Siguen
apareciendo notas por fuera del mainstream mediático occidental que sugieren
que, frente al resto de los republicanos y frente a Hillary ("Killary") Clinton,
Donald Trump es más beneficioso para el mundo en su conjunto. La nota que sigue
es de Thierry Meyssan para Red Voltaire:
Título: Mattis
contra Trump
Epígrafe:
Mientras los medios masivos de difusión presentan las primarias estadounidenses
como una competencia entre Donald Trump y Ted Cruz, del lado republicano, y, en
el Partido Demócrata, entre Hillary Clinton y Bernie Sanders, una impresionante
maquinaria está instalándose para cerrar el camino al promotor inmobiliario que
amenaza los intereses de la clase dirigente WASP. Thierry Meyssan expone en
este trabajo lo que realmente está en juego y que, por el momento, nadie dice
públicamente.
Texto: Las
primarias estadounidenses, que deberían ser la preparación de un enfrentamiento
entre republicanos y demócratas, se han convertido poco a poco en una lucha por
el control del Partido Republicano.
En el Partido
Demócrata, el duelo entre Hillary Clinton y Bernie Sanders se resume a la lucha
de la experiencia al servicio de los ricos contra el idealismo al servicio de
la mayoría. Pero toda la atención ha ido concentrándose en el combate que se desarrolla,
en el bando de los republicanos, entre Donald Trump y Ted Cruz.
Cruz es un
producto fabricado por una agencia militar privada de «operaciones
sicológicas». En materia de política exterior, Ted Cruz se ha rodeado de un
equipo de personas formadas en tiempos de la guerra fría alrededor del senador
Henry Scoop Jackson y, por ende, histéricamente antisoviéticas. El propio Ted
Cruz se ha posicionado en contra de toda forma de limitación jurídica del
poderío estadounidense y, por consiguiente, contra el principio mismo del
derecho internacional.
Hasta la semana
pasada, se ignoraban las posiciones de Donald Trump. Cuando más, se le había
oído hacer declaraciones contradictorias sobre la cuestión israelí. En efecto,
Trump denunció fuertemente la parcialidad proisraelí de las sucesivas
administraciones estadounidenses, se declaró neutral en cuanto al conflicto
israelo-palestino y, posteriormente, emitió toda una profesión de fe
ultrasionista ante el AIPAC [1].
Pero la semana
pasada The National Interest invitó a Donald Trump a pronunciar su primer
discurso sobre política exterior. The National Interest es una revista creada a
partir del Nixon Center, donde se mantienen los sobrevivientes del equipo del
célebre ex secretario de Estado Henry Kissinger. Para sorpresa de todos –los
únicos no sorprendidos seguramente fueron los organizadores del encuentro– esta
vez Donald Trump no recitó posiciones sobre cualquier cosa para contentar a tal
o más cuál grupo de presión sino que expuso un verdadero análisis sobre la
política exterior de Estados Unidos y describió un real proyecto de refundación
de dicha política.
Según Donald
Trump, haber tratado de exportar por la fuerza el modelo democrático occidental
y haber querido imponerlo a pueblos que no están ni siquiera remotamente
interesados en ese modelo ha sido un error fundamental. Partiendo de esa
premisa, Trump desplegó un análisis crítico sobre la ideología neoconservadora,
en el poder desde el golpe de Estado del 11 de septiembre de 2001. Todo esto permite
comprender mejor por qué los organizadores del encuentro fueron los amigos de
Henry Kissinger, partidarios del «realismo» político (realpolitik) y chivos
expiatorios de los neoconservadores.
Luego de haber
denunciado los gigantescos daños humanos y económicos causados, tanto en los
países agredidos como para Estados Unidos, Donald Trump pasó a un ataque
indirecto contra el «complejo militaro-industrial», denunciando la excesiva
cantidad de armamento que actualmente circula en el mundo. Todos entendieron
perfectamente que por primera vez desde el asesinato de John F. Kennedy, un
candidato a la presidencia estaba denunciando la omnipotencia de los
fabricantes de armas, que está perjudicando gravemente la casi totalidad de la
industria estadounidense.
Puede parecer
sorprendente esta manera de tomar el toro por los cuernos precisamente en
presencia de los amigos de Henry Kissinger, quien tanto contribuyó al
desarrollo del complejo militaro-industrial estadounidense. Pero la historia
reciente de Estados Unidos explica ese brusco cambio de posición. Todos los que
combatieron el complejo militaro-industrial fueron puestos bajo estricto
control o eliminados: John Kennedy fue asesinado cuando se opuso a la guerra
contra Cuba; Richard Nixon fue eliminado –a través del escándalo del Watergate–
por haber concluido la paz con Vietnam e implementado el proceso de distensión
con China; Bill Clinton vio su administración paralizada –a través del
escándalo Lewinsky– cuando trató de oponerse al rearme y a la guerra en Kosovo.
Dando muestra de
un cierto sentido de la provocación, Donald Trump pone su proyecto de nueva
política exterior bajo el eslogan «America First», en referencia a la
asociación homónima anterior a la Segunda Guerra Mundial. Aquel grupo es
recordado como un grupo de presión nazi que trataba de impedir que el «país de
la libertad» acudiese en ayuda de los británicos agredidos por genocidas de
judíos. En realidad, «America First», que fue efectivamente desviada de su
mision inicial por la extrema derecha, fue originalmente una amplia asociación,
creada por los cuáqueros, que denunciaba la Guerra Mundial como un
enfrentamiento entre potencias imperialistas y se oponía por ello a la
implicación de Estados Unidos en ese tipo de conflicto.
O sea, los adversarios
de Donald Trump falsean la verdad cuando lo presentan como un aislacionista, al
estilo de Ron Paul. Donald Trump es más bien un realista.
Donald Trump no
era, hasta ahora, un político sino un promotor inmobiliario, comerciante y
presentador de televisión. Esta ausencia de pasado político le permite ver el
futuro de manera completamente nueva y sin verse limitado por ningún compromiso
anterior. Trump es además un dealmaker como los que se vieron hace algún tiempo
en Europa, al estilo de Bernard Tapie, en Francia, y de Silvio Berlusconi, en
Italia. Y hay que reconocer que –aunque en procesos no exentos de problemas–
estos dos personajes renovaron el ejercicio del poder en sus países,
violentando los códigos de las clases dirigentes.
Para contrarrestar
el fenómeno Trump, el Partido Republicano ha organizado ahora una alianza entre
Ted Cruz y el otro último aspirante que aún se mantiene en la carrera, el ex
presentador de televisión John Kasich. Ambos han aceptado renunciar a la
presidencia y unir esfuerzos para impedir que Trump llegue a obtener la mayoría
absoluta de los delegados en la Convención. A falta de un competidor con
mayoría absoluta, el Partido Republicano podría proponer en la Convención un
nuevo candidato, hasta ahora desconocido para el público.
Ya están
haciéndose sondeos de opinión confidenciales, se están recogiendo fondos y
hasta se ha creado un equipo de campaña alrededor del general James Mattis,
aunque este último jura y vuelve a jurar que no piensa hacer carrera como
político. Sin embargo, ya es evidente que este ex jefe del CentCom no
rechazaría el papel de nuevo Eisenhower. No está de más recordar que, en 1952,
el vencedor de la Segunda Guerra Mundial no participó en las primarias porque
aún fungía como comandante de la fuerzas en Europa. Pero, casi al final, se
deslizó en la competencia y la Convención del Partido Republicano lo designó
para participar en la carrera final por la presidencia.
El general Mattis
tiene la reputación de ser un intelectual. Ha coleccionado una importante y
célebre biblioteca privada de obras sobre estrategia militar, pero no parece
haberse interesado en la historia únicamente bajo ese ángulo. Actualmente es
investigador en la Hoover Institution (universidad de Stanford) y, habiendo
llegado a Washington para realizar una serie de consultas, dio una conferencia
en el CSIS (Center for Strategic and International Studies). Este tanque
pensante, tradicionalmente cercano a la industria del petróleo, está financiado
hoy en día principalmente por Arabia Saudita.
Durante su
conferencia en el CSIS, después de anunciar un porvenir «horrible» para el
Medio Oriente, el «monje soldado» (así lo llaman sus subordinados) se dedicó a
denunciar el peligro que en su opinión representa la revolución iraní y a llamar
a hacerle la guerra. Con ello retomaba el programa al que George W. Bush y Dick
Cheney tuvieron que renunciar debido a la rebelión de sus demás generales.
De hecho, el
enfrentamiento que actualmente se perfila opone, de un lado, a los partidarios
de la realpolitik de Henry Kissinger –defensores de los principios de la paz de
Westfalia, o sea de un orden internacional basado en los Estados-naciones–
contra los partidarios de la «democratización global» de los neoconservadores
–o sea, los partidarios de la destrucción de las identidades nacionales y de la
imposición de un régimen universal de gobierno. En pocas palabras, es la visión
de Richard Nixon contra el sueño de los golpistas del 11 de septiembre de 2001.
Elementos
fundamentales:
- Donald Trump,
aspirante a la presidencia de Estados Unidos, pretende limitar el poderío del
complejo militar-industrial. Retoma así la causa de John F. Kennedy
(asesinado), de Richard Nixon (apartado del poder por el escándalo del
Watergate) y de Bill Clinton (neutralizado por el escándalo Lewinsky).
- Trump estima
que tratar de exportar por la fuerza el modelo democrático occidental –que no
corresponde a con los deseos de las poblaciones de otras partes del mundo– es
simplemente nefasto, tanto para esas poblaciones como para el pueblo de Estados
Unidos.
- El complejo
militar-industrial prepara en este momento la candidatura del general James
Mattis y una guerra contra la revolución iraní.
"destrucción de las identidades nacionales y de la imposición de un régimen universal de gobierno".
ResponderEliminar"adonde vamos no necesitamos historia".