martes, 31 de diciembre de 2013

Campañas

 
Una nota del periodista alemán Karl Müller, aparecida ayer en Red Voltaire, pone énfasis en la cada vez más grotesca campaña antirusa emprendida hace años ya por la prensa corporativa occidental. Es que empieza a notarse demasiado, chicos.  En otro orden de cosas, ¡Feliz Año Nuevo para todos!

Título: ¿Por qué se mantiene la hostilidad contra Rusia?


Epígrafe: Basta con mantenerse un poco al tanto de lo que nos dicen los grandes medios de prensa para enterarse rápidamente de que, aunque ya no es soviético ni proclama la dictadura del proletariado, el oso ruso sigue siendo casi tan malévolo y peligroso como en tiempos de la Unión Soviética. ¿Es esto una realidad o es más bien una imagen que alguien quiere inculcar en nuestras mentes? En el artículo que hoy reproducimos, Karl Muller se interroga sobre el por qué de esta campaña.


Texto: Hay quien afirma que la situación internacional se ha hecho menos tensa en los últimos meses. Se evitó la guerra entre Estados Unidos, sus aliados y Siria. También se produjo un acuerdo con Irán. Estados Unidos, que durante los 20 últimos años emprendió junto a «Occidente» una serie de guerras contrarias a las normas del derecho internacional, se ve hoy tan debilitado que ya no parece hallarse en condiciones de embarcarse en nuevas guerras de gran envergadura. Por otro lado, los aliados de Estados Unidos, en primer lugar los demás Estados miembros de la OTAN, que en su mayoría son también miembros de la Unión Europea, tampoco estarían en condiciones de emprender guerras sin Estados Unidos.


Pero se pierde de vista fácilmente que Washington ha desplazado sus objetivos agresivos hacia la región del Pacífico y que los Estados miembros de la Unión Europea (¿bajo la dirección de Alemania?) –con el pretexto del asunto de la NSA– van a tener que hacer el papel de peones de Washington en el Medio Oriente y en África.


Los numerosos informes sobre la «tensión» en Asia, ahora entre China y Japón, persiguen dos objetivos diferentes. Por un lado, pueden servir de propaganda contra China. Y van a constituir al mismo tiempo una llamada de alerta para «demostrar» a los europeos la importancia de la presencia estadounidense en el Pacífico así como, y es este el objetivo fundamental, de la preparación de una guerra contra China.


No se habla, al menos no se hace públicamente, de la política de la Unión Europea, fundamentalmente de Alemania, hacia Europa oriental y Rusia. No se menciona ese tema porque los Estados miembros de la OTAN y la Unión Europea se fijaron como meta –desde 1990-1991, o sea a partir de la desaparición del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética y a pesar de lo prometido al gobierno soviético de entonces– «apropiarse» del este incorporando cada vez más Estados de Europa oriental a la alianza atlántica para debilitar a Rusia y someterla poco a poco. Las pruebas de todas esas maniobras están a nuestra disposición en el libro “El gran tablero de ajedrez. América y el resto del mundo”, publicado en 1997 y cuyo autor es Zbigniev Brzezinski, consejero personal de varios presidentes de estadounidenses.


Durante los años 1990 pareció que todo iba sucediendo conforme a lo previsto con el presidente ruso Boris Yeltsin. Rusia se hundía cada vez más en un caos que abarcaba todos los aspectos de la vida del país y se hallaba al borde de la bancarrota, tanto en el plano político y económico como en el plano social. En su libro La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, publicado en 2007, Naomi Klein demuestra con lujo de detalles cómo se trató de poner de rodillas la economía rusa para sojuzgar el país, principalmente para apoderarse de sus materias primas, a través de «consejos» estadounidenses y de la falsa teoría de las bondades de un capitalismo sin freno, pero bajo control de los intereses financieros de Estados Unidos.


En 1999, la guerra de la OTAN contra Yugoslavia marcó un viraje. Se hizo entonces completamente imposible no percibir el hecho que la definición estadounidense de «un nuevo orden mundial» presentaba todas las características del imperialismo tendiente a someter el mundo a la «única potencia mundial». En el 2000, y con la llegada de un nuevo presidente, el nuevo gobierno ruso se esforzó en cambiar de rumbo contrarrestando progresivamente el control estadounidense sobre la economía y las riquezas de Rusia, y también sobre la sociedad y la política del país –proyecto altamente delicado y complejo debido a las grandes dificultades existentes.


Si se comparan con la situación que existía en el 2000, son notables los progresos alcanzados por Rusia hasta el año 2010: el producto social se multiplicó por 2, el comercio exterior se multiplicó por 4, las deudas con el extranjero se redujeron a la sexta parte de su valor inicial, los salarios se multiplicaron por 2,5 (descontando la inflación), las rentas se multiplicaron por 3, la tasa de pobreza se redujo a la mitad, el desempleo pasó del 10 al 7%, el número de nacimientos aumentó en un 40%, los decesos disminuyeron en un 10%, los decesos de bebés descendieron en un 30%, la esperanza de vida aumentó en 5 años, los crímenes disminuyeron en un 10%, el número de asesinatos bajó en un 50% y el de suicidios en un 40%, las intoxicaciones por consumo de bebidas alcohólicas cayeron en más del 60%.


Lo que se ha dado en llamar «Occidente» no se apresuró a contribuir a nada de lo anterior. Fue más bien todo lo contrario, los medios utilizados para desgastar a Rusia se hicieron cada vez menos visibles pero mucho más pérfidos. Y quien se atrevía a enfrentar abiertamente esos intentos aconsejando la adopción de contramedidas, como las que el gobierno ruso ha venido aplicando desde hace años, era muy mal visto en Occidente.


Los principales medios de difusión occidentales han desempeñado y siguen desempeñando actualmente un papel cada vez más equívoco en la campaña contra Rusia. Mientras que la política de la Unión Europea, sobre todo la de Alemania, sigue dos cursos paralelos, debido a las necesidades económicas, y trata de conjugar la retórica antirrusa con el mantenimiento de relaciones económicas ventajosas, no sucede lo mismo con los medios de prensa, a los que se deja «rienda suelta».


Contrariamente a lo que hacen en el caso de China, país cortejado debido a sus resultados económicos (y a la importancia de su mercado), los medios occidentales divulgan –únicamente y de forma permanente– cuanto elemento negativo se les ocurre sobre Rusia. Y esa campaña es tan intensa que el lector-espectador que se informa únicamente a través de esos medios tiene que acabar pensando mal de ese país. Los aspectos negativos que difunden cubren todos los sectores de la vida con la evidente intención de hacer resurgir la mayoría de los viejos prejuicios sobre Rusia.


Todo eso sucede a pesar de la constante acción del gobierno ruso que, a lo largo de los 13 últimos años y hasta este momento, ha venido proponiendo una amplia cooperación con todos los países y en beneficio de todas las partes.


No es por amor al pueblo ucraniano sino en el marco de un proyecto geoestratégico que la Unión Europea trata desde hace años de alejar a Ucrania de Rusia para atraerla hacia la propia UE. Hoy sabemos que la «revolución naranja» de 2004 en realidad fue una operación de lo que hoy se ha dado en llamar «smart power», operación realizada en coordinación con la Unión Europea y en contra de Rusia. Aquel intento de golpe de Estado no tuvo éxito y aún hoy en día los proyectos de la Unión Europea siguen sin arrojar el resultado esperado. Era de esperar, por lo tanto, que la Unión Europea se apresurara ahora ha tratar de esconder su nuevo fracaso acusando a Moscú de amenazar y chantajear al gobierno ucraniano. Lo que ponen especial cuidado en no decirnos es que el gobierno ruso había propuesto un acuerdo que habría beneficiado tanto a Ucrania como a la Unión Europea y la propia Rusia, proposición que fue rechazada por la Unión Europea.


Por otro lado, el presidente ruso Vladimir Putin se entrevistó recientemente en Roma con el papa Francisco durante 35 minutos. Contrariamente a lo que afirmaron los grandes medios de prensa, los órganos del Vaticano estimaron que el encuentro se desarrolló en una atmósfera «cordial». El presidente ruso no visitó al papa como dirigente religioso de la iglesia ortodoxa rusa sino en su calidad de jefe de Estado. Y lo cierto es que, como jefe de Estado, Putin siempre ha subrayado la importancia de los valores en la promoción del progreso y en el desarrollo de su país, al igual que en el campo de la política internacional.


Contrariamente a lo que sucede en Occidente, donde se promociona un modelo de política utilitarista y materialista, el gobierno ruso parece apoyarse en una concepción basada en los fundamentos de la iglesia cristiana, o sea que considera al hombre y el mundo como centro de su acción.


¿En qué país de Occidente podemos encontrar eso todavía? ¿Qué gobierno occidental proclama todavía ese concepto en provecho de la familia, de la religión y de la Nación y para el mayor beneficio de los pueblos y del progreso? ¿Quién se preocupa en Occidente por el hecho que, a falta de vínculos estables con «el otro», el florecimiento de la personalidad se disuelve en la superficialidad y en la indiferencia si hay falta de respaldo y pérdida de identidad? Es por lo tanto de suponer que el papa y el presidente ruso se entendieron a la perfección en cuanto al diagnóstico sobre el estado de Occidente y sus falsas teorías y también en lo tocante al camino a seguir para remediar esos errores.


No pretendemos afirmar que en Rusia la familia está intacta, que todo el mundo vive según los preceptos de la religión y que la nación rusa ofrece a la población todo el respaldo necesario. Pero en la medida en que se reconoce que queda aún mucho camino por recorrer, es posible mantenerse a la expectativa e incluso tender una mano amiga y dispuesta a ayudar, en la medida en que dicha ayuda pueda ser deseada. Quienes buscan destruir la familia, la religión y la Nación harán precisamente lo contrario.


Pero tenemos que tener conciencia de que esta última manera de actuar no será la que aporte más paz al mundo sino más bien todo lo contrario: la política de “disolvencia” es causa de conflictos. ¿Estamos dispuestos a pagar ese precio? ¿Eso es lo que quieren los pueblos?


Tuvimos recientemente la oportunidad de comprobar hasta qué punto llegaron a caldearse los ánimos en Alemania en ocasión de una reunión, celebrada en Leipzig el 23 de noviembre [de 2013], sobre el tema «Por el futuro de la familia. ¿Hacia la supresión de los pueblos de europeos?» Un grupo de manifestantes violentos arremetió brutalmente contra aquella conferencia, principalmente contra los participantes miembros del Parlamento ruso. Las fuerzas de policía presentes en el lugar permitieron los desmanes por un buen rato. Hubo un tiempo en que solíamos ser gente acogedora y respetábamos a los demás, así como también respetábamos las opiniones divergentes. ¿Seguimos siendo así hoy en día?

viernes, 27 de diciembre de 2013

Irán 2014


Reproducimos dos notas recientes relativas a la posible consolidación de Irán como potencia estabilizadora de Medio Oriente en el mediano plazo. El mapa que encabeza este post corresponde a la segunda de las notas. La primera fue escrita por Pepe Pepe Escobar para Asia Times Online. Acá va:

Título: All in play in the New Great Game

Texto: “The big story of 2014 will be Iran. Of course, the big story of the early 21st century will never stop being US-China, but it's in 2014 that we will know whether a comprehensive accord transcending the Iranian nuclear program is attainable; and in this case the myriad ramifications will affect all that's in play in the New Great Game in Eurasia, including US-China.

As it stands, we have an interim deal of the P5+1 (the UN Security Council's five permanent members plus Germany) with Iran, and no deal between the US and Afghanistan. So, once again, we have Afghanistan configured as a battleground between Iran and the House of Saud, part of a geopolitical game played out in overdrive since the US invasion of Iraq in 2003 along the northern rim of the Middle East all the way to Khorasan and South Asia.

Then there's the element of Saudi paranoia, extrapolating from the future of Afghanistan to the prospect of a fully "rehabilitated" Iran becoming accepted by Western political/financial elites. This, by the way, has nothing to do with that fiction, the "international community"; after all, Iran was never banished by the BRICS, (ie Brazil, Russia, India, China and South Africa), the Non-Aligned Movement and the bulk of the developing world.

Those damned jihadis

Every major player in the Barack Obama administration has warned Afghan President Hamid Karzai that either he signs a bilateral "security agreement" authorizing some ersatz of the US occupation or Washington will withdraw all of its troops by the end of 2014.

Wily puppet Karzai will milk this for all it's worth - as in extracting hardcore concessions. Yet, whatever happens, Iran will maintain if not enlarge its sphere of influence in Afghanistan. This intersection of Central and South Asia is geopolitically crucial for Iranian to project power, second only to Southwest Asia (what we call the "Middle East").

We should certainly expect the House of Saud to keep using every nasty trick available to the imagination of Saudi Arabia's Bandar bin Sultan, aka Bandar Bush, to manipulate Sunnis all across AfPak with a target of, essentially, preventing Iran from projecting power.

But Iran can count on a key ally, India. As Delhi accelerates its security cooperation with Kabul, we reach the icing on the Hindu Kush; India, Iran and Afghanistan developing their southern branch of the New Silk Road, with a special niche for the highway connecting Afghanistan to the Iranian port of Chabahar (Afghanistan meets the Indian Ocean).

So watch out for all sorts of interpolations of an Iran-India alliance pitted against a Saudi-Pakistani axis. This axis has been supporting assorted Islamists in Syria - with nefarious results; but because Pakistan has also been engulfed in appalling violence against Shi'ites, Islamabad won't be too keen to be too closely aligned with the House of Saud in AfPak.

Washington and Tehran for their part happen to be once more aligned (remember 2001?) in Afghanistan; neither one wants hardcore jihadis roaming around. Even Islamabad - which for all practical purposes has lost all its leverage with the Taliban in AfPak - would like jihadis to go up in smoke.

All these players know that any number of remaining US forces and swarms of contractors will not fill the power vacuum in Kabul. The whole thing is bound to remain murky, but essentially the scenario points to the Central-South Asia crossroads as the second-largest geopolitical - and sectarian - battleground in Eurasia after the Levantine-Mesopotamian combo.

Zero energy from our neighbor?

As much as India, Iraq is also in favor of a comprehensive deal with Iran. And to think that Iran and Iraq might have been engaged in a silent nuclear arms race with one another at the end of the last century, just for Baghdad now to fiercely defend Tehran's right to enrich uranium. Not to mention that Baghdad depends on Iran for trade, electricity and material help in that no-holds-barred war against Islamists/Salafi-jihadis.

Turkey also welcomes a comprehensive agreement with Iran. Turkey's trade with Iran has nowhere to go but up. The target is US$30 billion by 2015. More than 2,500 Iranian companies have invested in Turkey. Ankara cannot possibly support Western sanctions; it makes no business sense. Sanctions go against its policy of expanding trade. Moreover, Turkey depends on inexpensive natural gas imported from Iran.

After deviating wildly from its previous policy of "zero problems with our neighbors", Ankara is now waking up to the business prospect of Syrian reconstruction. Iraq may help, drawing from its oil wealth. Energy-deprived Turkey can't afford to be marginalized. A re-stabilized Syria will mean the go-ahead for the $10 billion Iran-Iraq-Syria pipeline. If Ankara plays the game, an extension could be in the cards - fitting its self-proclaimed positioning as a privileged Pipelineistan crossroads from East to West.

The bottom line is that the Turkish-Iranian conflict over the future of Syria pales when compared with the energy game and booming trade. This points to Ankara and Tehran increasingly converging into finding a peaceful solution in Syria.

But there's a huge problem. The Geneva II conference on January 22 may represent the nail in the coffin of the House of Saud's push to inflict regime change on Bashar al-Assad. Once again, this implies that Bandar Bush is ready to go absolutely medieval - plowing the whole spectrum of summary executions, beheadings, suicide and car bombings and all-out sectarianism all along the Iraqi-Syrian-Lebanese front.

At least there will be a serious counterpunch; as Sharmine Narwani outlines here (http://english.al-akhbar.com/blogs/sandbox/security-arc-forms-amidst-mideast-terror-0), the former "Shi'ite crescent" - or "axis of resistance" - is now reconstituting itself as a "security arc" against Salafi-jihadis. Pentagon conceptualizers of the "arc of instability" kind never thought about that.

Missile nonsense, anyone?

Adults in Washington - not exactly a majority - may have already visualized the fabulous derivatives of a Western deal with Iran by examining China's approval and the possibility of future Iranian help to stabilize Afghanistan.

For China, Iran is a matter of national security - as a top source of energy (plus all those myriad cultural affinities between Persians and Chinese since Silk Road times). Threatening a country to which the US owes over $1 trillion with third-party, Department of the Treasury sanctions for buying Iranian oil seems to be off the cards, at least for now.

As for Moscow, by coming with a diplomatic resolution to the chemical weapons crisis in Syria, Vladimir Putin no less than saved the Obama administration from itself, as it was about to plunge into a new Middle Eastern war of potentially cataclysmic consequences. Immediately afterwards, the door was opened for the first breach since 1979 of the US-Iran Wall of Mistrust.

Crucially, after the Iranian nuclear interim deal was signed, Russian Foreign Minister Sergei Lavrov went for the jugular; the deal cancels the need for NATO's ballistic missile defense in Central Europe - with interceptor bases in Romania and Poland set to become operational in 2015 and 2018, respectively. Washington has always insisted on the fiction that this was designed to counter missile "threats" from Iran.

Without the Iranian pretext, the justification for ballistic missile defense is unsustainable.

The real negotiation starts more-or-less now, in early 2014. Logically the endgame by mid-2014 would be no more sanctions in exchange for close supervision of Iran's nuclear program. Yet this is a game of superimposed obfuscations. Washington sells itself the myth that this is about somewhat controlling the Iranian nuclear program, an alternative plan to an ultra high-risk Shock and Awe strike to annihilate vast swathes of Iranian infrastructure.

No one is talking, but it's easy to picture BRICS heavyweights Russia and China casually informing Washington what kind of weaponry and material support they would offer Iran in case of an American attack.

Tehran, for its part, would like to interpret the tentative rapprochement as the US renouncing regime change, with Supreme Leader Ayatollah Khamenei paying the price of trading elements of a nuclear program for the end of sanctions.

Assuming Tehran and Washington are able to isolate their respective confrontational lobbies - a titanic task - the benefits are self-evident. Tehran wants - and badly needs - investment in its energy industry (at least $200 billion) and other sectors of the economy. Western Big Oil is dying to invest in Iran. The economic opening will inevitably be part of the final agreement - and for Western turbo-capitalism this is a must; a market of 80 million largely well-educated people, with fabulous location, and swimming in oil and gas. [1] What's not to like?

Peacemaker or just a trickster?

Tehran supports Assad in large part to combat the jihadi virus - incubated by wealthy sponsors in Saudi Arabia and the Gulf. So whatever the spin in Washington, there's no possibility of a serious solution for Syria without involving Iran. The Obama administration now seems to realize that Assad is the least bad among unanimously bad options. Who would have bet on it only three months ago?

The interim deal with Iran is the first tangible evidence that Barack Obama is actually considering leaving his foreign policy mark in Southwest Asia/Middle East. It helps that the 0.00001% who run the show may have realized that a US president globally perceived as a dancing fool engenders massive instability in the Empire and all its satrapies.

The bottom line is that Obama needs to respect his partner Hassan Rouhani - who has made clear to the Americans he must secure non-stop political backing by Khamenei; that's the only way to sideline the very powerful religious/ideological lobby in Tehran/Qom against any deal with the former "Great Satan". So "Great Satan" needs to negotiate in good faith.

A realpolitik old hand (with a soft heart) would say that the Obama administration is aiming at a balance of power between Iran, Saudi Arabia and Israel.

A more Machiavellian realpolitik old hand would say this is about pitting Sunni versus Shi'ite, Arabs versus Persians, to keep them paralyzed.

Perhaps a more prosaic reading is that the US as a mob protector is no more. As much as everyone is aware of a powerful Israel lobby and an almost as powerful Wahhabi petrodollar lobby in Washington, it's never discussed that neither Israel nor the House of Saud have a "protector" other than the US.

So from now on, if the House of Saud sees Iran as a threat, it will have to come up with its own strategy. And if Israel insists on seeing Iran as an "existential threat" - which is a joke - it will have to deal with it as a strategic problem. If a real consequence of the current shift is that Washington will not fight wars for Saudi or Israeli sake anymore, that's already a monumental game changer.

Xi Jinping and Vladimir Putin see it is in their interest to "protect" peacemaker Obama. And yet everyone remains on slippery territory; Obama as peacemaker - this time really honoring his Nobel Prize - may be just a mirror image. And Washington could always march towards regime change in Tehran led by the next White House tenant after 2016.

For 2014 though, plenty of signs point to a tectonic shift in the geopolitical map of Eurasia, with Iran finally emerging as the real superpower in Southwest Asia over the designs of both Israel and the House of Saud. Now that's (geopolitical) entertainment. Happy New Year.

***

La segunda nota fue escrita por Sharmine Narwani para el sitio Alhakbar en inglés. Tampoco tiene desperdicio.

Título: "Security Arc" forms amidst Mideast terror

Texto: “Many observers are correct in noting that the Middle East is undergoing yet another seismic shift - that the Russian-brokered destruction of Syria’s chemical weapons arsenal, a US-Iranian rapprochement, the diminished strategic value of Saudi Arabia and Israel, and a US withdrawal from Afghanistan will all contribute to changing regional dynamics considerably.

But what is this new direction? Where will it come from, who will lead it, what will define it?

It has now become clear that the new Mideast "direction" is guided primarily by the “security threat" posed by the proliferation of extremist, sectarian, Islamist fighters in numbers unseen even in Afghanistan or Iraq. This shared danger has been the impetus behind a flurry of global diplomatic deals that has spawned unexpected cooperation between a diverse mix of nations, many of them adversaries.

These developments come with a unique, post-imperialist twist, though. For the first time in decades, this direction will be led from inside the region, by those Mideast states, groups, sects and parties most threatened by the extremism.

Because nobody else is coming to “save” the Middle East today.

As Salafist militants swarm various borders – from the Levant to the Persian Gulf to North Africa and beyond – states are disintegrating, their territorial integrity and sovereignty under threat, their institutions and economies in shambles, and their armed forces impotent against the irregular warfare practiced by these invaders.

But from within this chaos, a group of countries on the frontline of the battle has decided to give shape to a solution.

Their answer is to fight the militancy directly, to weed it out of their areas and cut off its roots. Already, they are sharing intelligence, cooperating in the battlefield with their collective resources and working to secure support from the international community.

And so while states are weakening elsewhere in the region, a security alliance is emerging out of a stretch of countries from the Levant to the Persian Gulf: Lebanon, Syria, Iraq and Iran.

According to a number of informed sources in the Levant, interviewed over the course of several months, this “Security Arc” will seek to achieve several objectives: First, to maintain the territorial integrity and sovereignty of participating countries. Second, to establish rigorous military and security cooperation against immediate and future threats from extremists. Third, to forge a common political worldview that enhances the alliance and can lead to further collaboration in other arenas.

Jordan’s Sunni King Abdullah once dubbed these four nations the "Shia Crescent,” taking an unusually sectarian jab at the rise in influence of Shia governments and political parties in all four nations. But the security alliances now forming between the four states has little to do with common “sect.” Instead, Abdullah and his allies have a direct hand in the development of this grouping:

It was, after all, the region’s western-backed Arab monarchies that launched the “counter-revolution” to thwart popular Arab uprisings and re-direct them at their regional adversaries, via Syria. Qatar, Saudi Arabia, Bahrain, Jordan, Kuwait, the UAE and their Western allies threw money, weapons, training and resources at unseating Syrian President Bashar al-Assad - in a bid to weaken Iran, isolate Hezbollah and take care of that "Shia threat” once and for all.

But in their single-minded haste to cripple foes, Arab monarchies (supported by western allies) backed any co-religionist prepared to enter the fight and ignored the sectarian, extremist ideologies that these fighters embraced. They quite illogically calculated that the militancy could be controlled once the mission was accomplished.

To quote Council on Foreign Relations Senior Fellow Ed Husain in August 2012: "The unspoken political calculation among (US) policymakers is to get rid of Assad first—weakening Iran's position in the region—and then deal with al-Qaeda later."

In the end, Assad didn’t fall, Iran didn’t waver, Hezbollah dug in, and the Russians and Chinese stepped into the fray. As the Syrian conflict developed into a regional geopolitical battle, heavy weapons, porous borders and increasingly sectarian rhetoric created a unique opportunity – from Lebanon to Iraq - for Salafist militants, including Al Qaeda, to gain influence and create a highly desirable corridor from the Levant to the Persian Gulf.

Former CIA Director Michael Hayden says: "The dominant story going on in Syria is a Sunni fundamentalist takeover of a significant part of the Middle East geography, the explosion of the Syrian state and of the Levant as we know it."

Today, this ideological brand of political violence marked by summary executions, suicide bombings, beheadings and sectarianism threatens to unravel the entire area and turn it into a stomping ground for “emirs” and their fiefdoms governed by Shariah law. For some, this is a price worth paying – the Saudis continue unabashedly to fund and weaponize these conflicts. Other supporters, particularly in the West, have become fearful that the jihadi march will not stop at any border.

But few have taken any concrete steps to inhibit – financially or militarily - the proliferation of this extremism.
And so it is left for the targeted countries to tackle the problem. The same Western-Arab axis that sought to cripple “Shia” ascendency in the Middle East by fueling sectarianism and encouraging an armed "Sunni" reaction, has now created urgent common cause among Iranians, Syrians, Lebanese and Iraqis, based almost entirely on the “security” threat.

A self-fulfilling prophecy, if you will.

Not a Uniform Union

In Lebanon, Syria and Iraq, there exists significant - mainly Sunni - populations that currently do not back a security union between the four states. Decades of sectarian propaganda from the GCC and west has made this demographic highly suspicious of the intentions of Shia Iran and its allies.
Although these populations are just as likely to be targeted by Salafist militants who have now killed Sunni moderates (along with Christians, Kurds and Shia) in Syria, Iraq and Lebanon, their reluctance to see political foes gain influence has often meant they have provided “cover” for militant co-religionists and allowed them to proliferate locally. The choice is painful for this demographic: let your adversaries rise or let extremists run amok.

But earlier this year, when Hezbollah took the decision to fight openly in Qusayr, Syria alongside the Syrian army, it became clear that the parties supporting this security alliance would no longer humor the dissenters.
This Security Arc would be forged with or without the approval of naysayers. And buy-in for the security imperative is coming from an unlikely source: the United States.

In the past few months, Washington has suddenly gone from backing a mostly Sunni ‘rebellion’ in Syria to reaching out to Iran. This about-turn stems from the realization that the US has dangerously overplayed its geopolitical game and allowed religious militancy to swell past the point of no return. Neither Washington nor its NATO partners can reverse this trend unaided. Both failed miserably in the decade-long, superficial “war on terror,” which, if anything, helped sow further seeds of extremism. The US now understands that it needs the assistance of vested regional partners and rising powers that face a more imminent threat from militants – Iran, Russia, China, India, Syria, Iraq, - not just to fight extremism, but to cut off its source…in Saudi Arabia, Pakistan, Yemen, Libya, Afghanistan and other places.

The Americans are in an extremely difficult position: to tackle the spread of extremists, they will have to support military and security solutions from old foes in the region – Iran, Syria, Hezbollah. For starters, this means that 30-plus years of “policy” will literally be flushed away and Washington risks alienating longtime regional allies. Moreover, a successful outcome, i.e. eliminating extremism, will almost certainly mean the ascendency of Iran and the downfall of US-ally Saudi Arabia – among the many other reverberations throughout the Mideast that this will entail.

Washington's conflicting signals on the Middle East are a result of this tortured decision. Actions, however, speak louder than words: the US just struck a nuclear deal with Iran in Geneva in record time, having secretly opened direct channels of communications first. Last month, US President Barack Obama asked to meet his Iraqi counterpart Nuri al-Maliki – soon after, the US began sharing intelligence for the first time since American troops withdrew from Iraq. That first piece of intel, according to Az-Zaman, was on the movement of militants in the Anbar desert. Today, the US-Saudi relationship has soured to the point that even officials question any real convergence of interests; European ambassadors are starting to trek back to Damascus, their intelligence officials lining up to meet with their Syrian counterparts to share information on jihadists; the formidable Israelis have been shunted aside on some major Mideast decisions; NATO-member Turkey is working overtime to ease relations with Iran and Iraq. The list goes on.

These extraordinary developments would not have been feasible a mere six months ago when the blinkers were still on. The speed at which we have been ushered into a new "era of compromise" between adversaries is a testament to the extreme urgency of the jihadist/Salafist problem - and the lengths to which countries will go to address it.

Even if this means bulldozing through entrenched policy and turning it on its head.

As a senior Hezbollah source tells me: "The US is focused more on making arrangements directly with their opponents instead of relying on their allies." There's good reason for that. Many of Washington's regional allies are a source of the instability and are having to be muzzled, coerced and cajoled into accepting the new realities.

Some of these allies are political parties within the Security Arc. They're being brought into line more quickly now, partly because the threat of terrorism hovers in their own backyards. In Lebanon, for instance, a national army thus far restrained by pro-Saudi political interests looks set to finally tackle Salafist militants in key towns, cities and refugee camps where their numbers have swelled. That's a tremendous breakthrough after almost three years of sitting on the fence, waiting for "spillover" from Syria and taking virtually no security precautions to prevent it.

Security Arc: Plan of Action

Things are moving rapidly on every front. The convergence of extremist sectarian militias into the 50,000-strong "Islamic Front" has created further common cause on the other side. The US and UK last week withdrew support for rebels, belatedly fearing radicalization of the 'rebellion.' And Iran launched diplomatic efforts in neighboring Gulf states to divide their ranks against toeing the old adversarial line, succeeding when Oman refused to support a Saudi initiative for a GCC union.

But to stamp out jihadism in Syria and beyond, three main objectives need to be achieved - and it will take a collective effort to get there:

First, is to weed out extremists from inside the areas where they are growing in number and influence and where political will exists: inside the Security Arc, from within Lebanon, Syria, Iraq and Iran. This is primarily a military solution – though some fighters may surrender/exit through negotiated political outreach, or when a mentoring state/individual calls it quits.

Second, is the establishment of a global sanctions regime to financially cripple jihadist/Salafist networks by targeting their sources of funding. This is already being done in small measure, but the West’s relationship with many of the violating states and individuals has prevented any genuine progress in the past. As Patrick Cockburn’s recent column in The Independent “Mass Murder in The Middle East is Funded By Our Friends The Saudis” points out: “Everyone knows where Al Qaeda gets its money, but while the violence is sectarian, the West does nothing.” The new US-Iranian rapprochement - fast-tracked to tackle terror - could change this, given the dramatic realignment of priorities and alliances created in its wake.

Third, is for neighboring states - and even those well beyond the region - to shut down their borders and enforce air-tight immigration security. On Syria’s borders we are already seeing both Turkey and Jordan taking some drastic measures, but the Iraqi border still remains porous and dangerous. Hence, Washington’s recent intel upgrade with Iraq.

Gravitating Toward The “Security” Priority

You can see the calculations changing in nations beyond the Security Arc already. Many keenly understand the vital role these four countries will have to play to stem militancy. All eyes right now are on Syria where the security situation is most precarious for the region – particularly in Egypt, Jordan and Turkey.
The latter three are the regional states most likely to support the Security Arc’s security objectives, albeit with reservations that accompany some fairly stark political differences.

Jordan, for example, has played “host” to an array of foreign special forces, troops, intelligence agencies and contractors, all focused on the task of bringing down the current Syrian government. But even its longtime financial dependency on Saudi Arabia is not worth the thousands of jihadis stationed on Jordanian territory, waiting to enter conflict zones. Arab media puts the number of Jordanian-origin jihadists inside the country at a horrifying 1,000. By contrast, the Europeans are terrified of even a handful of their own Islamist militants coming home.

According to a well-connected Lebanese source, around four months ago, Jordan, Syria and Iraq began quiet discussions (on separate bilateral tracks) about economic and security cooperation. The Jordanians initially balked at the security upgrade, but came around eventually. They’re not just worried about extremism, but about economic collapse too – either can set the other off. Worst of all would be complete irrelevance in a region undergoing rapid change. The Jordanians are not mavericks, and sandwiched as they are between Syria and Iraq, it is not hard to see their new direction.

Already, state security courts in Amman are imprisoning prominent Salafists and Jordanian fighters intent on crossing over into Syria. Jordan has shut down its border, enforced tight security around the Zaatari camp for Syrian refugees, and is likely to take further measures as relations with the Syrian government continue to improve.

The Turks have also taken measures to tighten up their borders – in practice. An internal battle still rages within its Islamist establishment where a hot-headed Prime Minister Recep Tayyip Erdogan cast his lot almost three years ago with the Syrian opposition. His intransigence on this issue has cost Turkey: armed militants have found refuge inside Turkey’s border with Syria, political violence has seeped into the country, Turkey’s popularity has plummeted in the Arab world across all sects, Erdogan’s own suppression of protest has marked him a hypocrite, and Kurdish “autonomy” in Syria raises ambitions for Kurds in neighboring Turkey.

The Turks will understand the security imperative, but the clincher will be the economic ones. Syria needs a lot of reconstruction and Iraq has oil wealth to spend once calm returns. Furthermore, a gas pipeline initiative stretching from Iran to the Mediterranean will altogether bypass Turkey - if it doesn’t play ball.

Egypt is likely to fall in line with the Security Arc for the simple reason that it now faces the same problems. Indebted as the interim military government may be to the petrodollars of Saudi Arabia and other Gulf state sponsors, Egypt will be entirely bankrupt if religious militancy takes hold, as it now threatens to do. Attacks against security forces in the Sinai surged during Egypt’s popular uprising in early 2011, and have gained momentum again since last summer when the military establishment returned to power. Today, non-Bedouin militants from outside the area are flocking to the Sinai, stocked with advanced weaponry from conflicts in Libya and Sudan. During the short reign of the Muslim Brotherhood which endorsed Syrian rebels, thousands of Egyptians flocked to the fight in Syria. It is likely that a state governed or dominated by a secular military establishment will follow the Syrian example and implement heavy security solutions to break the back of extremists.

Whatever one's political inclinations, there is little doubt that inaction against Salafist militants at this juncture will lead to the disintegration of states throughout the Mideast.

The most dangerous hubs today are Syria, followed by Iraq, because of their political and geographical centrality in the region, and the likelihood of smaller or weaker neighbors being swept into the chaos.
The fight against extremism will therefore start inside the Security Arc, and will receive immediate support from the BRICS states and non-aligned nations. The West may choose to play key roles behind the scenes instead of unsettling their regional allies - at least for a while. But as confrontation escalates, countries will have to "take clear sides" in this pivotal battle, both in the Mideast and outside. Expect opportunism to play a hand - there may be a point at which a "stalemate" may be desirable for some. Few will dare to support the extremists, however, so also anticipate some serious narrative shifts on 'good-guys' and 'bad-guys' in the Mideast.

This, now, is the real War on Terror. But this time it will be led from inside the Middle East, gain universal support and change the regional political balance of power for generations to come.”

jueves, 26 de diciembre de 2013

Vladimir Putin, triunfador de las pulseadas de Siria, Iran y Ucrania en el año 2013. Para este blog, el personaje del año, del lustro, de la década

Ya hemos posteado previamente alguna nota de Israel Shamir, periodista del KP ruso y comentarista de Counterpunch y Russia Today. El tipo es bueno. En esta nota habla de la última partida de ajedrez entra Rusia y la NATO; nos referimos a Ucrania. De paso, comenta hacia el final algunos aspectos desconocidos del único líder global realmente existente, Vladimir Vladimirovich Putin. Vamos a la nota, aparecida hoy en Global Research. 

Ah! Y Feliz Año Nuevo para todos.

Título: Putin Scores a New Victory in the Ukraine

Texto: It is freezing cold in Kiev, legendary city of golden domes on the banks of Dnieper River – cradle of ancient Russian civilisation and the most charming of East European capitals. It is a comfortable and rather prosperous place, with hundreds of small and cosy restaurants, neat streets, sundry parks and that magnificent river. The girls are pretty and the men are sturdy. Kiev is more relaxed than Moscow, and easier on the wallet.

Though statistics say the Ukraine is broke and its people should be as poor as Africans, in reality they aren’t doing too badly, thanks to their fiscal imprudence. The government borrowed and spent freely, heavily subsidised housing and heating, and they brazenly avoided devaluation of the national currency and the austerity program prescribed by the IMF. This living on credit can go only so far: the Ukraine was doomed to default on its debts next month or sooner, and this is one of the reasons for the present commotion.

A tug-of-war between the East and the West for the future of Ukraine lasted over a month, and has ended for all practical purposes in a resounding victory for Vladimir Putin, adding to his previous successes in Syria and Iran. The trouble began when the administration of President Yanukovich went looking for credits to reschedule its loans and avoid default. There were no offers. They turned to the EC for help; the EC, chiefly Poland and Germany, seeing that the Ukrainian administration was desperate, prepared an association agreement of unusual severity.

The EC is quite hard on its new East European members, Latvia, Romania, Bulgaria et al.: these countries had their industry and agriculture decimated, their young people working menial jobs in Western Europe, their population drop exceeded that of the WWII.

But the association agreement offered to the Ukraine was even worse. It would turn the Ukraine into an impoverished colony of the EC without giving it even the dubious advantages of membership (such as freedom of work and travel in the EC). In desperation, Yanukovich agreed to sign on the dotted line, in vain hopes of getting a large enough loan to avoid collapse. But the EC has no money to spare – it has to provide for Greece, Italy, Spain. Now Russia entered the picture. At the time, relations of the Ukraine and Russia were far from good. Russians had become snotty with their oil money, the Ukrainians blamed their troubles on Russians, but Russia was still the biggest market for Ukrainian products.

For Russia, the EC agreement meant trouble: currently the Ukraine sells its output in Russia with very little customs protection; the borders are porous; people move freely across the border, without even a passport. If the EC association agreement were signed, the EC products would flood Russia through the Ukrainian window of opportunity. So Putin spelled out the rules to Yanukovich: if you sign with the EC, Russian tariffs will rise. This would put some 400,000 Ukrainians out of work right away. Yanukovich balked and refused to sign the EC agreement at the last minute. (I predicted this in my report from Kiev full three weeks before it happened, when nobody believed it – a source of pride).

The EC, and the US standing behind it, were quite upset. Besides the loss of potential economic profit, they had another important reason: they wanted to keep Russia farther away from Europe, and they wanted to keep Russia weak. Russia is not the Soviet Union, but some of the Soviet disobedience to Western imperial designs still lingers in Moscow: be it in Syria, Egypt, Vietnam, Cuba, Angola, Venezuela or Zimbabwe, the Empire can’t have its way while the Russian bear is relatively strong. Russia without the Ukraine can’t be really powerful: it would be like the US with its Mid-western and Pacific states chopped away. The West does not want the Ukraine to prosper, or to become a stable and strong state either, so it cannot join Russia and make it stronger. A weak, poor and destabilised Ukraine in semi-colonial dependence to the West with some NATO bases is the best future for the country, as perceived by Washington or Brussels.

Angered by this last-moment-escape of Yanukovich, the West activated its supporters. For over a month, Kiev has been besieged by huge crowds bussed from all over the Ukraine, bearing a local strain of the Arab Spring in the far north. Less violent than Tahrir, their Maidan Square became a symbol of struggle for the European strategic future of the country. The Ukraine was turned into the latest battle ground between the US-led alliance and a rising Russia. Would it be a revanche for Obama’s Syria debacle, or another heavy strike at fading American hegemony?

The simple division into “pro-East” and “pro-West” has been complicated by the heterogeneity of the Ukraine. The loosely knit country of differing regions is quite similar in its makeup to the Yugoslavia of old. It is another post-Versailles hotchpotch of a country made up after the First World War of bits and pieces, and made independent after the Soviet collapse in 1991. Some parts of this “Ukraine” were incorporated by Russia 500 years ago, the Ukraine proper (a much smaller parcel of land, bearing this name) joined Russia 350 years ago, whilst the Western Ukraine (called the “Eastern Regions”) was acquired by Stalin in 1939, and the Crimea was incorporated in the Ukrainian Soviet Republic by Khrushchev in 1954.

The Ukraine is as Russian as the South-of-France is French and as Texas and California are American. Yes, some hundreds years ago, Provence was independent from Paris, – it had its own language and art; while Nice and Savoy became French rather recently. Yes, California and Texas joined the Union rather late too. Still, we understand that they are – by now – parts of those larger countries, ifs and buts notwithstanding. But if they were forced to secede, they would probably evolve a new historic narrative stressing the French ill treatment of the South in the Cathar Crusade, or dispossession of Spanish and Russian residents of California.

Accordingly, since the Ukraine’s independence, the authorities have been busy nation-building, enforcing a single official language and creating a new national myth for its 45 million inhabitants. The crowds milling about the Maidan were predominantly (though not exclusively) arrivals from Galicia, a mountainous county bordering with Poland and Hungary, 500 km (300 miles) away from Kiev, and natives of the capital refer to the Maidan gathering as a “Galician occupation”.

Like the fiery Bretons, the Galicians are fierce nationalists, bearers of a true Ukrainian spirit (whatever that means). Under Polish and Austrian rule for centuries, whilst the Jews were economically powerful, they are a strongly anti-Jewish and anti-Polish lot, and their modern identity centred around their support for Hitler during the WWII, accompanied by the ethnic cleansing of theirPolish and Jewish neighbours. After the WWII, the remainder of pro-Hitler Galician SS fighters were adopted by US Intelligence, re-armed and turned into a guerrilla force against the Soviets. They added an anti-Russian line to their two ancient hatreds and kept fighting the “forest war” until 1956, and these ties between the Cold Warriors have survived the thaw.

After 1991, when the independent Ukraine was created, in the void of state-building traditions, the Galicians were lauded as ‘true Ukrainians’, as they were the only Ukrainians who ever wanted independence. Their language was used as the basis of a new national state language, their traditions became enshrined on the state level. Memorials of Galician Nazi collaborators and mass murderers Stepan Bandera and Roman Shukhevych peppered the land, often provoking the indignation of other Ukrainians. The Galicians played an important part in the 2004 Orange Revolution as well, when the results of presidential elections were declared void and the pro-Western candidate Mr Yuschenko got the upper hand in the re-run.

However, in 2004, many Kievans also supported Yuschenko, hoping for the Western alliance and a bright new future. Now, in 2013, the city’s support for the Maidan was quite low, and the people of Kiev complained loudly about the mess created by the invading throngs: felled trees, burned benches, despoiled buildings and a lot of biological waste. Still, Kiev is home to many NGOs; city intellectuals receive generous help from the US and EC. The old comprador spirit is always strongest in the capitals.

For the East and Southeast of the Ukraine, the populous and heavily industrialised regions, the proposal of association with the EC is a no-go, with no ifs, ands or buts. They produce coal, steel, machinery, cars, missiles, tanks and aircraft. Western imports would erase Ukrainian industry right off the map, as the EC officials freely admit. Even the Poles, hardly a paragon of industrial development, had the audacity to say to the Ukraine: we’ll do the technical stuff, you’d better invest in agriculture. This is easier to say than to do: the EC has a lot of regulations that make Ukrainian products unfit for sale and consumption in Europe. Ukrainian experts estimated their expected losses for entering into association with the EC at anything from 20 to 150 billion euros.

For Galicians, the association would work fine. Their speaker at the Maidan called on the youth to ‘go where you can get money’ and do not give a damn for industry. They make their income in two ways: providing bed-and breakfast rooms for Western tourists and working in Poland and Germany as maids and menials. They hoped they would get visa-free access to Europe and make a decent income for themselves. Meanwhile, nobody offered them a visa-waiver arrangement. The Brits mull over leaving the EC, because of the Poles who flooded their country; the Ukrainians would be too much for London. Only the Americans, always generous at somebody’s else expense, demanded the EC drop its visa requirement for them.

While the Maidan was boiling, the West sent its emissaries, ministers and members of parliament to cheer the Maidan crowd, to call for President Yanukovich to resign and for a revolution to install pro-Western rule. Senator McCain went there and made a few firebrand speeches. The EC declared Yanukovich “illegitimate” because so many of his citizens demonstrated against him. But when millions of French citizens demonstrated against their president, when Occupy Wall Street was violently dispersed, nobody thought the government of France or the US president had lost legitimacy…

Victoria Nuland, the Assistant Secretary of State, shared her biscuits with the demonstrators, and demanded from the oligarchs support for the “European cause” or their businesses would suffer. The Ukrainian oligarchs are very wealthy, and they prefer the Ukraine as it is, sitting on the fence between the East and the West. They are afraid that the Russian companies will strip their assets should the Ukraine join the Customs Union, and they know that they are not competitive enough to compete with the EC. Pushed now by Nuland, they were close to falling on the EC side.

Yanukovich was in big trouble. The default was rapidly approaching. He annoyed the pro-Western populace, and he irritated his own supporters, the people of the East and Southeast. The Ukraine had a real chance of collapsing into anarchy. A far-right nationalist party, Svoboda (Liberty), probably the nearest thing to the Nazi party to arise in Europe since 1945, made a bid for power. The EC politicians accused Russia of pressurising the Ukraine; Russian missiles suddenly emerged in the western-most tip of Russia, a few minutes flight from Berlin. The Russian armed forces discussed the US strategy of a “disarming first strike”. The tension was very high.

Edward Lucas, the Economist’s international editor and author of The New Cold War, is a hawk of the Churchill and Reagan variety. For him, Russia is an enemy, whether ruled by Tsar, by Stalin or by Putin. He wrote: “It is no exaggeration to say that the [Ukraine] determines the long-term future of the entire former Soviet Union. If Ukraine adopts a Euro-Atlantic orientation, then the Putin regime and its satrapies are finished… But if Ukraine falls into Russia’s grip, then the outlook is bleak and dangerous… Europe’s own security will also be endangered. NATO is already struggling to protect the Baltic states and Poland from the integrated and increasingly impressive military forces of Russia and Belarus. Add Ukraine to that alliance, and a headache turns into a nightmare.”

In this cliff-hanging situation, Putin made his pre-emptive strike. At a meeting in the Kremlin, he agreed to buy fifteen billion euros worth of Ukrainian Eurobonds and cut the natural gas price by a third. This meant there would be no default; no massive unemployment; no happy hunting ground for the neo-Nazi thugs of Svoboda; no cheap and plentiful Ukrainian prostitutes and menials for the Germans and Poles; and Ukrainian homes will be warm this Christmas. Better yet, the presidents agreed to reforge their industrial cooperation. When Russia and Ukraine formed a single country, they built spaceships; apart, they can hardly launch a naval ship. Though unification isn’t on the map yet, it would make sense for both partners. This artificially divided country can be united, and it would do a lot of good for both of their populaces, and for all people seeking freedom from US hegemony.

There are a lot of difficulties ahead: Putin and Yanukovich are not friends, Ukrainian leaders are prone to renege, the US and the EC have a lot of resources. But meanwhile, it is a victory to celebrate this Christmastide. Such victories keep Iran safe from US bombardment, inspire the Japanese to demand removal of Okinawa base, encourage those seeking closure of Guantanamo jail, cheer up Palestinian prisoners in Israeli prisons, frighten the NSA and CIA and allow French Catholics to march against Hollande’s child-trade laws.

***

What is the secret of Putin’s success? Edward Lucas said, in an interview to the pro-Western Ekho Moskvy radio: “Putin had a great year – Snowden, Syria, Ukraine. He checkmated Europe. He is a great player: he notices our weaknesses and turns them into his victories. He is good in diplomatic bluff, and in the game of Divide and Rule. He makes the Europeans think that the US is weak, and he convinced the US that Europeans are useless”.

I would offer an alternative explanation. The winds and hidden currents of history respond to those who feel their way. Putin is no less likely a roguish leader of global resistance than Princess Leia or Captain Solo were in Star Wars. Just the time for such a man is ripe.

Unlike Solo, he is not an adventurer. He is a prudent man. He does not try his luck, he waits, even procrastinates. He did not try to change regime in Tbilisi in 2008, when his troops were already on the outskirts of the city. He did not try his luck in Kiev, either. He has spent many hours in many meetings with Yanukovich whom he supposedly personally dislikes.

Like Captain Solo, Putin is a man who is ready to pay his way, full price, and such politicians are rare. “Do you know what is the proudest word you will ever hear from an Englishman’s mouth?”, asked a James Joyce character, and answered: “His proudest boast is I paid my way.” Those were Englishmen of another era, long before the likes of Blair, et al.

While McCain and Nuland, Merkel and Bildt speak of the European choice for the Ukraine, none of them is ready to pay for it. Only Russia is ready to pay her way, in the Joycean sense, whether in cash, as now, or in blood, as in WWII.

Putin is also a magnanimous man. He celebrated his Ukrainian victory and forthcoming Christmas by forgiving his personal and political enemies and setting them free: the Pussy Riot punks, Khodorkovsky the murderous oligarch, rioters… And his last press conference he carried out in Captain Solo self-deprecating mode, and this, for a man in his position, is a very good sign." 



martes, 24 de diciembre de 2013

Entrevista


La siguiente entrevista de  Maxime Chaix al ex diplómático canadiense Peter Dale Scott no tiene desperdicio. Apareció ayer en Red Voltaire. Que tengan ustedes muy felices fiestas.
 

Título: Las drogas y la máquina de guerra de Estados Unidos
 

Epígrafe: El ex diplomático canadiense Peter Dale Scott aprovecha su jubilación para estudiar detalladamente el Sistema de Estados Unidos y sigue describiéndolo en sus libros. En esta entrevista responde a nuestro colaborador Maxime Chaix, traductor de sus trabajos al idioma francés.
 

Nota sobre el entrevistado: Peter Dale Scott es doctor en Ciencias Políticas, profesor emérito de Literatura Inglesa de la Universidad de California (Berkeley), poeta y ex diplomático canadiense. Su primer libro traducido al francés, The Road to 9/11, fue publicado en septiembre de 2010 por Demi-Lune bajo el título La Route vers le Nouveau Désordre Mondial [El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial] y le valió los elogios del general de la fuerza aérea francesa Bernard Norlain en el número 738 de la Revue Défense Nationale (marzo de 2011). Su más reciente libro, La Machine de guerre américaine [la Máquina de Guerra de Estados Unidos], fue publicado en francés por Éditions Demi-Lune en octubre de 2012 y también fue recomendado por el general Norlain en el número 757 de la Revue Défense Nationale (febrero de 2013). Peter Dale Scott publica regularmente artículos en el sitio web de la Red Voltaire.

Texto:
 

Maxime Chaix: En su último libro, La Machine de guerre américaine, usted estudia profundamente lo que usted llama la «conexión narcótica global». ¿Puede aclararnos esa noción?
 

Peter Dale Scott: Permítame, ante todo, definir lo que yo entiendo por «conexión narcótica». Las drogas no entran en Estados Unidos por arte de magia. Importantes cargamentos de droga son enviados a veces a ese país con el consentimiento y/o la complicidad directa de la CIA. Le voy a poner un ejemplo que yo mismo cito en La Machine de guerre américaine. En ese libro yo menciono al general Ramón Guillén Dávila, director de una unidad antidroga creada por la CIA en Venezuela, quien fue inculpado en Miami por haber introducido clandestinamente una tonelada de cocaína en Estados Unidos. Según el New York Times, «la CIA, a pesar de las objeciones de la Drug Enforcement Administration [DEA], aprobó el envío de al menos una tonelada de cocaína pura al aeropuerto internacional de Miami [,] para obtener información sobre los cárteles colombianos de la droga». En total, según el Wall Street Journal, el general Guillén posiblemente envió ilegalmente más de 22 toneladas de droga a Estados Unidos. Sin embargo, las autoridades estadounidenses nunca solicitaron a Venezuela la extradición de Guillén. Incluso, en 2007, cuando [Guillén] fue arrestado en su país por haber planificado un intento de asesinato contra [el presidente] Hugo Chávez, el acta de acusación contra ese individuo todavía estaba sellada en Miami. Lo cual no es sorprendente, sabiendo que se trataba de un aliado de la CIA.
 

Pero la conexión narcótica de la CIA no se limita a Estados Unidos y Venezuela sino que, desde los tiempos de la postguerra, ha ido extendiéndose progresivamente a través del mundo. En efecto, Estados Unidos ha tratado de ejercer su influencia en ciertas partes del mundo pero, siendo una democracia, no podía enviar el US Army a esas regiones. Así que desarrolló ejércitos de apoyo (proxy armies) financiados por los traficantes de droga locales. Ese modus operandi se convirtió poco a poco en una regla general. Ese es uno de los principales temas de mi libro La Machine de guerre américaine. En ese libro yo estudio específicamente la operación Paper, que comenzó en 1950 con la utilización por parte de la CIA del ejército del KMT en Birmania, [fuerza] que organizaba el tráfico de droga en la región. Cuando resultó que aquel ejército era totalmente ineficaz, la CIA desarrolló su propia fuerza en Tailandia (bajo el nombre de PARU). El oficial de inteligencia a cargo de esa fuerza reconoció que el PARU financiaba sus operaciones con importantes cantidades de droga.
 

Al restablecer el tráfico de droga en el sudeste asiático, el KMT –como ejército de apoyo– fue el preludio de lo que se convertiría en una costumbre de la CIA: colaborar en secreto con grupos financiados a través de la droga para hacer la guerra, como sucedió en Indochina y en el Mar de China meridional durante los años 1950, 60 y 70, en Afganistán y en Centroamérica en los años 1980, en Colombia en los años 1990, y nuevamente en Afganistán en 2001. Los responsables son nuevamente los mismos sectores de la CIA, o sea los equipos encargados de organizar las operaciones clandestinas. Se puede observar como desde la época de la postguerra sus agentes, financiados con las ganancias que reportan esas operaciones con narcóticos, se mueven de continente en continente repitiendo el mismo esquema. Por eso es que podemos hablar de «conexión narcótica global».
 

Maxime Chaix: En La Machine de guerre américaine, usted señala además que la producción de droga se desarrolla bruscamente en los lugares donde Estados Unidos interviene con su ejército y/o sus servicios de inteligencia y que esa producción disminuye cuando terminan esas intervenciones. En Afganistán, en momentos en que la OTAN está retirando paulatinamente sus tropas, ¿piensa usted que la producción disminuirá cuando termine la retirada?
 

Peter Dale Scott: En el caso de Afganistán es interesante ver que durante los años 1970, a medida que el tráfico de droga disminuía en el sudeste asiático, la zona fronteriza pakistano-afgana se convertía poco a poco en punto central del tráfico internacional de opio. Finalmente, en 1980, la CIA se implicó de manera indirecta, pero masiva, contra la URSS en la guerra de Afganistán. Por cierto, Zbigniew Brzezinski se jactó ante Carter de haber organizado el Vietnam de los soviéticos. Pero también desató una epidemia de heroína en Estados Unidos. Antes de 1979 sólo entraban a ese país muy pequeñas cantidades de opio proveniente del Creciente de Oro. Pero en un solo año, el 60% de la heroína que entraba en Estados Unidos provenía de esa región, según las estadísticas oficiales.
 

Como yo mismo recuerdo en La Machine de guerre américaine, los costos sociales de aquella guerra alimentada por la droga aún siguen afectándonos. Por ejemplo, sólo en Pakistán existen hoy, al parecer, 5 millones de heroinómanos. Sin embargo, en 2001, Estados Unidos reactivó, con ayuda de los traficantes, sus intentos de imponer un proceso de edificación nacional a un cuasi-Estado que cuenta no menos de una docena de grupos étnicos importantes que hablan diferentes lenguas. En esa época, estaba perfectamente claro que la intención de Estados Unidos era utilizar a los traficantes de droga para posicionarse en el terreno en Afganistán. En 2001, la CIA creó su propia coalición para luchar contra los talibanes reclutando –e incluso importando– traficantes de droga que ya había tenido como aliados en los años 1980. Como en Laos –en 1959– y en Afganistán –en 1980–, la intervención estadounidense fue una bendición para los cárteles internacionales de la droga. Con la agravación del caos en las zonas rurales afganas y el aumento del tráfico aéreo, la producción se multiplicó por más de 2 pasando de 3 276 toneladas en el año 2000 (y sobre todo de las 185 toneladas producidas en 2001, año en que los talibanes prohibieron la producción de opio) a 8 200 toneladas en 2007.
 

Hoy en día es imposible determinar cómo evolucionará la producción de droga en Afganistán. Pero si Estados Unidos y la OTAN se limitan a retirarse dejando el caos tras de sí, todo el mundo sufrirá las consecuencias –con excepción de los traficantes de droga, que se aprovecharían entonces del desorden para [desarrollar] sus actividades ilícitas. Sería por lo tanto indispensable establecer una colaboración entre Afganistán y todos los países vecinos, incluyendo China y Rusia (que puede ser considerada una nación vecina debido a sus fronteras con los Estados del Asia Central). El Consejo Internacional sobre la Seguridad y el Desarrollo (ICOS) ha sugerido comprar y transformar el opio afgano para utilizarlo con fines médicos en los países del Tercer Mundo, que lo necesitan con gran urgencia. Pero Washington se opone a esa medida, difícil de poner en práctica sin un sistema de preservación del orden eficaz y sólido. En todo caso, tenemos que dirigirnos hacia una solución multilateral en la que se incluya Irán, país muy afectado por el tráfico de droga proveniente de Afganistán. Se trata además del país más activo en la lucha contra la exportación de estupefacientes afganos y el que más pérdidas humanas está sufriendo por causa de ese tráfico. Por consiguiente, habría que reconocer a Irán como un aliado fundamental en la lucha contra esa plaga. Pero, por numerosas razones, ese país es considerado como un enemigo en el mundo occidental.
 

Maxime Chaix: En su último libro, La Machine de guerre américaine, usted demuestra que una parte importante de los ingresos narcóticos [de la droga] alimenta el sistema bancario internacional, incluyendo los bancos de Estados Unidos, creando así una verdadera «narconomía». En ese contexto, ¿qué cree usted del caso HSBC?
 

Peter Dale Scott: Primeramente, el escándalo de lavado de dinero del HSBC nos lleva a pensar que la manipulación de ingresos narcóticos por parte de ese banco pudo contribuir al financiamiento del terrorismo –como ya había revelado una subcomisión del Senado en julio de 2012. Además, un nuevo informe senatorial ha estimado que «cada año, entre 300 000 millones y un millón de millones de dólares de origen criminal son lavados por los bancos a través del mundo y la mitad de esos fondos transitan por los bandos estadounidenses». En ese contexto, las autoridades gubernamentales nos explican que no se desmantelará HSBC porque es demasiado importante en la arquitectura financiera occidental. Hay que recordar que Antonio María Costa, el director de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Crimen (ONUDC), recordó que en 2008 «los miles de millones de narcodólares impidieron el hundimiento del sistema en el peor momento de la crisis [financiera] global».
 

Así que el HSBC se puso de acuerdo con el Departamento [estadounidense] de Justicia para pagar una multa de unos 1 920 millones de dólares, con lo cual evitará ser objeto de acciones penales. El gobierno de Estados Unidos nos da a entender de esa manera que nadie será condenado por esos crímenes porque, como ya señalé anteriormente, ese banco es parte integrante del sistema. Eso es una confesión fundamental. En realidad, todos los grandes bancos de importancia sistémica –no sólo el HSBC– han reconocido haber creado filiales (los privates banks) concebidas especialmente para el lavado de dinero sucio. Algunos han pagado fuertes multas, habitualmente mucho menos importantes que las ganancias generadas por el lavado de dinero. Y mientras dure esa impunidad, el sistema seguirá funcionando de esa manera.
 

Es un verdadero escándalo. Piense usted en un individuo cualquiera arrestado con unos cuantos gramos de cocaína en el bolsillo. Lo más probable es que vaya a la cárcel. Pero el banco HSBC puede haber lavado unos 7 000 millones de dólares de ingresos narcóticos a través de su filial mexicana sin que nadie vaya a la cárcel.
 

En realidad, la droga es uno de los principales factores que sostienen el dólar, lo cual explica el uso de la expresión «narconomía». Los 3 productos que más se intercambian en el comercio internacional son, en primer lugar, el petróleo seguido por las armas y después la droga. Esos 3 elementos están interconectados y alimentan los bancos de la misma manera. Es por eso que el sistema bancario global absorbe la mayoría del dinero de la droga. Así que en La Machine de guerre américaine yo estudio de qué manera una parte de esos ingresos narcóticos financia ciertas operaciones clandestinas estadounidenses. Y analizo además las consecuencias que se derivan.
 

Maxime Chaix: Hace 10 años, la administración Bush emprendía la guerra contra Irak, sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Qué balance hace usted de ese conflicto, sobre todo en relación con sus costos humanos y financieros?
 

Peter Dale Scott: En mi opinión, ha habido dos grandes desastres en la política exterior reciente de Estados Unidos: la guerra de Vietnam, que no era necesaria, y la guerra de Irak, que lo era menos todavía. El objetivo aparente de esa guerra era instaurar la democracia en ese país, lo cual era una verdadera ilusión. Es el pueblo iraquí quien tiene que determinar si está hoy en mejor situación que antes de esa guerra, pero yo dudo que su respuesta sea afirmativa si se le consulta al respecto.
 

En cuanto a los costos humanos y financieros, ese conflicto fue un desastre, tanto para Irak como para Estados Unidos. Pero el ex vicepresidente Dick Cheney acaba de declarar en un documental que él haría lo mismo [que antes] «al minuto». Sin embargo, el Financial Times estimó recientemente que los contratistas habían firmado con el gobierno de Estados Unidos contratos por más de 138 000 millones de dólares en el marco de la reconstrucción de Irak. Sólo la empresa KBR, filial de Halliburton –firma que dirigía el propio Dick Cheney antes de convertirse en vicepresidente [de Estados Unidos]– firmó desde 2003 una serie de contratos federales por al menos 39 500 millones de dólares. Recordemos también que a finales del año 2000 –un año antes del 11 de septiembre– Dick Cheney y Donald Rumsfeld firmaron juntos un importante estudio elaborado por el PNAC (el grupo de presión neoconservador conocido como Proyecto para el Nuevo Siglo Americano). Aquel estudio, titulado «Reconstruir las Defensas de América» (Rebuilding America’s Defenses), reclamaba sobre todo un fuerte aumento del presupuesto de Defensa, el derrocamiento de Sadam Husein en Irak y mantener tropas estadounidenses en la región del Golfo Pérsico, incluso después de la caída del dictador iraquí. A pesar de los costos humanos y financieros de esa guerra, ciertas empresas privadas sacaron cuantiosas ganancias de ese conflicto, como yo mismo analizo en mi libro La Machine de guerre américaine. Para terminar, cuando se ven las gravísimas tensiones que hoy existen en el Medio Oriente entre los chiitas, respaldados por Irán, y los sunnitas, que cuentan con el apoyo de Arabia Saudita y Qatar, tenemos que recordar que la guerra contra Irak tuvo un impacto muy desestabilizador en toda esa región…

Maxime Chaix: Precisamente, ¿cuál es su punto de vista sobre la situación en Siria y las posibles soluciones?


Peter Dale Scott: Dado lo complejo de la situación no existe una respuesta simple sobre lo que habría que hacer en Siria, al menos a nivel local. Sin embargo, como ex diplomático, estoy convencido de que necesitamos un consenso entre las grandes potencias. Rusia sigue insistiendo en la necesidad de remitirse a los acuerdos de Ginebra. No es ese el caso de Estados Unidos, que efectivamente fue en Libia más allá del mandato concedido por el Consejo de Seguridad [de la ONU] y que está violando un consenso potencial en Siria. No es ese el camino a seguir ya que, en mi opinión, es necesario un consenso internacional. Si no, es posible que la guerra a través de intermediarios entre chiitas y sunnitas en el Medio Oriente acabe por arrastrar a Arabia Saudita e Irán a participar directamente en el conflicto sirio. Habría entonces un riesgo de guerra entre Estados Unidos y Rusia. Así estalló la Primera Guerra Mundial, desencadenada por un acontecimiento local en Bosnia. Y la Segunda Guerra Mundial comenzó con una guerra por intermediarios en España, donde Rusia y Alemania se enfrentaban indirectamente. Tenemos y podemos evitar que se repita ese tipo de tragedia.


Maxime Chaix: ¿Pero no piensa usted que, por el contrario, Estados Unidos está tratando hoy de ponerse de acuerdo con Rusia, esencialmente a través de la diplomacia de John Kerry?


Peter Dale Scott: Para responder a esa pregunta, permítame hacer una analogía en el Afganistán y en el Asia Central de los años 1990, después de la retirada soviética. El problema recurrente en Estados Unidos es que resulta difícil lograr un consenso en el seno del gobierno porque existe una multitud de agencias que a veces tienen objetivos antagónicos. Lo cual se traduce en la imposibilidad de obtener una política unificada y coherente. Eso es precisamente lo que pudimos observar en Afganistán en 1990. El Departamento de Estado quería llegar obligatoriamente a un acuerdo con Rusia. Pero la CIA seguía trabajando con sus aliados narcóticos y/o yihadistas en Afganistán. 


En aquella época Strobe Talbott –un amigo muy cercano del presidente Clinton, a quien representaba con mucha influencia dentro del Departamento de Estado– declaró con toda razón que Estados Unidos tenía que llegar a un arreglo con Rusia en Asia Central, en vez de considerar esa región como un «gran tablero» donde manipular los acontecimientos para obtener ventajas (para retomar el concepto de Zbigniew Brzezinski). Pero, al mismo tiempo, la CIA y el Pentágono estaban haciendo acuerdos secretos con Uzbekistán, [acuerdos] que neutralizaron totalmente lo que Strobe Talbott estaba tratando de hacer. Yo dudo que hayan desaparecido hoy en día ese tipo de divisiones internas en el seno del aparato diplomático y de seguridad de Estados Unidos.

En todo caso, desde 1992, la doctrina de Wolfowitz que aplicaron los neoconservadores de la administración Bush a partir de 2001 llama a la dominación global y unilateral de Estados Unidos. Paralelamente, elementos más moderados del Departamento de Estado tratan de negociar soluciones pacificas a los diferentes conflictos en el marco de la ONU. Pero es imposible negociar la paz a la vez que se exhorta a dominar el mundo a través de la fuerza militar. Desgraciadamente, los halcones intransigentes se imponen más a menudo, por la simple razón de que disponen de presupuestos más elevados –los presupuestos que alimentan La Máquina de guerra estadounidense. Así que si usted logra compromisos diplomáticos, esos halcones tendrán menos presupuesto, lo cual explica por qué son las peores soluciones las que tienen tendencia a prevalecer en la política exterior de Estados Unidos. Y eso es precisamente lo que pudiera impedir un consenso diplomático entre Estados Unidos y Rusia en el caso del conflicto sirio."

jueves, 19 de diciembre de 2013

Decapitaciones


Mientras las fuerzas armadas sirias continúan el lento proceso de limpieza del territorio de ese país, son ya inocultables los signos de descomposición de los “rebeldes” “sirios” que allí combaten. El “Ejército Sirio Libre”, la niña bonita de la prensa occidental hasta hace dos semanas, entró en pleno desbande. Quedan los chicos malos, los islamistas duros, vinculados a al-Qaeda, como el Frente Al Nusra y el denominado Estado Islámico en Iraq y Siria. A propósito de este último, leemos en el sitio español de Al Manar:

Título: Grupos terroristas alardean en Internet de la masacre de Adra

Texto: "Las noticias de la masacre de Adra se están difundiendo cada vez más pese a los intentos de algunas agencias internacionales y de los grandes medios para ocultarla. Sin embargo, son paradójicamente los sitios vinculados a los grupos terroristas que actúan en Siria los que publican fotos y detalles sobre la misma.


Estas fotos, difundidas en Internet y en especial en las redes sociales, hablan por sí mismas. Los milicianos alardean de los crímenes cometidos en Adra, que se vienen a sumar al resto de los que han perpetrado en la campaña de terror ejercida contra los sirios desde el inicio de la crisis.


“Operación de degollamiento y decapitación de los alauíes”, se escribe bajo una foto que muestra tres cadáveres decapitados y que ha sido difundida en Twitter por el sitio Al Furqan.


La foto está igualmente firmada por el así llamado Estado Islámico en Iraq y Siria (EIIS), lo cual es un signo de que esta milicia de Al Qaida participó en el ataque contra la ciudad industrial de Adra, junto con el Frente al Nusra y el llamado Frente Islámico (FI), una coalición de siete grupos wahabíes apoyada y financiada por Arabia Saudí. Todos estos grupos han actuado de forma coordinara en la Provincia de Damasco y concretamente en la región de Qalamún en las últimas semanas. Según el periódico libanés As Safir, ellos son todos aliados bajo el patrocinio saudí.


La cifra exacta de víctimas no se conoce por la simple razón de que las tropas gubernamentales no han logrado todavía un control total de la ciudad donde un número de civiles han sido tomados como escudos humanos. Las últimas noticias hablan de que la mayoría de Adra está bajo el control del Ejército, incluyendo el Puente de Bagdad, que domina la autopista entre Damasco y Homs.


La mayor parte de las fuentes mencionan la cifra de 91 muertos, todos ellos civiles. De ellos, 20 serían sunníes y el resto miembro de las minorías religiosas -cristiana, alauí y drusa-. La mayoría de ellos eran empleados del sector público y trabajadores. Once de ellos fueron degollados. Según el sitio Syria Truth, entre los fallecidos se encuentra el portero de una fábrica, Wahid al Hay Ahmad, de 65 años, así como una niña de diez meses, Rabab al Hay Ali.


Un testigo de esta masacre, Mozher Ibrahim, un médico que trabajaba para la Sociedad General de Geología y originario de la Provincia de Tartus, ha publicado su testimonio en el sitio de información “Ayel” (En Breve). “Escuché por la mañana disparos en las proximidades de la panadería y una batalla se produjo entre los asaltantes y los guardias.”


Según él, la primera pregunta que hacían los milicianos era la de “quien apoya al régimen y quien trabaja para el Estado”, es decir el sector público. “Ellos cortaron a mano a un cierto número de empleados para impedirles volver a trabajar y decapitaron a otros delante de sus hijos”, señaló.


Al cabo de tres días él y otras personas que buscaron refugio en un edificio vecino emprendieron la huida hacia la carretera principal adonde habían llegado unidades del Ejército sirio. En las calles vieron algunos cadáveres decapitados, señaló Ibrahim."