¿Quién los entiende? Primero les destrozan sus países con excusas humanitarias, cacareando siempre sobre los valores de Occidente. Luego se indignan ante las olas de refugiados que llegan a la unión Europea. La nota que sigue es de Miguel Urbán para el diario español Público.es:
Título: La Europa Fortaleza se construye sobre el miedo y la
escasez
Texto: Invierno de 2016. Un portavoz de Cruz Roja Dinamarca
pregunta al Gobierno danés por qué deja que cientos de solicitantes de asilo,
entre los que se encuentran decenas de niños, sigan durmiendo en tiendas de
campaña en las gélidas calles de Copenhague a pesar de haber pisos públicos de
acogida disponibles. El ministro del Interior responde: “porque si les damos un
techo y dejan de pasar frío, entonces vendrán más”.
Otoño de 2016. En una de sus primeras entrevistas como director
de la rimbombante nueva Guardia Europea de Fronteras y Costas, nombre con el
que Frontex pretende vendernos su papel, autonomía, presupuesto y capacidad de
injerencia cada vez mayores, Fabrice Leggeri reconocía que parte de la función
de su agencia es “no hacer creer a los migrantes que esa travesía es fácil y no
tiene peligros. Hay que encontrar un equilibrio entre salvar a las personas y
no alimentar el negocio de los traficantes”.
Las mismas élites europeas que se escandalizan cuando los grupos
de extrema derecha piden a la policía que “disparen a los refugiados”, no
tienen sin embargo ningún rubor en plantear políticas que, digámoslo
abiertamente tomando los dos ejemplos anteriores como muestras aleatorias, lo
que están planteando es “ahoguen a los refugiados o déjenlos morir de frío,
pero eviten que lleguen”. En las calles de Copenhague o en campamentos
improvisados en los Balcanes, en las costas turcas o en las libias, en todos
los casos la respuesta europea al desafío migratorio remite al mismo plan: de
donde vienen no pueden volver; a donde quieren llegar no les vamos a dejar
pasar; así que queden varados en tránsito: en campamentos, en países tapón a
los que se ha externalizado las funciones de guardián de fronteras, en manos de
las mafias o en el fondo del Mediterráneo. Lost in transition.
Y, sin embargo, todos estos dispositivos de control y seguridad
que conforman la Europa Fortaleza no tienen como fin último evitar que no entre
ningún migrante. Es mentira. Europa necesita migrantes, mano de obra con la que
compensar su envejecimiento crónico, sus carencias concretas en el mercado
laboral o la sostenibilidad de los sistemas públicos de pensiones. Lo dice la
OCDE, el FMI y hasta la propia Comisión Europea. El objetivo último de la
Europa Fortaleza no es evitar que lleguen, sino asegurarse que quienes lleguen,
lo hagan quebrados, aislados, asustados, sumisos y desprovistos de derechos.
Que lleguen dispuestos a dejarse sobreexplotar en nichos laborales secundarios
y precarios, a pagar el doble por seguros médicos o alquiler de viviendas ya
que su condición legal les impide acceder a los canales normalizados de
cualquier mercado. Y que no se atrevan a protestar porque, antes de llegar, ya
han conocido en sus carnes las consecuencias.
La Europa Fortaleza no son solo las fragatas de Frontex, las
vallas con concertinas, los carísimos sistemas de control de fronteras o los
Centros de Internamiento para Extranjeros. La Europa Fortaleza también es la
progresiva externalización integral de las fronteras europeas y del control de
los flujos migratorios, los recortes a las leyes de asilo y el endurecimiento
de las leyes de extranjería, las listas crecientes de “países de origen
seguros” o de “terceros países seguros” donde ya entran desde Turquía hasta
Afganistán. Pero hay otros elementos más profundos: las alambradas y muros que
brotan por toda Europa desde hace dos años no se construyen solo con cemento y
concertinas. La principal materia prima es el miedo. El miedo al otro, al
desconocido, a la crisis y a engrosar la lista de perdedores de la
globalización.
El mismo miedo que generan con sus políticas y explotan
electoralmente con sus discursos tanto las fuerzas populistas xenófobas
ascendentes como los partidos de la Gran Coalición neoliberal. Unos y otros
conforman el nuevo bipartidismo que crece por toda Europa. Ese que pretende
convencernos que tenemos que elegir entre el neoliberalismo salvaje de la Gran
Coalición o el repliegue identitario, excluyente y autoritario de las fuerzas
xenófobas y ultranacionalistas. Salir de esa dicotomía-trampa es el reto que
tenemos por delante quienes apostamos por otra Europa basada en el bienestar,
la democracia y los derechos universales.
Y para ello tenemos tres misiones urgentes: primero, federar las
distintas iniciativas que desde la sociedad civil están paliando, con su
solidaridad y militancia, el vergonzante vacío dejado por las instituciones
europeas y estatales; segundo, articular las alternativas y acciones de la
sociedad civil con las instituciones del cambio, sin olvidar que sin desobediencia
y sin movilización la solidaridad que convirtamos en derecho tendrá forma de
papel mojado a la hora de traducirlo en conquistas concretas; tercero, tener
claro que la lucha contra la xenofobia y la lucha contra la austeridad es la
misma, porque el marco de escasez que provocan los recortes constituyen la
matriz económica de la exclusión, del “como no hay suficiente, los de aquí
primero”, ese caldo de cultivo de la lucha de clases de los últimos contra los
penúltimos.
Para que otro mundo sea posible, otra Europa es necesaria. Una
Europa que rompa con la trampa del nuevo bipartidismo que pretende obligarnos a
elegir entre neoliberalismo y xenofobia. Dos caras de la misma moneda. Dos
caras que se buscan, se necesitan y se retroalimentan. Dos caras que se construyen
por igual sobre el miedo y la escasez. Ahí tenemos tareas concretas en la lucha
contra la Europa Fortaleza. Pongamos en las concentraciones de hoy nuevas
piedras de los puentes que sustituirán a los muros que hoy ahogan Europa. Pero,
sobre todo, identifiquemos bien el campo de batalla para no equivocarnos ni de
combate ni de enemigos.
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