La siguiente nota de Thierry Meyssan para Red Voltaire incluye información notablemente valiosa que jamás será resaltada por la prensa corporativa de Occidente. Es que si lo fuera, se derrumbaría la armadura de justificaciones en torno a la buena parte de la política exterior de los EEUU desde 2002 en adelante, invasiones a varios países de Medio Oriente y el norte de Africa incluidas. Hemos editado mínimamente el texto en media docena de frases ya que la versión castellana tenía algunas deficiencias. Los subrayados son nuestros.
Título: El
informe senatorial sobre la tortura confirma que al-Qaeda no está implicada en
los atentados del 11 de Septiembre
Epígrafe: Los
fragmentos del informe de la Comisión senatorial estadounidense sobre el
programa secreto de torturas de la CIA revelan los contornos de una
organización criminal de gran envergadura. Después de leer cuidadosamente las
525 páginas de ese informe, Thierry Meyssan encuentra en ese documento
estadounidense la prueba de lo que él ha venido proclamando desde hace años.
Texto: El 9 de
diciembre de 2014, Dianne Feinstein, presidenta de la Comisión del Senado
estadounidense a cargo de los servicios de inteligencia, hizo público un
fragmento de su informe clasificado sobre el programa secreto de torturas de la
CIA [1].
Presentación del
informe
El fragmento
desclasificado sólo representa una doceava parte del informe inicial. El
informe en sí no trata sobre el vasto sistema de secuestros y encarcelamientos
arbitrarios que la US Navy instauró bajo los mandatos del presidente George W
Bush Jr., programa que dio lugar a los secuestros de más de 80.000 personas en
todo el mundo y al encierro de esos secuestrados en 17 barcos estacionados en
aguas internacionales (se trata de los navíos: USS Bataan, USS Peleliu, USS
Ashland, USNS Stockham, USNS Watson, USNS Watkins, USNS Sister, USNS Charlton,
USNS Pomeroy, USNS Red Cloud, USNS Soderman, USNS Dahl, MV PFC William B Baugh,
MV Alex Bonnyman, MV Franklin J Phillips, MV Louis J Huage Jr., MV James
Anderson Jr.). El texto se limita al estudio de 119 casos de personas
utilizadas como conejillos de Indias en la realización de experimentos
sicológicos en [la base naval estadounidense de] Guantánamo y en unas 50
cárceles secretas, desde el año 2002 y hasta finales de 2009, o sea un año
después de la elección del actual presidente Barack Obama.
Los fragmentos
del informe no indican bajo qué criterios fueron seleccionados esos cobayos
humanos. Se limitan a indicar que cada prisionero denunciaba al siguiente y
también indican que esas confesiones no les fueron arrancadas sino inculcadas.
En otras palabras, lo que hizo la CIA fue justificar sus propias decisiones
fabricando denuncias que las confirmaban a posteriori.
En el informe
inicial, los nombres de los agentes y de los contratistas de la CIA implicados
fueron reemplazados por seudónimos. Además, los fragmentos desclasificados han
sido ampliamente censurados, fundamentalmente para borrar los nombres de los
cómplices extranjeros de la CIA.
El contenido del
informe
He leído
detenidamente las 525 páginas de fragmentos provenientes del informe. A pesar
de ello, estoy aún lejos de haber sacado de esos fragmentos toda la información
que puede obtenerse de ellos ya que habrá que realizar numerosas
investigaciones para poder interpretar los párrafos mutilados por la censura.
Las sesiones de
condicionamiento se realizaban en unas 50 cárceles secretas bajo la
responsabilidad de «Alec Station», la unidad de la CIA a cargo de la búsqueda
de Osama Ben Laden. Las infraestructuras, el personal y los transportes
funcionaban bajo la responsabilidad del «Grupo de Capitulación y Detención» de
la CIA. Las sesiones se concebían y realizaban bajo la supervisión de 2
sicólogos contratados que incluso crearon una firma en 2005. Las autorizaciones
para la aplicación de las técnicas de condicionamiento se concedían desde el
más alto nivel, sin especificar que el objetivo de esas torturas no era
arrancar información a las víctimas sino condicionarlas.
El vicepresidente
de Estados Unidos Dick Cheney; la consejera de Seguridad Nacional Condoleezza
Rice; el secretario de Justicia John Ashcroft; el secretario de Defensa Donald
Rumsfeld; el secretario de Estado Colin Powell y el director de la CIA George
Tenet participaron en reuniones sobre ese tema realizadas en la Casa Blanca.
Asistieron a simulaciones en la Casa Blanca y visionaron grabaciones de video
de varias sesiones, grabaciones que posteriormente fueron destruidas
ilegalmente. Es evidente que el objetivo de aquellas reuniones era implicar a
esas personalidades, pero no resulta posible determinar cuáles de ellas sabían
para qué se utilizaban esas técnicas.
Sin embargo, en
junio de 2007, el contratista de la CIA que supervisaba aquellos experimentos
explicó personalmente a Condoleezza Rice en qué consistían. La consejera de
Seguridad Nacional autorizó la continuación de los experimentos, limitándose a
reducir la cantidad de torturas autorizadas.
Los fragmentos
publicados del informe contienen un análisis detallado de cómo la CIA mintió a
las demás ramas de la administración Bush, a los medios de prensa y al
Congreso.
Los experimentos
del profesor Martin Seligman
Los fragmentos
del informe que se han dado a conocer confirman que la CIA realizó experimentos
basados en los trabajos del profesor Martin Seligman (teoría de «la impotencia
aprendida»). El objetivo de los experimentos no era obtener confesiones ni
información sino inculcar a los torturados un discurso o un comportamiento.
La mayoría de las
citaciones que la prensa ha publicado tienden a confundir al público. En
efecto, la CIA se refiere a los «métodos de condicionamiento» llamándolos
«métodos de interrogatorio no estándares» (non-standard means of
interrogation). Sacada de su contexto, esa denominación hace pensar que el
término «interrogatorio» designa la búsqueda de información cuando en realidad
designa el condicionamiento de las víctimas.
Todos los nombres
de los torturadores fueron censurados en la parte desclasificada del informe. A
pesar de ello, es evidente que bajo el seudónimo de “Grayson Swigert” se
esconde Bruce Jessen mientras que James Mitchell aparece en el informe como
“Hammond Dunbar”.
Bruce Jessen y
James Mitchell supervisaron el programa desde el 12 de abril de 2002. Estaban
físicamente presentes en las cárceles secretas. En 2005, formaron juntos una
firma comercial, Mitchell, Jessen & Associates, designada en el informe
como “Company Y”. Desde el año 2005 y hasta 2010, esa firma recibió pagos que ascienden a 81 millones de dólares. Posteriormente, el US Army [las fuerzas
terrestres de Estados Unidos] los empleó para que dirigieran un programa sobre
el comportamiento aplicado a 1,1 millones de soldados estadounidenses.
En mayo de 2003,
un «senior officer» de la CIA recurrió al inspector general de la agencia
señalando que los trabajos del profesor Seligman se basaban en las torturas que
se aplicaban en Vietnam del Norte para obtener «confesiones con fines
propagandísticos». Aquel oficial cuestionaba el programa de condicionamiento.
Pero su denuncia no tuvo consecuencias. En todo, la denuncia contenía un
pequeño error: se refería a Vietnam del Norte. Los trabajos de Seligman, al
igual que las prácticas de los norvietnamitas, se basaban en trabajos coreanos.
Cómo se
protegieron los torturadores
Según la Comisión
senatorial, el programa de tortura de la CIA respondía a una orden del
presidente George W. Bush emitida el 17 de septiembre de 2001, o sea 6 días
después de los atentados contra los Torres Gemelas y el Pentágono. Tenía como único
objetivo proporcionar medios extraordinarios para la investigación sobre los
atentados del 11 de septiembre de 2001. Pero ese programa se desarrolló de
inmediato en violación de varias instrucciones del presidente. Por
consiguiente, a partir de la realización de los atentados, la CIA, a espaldas
de la Casa Blanca, se esforzó por fabricar falsos testimonios que
“demostrarían” la culpabilidad de al-Qaeda.
El presidente
George W. Bush y los miembros del Congreso fueron engañados por la CIA que:
- obtuvo
autorizaciones para recurrir a ciertas torturas disimulando el objetivo final
de tales procedimientos
- y presentó
falsamente como información obtenida bajo la tortura lo que en realidad eran
confesiones inculcadas.
El 6 de
septiembre de 2006, cuando el presidente Bush reconoció la existencia del
programa secreto de torturas de la CIA, defendió esa práctica argumentando que
había permitido la obtención de información que sirvió para salvar vidas. Bush
se basaba en los informes plagados de falsedades proporcionados por la CIA e
ignoraba que, en vez de buscar pruebas, la agencia se dedicaba a fabricarlas. A
partir de entonces, la prensa atlantista se hundió en la barbarie y comenzó a
debatir sobre la justificación de la tortura presentándola como algo malo que
permitía lograr algo bueno.
Los torturadores
tuvieron la precaución de dotarse de una cobertura jurídica. Para ello pidieron
que el Departamento de Justicia los utilizara a torturar. Pero el Departamento
de Justicia se pronunció únicamente sobre la legalidad de los métodos
utilizados (aislamiento, encierro en una caja de pequeñas dimensiones,
simulacros de enterramientos, uso de insectos, etc.) en vez de pronunciarse
sobre el programa en su conjunto. La mayoría de los juristas autorizaban solamente
algunas posturas en particular, pasando por alto las consecuencias síquicas que
podían acarrear cuando se combinaban unas con otras. En agosto de 2002 ya se
habían obtenido todas las autorizaciones.
Los dirigentes de
la CIA que autorizaron esos experimentos especificaron por escrito que había
que incinerar los cadáveres si las personas utilizadas como cobayos morían
durante el proceso de condicionamiento y que a los sobrevivientes había que
mantenerlos encerrados por el resto de sus días.
Confesiones
fabricadas
Para que se
entienda bien, la Comisión senatorial no dice que las confesiones de los
detenidos de la CIA son legalmente incorrectas por haber sido obtenidas bajo la
tortura. Lo que expone es que la CIA no interrogó a esos detenidos sino que los
condicionó para que declararan sobre situaciones y actos con los que no tenían
nada que ver. La Comisión precisa que los agentes de la CIA ni siquiera
trataron de informarse sobre lo que los detenidos ya habían declarado o
confesado a las autoridades que los habían arrestado. En otras palabras, no
sólo la CIA no trató de saber si al-Qaeda estaba implicada o no en los
atentados del 11 de septiembre sino que su acción tuvo como único objetivo
fabricar testimonios falsos para demostrar falsamente una supuesta implicación
de al-Qaeda en los atentados del 11 de septiembre.
La Comisión
senatorial no discute si las confesiones de los cobayos humanos les fueron
arrancadas o si les fueron inculcadas. Pero, después de explicar que los
supervisores no eran expertos en interrogatorios sino en condicionamiento,
detalla ampliamente el hecho que ninguna de esas «confesiones» permitió
anticipar nada. Demuestra que la CIA mintió al afirmar que habían permitido
impedir otros atentados. La Comisión no escribe que la información sobre al
Qaeda proveniente de aquellas confesiones son fabricadas pero señala que todo
lo que se podía verificar era falso. De esa manera, la Comisión desmiente
explícitamente los argumentos utilizados para justificar la tortura y anula implícitamente
los testimonios utilizados para vincular al-Qaeda con los atentados del 11 de
septiembre.
Ese informe
confirma, de manera oficial, varias informaciones que nosotros ya habíamos
presentado a nuestros lectores y que contradicen e invalidan los trabajos de
los "think tanks" atlantistas, de las universidades y de la prensa desde el
11 de septiembre, tanto en lo tocante a los atentados de 2001 como en lo que
concierne a al-Qaeda.
Como resultado de
la publicación de los fragmentos del informe queda demostrado que todos los
testimonios citados en el informe de la Comisión Presidencial Investigadora
sobre el 11 de Septiembre que vinculan a al-Qaeda con esos atentados son
falsos. Ya no existe en este momento el menor indicio que permita atribuir esos
atentados a al-Qaeda: no existe ninguna prueba de que las 19 personas acusadas
como secuestradores aéreos estuviesen aquel día en ninguno de los 4 aviones y
tampoco es cierto ninguno de los testimonios de ex miembros de al-Qaeda que se
atribuyen la autoría de los atentados [2].
El informe
confirma lo que ya revelamos en 2009
En octubre de
2009 publiqué un estudio sobre ese tema en la revista rusa Odnako [3]. Afirmaba
en ese trabajo que Guantánamo no era un centro de interrogatorio sino de condicionamiento.
También cuestionaba personalmente al profesor Seligman. Un año más tarde, luego
de la publicación de la traducción de aquel artículo al inglés, sicólogos
estadounidenses hicieron campaña exigiendo que Martin Seligman diese
explicaciones sobre el asunto. La respuesta de Seligman consistió únicamente en
negar su papel como torturador y emprender una acción legal simultánea contra
mí y contra la Red Voltaire tanto en Francia como en Líbano, país donde yo
residía en aquel momento. Pero finalmente, el profesor Seligman ordenó a sus
abogados suspender toda acción legal cuando publicamos una de sus cartas
acompañada de una explicación de texto [4]. Martin Seligman emprendió
igualmente acciones legales contra todos los que abordaron el tema, como Bryant
Weich del Hunffington Post [5].
En este momento
En lo que
constituye una muestra de valentía, la senadora Diane Feinsein ha logrado
publicar parte de su informe, a pesar de la oposición del actual director de la
CIA, John Brennan, quien estuvo a cargo de ese programa de tortura.
El presidente
Barack Obama ha anunciado que no emprenderá acciones legales contra ninguno de
los responsables de esos crímenes, mientras que los defensores de los derechos
humanos luchan por poner a los torturadores en el banquillo de los acusados,
que es lo mínimo que debería hacerse.
Pero no son esas
las preguntas realmente importantes: ¿Por qué cometió la CIA esos crímenes?
¿Por qué inventó la CIA confesiones destinadas a vincular artificialmente a
al-Qaeda con los atentados del 11 de septiembre? Y, por lo tanto, si al-Qaeda
no tiene nada que ver con los atentados del 11 de septiembre, ¿a quién quiso
proteger la CIA?
Y, para terminar,
el programa de la CIA sólo contaba 119 cobayos humanos. ¿Qué pasó entonces con los
80.000 prisioneros de las cárceles secretas de la US Navy?
NOTAS:
[1] “Study of the
CIA’s Detention and Interrogation Program - Foreword, Findings and Conclusions,
and Executive Summary”, US Senate Select Committee on Intelligence, 9 de
diciembre de 2014.
[2] La Gran
impostura, por Thierry Meyssan, La Esfera (España) / La Terrible impostura, por
Thierry Meyssan, El Ateneo (America latina).
[3] «El secreto
de Guantánamo», por Thierry Meyssan, ?dnako (Rusia), Red Voltaire, 6 de
noviembre de 2009.
[4] «Carta de
Martin Seligman», por Martin Seligman, Red Voltaire, 21 de junio de 2010.
[5] “Fort Hood: A
Harbinger of Things to Come?”, Bryant Welch, Hunffington Post, 18 de marzo de
2010. Y la respuesta: “A Response to Bryant Welch”, Martin Seligman.
espeluznante...pero un imperio en decadencia es lo más peligroso que hay. Una especie de "si yo no domino el mundo, entonces no quiero que quede mundo para nadie"...
ResponderEliminar¿los 80000?...bueh, ya lo decía el rotwailer Videla "no están ni muertos ni vivos, no tienen entidad, no existen...son desaparecidos..."
Así es, Iris. Le cuento una impresión personal: la historia argentina reciente, y su jurisprudencia sobre derechos humanos, van a constituirse en referencia obligada de acá al futuro cuando algún tribunal decente (no el de La Haya, ciertamente) se decida a actuar en este y otros casos de genocidios perpetrados por el (actual) Imperio.
ResponderEliminarCordiales saludos y felices fiestas,
Astroboy