confianza en todo lo que pueda parecerse a una ‎institución, viéndolo incluso como un enemigo. ‎

El movimiento de los “Chalecos amarillos” [1] quiere ser ‎apolítico –en cuanto a no acercarse a ninguna formación o tendencia política– pero es ‎altamente político en el sentido ciudadano del término. Tratando de ser apolítico, ‎ese movimiento ha rechazado el apoyo de sindicatos y de partidos políticos –algunos ‎desacreditados y otros vilipendiados. Pero es un movimiento justo y fuerte contra los impuestos ‎injustos, impuestos que provienen precisamente de la deuda, pero no de una deuda que es en ‎sí misma virtual sino de los intereses que hay pagar por esa deuda. Es un movimiento inédito ‎porque recurre a un nuevo modelo de organización societal, la red de contactos entre los ‎ciudadanos y las redes sociales. ‎

‎¿Qué otra cosa puede hacer el poder que recurrir a la represión y la censura? No puede reducir los ‎impuestos sin quedar mal ante los mercados financieros. Está instaurándose un tipo de quiebra ‎similar a la de Grecia. Pero, ¿aceptarán los franceses sufrir el mismo destino que los griegos? ‎Eso no es muy seguro. Lo que están proponiéndonos [a los franceses] es una normalización ‎dentro de una “tercermundización”. ¿Después de haber conocido la prosperidad al cabo de los ‎‎«30 Gloriosos» [2] aceptarán verse sometidos a una ‎degradación que ya parece no tener límites? ‎

‎¿Propiciará esta revuelta el surgimiento de nuevas figuras políticas? ¿Saldrá de ella un sistema ‎político nuevo? En todo caso, esto último sería muy necesario porque el actual sistema está ‎llevándonos directamente al desastre. ‎

El pueblo de Francia tiene que arrebatarle el poder a la oligarquía globalizante y a sus ‎representantes “franceses”. ‎

No será fácil. Pero nosotros somos el pueblo y el pueblo unido no puede ser vencido. ‎

Es evidente que todo esto es sólo el comienzo y que la justa cólera popular no puede apagarse. ‎



Notas

[1] El nombre de este movimiento viene de los ‎chalecos ‎amarillos de alta visibilidad que los automovilistas deben portar en situaciones de ‎emergencia y es ‎una manera de denunciar la situación de desastre financiero en la que se ven ‎sumidas muchas ‎familias por los aumentos de impuestos. Nota del Traductor.

[2] El autor se refiere aquí a los 30 años de crecimiento y mejoría de las condiciones ‎de vida registrados en Europa a partir de 1945 y hasta 1973, o sea inmediatamente después del ‎fin de la Segunda Guerra Mundial. Nota de la Red Voltaire.



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Actualización: Encontramos una interesante nota sobre este tema en la edición de hoy de La Izquierda Diario. El artículo fue escrito por Daniela Cobet, y fue publicado el 25 de noviembre en Révolution Permanente Dimanche. La reproducción, por parte de La Izquierda Diario, incluye actualizaciones de la autora. La traducción es de Juan Dal Maso. Acá va:



Título: Chalecos amarillos: cuando las masas entran en acción

Epígrafe: La movilización masiva de los “Chalecos Amarillos” sacude Francia. ¿Quiénes son? ¿Qué reclaman? ¿Cuál tiene que ser la política del movimiento obrero y la extrema izquierda? En este artículo, algunas respuestas iniciales.

Texto

Los orígenes

La emergencia del movimiento de los Chalecos Amarillos, hoy en el centro de la situación política, tiene sus raíces en la situación de crisis orgánica profunda que atraviesa Francia y frente a la cual el macronismo aparece más que nunca hoy como respuesta muy coyuntural, en modo alguno a la altura de sus promesas ni de las expectativas que lo llevaron al poder. Más aún, la arrogancia del poder “jupiteriano” y su política de liquidación de los cuerpos intermediarios, de cortocircuito de los mecanismos habituales de concertación, no hizo más que agravar los elementos de “crisis entre representantes y representados”. Esto es lo que el propio Macron ha tenido que reconocer durante su alocución surrealista sobre el puente Charles de Gaulle, el 14 de noviembre.

El agotamiento precoz del macronismo, cuyo bonapartismo débil volvió más evidentes aún los primeros síntomas, se aceleró enormemente con el affaire Benalla y las renuncias de Hullot y Collomb. Ante la ausencia, en contraparte, de toda política ofensiva por parte de las direcciones sindicales, es en esta brecha que se colaron otras formas de protesta. Frente al bloque burgués que está detrás del gobierno de Macron, a su estrecha base social, y a falta de un bloque de oposición estructurado en torno de las organizaciones del movimiento obrero, asistimos a la irrupción de un “bloque populista” compuesto fundamentalmente por asalariados y capas medias pauperizadas de la Francia suburbana. La ironía de la historia, sin duda, es que lejos de expresarse en un terreno electoral o alrededor de un líder carismático, como habrían podido creer algunos, de Francia Insumisa a Chantal Mouffe, es en la calle donde emergió este bloque.

Esta Francia suburbana o de las pequeñas y medianas ciudades arruinadas, que se encuentra en el corazón de la movilización, constituye el “lado perdedor” de una fractura social y geográfica profunda entre las metrópolis y la “provincia”. El problema no es, bien entendido, geográfico, en la medida en que en esta misma zona suburbana habitan a la vez los miembros de las clases medias superiores que forman parte del bloque burgués macroniano, los sectores obreros y populares, los habitantes venidos de la banlieue de las grandes ciudades, etc. Lejos de todo determinismo geográfico u oposición mecánica entre metrópolis y periferia, vehiculizada por algunos ensayistas cercanos a la extrema derecha, son las dinámicas de las clases subalternas en este espacio geográfico las que son centrales. Los procesos de gentrificación en las metrópolis, pero también en las ciudades de las afueras, el estallido espacial de la estructura productiva y la desindustrialización relativa después de los años ‘80, al igual que la destrucción del sistema ferroviario de proximidad en beneficio del tren de alta velocidad interurbano (TGV), crearon una situación en la que un número muy importante de asalariados son forzados a recorrer largas distancias en auto para poder llegar a su lugar de trabajo y donde las cuestiones geográficas y sociales se terminan superponiendo, evidentemente con un primado de las segundas.

A esto hay que agregar la “desertificación” de los servicios públicos de todo tipo en esos territorios que obliga, allí también, a emprender largos trayectos por un simple trámite administrativo o por atención médica. Esta cuestión de la destrucción de los servicios públicos es crucial en la medida en que el “Estado de bienestar” de los años de crecimiento, hasta los años ‘80, se presentó como una especie de justificación, también, de los impuestos, tanto directos como indirectos, recaudados por el Estado como tal. Es por esta razón que históricamente las reivindicaciones o las movilización en torno al “ras-le-bol fiscal” [expresión que hace referencia al “hartazgo” frente al “exceso de impuestos” cobrados por el Estado, N. de T.] tienen a menudo un contenido social de derecha, liberal. Habiéndose roto este “pacto” en torno del “Estado de bienestar”, los impuestos aparecen cada más a los ojos de esta Francia suburbana como una suerte de “doble castigo”. Ella se ve obligada a pagar más y más impuestos por servicios que cada vez la benefician menos. En este contexto, sobre el fondo de un desempleo creciente en algunos territorios, económicamente menos “dinámicos”, agravado por una baja general del poder de compra (alrededor de 440 euros en los últimos diez años) y los ataques contra los jubilados, el aumento de los precios de los combustiles y las tasas impuestas por el gobierno son vistos por esta Francia que-necesita-el-auto como una última provocación, como la gota que rebalsa el vaso y hará precipitar la ira.


Qué no es el movimiento de los Chalecos Amarillos

El movimiento que deriva de esta situación se forma a la imagen de esa Francia suburbana “desde abajo”, profundamente heterogénea, social y políticamente, al punto en que es aún difícil tener una caracterización precisa y afirmativa. Algunos hablan de una forma de “jacquerie”, en alusión a las revueltas campesinas que atravesaron Francia bajo el Ancien régime, fundamentalmente espontáneas, violentas y que agrupaban diferentes capas sociales. Uno pude también pensar en esos movimientos explosivos, que retomaron los métodos de lucha del campesinado, que tuvieron lugar en Francia a principios de los años ‘60 y que adelantaron el ‘68. Pero si es demasiado pronto para hacer definiciones precisas y establecer pronósticos, al menos hoy sí es posible y necesario establecer, en relación con los temores que se han expresado en el seno del movimiento obrero, qué no es el movimiento de los Chalecos Amarillos.

Independientemente del modo en que el gobierno, frente a los Chalecos Amarillos y de cara a las próximas elecciones europeas, juega la carta del “progresismo” contra “los extremos” y los “populistas”, no se trata de un movimiento hegemonizado por la extrema derecha. El Frente Nacional y los grupúsculos identitarios intentan montarse sobre él, pero en razón de su naturaleza masiva y espontánea. Los actos racistas y xenófobos, homófobos o islamófobos, absolutamente innobles e intolerables, han sido muy marginales si uno tiene en cuento el número de barricadas y piquetes que se realizaron durante los últimos siete días. En su conjunto el movimiento no expresa ninguna reivindicación en ese sentido.

Tampoco se trata de un movimiento anti-impuestos de derecha como los que dieron lugar al Tea Party en los Estados Unidos, es decir, un movimiento orientado por la ideología ultra-liberal y que predica una reducción del rol del Estado en la economía, la destrucción de los servicios públicos, etc. Los Chalecos Amarillos denuncian más bien una forma de injusticia fiscal y se oponen en sus discursos a la “desertificación” de los servicios públicos en los territorios rurales o suburbanos.

No es un movimiento instrumentalizado por un sector de la patronal transportista o ligado al sector petrolero, por ejemplo, como habríamos podido temer al comienzo, y como fue el caso del último movimiento de camioneros en Brasil, en mayo pasado, o el caso del movimiento de los “Forconi”, la movilización anti-fiscal que desestabilizó fuertemente el gobierno de Letta, en Italia en 2013.

No es un movimiento compuesto o estructurado fundamentalmente en torno a sectores de la pequeño-burguesía y las clases medias (artesanos, profesiones liberales o cuentapropistas) sino compuesto de una fracción consistente de trabajadores y trabajadoras, jubilados, empleados tanto en el sectores privado como en el público o, por el contrario, condenados al desempleo. El número de mujeres, y en especial de jóvenes mujeres en los piquetes y barricadas es la prueba, por otra parte, no solamente del carácter excepcional sino también de la profundidad de la movilización.

Se trata entonces de un movimiento de masas ciertamente interclasista pero de ninguna manera reaccionario que además constituye hoy el principal desafío al gobierno de Macron y en el que participan decenas de miles de trabajadores. Es por lo tanto un deber de las organizaciones del movimiento obrero y la izquierda hacer todo lo que esté su alcance para desarrollar y dotar de una perspectiva de clase el proceso en curso, aportando sus demandas y sus métodos de lucha.

A propósito de eso, una reflexión de Lenin en 1916 que circula desde hace unos días en los medios de la extrema izquierda es particularmente clarificadora:

Quien espere una revolución social “pura” no la verá jamás. Será revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución […] La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que una explosión de la lucha de masas de todos y cada uno de los orpimidos y descontentos. Los elementos de la pequeño-burguesía y de los obreros atrasados participarán inevitablemente: sin esa particpación, la lucha de masas no es posible, ninguna revolución es posible. Y también, inevitablemente aportarán al movimiento sus prejuicios, sus fantasías reaccionarias, sus debilidades y sus errores. Pero objetivamente, atacarán al capital y la vanguardia conciente de la revolución, el proletariado avanzado, expresando esta verdad objetiva de una lucha de masas despareja, discordante, abigarrada, a primera vista sin unidad, podrá unirla y orientarla, conquistar el poder, apropiarse de los bancos, expropiar los trust odiados por todos (¡aunque por motivos diferentes!) y realizar otras medidas dictatoriales que en su conjunto tendrán por resultado el derrocamiento de la burguesía y la victoria del socialismo” (Lenin, “Balance de la discusión sobre autodeterminación”).

Si parafraseamos a Lenin, habría que decir que el movimiento de los Chalecos Amarillos expresa precisamente esta masa de pequeño-burgueses pauperizados y de asalariados que componen la gran masa social del mundo del trabajo y no de los sectores más avanzados, por ende con sus prejuicios y sus ideas: a menudo no sindicalizados, pero no siempre, a veces base electoral del Frente Nacional o de la Francia Insumisa, sin duda en gran parte abstencionistas por despecho, poco acostumbrados a la huelga y menos aún a la confrontación con la policía, con mil ilusiones sobre la forma en que la situación podría mejorar si la “morsa fiscal” se aflojara, etc. Sin embargo, su movimiento hoy entra en contradicción objetivamente con la orientación de la patronal y choca de frente con Macron y su gobierno.


Clases medias y extrema derecha

Todo esto no quiere decir que no exista el peligro de capitalización por la extrema derecha del proceso en curso, al contrario. Es lo que por otra parte subraya Cécile Cornudet en Les Echos:

Hablar a esos franceses, Chalecos Amarillos y simpatizantes, más que acercarse al movimiento mismo. Marine Le Pen conoce el motor antipolítico y sabe también que los accesos de fiebre pueden bajar repentinamente. Más que el movimiento, es lo que este revela y las huellas que dejará lo que le interesa: el “sufrimiento”, la “angustia” que expresa el 75 % de los franceses cuando piensa en el mañana, más que la “bronca” de un momento. Sobrevivir a los chalecos amarillos. Dieciocho meses después del debate de entre las dos vueltas, ella asegura que las imágenes desaparecen y que ahora disfruta de un “alineamiento de los planetas”: caída de Macron en las encuestas, imposición de la cuestión social cuando una parte de sus tropas le reclaman concentrarse sobre la inmigración (“combato igualmente el desclasamiento y la desposesión”), impulso populista en Europa y por último la proximidad de las elecciones europeas que a menudo le son favorables.

Más globalmente, la situación se caracteriza por una acelaración brusca de la situación política, con tendencias crecientes a la acción directa y a las formas de radicalización, incluidos los sectores menos politizados. Siguiendo la lógica de Trotsky durante los años ‘30, incluso si el movimiento actual tiene un fuerte componente obrero, este tipo de proceso puede reforzar las tendencia a las revolución tanto como a la contra-revolución fascista.

Es en este sentido que la situación desarrolla cada vez más rasgos pre-revolucionarios. En uno de los escritos de 1934 que componen ¿Adónde va Francia?, Trotsky describe así el estado de ánimo de la pequeño-burguesía:

La pequeña burguesía, las masas arruinadas de las ciudades y del campo, comienza a perder la paciencia [...] El campesino pobre, el artesano, el pequeño comerciante, se convencen en los hechos de que un abismo los separa de todos esos intendentes, de todos esos abogados, de todos esos arribistas políticos [...] que, por su forma de vida y por sus concepciones, son grandes burgueses. Es precisamente esta desilusión de la pequeña burguesía, su impaciencia, su desesperación, lo que explota el fascismo. Sus agitadores estigmatizan y maldicen a la democracia parlamentaria, que respalda a los arribistas [...] pero que nada da a los pequeños trabajadores.

Pero lejos de sacar la conclusión de que el pasaje de la pequeño-burguesía hacia el campo del fascismo es inevitable, Trotsky insistirá durante todo el período sobre la necesidad de disputar para el proletariado la influencia sobre esta capa de la sociedad:

La pequeña burguesía es económicamente dependiente y está políticamente atomizada. Por eso no puede tener una política propia. Necesita un “jefe” que le inspire confianza. Ese jefe individual o colectivo (es decir, una persona o un partido) puede ser provisto por una u otra de las clases fundamentales, sea por la gran burguesía, sea por el proletariado. [...] Para atraer a su lado a la pequeña burguesía, el proletariado debe conquistar su confianza. Y, para ello, debe comenzar por tener él mismo confianza en sus propias fuerzas. Necesita tener un programa de acción clara y estar dispuesto a luchar por el poder por todos los medios posibles.

Si algunos pueden acusar a la extrema izquierda o algunos de sus componentes de no ver más que las posibilidades y no los peligros de la situación como la que vivimos, es interesante enfocarse en los análisis de los especialistas de la extrema derecha, que no podrían ser calificados de “izquierdistas”, por ejemplo el de Jean-Yves Camus, director del Observatorio de Radicalidades Políticas (ORAP):

La recuperación –subraya en una entrevista– no está escrita para Marine Le Pen. No porque los militantes de RN vayan a una barricada son recibidos con los brazos abiertos ni todos los que estén en ella vayan a votar a RN. Este movimiento parece haber escapado al conjunto de los representantes políticos. Marine Le Pen incluida. Entonces me pregunto si este discurso antisistema tan presente no es precisamente una señal de que la época de Marine Le Pen y de Rassemblement National (nombre actual del Frente Nacional, N. de T.) quedó detrás nuestro. Puede ser el signo de que ya hemos pasado a otra cosa.


El rol nefasto de las direcciones sindicales y las tendencias por abajo en el movimiento obrero

Estas son las razones por las que es crucial que el movimiento obrero tenga una política hegemónica frente al movimiento de los Chalecos Amarillos y por las que la política de las direcciones sindicales juega hoy un rol de división nefasto: basta pensar en las declaraciones de Laurent Berger, por la Confederación Francesa Democrática del Trabajo , las del nuevo patrón anti-chalecos amarillos de Fuerza Obrera o aún en la CGT, con su comunicado que no osa nombrarlos, más que de manera alusiva, y que llamó a una jornada de acción “alternativa” a la movilización de los Chalecos Amarillos el 1 de diciembre, desconectada de la dinámica en curso, como todo plan de batalla serio.

Ahora, la tarea del momento es precisamente luchar contra esta división y hacer hacer que el movimiento obrero organizado ocupe su lugar, con su programa y sus métodos, en la movilización actual. Durante estos días, algunos elementos demuestran que este objetivo es posible. Pensemos en los llamados de muchas estructuras intermedias de la CGT, como la Federación Química de la Unión Departamental 13, o de los camioneros de FO a las jornadas de huelga por salario, en relación con la movilización de los Chalecos Amarillos. Hay también un principio de unidad entre los Chalecos Amarillos y el sector de la CGT que entró en huelga en la refinería de la Méde, cerca de Marsella, después con los estibadores en Habre y Calais. Pensamos también en el caso de Perpignan, donde una delegación de Chalecos Amarillos fue a tocar la puerta de la Unión Departamental de la CGT para proponerles unirse a ellos. La confluencia entre los ferroviarios combativos de Intergares, así como del Comité por verdad y justicia por Adama Traoré [joven negro asesinado por la policía, NdT], colectivos antirracistas y LGTB y de sectores del movimiento estudiantil con los chalecos amarillos en la movilización de este sábado 1 de diciembre muestra también que esta unidad es posible.

Más en general hay una evolución palpable sobre el terreno en los dos sentidos. De un lado, el apoyo al movimiento progresa más entre los simpatizantes de la izquierda radical que entre los de la extrema derecha, 83 % de los simpatizantes del FN apoyan la continuidad del movimiento contra un 92 % de Francia Insumisa. Del lado de la derecha anti-impuestos, Los Republicanos [partido de Macron, N. de T.] encuentra aún así demasiada anarquía. Si el movimiento real de los Chalecos Amarillos comienza a enfriar una parte de sus apoyos de la primera hora, parece también sacar conclusiones de su propia experiencia.

Después de la exitosa jornada del 17, frente a una negativa a ceder de un gobierno debilitado pero siempre determinado a reformar el país cueste lo que cueste, la pregunta de cómo continuar el movimiento se planteó abiertamente para los Chalecos Amarillos. Frente a la imposibilidad muy concreta de sostener los bloqueos durante la semana, la idea de convocar a otros sectores comenzó a circular muy rápidamente, a veces con una propuesta de “calendario” para que los choferes de ambulancias, choferes de remises, ferroviarios, etc., tomaran el relevo por turnos. Vemos así emerger una reflexión y una evolución al nivel de los métodos, a menudo con una apreciación crítica del bloqueo a los automovilistas, en favor de un método que privilegie como blanco las grandes empresas y los símbolos del Estado.


¿Y ahora?

Son tiempos de dejar atrás toda tergiversación y pasar a la acción para que el movimiento obrero y el movimiento estudiantil y de la juventud se unan con sus propias banderas al movimiento en curso, la que será la mejor manera para que los anticapitalistas y revolucionarios estén en condiciones de aportar una estrategia y un programa a la movilización en curso para hacer retroceder a Macron. Luchando contra contra toda deriva racista u homófoba en el seno del movimiento, así como contra la represión y en primer lugar la de la gendarmería francesa en La Réunion, se trata de formular de la manera más audible posible un “programa obrero contra la carestía de la vida” que pase por la constitución de comités de acción, reagrupando a escala local a los Chalecos Amarillos, pero también a otros trabajadores en lucha, sindicalistas combativos y estudiantes, y que debería plantear:


• un aumento general de salarios, pensiones y “mínimos sociales” [prestaciones sociales no contributivas, N. de T.] que como mínimo permita recuperar el poder adquisitivo perdido en los últimos diez años (¡400 euros para todos!) y su indexación según la tasa de inflación;

• la abolición de la TIPP (Taxes Intérieure sur les Produits Pétroliers) y de todos los impuestos indirectos como el TVA [equivalente al IVA, N. de T.], abolición de los peajes y establecimiento de una fiscalidad realmente progresiva que grave las grandes fortunas y el capital;

• la nacionalización bajo control obrero de Total y todos los grupos petroleros;

• la contratación masiva de trabajadores en las escuelas, hospitales, transportes, la construcción de nuevas estructuras de proximidad en la zona suburbana, la anulación de la reforma ferroviaria que suprime las pequeñas líneas.


Para amplificar el nivel más político del movimiento de los Chalecos Amarillos, que cristalizó en parte en la consigna de “Macron, dimisión”, y que expresa una desconfianza respecto de las instituciones y de la casta política más en general:

contra la V República, supresión de la función “monárquica” del presidente, disolución del Senado aristocrático en favor de una cámara única que una los poderes legislativo y ejecutivo, donde los diputados serían elegidos por sufragio universal sobre la base de asambleas locales, revocables permanentemente por sus electores y que perciban el salario medio de un obrero especializado.

Medidas como estas no pueden más que hacer avanzar la lucha por un verdadero gobierno de los trabajadores y sectores populares, que constituiría una verdadera salida revolucionaria contra esta dictadura de una minoría de ricos y de grandes capitalistas que nos gobiernan. Ellas se hacen eco de los aspectos más “antisistema” y radicales del movimineto de los Chalecos Amarillos a los que los revolucionarios deben dar una respuesta, programática y en la acción, a la altura del desafìo.



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Actualización (2): Hace un rato posteamos la nota de una militante de izquierda en la que se pregunta cómo encarrilar el movimiento de los "chalecos amarillos" hacia la causa revolucionaria. Reproducimos ahora la visión, más pesimista y general, de un liberal. La nota es de Enric González y salió hoy en la columna de opinión del diario español El País. El autor no alude estrictamente a los "chalecos amarillos", pero sus reflexiones vienen a cuento: 



Título: El fascismo que viene

Epígrafe: Miles de académicos se ganarán la vida durante siglos estudiando por qué ocurrió lo que empieza a ocurrir ahora

Texto: El fascismo puede definirse de muchas maneras, todas ellas parciales. Según la época y el lugar, ha consistido en el secuestro del Estado por parte de intereses privados, o en el encuadramiento de la sociedad dentro de un esquema cuartelario, o en la creación de mecanismos más o menos brutales para eliminar el disenso frente al poder. A veces estas características se combinan. En general, el fascismo requiere de un líder carismático. Pero no siempre. Un régimen puede parecer fascista sin serlo: la Argentina de Perón. Y puede ser fascista sin parecerlo: el Portugal de Oliveira Salazar. El fascismo da para muchas elucubraciones.

Quizá la esencia del fascismo consista en algo bastante simple: una reacción agresiva de la mayoría contra las minorías. Las mayorías, por supuesto, son algo contingente. No existen de por sí. Hay que crearlas o al menos conformarlas, y para eso es necesario encontrar sentimientos que muchos puedan compartir (el fascismo no se basa en ideas, sino en sentimientos) y azuzarlos al máximo. El miedo, la raza, la patria, la bandera, la religión, la frustración, el pasado (en este caso casi como antónimo de la historia): elementos que no resisten un análisis somero y que a la vez pueden suscitar violentas emociones colectivas.

Las causas de que el fascismo esté en auge dan para una enciclopedia. Desde los disparates fiscales del neoliberalismo hasta la angustia ante la revolución tecnológica y la destrucción del trabajo como valor, desde el envilecimiento de ciertas élites hasta la glorificación del egoísmo, desde los cambios provocados por la mundialización y los movimientos migratorios hasta el debilitamiento de las instituciones nacionales frente a nuevas instituciones internacionales que no han logrado ser lo bastante eficaces y lo bastante representativas. Miles de académicos se ganarán la vida durante siglos estudiando por qué ocurrió lo que empieza a ocurrir ahora.

Volvamos a lo más simple: mayoría contra minorías. El fascismo de hoy no se proclama fascista sino democrático, en parte porque la palabra “fascismo” sigue provocando un amplio rechazo y en parte porque apela a una de las definiciones de la democracia, la más parcial, tan parcial que roza la falsedad: el gobierno de la mayoría. El abuso del término “democracia” (que, como suele recordarse, jamás aparece en una Constitución tan eficiente como la que elaboraron los Padres Fundadores de Estados Unidos) ha difuminado el concepto liberal acuñado durante los dos últimos siglos: un sistema que permite el gobierno de la mayoría y a la vez garantiza los derechos de las minorías.

La izquierda, sea lo que sea eso, debería preguntarse por qué lleva décadas articulando su proyecto en torno a las minorías. Precisemos: en torno a un proceso de creación, exaltación y radicalización de minorías que, llevado al absurdo (y en el absurdo estamos), genera un mosaico de piezas imposibles de ensamblar. ¿Cómo va a ser posible componer ese rompecabezas, si cada pieza compite con la otra por un mismo espacio y tiene objetivos incompatibles con los de la pieza de al lado?

El fascismo que viene cuenta con la capacidad de destruir la democracia en nombre de la democracia. Como en otras ocasiones, solo puede ser derrotado por una mayoría que defienda los delicados y esquivos principios de la convivencia. En otras ocasiones fue imposible componer esa mayoría. Parece que hoy tampoco.

  

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