Más de una vez
hemos señalado que la “guerra civil” siria es mucho más que un conflicto local,
o incluso regional. Es el campo de batalla más visible donde se juegan, hoy,
intereses y conflictos de alcance global. No es el único, pero si el de mayor
envergadura; tampoco será el último. A propósito de Siria y “su” conflicto, nos
gustó esta nota reciente de Thierry Meyssan para Red Voltaire:
Título: El ocaso
de la guerra
Epígrafe: Si en
vez de ver la guerra en Siria como un acontecimiento en sí mismo la
consideramos el clímax de un conflicto mundial de más de un cuarto de siglo,
tenemos que interrogarnos sobre las consecuencias del final, ya próximo, de las
hostilidades. Su fin no marca la derrota de una ideología sino el fracaso de la
globalización y del capitalismo financiero. Los pueblos que no han entendido
eso, fundamentalmente en Europa occidental, se ponen al margen del resto del
mundo.
Texto: Las
guerras mundiales no terminan simplemente con un vencedor y un vencido. Su
final traza los contornos de un nuevo mundo.
La Primera Guerra
Mundial concluyó con las derrotas del imperio alemán, del imperio ruso, del
imperio austrohúngaro y del imperio otomano. El fin de las hostilidades se vio
marcado por la creación de una organización internacional, la Sociedad de las
Naciones (SDN), encargada de abolir la diplomacia secreta y de resolver los
conflictos entre los Estados-miembros a través de la negociación.
La Segunda Guerra
Mundial concluyó con la victoria de la Unión Soviética sobre el Reich nazi y el
imperio nipón del hakk? ichi’u [1], seguida de una carrera entre los Aliados
por ocupar los despojos de la coalición derrotada. De ese conflicto nació una
nueva estructura –la Organización de las Naciones Unidas (ONU)– encargada de
prevenir nuevas guerras mediante el establecimiento del Derecho Internacional
alrededor de una doble legitimidad:
- la Asamblea
General, donde cada Estado dispone de un voto, independientemente de su tamaño;
- y un directorio
donde figuran los 5 principales vencedores del conflicto, o sea el Consejo de
Seguridad.
La guerra fría no
es la Tercera Guerra Mundial. Tampoco terminó con la derrota de la Unión
Soviética sino con su derrumbe sobre sí misma. El fin de la guerra fría no dio
paso a la creación de nuevas estructuras sino a la integración de los Estados
ex soviéticos a organizaciones ya existentes.
La Tercera Guerra
Mundial comenzó en Yugoslavia, continuó en Afganistán, Irak, Georgia, Libia y
Yemen para terminar en Siria. Su campo de batalla se circunscribió a los
Balcanes, el Cáucaso y lo que ahora se designa como el «Medio Oriente ampliado»
o «Gran Medio Oriente». Sin desbordar demasiado hacia el mundo occidental, ha
tenido sin embargo un gran costo en vidas para innumerables poblaciones
musulmanas o cristianas ortodoxas. Y está concluyéndose desde que Putin y Trump
realizaron su encuentro cumbre en Helsinki.
Las profundas
transformaciones que han modificado el mundo durante los 26 últimos años han
transferido parte del poder de los gobiernos a otras entidades, ya sea
administrativas o privadas, así como a la inversa. Por ejemplo, hemos visto un
ejército privado –el llamado Emirato Islámico (Daesh)– autoproclamarse Estado
soberano. También hemos visto al general estadounidense David Petraeus organizar
el mayor tráfico de armas de toda la Historia desde su cargo de director de la
CIA y, luego de ser obligado a dimitir, lo hemos visto proseguir ese tráfico
desde una firma privada, el fondo especulativo KKR [2].
La situación
actual puede describirse como un enfrentamiento entre, de un lado, una clase
dirigente transnacional y, por el otro lado, varios gobiernos responsables ante
sus pueblos respectivos.
Las alegaciones
de la propaganda atribuyen las causas de las guerras a circunstancias
inmediatas pero esas causas se hallan, por el contrario, en rivalidades y
ambiciones profundas y antiguas. Los países demoran años en levantarse unos
contra otros. A menudo, sólo el tiempo nos permite comprender los conflictos
que devoran nuestras vidas.
Por ejemplo, muy
pocos lograron comprender lo que estaba sucediendo cuando los japoneses
invadieron Manchuria –en 1938– y hubo que esperar a que Alemania invadiera
Checoslovaquia –en 1938– para entender que las ideologías racistas estaban
desatando la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, también fueron pocos los que
lograron entender, desde el momento de la guerra en Bosnia-Herzegovina –en
1992–, que la alianza entre la OTAN y el islam político abría el camino a la
destrucción del mundo musulmán [3].
A pesar de los trabajos
que han publicado periodistas e historiadores, son aún numerosos los que siguen
sin ver la enorme manipulación de la que todos hemos sido víctimas. Quienes no
ven eso se niegan a admitir que la OTAN coordinaba en aquella época todos los
elementos sauditas e iraníes en Europa, a pesar de ser esto un hecho innegable
[4].
También se niegan
a reconocer que al-Qaeda, grupo terrorista al que Estados Unidos atribuye los
atentados del 11 de septiembre de 2001, combatió en Libia y en Siria bajo las
órdenes de la OTAN, lo cual es también innegable [5].
El plan inicial
que preveía azuzar al mundo musulmán contra el mundo ortodoxo se transformó
durante su aplicación. No hubo «guerra de civilizaciones». El Irán chiita se
volvió en contra de la OTAN, bajo cuyas órdenes había luchado en Yugoslavia, y
se alió con la Rusia ortodoxa para salvar la Siria multiconfesional.
Tenemos que abrir
los ojos ante lo que la Historia nos enseña y prepararnos para el surgimiento
de un nuevo sistema mundial, donde algunos de nuestros amigos de ayer se han
convertido en enemigos y viceversa.
En Helsinki, no
fue Estados Unidos quien concluyó un acuerdo con la Federación Rusa. Fue sólo
la Casa Blanca porque el enemigo común es un grupo transnacional que goza de
autoridad en Estados Unidos. Esa clase o grupo se considera el verdadero
representante de Estados Unidos, aunque ese papel supuestamente pertenece al
presidente, y no ha vacilado en acusar al presidente Trump de traición.
Ese grupo
transnacional ha logrado hacernos creer que ya no hay ideologías y que estamos
ante el fin de la Historia. Ha presentado la globalización –que en realidad es
la dominación anglosajona mediante la imposición de la lengua y del modo de
vida estadounidense– como una consecuencia del desarrollo de las técnicas del
transporte y las comunicaciones. Nos ha asegurado que un sistema político único
–la democracia, presentada como el «gobierno del Pueblo, por el Pueblo y para
el Pueblo»– es lo ideal para todos los humanos y que es posible imponer ese sistema
mediante el uso de la fuerza. Para terminar, ese grupo transnacional ha
presentado la libre circulación de personas y capitales como la solución de
todos los problemas de escasez de fuerza de trabajo y de inversiones.
Pero esas
“verdades” que aceptamos en nuestra vida cotidiana no resisten al empuje de la
reflexión.
Utilizando esas
mentiras, ese grupo transnacional ha venido corroyendo sistemáticamente el
poder de los Estados y acumulando enormes fortunas.
El bando que sale
vencedor de esta larga guerra defiende, por el contrario, la idea de que para
escoger su destino los hombres deben organizarse en Naciones definidas, ya sea
a partir de un territorio, de una historia o de un proyecto común. Por
consiguiente, ese bando apoya las economías nacionales contra la finanza
internacional.
Acabamos de ver
la Copa Mundial de Futbol. Si la ideología de la globalización hubiese
triunfado, tendríamos que respaldar no sólo la selección de nuestro país sino
también las de los demás países, en función de la pertenencia de esos países a
estructuras supranacionales comunes. Por ejemplo, belgas y franceses deberían
haberse apoyado mutuamente… agitando juntos banderas de la Unión Europea. Pero
ningún aficionado se comportó así, lo cual nos permite comprobar el abismo que
existe entre la propaganda que nos remachan constantemente –y que nosotros
mismos repetimos– y nuestro comportamiento espontáneo. A pesar de las
apariencias, la victoria superficial del globalismo no ha modificado lo que en
realidad seguimos siendo.
Por supuesto, no
es casualidad que sea Siria, la tierra donde nació y tomó forma la idea de lo
que hoy llamamos “Estado”, el lugar donde ahora termina esta guerra. Porque
tenían y tienen un Estado verdadero, que nunca dejó de funcionar, Siria, su
pueblo, su ejército y su presidente lograron resistir el embate de la mayor
coalición que se ha visto en la Historia, en la que se reunieron 114 países
miembros de la ONU.
Notas:
[1] El hakk?
ichi’u («los 8 extremos del mundo bajo un solo techo») es la ideología del
Imperio japonés. Plantea la superioridad de la raza nipona y su derecho a
dominar Asia.
[2] «Armamento
por miles de millones de dólares utilizado contra Siria», por Thierry Meyssan,
Red Voltaire, 18 de julio de 2017.
[3] Les Dollars
de la terreur: Les États-Unis et les islamistes, Richard Labévière, Grasset,
1999.
[4] Wie der
Dschihad nach Europa kam. Gotteskrieger und Geheimdienste auf dem Balkan,
Jürgen Elsässer, Kai Homilius Verlag, 2006. Existe una edición en francés titulada
Comment le Djihad est arrivé en Europe [en español, “Cómo llegó a Europa la
yihad”], Xenia, 2006.
[5] Sous nos
yeux. Du 11-septembre à Donald Trump, Thierry Meyssan, Demi-Lune 2017.