Transcribimos hoy
la entrevista que la periodista de Página/12 Julia Goldenberg le realizara al
politólogo griego Yannis Stavrakakis. Los temas son el concepto de
posdemocracia, la participación popular en los procesos políticos, la deuda
externa como instrumento de dominación, la experiencia social, política y
económica reciente de América del Sur y la situación actual en Europa.
Título: “Desde la
antigua Grecia, la deuda fue instrumento de dominación y siempre muy brutal”
Epígrafe: Para el
científico griego, la deuda externa y el predominio de las fuerzas del mercado
en la política transforman las instituciones y los lazos sociales y reemplaza
la soberanía popular por la soberanía del mercado.
Entrevista:
–Usted retoma el
concepto de “posdemocracia” como categoría de análisis vigente. De acuerdo a
esta perspectiva, ¿cómo es posible reactivar los mecanismos democráticos?
–El término
“posdemocracia” surge en la última década en sociología y en teoría política
para comprender conceptualmente y marcar críticamente las patologías
contemporáneas de la democracia liberal, sobre todo en relación a las
condiciones que establece el capitalismo tardío. En este tipo de regímenes el
aspecto formal de las instituciones democráticas permanece intacto: por ejemplo,
las elecciones se desarrollan normalmente para las transiciones de un gobierno
a otro. Aún así, la magnitud del debate electoral se transforma en un
espectáculo controlado, manejado por expertos y regulado por los medios de
comunicación dominantes, donde se tratan temas seleccionados por ellos y donde
la ciudadanía queda reducida a un papel pasivo. Entonces, cuando se intenta
realizar un verdadero cambio (como en Grecia en 2015) los gobiernos se dan
cuenta de que el alcance de sus movimientos está muy restringido por las
–supuestamente independientes– instituciones supranacionales (el Banco Central
Europeo, el FMI, etc.). En este sentido, la política en tiempos posdemocráticos
se forma cada vez más por la interacción entre los gobiernos electos y por las
instituciones de élite, así como por los organismos que representan
mayoritariamente intereses comerciales. Este predominio de las fuerzas del
mercado en la política no es considerado escandaloso, como lo fue en el pasado,
algo que debía ser camuflado de alguna forma ahora de ninguna manera se
esconde. Esto es abiertamente abrazado y, de hecho, las instituciones públicas
quedan subordinadas a esta dinámica. La nueva gestión pública, en este sentido,
ha buscado reformar las instituciones –hospitales, universidades, etc.– de
acuerdo a los lineamientos del sector privado. Entonces, posdemocracia
significa “democracia sin demos”, como indicó Jacques Rancière, donde el pueblo
desaparece de la escena política y su papel en la toma de decisiones es
reemplazada por una aristocracia tecnocrática, y donde la soberanía popular es
reemplazada por la soberanía de mercado. En otras palabras, el “pueblo” es
registrado en la esfera política como la “población”, como un conjunto numérico
de individualidades a ser administrado y disciplinado biopolíticamente. Cuando
las resistencias emergen, cuando las nuevas subjetividades democráticas y
populares se formulan, sus demandas son denunciadas y desacreditadas bajo la
etiqueta del peligroso e irresponsable “populismo”. Si la defensa de las
instituciones democráticas y los intereses populares hoy lleva el nombre de
populismo, entonces quizás el populismo necesita ser tomado y canalizado en
direcciones progresistas.
–¿Se puede trazar
una delimitación geopolítica de acuerdo a estos conceptos?
–Obviamente el
término “posdemocracia” fue formulado por Colin Crouch y otros sobre la base de
la experiencia europea. No hay duda, sin embargo, que captura una dinámica
global, visible en una variedad de países y regiones. Es por esto que se
verifica tal amplitud del uso de “posdemocracia” y “pospolítica”. Siendo
suficientemente flexibles desde su inicio, los términos se reúnen cada vez más
para describir los fenómenos políticos en diversas regiones del mundo, por
fuera del contexto del oeste europeo donde esta terminología surgió
originalmente. Al mismo tiempo, la crisis global que comenzó en 2008 y fue,
especialmente localizada en Europa, ha puesto de relieve, a través de la
implementación de ciertas medidas de austeridad draconianas en el sur de
Europa, una profundización adicional de la orientación posdemocrática. Hoy
Europa parece estar frente a un nuevo desafío: ¿Cómo se puede evaluar el
establecimiento y consolidación –a través de la crueldad– de una sociedad de
deuda neoliberal? ¿Esto es el signo de una profundización de la posdemocracia,
o bien significa un pasaje más allá de la posdemocracia? Si así fuera, ¿en qué
se convirtió exactamente? Aunque no existan respuestas conclusivas, están
instalándose y quizás sea tiempo de comenzar a plantear algunas preguntas. Para
comprender completamente nuestra situación hay que tener en cuenta que el
neoliberalismo alemán no se debe confundir con el laissez-faire, con el
resultado de un orden natural espontáneo (la mano invisible del mercado), sino,
como Foucault ha destacado, con una vigilancia permanente, actividad e
intervención. Esta intervención es de una naturaleza particular, muy diferente
de, por ejemplo, el Estado de Bienestar: su objetivo –a menudo con inmensa
brutalidad– es condicionar el marco para una posible economía de mercado que
interviene en la población y reforma el propio lazo social. Como algunos
comentaristas lo han señalado, este es el estatismo sin Estado, estatismo a
favor de la mercantilización, acompañado por la liquidación de toda la
regulación del mercado y las relaciones laborales, etc. De nuevo, este
movimiento no es particular de Europa. Por ejemplo, América Latina se está
acercando ahora a este modelo. Chile es el ejemplo que ha vivido una brutal
imposición de un sistema similar desde 1970. Estas son dinámicas globales y
sólo pueden abordarse a nivel global.
–¿Esto significa
que el Estado se reduce a la administración de la deuda?
–Desde la antigua
Grecia, la deuda fue un instrumento de dominación y explotación, siempre uno
muy brutal. No debemos olvidar que el establecimiento de la democracia de
Atenas está relacionada con la cancelación de la servidumbre por deudas, con
Solón de Seisachteia. También sabemos que la deuda funciona para establecer y
reproducir relaciones de dependencia colonial. En muchas coyunturas históricas
las relaciones de deuda estructuran el lazo social, sobredeterminando los modos
particulares de dominación económica y política. Cuando esto sucede –y sucede
porque la deuda funciona simultáneamente como una fuerza económica, política y
moral– es porque produce y condiciona tipos particulares de subjetividades
individuales y colectivas, manipulando la dinámica psicosocial de la culpa, la
vergüenza y el sadismo, y allí es cuando hablamos de “sociedades de deuda”. En
décadas recientes, por ejemplo, el péndulo entre los dos espíritus de
capitalismo típicos de la modernidad –el primer espíritu weberiano del
ascetismo asociado a una “sociedad de la prohibición” y el segundo espíritu de
consumo asociado a una “sociedad de disfrute ordenado”– ha tomado una forma
marcada por una dialéctica entre el estímulo del crédito y la estigmatización
de la deuda. En el caso de Grecia contemporánea –que no es un caso aislado–
vimos cómo las fuerzas institucionales promueven a su vez todas estas opciones.
Al principio, antes de la crisis, la acumulación de deuda estaba permitida e
incluso se propagó en el marco del “espíritu consumista” del capitalismo;
luego, las mismas instituciones elevaron la deuda a niveles patológicos, para
ser castigados con formas de servidumbre posmodernas. Estas lógicas fueron
aplicadas tanto a nivel subjetivo como a nivel estatal. En cualquier caso, la
acumulación de la deuda, así como el castigo del endeudamiento, constituyen
momentos antitéticos del mismo mecanismo, y sólo queda la construcción
subjetiva al servicio de la jerarquía social. Entonces, cuando el lazo entre
los dos falla, incluso la cancelación de la deuda y el perdón de la deuda son
llamados para sostener el orden social. Para volver a Grecia, muchos años
después de la crisis, la troika también ha aceptado procesos de
reestructuración de la deuda. Esta cancelación de la deuda (parcial) ha fallado
a la hora de hacer alguna diferencia real en la viabilidad a largo plazo de la
deuda griega o en la situación actual del pueblo griego. Las promesas de una
gestión más soportable de la deuda todavía se utilizan como un futuro señuelo.
Esta es la razón por la cual la experiencia argentina sigue siendo tan
importante: porque la reestructuración de deuda no era un soporte publicitario,
o una concesión parcial ofrecida a cambio de una continuidad de las relaciones
de dependencia. Al contrario, fue masiva y fue impuesta por un gobierno
democrático-popular afirmando su independencia.
–¿Por qué
sostiene que es necesario estudiar las políticas desarrolladas en América del
Sur?
–Justamente
porque estas políticas fueron inicialmente introducidas en América del Sur, las
primeras resistencias también fueron articuladas en esta región. Así, el fin de
la dictadura de Pinochet en Chile, el colapso del pacto de Punto Fijo en
Venezuela y el fracaso del neoliberalismo patrocinado por el FMI en Argentina
confluyen en una serie de proyectos políticos que han redirigido el equilibrio
del poder hacia la participación popular en el proceso de toma de decisiones,
facilitando la incorporación socioeconómica de los sectores empobrecidos y
regulando los efectos de la globalización neoliberal.
–Algunos
comentaristas han calificado esta tendencia como “progresista”, de “izquierda”
o “populismo inclusivo”, con el objetivo de distinguir su perfil y sus
implicancias políticas de la extrema derecha o del “populismo excluyente”
propio de la experiencia europea.
–Mi opinión en el
asunto es que la mayoría de los movimientos de extrema derecha, nunca fueron,
estrictamente hablando, populistas, y no deberían ser descritos como tales: su
principal punto de referencia es la “nación” –no en un sentido anticolonial,
sino en un sentido étnico, incluso racista del término– y su principal
adversario no es el uno por ciento de los ricos mundiales, sino el otro étnico:
el refugiado, el inmigrante, etc. De todos modos, la distinción entre la
derecha, el populismo excluyente (el modelo europeo) y la izquierda, el
populismo inclusivo (el modelo Sudamericano), ha sido un primer paso,
importante, en registrar el potencial democrático de las demandas populares y
de los movimientos y partidos que las representan. Lo que también es
interesante es que la crisis económica europea y los efectos de su gestión
neoliberal han dislocado el tradicional sistema de partidos en países como
Grecia, España y Portugal, haciendo posible la emergencia de otros partidos. Se
plantean dos situaciones: La primera, donde los países europeos –especialmente
los que integran la Zona Euro– están más limitados en sus opciones debido a la
avanzada de la integración trasnacional, algo que limita severamente el poder
de sus negociaciones y sus chances de desafiar mínimamente la hegemonía liberal
paneuropea (por ejemplo, la transformación del rotundo NO del referéndum griego
de julio 2015, en un nuevo acuerdo memorando con la troika). Creo que sólo una
tendencia igualitaria que abarcase a una gran variedad de países europeos
podría revertir esta situación. Dicho de otro modo, únicamente si España y
otros países siguen a Grecia y a Portugal habrá algún tipo de esperanza. El
segundo de- safío, es que estos proyectos deben reflexionar sobre las
limitaciones de proyectos similares en América del sur, los cuales debieron
enfrentar las recientes derrotas electorales como en el caso de Argentina y
Venezuela. ¿Es posible aprender de sus logros y también de sus fracasos, más
evidentes en el caso venezolano? ¿De su incapacidad para introducir un modelo
económico sustentable? ¿De su fracaso a la hora de reemplazar liderazgos
carismáticos por una creciente participación de las instituciones? ¿De sus
dificultades cultivando un nuevo ethos democrático político y nuevos tipos de
deseo y consumo capaces de disminuir nuestra dependencia de la globalización
neoliberal?
–Entonces, ¿se
podría pensar una salida regional también para América del Sur?
–Este es un
enorme desafío para todas las fuerzas que se oponen al neoliberalismo
posdemocrático. Por supuesto, no debemos olvidar que el problema –la falta de
coordinación transnacional– siempre ha estado allí y es obviamente muy difícil
de hacer frente. Del mismo modo, un “internacionalismo” basado en la ONU a
menudo ha demostrado ser impotente y el problema de la deuda es un buen ejemplo
de ello. De alguna manera, las fuerzas posdemocráticas institucionales pueden
moverse con eficacia entre la orquestación de la acción transnacional y, al
mismo tiempo, la manipulación de las sensibilidades nacionales, cuando resulte
necesario. La vieja estrategia colonialista de “divide y reinarás” es siempre
útil. En contraste, la larga historia de los movimientos de resistencia ha
demostrado que es extremadamente difícil de articular el pensamiento y la
acción simultánea a nivel nacional e internacional. Sin embargo, algunas
medidas tales como la aprobación en la ONU del marco legal para los procesos de
reestructuración de deuda soberana –impulsada por Argentina– tienen impacto en
cualquier parte del mundo.
–¿Qué
consecuencias trae la neutralización del antagonismo político propio de la
posdemo- cracia?
–En efecto la
orientación posdemocrática margina el antagonismo político, priorizando una
perspectiva tecnocrática de las cuestiones en juego y pretendiendo una falta de
alternativa. ¡Lo más importante no es seguir las prescripciones universales de
las políticas neoliberales, sino que hay que disfrutar de ellas! Sin embargo,
los efectos secundarios de este tipo de políticas –usualmente impuestas bajo el
pretexto de reducir una deuda artificialmente inflada– incluyen desempleo
masivo, un colapso de los salarios, las pensiones y las prestaciones sociales,
una pérdida de derechos sociales y laborales, una espiral descendente de la
movilidad social y una expulsión de los ciudadanos de la toma de decisiones. A
continuación, surgen necesariamente la indignación y la protesta. La necesidad
de cuestionar y criticar, junto con la necesidad de limitar la concentración
del poder en manos de élites irresponsables. John Keane habló sobre lo que
llama las “democracias monitoreadas”, que es un uso pragmático de los
procedimientos democráticos, basados en una presión pública para combatir la
concentración de un poder inexplicable. Aquí los mecanismos de representación
de la sociedad civil se combinan con formas novedosas de monitoreo público del
ejercicio del poder y del control de la corrupción. Sin embargo, esto no debe
confundir nuestras prácticas democráticas y convertirlas en un marco meramente
defensivo. Si la democracia está reducida a una variedad de monitoreos y
mecanismos de control que lidian con un poder que es visto como ilegítimo,
entonces la “soberanía popular”, la base de nuestra tradición democrática, será
perdida para siempre en lugar de ser rejuvenecida. Mi miedo es que la
implicancia última del argumento de la “democracia monitoreada” puede ser la
legitimación indirecta de una teoría elitista, incluso del retorno al
liberalismo oligárquico. En esto debemos ser claros, la democracia supone un
autogobierno en el nivel más básico: se trata de un reclamo por la igualdad de
derechos y la participación en la toma de decisiones que implica a la totalidad
de los ciudadanos. Sin embargo, no podemos esperar a que los ciudadanos estén
siempre alerta, dispuestos a dedicar su tiempo y energía en debatir y decidir sobre
todas las cosas. Es por eso que los griegos antiguos establecieron un conjunto
de premios para la participación y un conjunto de castigos para quienes no
participaban en la vida democrática pública. Sabemos, además, por Maquiavello
que una dificultad aquí tiene que ver con el deseo: en oposición al deseo de
los ricos y poderosos, que es un deseo de “más y más”, el deseo del pueblo, de
los marginados y oprimidos es un deseo definido negativamente. El pueblo
primero desea “no ser dominado”, ciertamente desean no serlo de una manera
brutal, antidemocrática y poco digna. Es por esto que las luchas populares
enfrentan dificultades en el establecimiento de sus metas y, paradójicamente,
tienden a aceptar los objetivos de sus adversarios. Es decir, cuando un pueblo
previamente empobrecido y excluido recupera, por ejemplo, un estatus de clase
media, puede suceder que llegue a negar su situación pasada y empiece a
comportarse de una manera jerárquica, elitista y excluyente.
–En otra
entrevista usted señaló que los regímenes políticos europeos son débiles porque
el mercado ocupa un lugar central, pero como ninguna persona puede enamorarse
del mercado esto se debilita fácilmente. Sin embargo, los vaivenes de la
economía muestran que el mercado también enamora.
–Si nos
concentramos en las regiones que mencionamos, Europa (con su crisis económica
centrada especialmente en el sur) y América del sur, podemos decir que viven
una trayectoria similar pero con una disposición distinta de las etapas
históricas. Europa, por ejemplo, se enfrenta a una crisis parecida a la que
llevó al default en Argentina. Con el dominio del ordoliberalismo alemán basado
en el chantaje y la extorsión, en un “consentimiento” forzado, donde la deuda
funciona como el instrumento principal de disciplina subjetiva y colectiva.
Mientras que en Argentina, luego de haber pasado por el colapso de un sistema
construido en torno a la deuda y la coerción, y luego habiendo reconstruido su
economía y la democracia, actualmente parecen haberse olvidado las dificultades
del pasado y se volvieron a abrazar las promesas de un futuro dominado por un
consumo neoliberal imaginario. Es decir que muchos sectores en Argentina han
optado por un retorno a la “normalidad”, un regreso al capitalismo tardío. No
hay nada de extremadamente inusual en todo esto. Como sabemos gracias Jacques
Lacan, la gente desea lo que le falta. El objeto que cumple esta función no es
eterno ni fijo, está histórica y culturalmente determinado. Lo más importante,
también puede cambiar entre el ámbito público y el privado. En su libro
Circunstancias cambiantes, Albert Hirschman ha demostrado cómo nuestra vida
puede seguir un ritmo circular, pasando por períodos de una intensa
participación pública inspirada en ideales altruistas, o por una despolitización
extrema en los períodos en los cuales el interés individual y la realización
personal tienen prioridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario