El sitio web Red
Voltaire ha comunicado estos días dos visiones contrapuestas sobre el
significado del triunfo de Donald Trump en el corazón del Imperio. Por un lado,
el director de RV, Thierry Meyssan, sugiere que con Donald Trump se abre una
etapa de cambios reales. Por el otro, el analista Manlio Dinucci sostiene que,
con Trump, cambia algo para que, en el fondo, no cambie nada. Veamos ambas
notas:
Título: ¿Puede
Trump tener éxito?
Autor: Thierry
Meyssan
Epígrafe:
Mientras la prensa atlantista se empeña en proyectar sobre Donald Trump los
debates artificiales que Hillary Clinton impuso durante la campaña electoral
por la presidencia de Estados Unidos y se multiplican los llamados a asesinar
al presidente electo, este último se prepara para cambiar de paradigma, echando
abajo la ideología puritana que domina su país desde hace dos siglos. Pero,
¿puede lograrlo?
Texto: La prensa
internacional trata de convencernos de que los electores de Donald Trump
expresaron con sus votos una revuelta de los “blanquitos” contra las élites. Lo
que en realidad hace esa prensa es prolongar el discurso de Hillary Clinton que
los electores estadounidenses acaban de rechazar. Esa prensa se niega a aceptar
el hecho que la actual división interna estadounidense nada tiene que ver con
los temas que ella privilegió durante la campaña electoral.
Sin embargo,
todos hemos visto aparecer une nueva grieta, no entre los dos grandes partidos
estadounidenses sino dentro de ellos. Numerosos líderes republicanos apoyaron a
la señora Clinton, mientras que algunos líderes demócratas respaldaban a Trump.
De hecho, el propio Bernie Sanders acaba de proponer sus servicios al
presidente electo. Al mismo tiempo, el análisis del resultado de la votación
por categorías comunitarias (mujeres, hispanos, negros, musulmanes, gays, etc.)
ha dejado de tener sentido. A pesar de que nos repitieron hasta el cansancio
que votar por Donald Trump era votar por el odio a las minorías, al menos una
tercera parte de los miembros de las minorías votó por él.
Algunos
periodistas tratan de apoyarse en el antecedente del Brexit, cuando el
resultado del referéndum británico los dejó igualmente sorprendidos y
totalmente incapaces de explicarlo. Si el análisis se hiciese en base a los
antecedentes extranjeros, habría que tener en cuenta al menos los sorpresivos
resultados electorales del hoy presidente de la India Narendra Modi y del
actual presidente Rodrigo Dutertre en Filipinas (una ex colonia de Estados
Unidos).
A pesar de lo que
sigue afirmando la propaganda, los británicos no votaron contra los europeos,
los indios no votaron contra los musulmanes y los filipinos no votaron contra
los chinos. Al contrario, cada uno de esos tres pueblos está tratando de salvar
su propia cultura y de vivir en paz. Aunque en 2002 fue responsable de los
motines anti-musulmanes en Gujarat, el hoy presidente indio Narendra Modi
tendió la mano a Pakistán, convencido de que los problemas entre la India y ese
país fueron organizados y alimentados por las potencias coloniales. Lo mismo
sucede en Filipinas, donde el presidente Rodrigo Dutertre sorprendió a todos
acercándose al «enemigo chino».
Hace varias
semanas expliqué, desde estas mismas columnas [1], que lo que hoy divide a
Estados Unidos no es la procedencia étnica, ni la procedencia social sino la
ideología puritana. Si mi explicación es correcta, seremos testigos de una
lucha existencial de los partidarios de esa ideología contra la administración
Trump. Todas las iniciativas del nuevo presidente serán saboteadas de forma
sistemática. Ya en este momento, las manifestaciones contra el resultado de la
elección y la amplísima cobertura que los grandes medios les reservan
demuestran que los perdedores no respetarán las reglas de la democracia.
Más que pensar en
cómo sacar ventaja de la administración Trump, tendríamos que preguntarnos cómo
podemos ayudarla a liberar su país de su propio imperialismo, a poner fin al
mundo unipolar y a la «doctrina Wolfowitz», cómo podemos poner fin al
enfrentamiento y pasar a la cooperación.
Mientras la
prensa estadounidense especula sobre la inclusión de personalidades de la
administración Bush en la futura administración Trump, nosotros debemos
anticipar el papel político que van a desempeñar los cuadros comerciales de la
Trump Organisation, únicas personas en las que el nuevo presidente podrá
confiar.
Y habrá que tener
muy en cuenta el papel que puede desempeñar el general Michael T. Flynn, quien
–a pesar de ser demócrata– fue el principal consejero del candidato Donald
Trump en materia de política exterior y de defensa. Como director de la
inteligencia militar estadounidense, desde la celebración de la conferencia
Ginebra 1 y hasta el inicio de la embestida del Emirato Islámico (Daesh) contra
Irak, el general Michael T. Flynn luchó constantemente contra el presidente
Obama, la secretaria de Estado Hillary Clinton, los generales David Petraeus y
John Allen, y también contra el secretario general adjunto de la ONU Jeffrey
Feltman, empeñados todos en seguir recurriendo a los yihadistas y al terrorismo
para mantener la hegemonía del imperialismo estadounidense. Desde un cargo como
los de consejero presidencial para la seguridad nacional, director de la CIA o
secretario de Defensa, pudiera llegar a ser el mejor aliado de la paz en el
Levante.
***
Título: La
alternancia del Poder imperial
Autor: Manlio
Dinucci
Epígrafe:
Contrariamente a Thierry Meyssan, Manlio Dinucci no piensa que el presidente
electo Donald Trump tenga intención, ni tampoco poder para modificar la
política exterior de Estados Unidos.
Texto: La derrota
de Hillary Clinton es, en primer lugar, la derrota del presidente Barack Obama
quien, después de haberse lanzado en una intensa campaña a favor de ella, ahora
ve como el electorado cuestiona su propia presidencia, cargo que él mismo había
alcanzado prometiendo –en 2008– que no respaldaría solamente a Wall Street sino
también al «Main Street», o sea al ciudadano medio.
A pesar de
aquella promesa electoral, durante los dos mandatos de Obama, la clase media estadounidense
ha visto empeorar su situación y aumentar la tasa de pobreza mientras que los
ricos se hacían cada vez más ricos. Ahora, presentándose como el paladín de la
clase media, es el outsider millonario Donald Trump quien acaba de conquistar
la presidencia.
¿Qué cambia este
relevo en la Casa Blanca en cuanto a la política exterior de Estados Unidos?
Ciertamente, no cambia el objetivo estratégico fundamental de Estados Unidos,
que es seguir siendo la potencia mundial dominante, una posición cada vez más
tambaleante. Estados Unidos está perdiendo terreno en el plano económico, e
incluso en el terreno político, ante China, Rusia y varios «países emergentes»
y es por eso que está poniendo su espada en la balanza, lo cual explica la
serie de guerras en las que Hillary Clinton desempeñó un papel protagónico.
Como puede leerse
en su autobiografía autorizada, fue la señora Clinton quien –en sus tiempos de
«first lady»– convenció a su marido-presidente para desatar la guerra que
arrasó Yugoslavia, dando así inicio a la serie de «intervenciones humanitarias»
contra «dictadores» acusados de «genocidio».
Como puede verse
en sus correos electrónicos, también fue la señora Clinton quien –como
secretaria de Estado– convenció al presidente Obama para que desatara la guerra
que acabó con Libia y para que iniciara una operación similar contra Siria.
También fue la señora Clinton quien promovió la desestabilización interna
contra Venezuela y Brasil y el «pivot to Asia» estadounidense con intenciones
anti-chinas. Y fue igualmente la señora Clinton quien, utilizando incluso la
Fundación Clinton, preparó el terreno en Ucrania para el putsch de la plaza
Maidan, que inició la escalada de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en
Europa.
Dado el hecho que
todo lo anterior no ha bastado para frenar la pérdida de influencia de Estados
Unidos, ahora le tocará a la administración Trump corregir el tiro, tratando de
alcanzar el mismo objetivo. Es irrealista la hipótesis de que Trump tenga
intenciones de abandonar el sistema de alianzas creado alrededor de una OTAN a
las órdenes de Washington, aunque sí es muy probable que dé un puñetazo en la
mesa para lograr que los aliados incrementen sus compromisos, sobre todo en
materia de gasto militar. También podría tratar de llegar a un acuerdo con
Rusia, incluso para tratar de separarla de China, país hacia el que ha
anunciado la adopción de medidas económicas, posiblemente acompañadas de un
ulterior incremento de la presencia militar de Estados Unidos en la región
Asia-Pacífico.
Ese tipo de
decisiones, que ciertamente conducirán a nuevas guerras, no dependen del
temperamento belicoso de Donald Trump sino de los centros de poder a los que la
Casa Blanca se somete.
Esos centros de
poder son los colosales grupos financieros que controlan la economía –hay que
recordar que sólo el valor de las acciones de las empresas cotizadas en la
bolsa de Wall Street es superior a todo el ingreso nacional de Estados Unidos.
Son las
transnacionales, cuyas dimensiones económicas sobrepasan las de Estados
enteros, las que prefieren “deslocalizar” la fabricación de sus productos para
realizarla en los países que ofrecen la fuerza de trabajo más barata,
ocasionando así el cierre de fábricas en Estados Unidos, con el subsiguiente
aumento del desempleo, que a su vez empeora la situación de la clase media
estadounidense.
Son los gigantes
de la industria bélica los que se benefician con las guerras.
Es el capitalismo
del siglo XXI, cuya máxima expresión es precisamente Estados Unidos, el que
crea una creciente polarización entre riqueza y pobreza. Un 1% de la población
mundial posee más riquezas que todo el 99% restante.
Y a esa clase de
súper ricos pertenece el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, a
quien el primer ministro italiano Matteo Renzi ya ha jurado fidelidad, como
antes hizo con el presidente Obama.
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