Bajo el
título “Hollande llama a la batalla”, El País de Madrid publica un largo artículo
a cargo de Miguel Mora sobre la invasión de tropas francesas a Mali en los
últimos días
(http://internacional.elpais.com/internacional/2013/01/18/actualidad/1358539809_991186.html).
Hemos puesto en primer lugar el último párrafo del artículo, dedicado a reseñar
la historia reciente de Mali (Malí para los españoles). Luego sigue el cuerpo
central del mismo.
Algunos
comentarios previos:
(1) Puede
llegar a exasperar al lector el eurocentrismo descarado de este artículo,
redactado desde el peculiar punto de vista de que Europa es una solución, no un
problema, para los habitantes de Africa.
(2) Tampoco
se debe poner nervioso ante la desconexión que el articulista realiza entre la
reciente destrucción de Libia por parte de la NATO y los sucesos actuales en
Mali (la “rebeldía tuareg” es calificada aquí como “lacra”).
(3) Conmueven
los esfuerzos del autor de la nota por presentar al presidente socialista
francés, François Hollande, no como el payaso conservador que realmente es sino
como una especie de estadista sensible ante el llamado de los tiempos.
(4) A
estas alturas resulta verdaderamente exasperante, insultante, la utilización de
los fanáticos islámicos como excusa para casi cualquier cosa por parte de los
países de la NATO. Hacen los trabajos sucios para destrozar países allí donde
se los necesita (Libia, Siria, etc.), pero luego se los usa como excusa para
destrozar otros países donde ya no se los necesita (Afghanistán, Mali).
(5) El
énfasis del autor de la nota en los yacimientos de uranio de Mali podría
resultar exagerado: (a) existen otros recursos naturales muy codiciados, como
oro, tierras raras y, potencialmente, petróleo; (b) Mali limita al norte con
Argelia y, en su frontera sudeste, está muy cerca de Nigeria, países que
podrían constituir el objetivo último de la intervención que acaba de
iniciarse.
(6) No
por repetida deja de asombrar, francamente, la absoluta falta de dignidad del
progresismo europeo en su conjunto. ¿Van a hacerse oir alguna vez, o los
ideales se les escurren del cerebro cada vez que tienen que llenar el tanque de
nafta? ¿Hasta dónde llega la abyección de esta gente? ¿Cuál es el límite?
(7) El
ala radicalizada de la comunidad musulmana de París probablemente esté
preparando una respuesta a los acontecimientos de Mali. Un bombazo en el Louvre
o la destrucción de Notre Dame son esperables en este contexto. Una
recomendación prudente a esta altura de las cosas sería no visitar Francia este
verano.
“Malí
se convirtió en territorio colonial francés en 1898. El que fuera corazón de
varios imperios, con Tombuctú, como resplandeciente centro intelectual,
artístico y religioso hasta el siglo XVI, fue considerado por sus dominadores
como un territorio muy inferior económica y políticamente a otros bajo su
influencia, como Senegal y Costa de Marfil. En 1960 el país se independizó y
llegaron décadas convulsas. Un cruento golpe militar dirigido por Moussa Traoré
dio al traste en 1968 con el Gobierno socialista radical del líder marxista
Modibo Keita. Una dictadura militar rigió el destino del país por 23 años, que
estuvieron plagados de revueltas sociales, sequías y tres intentos de acabar
con el régimen. A principios de los noventa, los tuaregs del norte iniciaron
una rebelión en reclamo de su cultura y de su tierra. En 1991 el clamor por la
democracia tomó las ciudades del país. La respuesta fue otro golpe de Estado y
un Gobierno militar que facilitó la celebración de elecciones en 1992. La lacra
de una débil economía y la rebeldía tuareg fueron los caballos de batalla de
los sucesivos Gobiernos democráticos. En 2007, el conflicto de los hombre
azules se exacerbó y ganó fuerza en 2011, con el flujo de armas y de
combatientes que lucharon en la Guerra Civil libia. Mientras tanto, Al Qaeda en
el Magreb Islámico (AQIM) se hacía cada vez más fuerte en Malí y en países del
entorno.
-Malí
ocupa el puesto 175º en el Índice de Desarrollo Humano.
-La
esperanza de vida es de 51,4 años.
-El 90%
de los 15,5 millones de habitantes es musulmán.
-El 65%
de su territorio es desértico o semidesético.
-En PIB
per capita ocupa el puesto 160º de 181 países.
Malí,
uno de los 25 países más pobres del mundo, nacido en 1960 como Federación de
Malí a raíz de la independencia de Sudán y Senegal, era hasta hace apenas 12
meses un modelo de democracia africana. Con 15,5 millones de habitantes y una
extensión vastísima, más del doble que Francia —con el Sáhara al norte, la
sabana saheliana en el centro y los cultivos en el sur sudanés regado por el
Níger—, el país donde Miquel Barceló pasaba varios meses cada año
investigando con la arcilla y las termitas, y pintando sus acuarelas resonaba
en los oídos occidentales como el último —o en fin, el penúltimo— paraíso
perdido.
Músicos
dotados de duende, talento y conciencia como Toumani y Mamadou
Diabaté —los genios mandingas de la kora—, Ali Farka Tuoré y Salif
Keita creaban marca Malí en todo el mundo; el gran Kanouté goleaba y ganaba
títulos en España, los turistas fluían a millares hacia la milenaria Tombuctú
para visitar los santuarios y las casas de adobe, y los musulmanes —el 90% de
la población— acataban sin problemas el sistema constitucional laico moldeado
en París para Alpha Konaré (ganador de las elecciones de 1992 y 1997) y
prolongado luego por Amadou Touré, que fue investido presidente en unos
comicios homologados por la comunidad internacional en 2002 y reelegido en
2007.
Todo
cambió en 2011, cuando acabó la guerra de Libia. Los milicianos
independentistas tuaregs de Ansar Dine, que habían permanecido marginados
pero más o menos tranquilos durante décadas, lucharon como mercenarios para las
tropas leales a Gaddafi, y regresaron a casa en sus veloces camionetas sin
techo, armados hasta los dientes con trastos de todos los calibres y pesos
posibles (metralletas, cañones, blindados, baterías antiaéreas…), adquiridos a
buen precio en el enloquecido bazar libio.
Tras
aliarse con los yihadistas de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), que
controlan un círculo inmenso de arena que va desde el Atlántico hasta Chad y
desde Níger al sur de Túnez, y con el Movimiento para la Unidad y la Yihad en
África Occidental (MUYAO), los tuaregs lanzaron la rebelión en enero de 2012;
en unas semanas conquistaron tres regiones del norte y declararon la sharía, la
ley islámica. Enseguida empezaron las lapidaciones, las amputaciones y la
destrucción del patrimonio histórico. Cientos de miles de malienses huyeron al
sur y a los países vecinos, agudizando así la hambruna de millones de personas en
el Sahel.
Descontentos
con la débil respuesta del presidente, soldados del Ejército regular, que
habían sido entrenados por Estados Unidos, que invirtió 500 millones de euros
en su formación, se pasaron al enemigo con armas y bagajes, y depusieron a
Touré. La mediación de la CEDEAO, la Comunidad Económica de Estados del África
Occidental, consiguió en abril colocar al civil Dioncounda Traoré como
presidente de un Gobierno de unidad nacional provisional. Pero una turba atacó
al nuevo líder, que tuvo que volar hasta París y necesitó dos meses para
recuperarse del susto y las heridas antes de volver a Bamako.
La intervención en Malí fue
aprobada en la ONU pese a que la embajadora de EE UU la calificó de “plan de
mierda”
En
septiembre, Traoré pidió ayuda a la comunidad internacional alegando que los
rebeldes seguían ganando posiciones. La ejemplar democracia maliense no
controlaba su territorio. Había sucumbido al terror.
Mientras
todo esto pasaba, en Francia hubo elecciones. Y ganó François Hollande. La
doctrina de François Hollande sobre África es una especie de revolución que
trata de sanear las muy corruptas y podridas alcantarillas del neocolonialismo
francés. Consiste en afirmar que la Administración ha dejado atrás para siempre
los hábitos de la Françafrique, ese
término despectivo que describe la complicidad de Francia con los dictadores
títere para esquilmar a conciencia las materias primas de la zona y financiar
luego bajo cuerda las necesidades, personales o partidarias, del sistema
político de París. El mensaje es que la larga fase histórica marcada por las
maletas llenas de billetes llegando al Elíseo es cosa del pasado. Que África es
adulta y debe gestionar y decidir su futuro. Y que las intervenciones más o
menos caprichosas de las tropas francesas asentadas en las bases de Chad,
Burkina Fasso, Níger o Costa de Marfil, por citar solo algunas, son cosa del
pasado.
Siguiendo
ese dogma, y tras retirar nada más llegar al poder a las tropas de
Afganistán de forma anticipada, los asesores de Hollande en el Elíseo,
Exteriores y Defensa elaboraron un plan para afrontar el espinoso dossier maliense. El proyecto fue
ampliamente debatido, votado y rezagado en la ONU, aunque finalmente fue
aprobado en diciembre pese a la oposición inicial de la embajadora
estadounidense, Susan Rice, que lo calificó públicamente como —la cita es
textual—, “un plan de merde”.
El
“plan de mierda” consistía en ayudar al Gobierno de Malí a frenar el avance de
la rebelión “terrorista” con tropas estrictamente africanas, reclutadas
por la CEDEAO y puestas bajo el mando de un general nigeriano asesorado por un
puñado de oficiales franceses. Estas tropas se unirían al desmoralizado y muy
impopular Ejército regular maliense para reconquistar el norte, y en vez de ser
instruidas por EE UU —visto el éxito obtenido— estarían formadas por 450
instructores europeos. La UE, la ONU, la Unión Africana, e incluso Rusia y
China, consideraron que podía servir, y el Consejo de Seguridad aprobó en
diciembre la resolución 2.085 autorizando el despliegue.
Pero todo
se precipitó de nuevo el 10 de enero. Ese día, los grupos islamistas y otros
parientes tomaron Konna. Situada en el centro del país y a escasos kilómetros
de un aeropuerto, se trata de un lugar demasiado peligroso y estratégico como
para haber sido elegido al azar. La ofensiva de los terroristas hacia Bamako
había empezado.
François Hollande trata de
sanear las muy corruptas y podridas alcantarillas del neocolonialismo francés
Tras
debatir con su Estado Mayor y los jefes de los servicios de inteligencia
interior y exterior, Hollande reunió el día 11 al Consejo de Defensa en el
Elíseo y dio la orden de ataque a los aviones Mirage aparcados en la base de Chad, muy cerca de la capital,
Djamena. En ese momento, según ha escrito Christophe Barbier en L’Express, Hollande decidió “ser
comandante en jefe para convertirse, finalmente, en jefe de Estado”. En unas
horas, la metamorfosis del presidente al que muchos apodan Flanby por su blandura asombra a los
franceses. No solo rectifica su flamante política africana no intervencionista
sobre la marcha para “asegurar la existencia del Estado de Malí”. También,
explica con determinación ante las cámaras, ha dado la orden de enviar un
comando de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE) a Somalia. Francia
tiene allí a un espía (seudónimo Denis Allex) secuestrado por la milicia
yihadista Al Shabab desde hace tres años y medio. El asalto de las fuerzas
especiales, cinco helicópteros y 50 militares, fracasa en el intento de liberar
al rehén. Mueren dos soldados franceses, otros seis resultan heridos, y Allex
es asesinado por sus captores. Según París, el asalto acaba también con la vida
de 17 terroristas. El mismo día, Francia sufre la primera baja en Malí, un
piloto de helicóptero del regimiento de Pau.
Pese al
desastre inicial, Hollande envía un doble o triple mensaje de firmeza. Al
“islamogansterismo”, a los socios euroatlánticos que se permiten menospreciar a
Francia en la ONU o la UE, y a sus asustados conciudadanos que temen haber
elegido a un jefe de Estado incapaz de gestionar las crisis importantes. El
recado dice: “No nos chantajearéis con los secuestros, no os dejaremos destruir
las precarias democracias africanas, Francia sigue siendo mucha Francia”, y su
Ejército, señala Barbier, “está preparado para adaptarse a los peligros
contemporáneos y las nuevas amenazas”.
Si hace
diez años Jacques Chirac prefirió eximir a sus paisanos de la guerra
de Irak, Hollande, asesorado ahora por el nuevo equipo de comunicación del
Elíseo, fichado en diciembre para tratar de remontar la popularidad hundida en
los primeros meses de su mandato —un 35%—, comparece ante el país solemne,
firme, determinado. Los partidos, sin excepción, aprueban sus decisiones, se
forma un raro clima de unidad nacional —durará apenas una semana—. Pero pronto
queda claro que su nuevo traje no gusta en Europa. Alemania, Reino Unido y
España prefieren mirar hacia otro lado ante la petición de colaboración
francesa y se convierten en el enemigo en casa.
Hollande desdeña las
afirmaciones que señalan que la intervención busca proteger a las compañías que
extraen materias primas baratas
Dos
medios conservadores, Financial
Times y Frankfurter
Allgemeine Zeitung, lideran la corriente de opinión. Al intervenir en
solitario en Malí, afirman: Hollande ha cambiado sus principios sobre la
marcha, resucita viejas actitudes colonialistas y defiende intereses económicos
más o menos ocultos, además de lo obvio, intentar ganar popularidad con una
intervención armada.
Hollande
replica a las críticas. Afirma que Francia no tiene la menor intención “de
quedarse” en su ex colonia, y asegura que la operación en Malí, que solo busca
defender a los ciudadanos franceses, será “una excepción” a la regla general.
Ese nuevo Hollande, que parece menos sincero de lo habitual, desdeña incluso
las afirmaciones que señalan que la intervención busca proteger a las compañías
que, como el gigante nuclear Areva,
extraen materias primas baratas en la zona, entre otras el uranio de la vecina
Níger, tan útil para las centrales francesas.
“No
estamos en Malí para defender a nuestras empresas”, afirma el presidente, que
se pliega a la versión oficial de los tres objetivos: “Primero, frenar la
agresión terrorista, que buscaba hacerse con el control de todo el país,
incluida Bamako. Después proteger la capital, donde viven varios miles de
ciudadanos franceses. Y finalmente, permitir a Malí recuperar la integridad
territorial”.
El
especialista en África Occidental René Otayek, profesor de Science Po en Burdeos, cree que “no es absurdo decir que Francia ha
actuado para defender a los miles de franceses que viven en Bamako, aunque no
es menos cierto añadir que gran parte de esos ciudadanos trabaja para empresas
francesas asentadas en la zona y que es lógico que Francia las defienda. Las
minas de Areva en Níger suponen el
mayor suministro de uranio para Francia, pero también hay explotaciones
petroleras y muchas otras compañías que operan en Mauritania, Malí, Burkina
Faso… El Sahel es un lugar estratégico para Francia, y es incontestable que
intente impedir que los terroristas amenacen las minas de uranio y sus otros
intereses”.
Aunque
sea incontestable, esta realidad política, comercial y económica parece
estar en la raíz de la escasa implicación de los socios naturales en la primera
aventura bélica de Hollande. El eurodiputado ecologista franco-alemán Daniel
Cohn-Bendit resumió con toda crudeza el malestar por la deserción europea al
decirle a Catherine Ashton: “Madame Ashton, usted ha dicho que nos
concierne a todos. Todos nos dicen lo mismo. Pero no hay más que soldados
franceses allí. Y lo que se nos está diciendo es: "Nosotros os mandamos
unas enfermeras, y a vosotros que os maten”.
Le Monde reveló que en la reunión
de ministros de Exteriores celebrada el jueves en Bruselas, el francés Laurent
Fabius se sintió también molesto porque sus homólogos español y alemán le
preguntaron “qué busca exactamente Francia en Malí”. En cuanto a la
Administración de Barack Obama, su lenguaraz embajadora Susan Rice ha dejado
claro que París es el único responsable directo de la intervención al afirmar
que la petición de ayuda enviada a Naciones Unidas por el presidente maliense
se podía resumir con la expresión “¡socorro, Francia!”.
Así, a
pesar de la oleada de apoyo moral que Francia ha recibido estos días, Hollande
deberá conformarse, de momento, con formar una coalición eminentemente
francófona y africana. Hoy por hoy, solo Bélgica entre los 27 países de la UE
se ha comprometido a enviar tropas —unos 70 soldados que colaborarán en tareas
de transporte y mantenimiento— a la zona. Los compañeros de viaje de Francia
estarán en la fuerza multinacional de países africanos occidentales, la Misión
Internacional de Apoyo a Malí (MISMA, en francés). Ese contingente de 5.500
soldados, de los que 2.200 deberían estar sobre el terreno el día 26, y los
2.000 soldados que enviará Chad serán por ahora el único consuelo a
la soledad de los 4.000 militares franceses que lucharán contra un enemigo
formado, según los cálculos del ministro francés de Defensa, Jean-Yves Le
Drian, por unos 3.000 yihadistas y tuaregs.
Solo un miembro secundario del
Gobierno se ha atrevido a deplorar en público “la mínima movilización de
Europa"
La
MISMA estará liderará por la anglófona y no siempre eficaz Nigeria (la
excepción a la regla francófona aportará 900 soldados y el general al mando), y
en ella militan también Togo (540 soldados), Níger (500), Senegal (450),
Burkina Faso y Benín (300 cada uno), Ghana (180) y Guinea, que enviará 145
militares.
Solo un
miembro secundario del Gobierno, el ministro de Relaciones con el Parlamento,
Alain Vidalies, se ha atrevido a deplorar en público “la mínima movilización de
Europa”. Vidalies citó “algunas ausencias lamentables”, sin dar nombres, y
enfatizó que “Francia no ha decidido actuar en solitario sino que han sido los
acontecimientos los que han dictado la respuesta”. Pero el sabio profesor
Gilles Kepel ha escrito esta semana en Le
Monde que “la soledad de Francia
no es sostenible salvo que se vacíe de sentido a la UE”.
Y el
problema es que la actitud de sus principales socios, Alemania y Reino Unido,
parece revelar que Europa todavía no es consciente de que este episodio de la
guerra de las democracias contra el terrorismo es el más europeo de los que se
han librado hasta ahora. Con Canarias a 1.800 kilómetros
del teatro de operaciones y Argelia a tiro de piedra de España, las deserciones
europeas del frente han causado estupor y escozor en Francia. Algunos diputados
socialistas han criticado con dureza la negativa de Berlín a enviar tropas. “La
crisis de Europa parecía financiera, pero es política”, afirmó Malek Boutih,
que acusó a los alemanes de “debilitar la solidaridad europea”.
El
profesor Otayek cree que no es momento de dramatizar sino de sumar. “Es verdad
y mentira a la vez que Francia esté sola en el Sahel. Alemania solo envía
tropas al exterior de forma excepcional, aunque es verdad que si lo hiciera
ahora sería un apoyo político muy simbólico. España y Gran Bretaña también han
dado apoyo moral y logístico, como Estados Unidos... De momento, la guerra de
Malí es quizá la intervención francesa más consensuada de la historia, incluso
en la opinión pública nacional. Pero eso puede cambiar si la operación
terrestre causa muchas bajas, si el conflicto se alarga y se afganistaniza”,
advierte.
Lo que
todo el mundo parece tener claro es que la guerra de Malí será larga. El
profesor René Otayek recuerda que “terminar la operación en el Sahel requerirá
varios años y enormes medios humanos, logísticos y materiales, que exceden con
mucho la capacidad de un solo país”.
El
impresionante ataque terrorista a la planta de BP [British Petroleum] en el sur
de Argelia, que ha conmocionado al mundo esta semana, ha resonado como un aviso
palmario de que el Sahel y sus ramificaciones son demasiado grandes y peligrosas
como para que Francia pueda ocuparse sola de todo. Otayek piensa que “el
secuestro habrá convencido a algunos, al menos a Reino Unido, Noruega y
Holanda, de que van a tener que ayudar mucho más a Francia de lo que querían”.
“El
contexto de esta guerra es totalmente distinto del pasado”, dice el profesor de
Science Po. “Francia tiene por
primera vez el apoyo de toda la región, y también es la primera vez que se
forma una coalición panafricana para luchar sobre el terreno, aunque
la UE y la Unión Africana trabajaban en esta idea desde hace tiempo.
Pero creo que Europa y Estados Unidos entenderán que Occidente se juega en el
Sahel mucho más que una guerra y que la inestabilidad de esa zona no se puede
conjurar solo con las armas. Para quitar el espacio a los traficantes de toda
índole hace falta política, energía, dinero. Y también mano izquierda para
integrar a las minorías tuaregs. Si no, nunca habrá paz”.”