Mientras nos
dicen que no hay problemas con el petróleo, que quedan reservas para 500 años,
que el precio actual del barril simplemente refleja su abundancia, comienzan a
conocerse detalles de la "guerra humanitaria" reciente del Imperio y su brazo armado, la
NATO, en Libia.
Para qué querían reventar Libia hasta los cimientos? Para qué querían
cometer un magnicidio? Para qué querían expoliar a un pueblo entero? Para qué
qué querían partir el país en tres pedazos (“Tripolitania”, “Cirenaica” y
“Fezzan”, nombres, de aquí en adelante, para la vergüenza del mundo entero)?
La
sección “El Arte de la Guerra” del sitio web Red Voltaire reproduce hoy la
siguiente nota de Manlio Dinucci originalmente publicada en el diario italiano
Il Manifesto:
Título: Buitres
sobre Libia
Epígrafe: Sólo
había que esperar. Reaparece en el orden del día la partición de Libia, que ya
anunciábamos desde el inicio de la guerra contra la Yamahirya. Lo que se había
hecho imposible en medio del tronar de las armas, porque hubiera sido demasiado
evidente, vuelve a sernos presentado como una deplorable necesidad.
Texto: «Libia
debe convertirse nuevamente en un país estable y sólido», reza el mensaje de
Twitter enviado desde Washington por el primer ministro italiano Matteo Renzi,
desde donde garantiza además su mayor respaldo al «Primer ministro [Fayez el-]
Sarraj, finalmente en Trípoli».
Los que piensan
en esa posibilidad, en Washington, París, Londres y Roma, son los mismos que,
luego de haber desestabilizado y destrozado el Estado libio recurriendo a la
guerra, van a recoger los pedazos con la «misión de asistencia internacional a
Libia».
Lo que tienen en
mente sale a flote a través de voces autorizadas. Paolo Scaroni [1], quien se
movió en Libia, como patrón del ENI, entre facciones armadas y mercenarios y
hoy se encuentra en la vicepresidencia del banco Rotschild, declara al Corriere
della Sera que «hay que acabar con la ficción de Libia», «país inventado» por
el colonialismo italiano. Hay que «favorecer el nacimiento en [la región de]
Tripolitania de un gobierno que lance un llamado a fuerzas extranjeras que lo
ayuden a mantenerse en pie», estimulando a la vez [las regiones de] Cirenaica y
Fezzan a crear sus propios gobiernos regionales, eventualmente con el objetivo
de federarse a largo plazo. Mientras tanto «cada uno administraría sus fuentes
energéticas», que se hallan en Tripolitania y Cirenaica.
En Avvenire, el
diputado [italiano] Ernesto Preziosi expone una idea similar: «Formar una Unión
Libia de tres Estados –Cirenaica, Tripolitania y Fezzan– que tienen en común la
Comunidad del Petróleo y del Gas», con el respaldo de «una fuerza militar
europea ad hoc».
No es otra cosa
que la vieja política del colonialismo del siglo 19, actualizada en función del
neocolonialismo con la estrategia de Estados Unidos y la OTAN, que han
destruido por completo Estados como Yugoslavia y Libia y fraccionado (o tratado
de fraccionar) otros Estados –como Irak y Siria– para controlar sus territorios
y recursos.
Libia posee casi
el 40% del petróleo existente en África, extremadamente valioso por su alta
calidad y el bajo costo de su extracción, así como grandes reservas de gas
natural, cuya explotación reportaría hoy a las transnacionales estadounidenses
y europeas ganancias mucho más elevadas que las que obtenían del Estado libio.
Además, eliminando el Estado nacional y negociando separadamente con diferentes
facciones del poder en Tripolitania y Cirenaica, esas transnacionales pueden
lograr la privatización de las reservas energéticas públicas y obtener su control
directo.
Además del oro
negro, las transnacionales estadounidenses y europeas pretenden apoderarse del
oro blanco: la inmensa reserva de agua del manto freático nubio, que se
extiende bajo el suelo de Libia, Sudán y Chad. Las posibilidades de ese recurso
natural ya habían sido demostradas por el Estado libio, mediante la
construcción de los acueductos que transportaban agua potable y agua destinada
al riego, millones de metros cúbicos al día provenientes de 1 300 pozos en el
desierto y transportados a través de 1 600 kilómetros hasta las ciudades
costeras, que hacían fértiles tierras desérticas.
Al desembarcar en
Libia, con el pretexto oficial de ayudarla y liberarla de la presencia del
Emirato Islámico, Estados Unidos y las principales potencias europeas también
tendrán la posibilidad de reabrir allí sus bases militares, cerradas en 1970
por Muammar el-Kadhafi, con una posición geoestratégica importante, en la
intersección entre el Mediterráneo, África y el Medio Oriente.
Finalmente, con
la «misión de asistencia a Libia», Estados Unidos y las principales potencias
europeas se reparten el botín de la mayor rapiña del sieglo: 150 000 millones
de dólares de los fondos soberanos libios confiscados en 2011, que podrían
cuacruplicarse si la exportación de recursos energéticos de Libia volviera a
sus niveles del pasado. Los fondos soberanos libios, que Kadhafi planeaba
utilizar para crear una moneda y organismos financieros autónomos para la Unión
Africana (razón por la cual se decidió eliminar a Kadhafi, como puede verse en
los correos electrónicos de Hillary Clinton), serán utilizados para desmantelar
lo que queda del Estado libio, un Estado que «nunca existió» porque en Libia no
había otra cosa que «un montón de tribus», según afirma Giorgio Napolitano,
quien al parecer se cree en el Senado del Reino de Italia.
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