La siguiente nota fue escrita pensando en Rusia y su presidente, Vladimir Putin, pero bien vale para medio planeta. Es que la prensa, chicos, ya no es lo que era. Ahora son Los Medios, un poder en serio que reemplaza al partido militar en toda la línea. Ya les va a llegar su Nuremberg. El artículo es de Robert Parry para Consortium News:
Título: La
corrupción como arma de la propaganda
Texto: Por
desgracia, algunas de las tareas más importantes del periodismo, como es la de
no aplicar dobles varas de medir en cuanto a los abusos de los derechos humanos
o la corrupción financiera, han sido tan pervertidas por las exigencias de la
propaganda gubernamental –y también por las ansias de ascender en sus carreras
de muchos de los periodistas- que encuentro sospechoso cuando la prensa
corporativa se lanza a propagar cualquier sensacional historia dirigida contra
algún “villano seleccionado”.
Demasiado a
menudo, este tipo de “periodismo” es solo la avanzadilla de la próxima trata de
“cambio de régimen”, demonización o deslegitimación de algún líder extranjero justo
antes del inevitable advenimiento de una “revolución de color” organizada por
organizaciones no gubernamentales de “promoción de la democracia”,
habitualmente financiadas por el National Endowment for Democracy (NED) del
Gobierno estadounidense o algún patrocinador neoliberal como George Soros.
Ahora estamos
viendo lo que parece una nueva fase preparatoria para la siguiente ronda de
“cambios de régimen” con alegaciones de corrupción dirigidas contra el antiguo
presidente de Brasil Lula da Silva o el presidente ruso Vladimir Putin. Las
nuevas acusaciones contra Putin –publicadas a bombo y platillo por The Guardian
y otros medios- son particularmente importantes porque los llamados papeles de
Panamá que supuestamente le implican en tratos financieros en el extranjero
jamás mencionan su nombre.
O, como escribe
The Guardian: “aunque el nombre del presidente no aparece en ninguno de los
registros, los datos revelan una tendencia -sus amigos han ganado millones con
tratos que aparentemente no podrían haberse realizado sin su colaboración. Los
documentos sugieren que la familia de Putin se ha beneficiado de este dinero-,
la fortuna de sus amigos parece estar a su disposición”.
Observen la falta
de precisión y la necesidad de especulación: “una tendencia”, “aparentemente”,
“sugiere”, “parece”. De hecho, si Putin no fuera ya una figura demonizada por
la prensa occidental, ese pasaje jamás habría pasado de la pantalla del
ordenador de un editor. En realidad, el único punto para el que se utiliza una
forma verbal indicativa es que “el nombre del presidente no aparece en ninguno
de los registros”.
Una publicación
británica, la web Off-Guardian, que critica gran parte del trabajo realizado
por The Guardian, tituló su artículo sobre el texto de acusación a Putin como
“Los papeles de Panamá llevan a The Guardian a la auto parodia” (“The Panama
Papers cause Guardian to collapse into self-parody”). Pero sea cual sea la
verdad sobre la “corrupción” de Putin o de Lula, lo importante en términos
periodísticos es que la noción de objetividad hace tiempo que se ha dejado de
lado en favor de lo que es útil como propaganda para los intereses
occidentales.
Algunos de esos
intereses occidentales se preocupan ahora por el crecimiento del sistema
económico asociado a los BRICS –Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica- como
competidor del G-7 y el Fondo Monetario Internacional occidental. Después de
todo, el control del sistema financiero global ha sido un elemento central en
el poder estadounidense en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial y
Occidente no está por la labor de dar la bienvenida a posibles rivales del
monopolio occidental.
Lo que significa
en términos prácticos este sesgo contra estos y otros gobiernos “poco
amistosos” es que se aplica una vara de medir para Rusia o Brasil, mientras que
se aplica otra más indulgente para la corrupción de los líderes estadounidenses
o europeos.
Tengamos en
cuenta, por ejemplo, los millones de dólares recibidos en concepto de
conferencias por la exsecretaria de Estado Hillary Clinton de las altas esferas
de los sectores estratégicos que conocían su intención de buscar convertirse en
la próxima presidenta de Estados Unidos. O los millones y millones de dólares
invertidos por los súper-PAC’s de Clinton, el senador Ted Cruz y otros
candidatos presidenciales. Todo eso podría parecer corrupción, según unos
estándares objetivos, pero se trata como un simple aspecto desagradable del
proceso político estadounidense.
Imaginen por un
momento que Putin hubiera recibido millones de dólares por breves discursos
ante poderosas corporaciones, bancos y otros grupos de interés que hacen
negocios con el Kremlin. Sería considerado una prueba de facto de sus ilícitas
ambiciones y corrupción.
Perdiendo la
perspectiva
En el caso de un
líder extranjero al que se ha demonizado, cualquier “corrupción” es útil, por
muy pequeña que sea. Por ejemplo, en los años 80, el entonces presidente Ronald
Reagan denunció la elección de gafas del presidente de Nicaragua Daniel Ortega.
“El dictador con gafas de diseño”, declaró Reagan, mientras Nancy Reagan
aceptaba regalos de vestidos de diseño y renovaciones gratuitas de la Casa
Blanca financiadas por los intereses del gas y el petróleo.
O la “corrupción”
de un líder demonizado puede ser un lujo modesto, como la sauna del
expresidente Viktor Yanukovich en su residencia personal, que recibió
tratamiento de primera página en The New York Times y otras publicaciones
occidentales que buscaban justificar el violento golpe de Estado que derrocó a
Yanukovich en febrero de 2014.
Tanto Ortega como
Yanukovich habían sido elegidos por el pueblo, aunque siguieron siendo el
objetivo del Gobierno de Estados Unidos y sus operativos con violentas campañas
de desestabilización. En los años 80, la guerra de la Contra organizada por la
CIA acabó con la vida de alrededor de 30.000 personas, mientras que el “cambio
de régimen” orquestado por Estados Unidos en Ucrania dio lugar a una guerra
civil que ya ha costado la vida de casi 10.000 personas. Por supuesto, en ambos
casos Washington culpó a Moscú de todos los problemas.
En ambos casos,
los políticos y operativos que llegaron al poder como resultado de los
conflictos resultaron más corruptos que los sandinistas o que el Gobierno de
Yanukovich. La Contra de Nicaragua -cuya violencia abrió el camino para la
victoria electoral de Violeta Chamorro en 1990- estaba profundamente implicada
en el tráfico de cocaína.
Hoy, el Gobierno
ucraniano apoyado por Estados Unidos está tan inmerso en la corrupción que ha
provocado una nueva crisis política. Curiosamente, uno de los políticos
nombrados por los papeles de Panamá por haber establecido una cuenta opaca en
el extranjero es el presidente ucraniano apoyado por Estados Unidos, Petro
Poroshenko, aunque ha sido eclipsado por Vladimir Putin, al que los papeles no
llegan a nombrar. Poroshenko ha negado que haya nada ilegal en sus negocios
financieros en el extranjero.
Doble moral
La prensa
generalista occidental ni siquiera intenta ya aplicar la misma vara de medir en
temas de corrupción. Si se trata de un gobierno favorable, puede haber ruegos
sobre la necesidad de “reformas” –lo que normalmente significa recortar
pensiones para los mayores y programas sociales para los pobres-, pero si se
trata de un líder demonizado, entonces la única respuesta posible es un proceso
judicial y/o el “cambio de régimen”.
Un ilustrativo
ejemplo de esa doble moral es la actitud complaciente hacia la corrupción de la
[hasta esta semana] ministra de Finanzas de Ucrania, Natalie Jaresko, a la que
la prensa occidental no deja de ensalzar como el parangón de las reformas y la
buena gobernanza en Ucrania. La realidad documentada, en cambio, es que Jaresko
se enriqueció a través de controlar un fondo de inversión financiado por los
impuestos de los estadounidenses que debía ayudar al pueblo ucraniano a
construir su economía.
Según los
términos del fondo de inversiones de 150 millones de dólares creado por la
Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID), la
compensación de Jaresko debía tener un tope de 150.000 dólares anuales, un
salario que muchos estadounidenses envidiarían. Pero eso no era suficiente para
Jaresko, que primero excedió el límite en cientos de miles de dólares y después
amasó una cantidad anual de hasta dos millones de dólares al margen de la
contabilidad oficial.
La documentación
de esta trama está clara. He publicado numerosas informaciones citando las
pruebas tanto de su excesivo salario como de las estrategias legales para tapar
las pruebas de las prácticas supuestamente ilegales. [En Consortiumnews.com
“How Ukraine’s Finance Minister Got Rich” y “Carpetbagging Crony Capitalism in
Ukraine.”]
Pese a las
pruebas, ni un solo medio corporativo ha seguido investigando esta información,
incluso cuando Jaresko se perfilaba como la candidata “reformista” al puesto de
primera ministra.
Este desinterés
es similar al tupido velo que The New York Times y otros grandes medios
occidentales corrieron cuando trataban de decidir si el presidente Viktor
Yanukovich fue derrocado en un golpe de Estado en febrero de 2014 o se marchó y
simplemente se olvidó de volver.
En una pieza de
periodismo de “investigación”, el Times concluía que no había habido golpe de
Estado en Ucrania mientras ignoraba las pruebas del golpe, como la llamada
interceptada a la subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos Victoria Nuland
y el embajador de Estados Unidos en Ucrania, Geoffrey Pyatt discutiendo quién
debía estar en el Gobierno. “Yats es el hombre”, afirmó Nuland. Y, sorpresa, sorpresa,
Yatseniuk fue nombrado primer ministro.
El Times también
ignoró las observaciones de George Friedman, presidente de la firma de
inteligencia global Stratford, que apuntó que el golpe de Ucrania había sido
“el golpe de Estado más claro de la historia”.
Ilustración
utilizada en el artículo de Michael Weiss en The Daily Beast en el que acusaba
a Putin de corrupción a raíz de los papeles de Panamá
Herramienta de la
propaganda
Otra de las
ventajas de la corrupción como herramienta de propaganda para desacreditar a
ciertos líderes es que asumimos que los gobiernos y también el sector privado
de todo el mundo están plagados de corrupción. Acusar de corrupción es como
disparar contra un banco de peces gordos encerrados en una pequeña pecera.
Evidentemente, algunas peceras están más llenas que otras, pero la decisión
real es qué pecera se elige.
Esa es parte de
la razón por la que el Gobierno de Estados Unidos ha invertido cientos de
millones de dólares para financiar organizaciones “periodísticas”, entrenar a
activistas políticos y apoyar “organizaciones no gubernamentales” que se
dedican a promover los objetivos de la política estadounidense en determinados
países. Por ejemplo, antes del golpe del 22 de febrero de 2014 en Ucrania se
habían producido numerosas de esas operaciones en el país financiadas por NED,
cuya asignación anual del Congreso asciende a más de cien millones de dólares
al año.
Pero NED,
dirigida por el neocon Carl Gershman desde que se fundó en 1983, es solo una
parte. Hay otros frentes de la propaganda que operan bajo el paraguas del
Departamento de Estado y USAID. El año pasado, USAID publicó una base de datos
detallando su trabajo financiando periodistas favorables alrededor del mundo,
incluyendo “educación en el periodismo, desarrollo de empresas de comunicación,
capacidad de construir instituciones de apoyo y refuerzo del marco legal para
la libertad de prensa”:
El presupuesto
estimado de USAID para “programas de refuerzo de prensa en más de 30 países”
asciende a 40 millones de dólares anuales, incluyendo ayuda a “medios
independientes y blogueros en una docena de países”. Antes del golpe en
Ucrania, USAID ofreció entrenamiento sobre “redes móviles y seguridad en
internet”, algo que suena cercano a un intento de sabotear la recopilación de
inteligencia del gobierno local, una posición irónica teniendo en cuenta la
obsesión del Gobierno de Estados Unidos por la vigilancia, que le ha llevado
incluso a perseguir a quienes han desvelado esas prácticas basándose en evidencias
obtenidas de los periodistas.
Trabajando mano a
mano con la fundación Open Society del billonario George Soros, USAID también
financia el proyecto Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP),
que se dedica al “periodismo de investigación”, habitualmente persiguiendo a
gobiernos que han caído en desgracia ante Estados Unidos y a los que
posteriormente acusa de corrupción. OCCRP, financiado por USAID también
colabora con Bellingcat, una web de investigación fundada por el bloguero Eliot
Higgins.
Higgins se ha
dedicado a distribuir desinformación en internet, incluyendo las desacreditadas
acusaciones que implicaban al Gobierno sirio en un ataque con gas sarín en 2013
y dirigiendo al personal de Australian TV a lo que parece ser una localización
errónea para rodar un vídeo sobre el BUK que supuestamente huyó a Rusia tras
haber derribado el MH17 de Malaysian Airlines el 17 de julio de 2014.
Pese a su dudosa
precisión, Higgins ha ganado notoriedad en la prensa corporativa, en parte porque
sus conclusiones siempre corroboran la propaganda que defiende el Gobierno de
Estados Unidos y sus aliados occidentales. Mientas la mayor parte de blogueros
verdaderamente independientes son ignorados por la prensa, Higgins ha visto su
trabajo publicado tanto en The New York Times como en The Washington Post.
En otras
palabras, el Gobierno de Estados Unidos tiene una potente estrategia para
desplegar agentes de influencia de forma directa e indirecta. De hecho, durante
la primera Guerra Fría, la CIA y la antigua Agencia de Información de Estados
Unidos perfeccionaron el arte de la “guerra de la información”, incluyendo
crear técnicas actualmente presentes como hacer que entidades supuestamente
independientes presenten cínicamente propaganda de Estados Unidos al gran
público, que rechazaría esa misma propaganda si llegara del Gobierno, pero que
seguramente confiará en “periodistas ciudadanos” y “blogueros”.
Pero el mayor
peligro de esta perversión del periodismo es que prepara el terreno para
“cambios de régimen” que desestabilizan países enteros, acaban con la
democracia de verdad (es decir, el poder del pueblo) y pueden causar guerras
civiles. El sueño de los actuales neoconservadores de conseguir un cambio de
régimen en Moscú es especialmente peligroso para el futuro tanto de Rusia como
del resto del mundo.
Al margen de lo
que cada cual opine del presidente Putin, es un líder político racional cuya
legendaria sangre fría hace que no tienda a tomar decisiones a la ligera. Su
estilo de liderazgo también convence al pueblo ruso, que en su inmensa mayoría
le apoya según las encuestas de opinión.
Aunque los neocon
pueden seguir fantaseando con la posibilidad de generar suficientes penurias
económicas y distensión política en Rusia para conseguir derrocar a Putin, sus
expectativas de que el próximo líder será alguien manejable como el presidente
Boris Yeltsin, que permitiera la vuelta de agentes estadounidenses para
continuar el saqueo de los recursos rusos es, casi con toda certeza, una
quimera.
Es mucho más
probable que –si se consiguiera organizar un “cambio de régimen”- Putin fuera
reemplazado por un nacionalista de la línea dura que pudiera incluso plantearse
la posibilidad de utilizar el arsenal nuclear ruso si Occidente vuelve a
intentar romper a la madre Rusia. En mi opinión, el peligro no es Putin, sino
quien venga después de Putin.
Así que mientras
toda evidencia de la corrupción de Putin –o de cualquier otro líder político-
ha de ser investigada, los estándares no deben rebajarse únicamente porque él,
o cualquier otra persona, sea una figura demonizada en Occidente. Debe haber
una sola vara de medir. La ira de la prensa occidental sobre la corrupción ha
de ser expresada al mismo nivel contra líderes políticos o empresariales de
Estados Unidos y otros países del G-7 y contra los miembros de los BRICS.
Consideremos a los ex ministros de economía de las dictaduras neoliberales que han recibido miles de dólares por breves discursos ante poderosas corporaciones, bancos y otros grupos de interés que hacen negocios con las dictaduras. ¿Sería considerado una prueba de facto de sus ilícitas ambiciones y corrupción?
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