Dos notas
interesantes sobre la realidad de las Américas, aparecidas en el diario
Página/12 de hoy. En la primera, Eric Nepomuceno subraya ciertas hipocresías de
la sociedad brasileña contemporánea. En la segunda, David Usborne detalla
aspectos de la campaña republicana, centrados en el genio y figura de Donald
Trump. Piénsenlo un segundo, chicos. El país más poderoso de la Tierra, la sede
del Imperio, podría ser presidido por Donald Trump. Les da vértigo, no?
Hay un hilo conductor en estas noticias: la lenta, pero inexorable, descomposición social y política de buena parte del mundo, en consonancia con la depresión global que vivimos. La gran lección del Siglo XX es que las crisis del capitalismo devienen en fascismo, y que el fascismo trae la guerra. Porque lo que sigue es fascismo, chicos.
Título: Brasil, violento
y racista
Texto: Brasil enfrenta,
es verdad, una situación económica preocupante y, más grave aún, enfrenta una
muy seria crisis política, que amenaza con transformarse en crisis
institucional. Mucho se habla de la urgente necesidad de dar combate a una
corrupción endémica e institucionalizada (que, a propósito, no empezó ahora y
mucho menos con la llegada del PT al poder), y en lograr una manera para que el
gobierno gobierne.
Pero, por encima
de todo, Brasil vive desde siempre una crisis moral que no es admitida o
reconocida por la sociedad, que insiste en mantener su cobarde hipocresía
frente a sus propias llagas éticas.
En las cárceles
brasileñas viven hacinadas 575 mil personas, según el censo del año pasado. Eso
significa toda la gente que vive en una ciudad como la elegante y culta Salta,
por ejemplo, y bastante más de la que vive en San Miguel de Tucumán.
En los presidios
del país existen 355 mil plazas. Es fácil imaginar las condiciones en que esa
sobrepoblación de 200 mil personas sobrevive.
En 2013
ocurrieron 53.646 asesinatos en Brasil. El año pasado, la policía brasileña
mató a seis personas por día. Una cada cuatro horas. Las estadísticas no
siempre son confiables pero, según los números disponibles, la policía
brasileña es una de las cuatro que más mata en todo el mundo.
Hace un par de
semanas, 19 personas fueron asesinadas aleatoriamente en la periferia miserable
de San Pablo, la ciudad más rica de Sudamérica. Ninguna de ellas tenía
antecedentes criminales. Todas estaban en bares o cafés conversando. Una de las
víctimas, una chica de 16 años, estaba con una amiga en la vereda, delante de
su casa de pobres. Fue la venganza de los policías por la muerte de un
compañero, ocurrida en el mismo barrio días antes.
En junio, en
Salvador de Bahía, la policía militarizada disparó y mató a 12 personas
elegidas al azar. Días después, en Dias D’Avila, una pequeña ciudad a unos 60
kilómetros de Salvador, tres policías militares invadieron la casa de un hombre
de 62 años. No querían detenerlo: querían dinero. Lo confundieron con un
vendedor de marihuana. El hombre tenía algo así como 130 dólares. A los
policías les pareció poco. Lo golpearon, lo violaron con una escoba, avisaron
que volverían. El hombre los denunció a la Justicia, y los tres fueron
detenidos. Ahora, el hombre vive bajo protección de la misma policía militar.
¿Estará protegido de verdad? De cada diez presos brasileños, cuatro esperan por
una sentencia de la Justicia. Algunos, desde hace años. Y de cada diez presos
brasileños, seis son negros o mulatos (en el total da la población, los censos
indican que 51 por ciento son negros o mulatos).
De cada diez
brasileños asesinados, casi siete son negros o mulatos. La policía es más
selectiva. En cinco años, mató a 11.197 personas. Entre los muertos, 7823 eran
negros o mulatos.
A los brasileños
les encanta decir que en su país no hay racismo y que todos se integran a la
sociedad. Los números indican que la cosa no es exactamente así. Y más: algunas
iniciativas locales muestran que las medidas de prevención para la seguridad
pública suelen estar dirigidas específicamente contra negros en primer lugar, y
pobres en segundo, lo que es casi decir lo mismo.
En este invierno
que fue especialmente benigno en Sudamérica, una novedad llegó a las playas
doradas de la privilegiada zona sur de Rio de Janeiro: los buses que llegan de
los suburbios lejanos y de calor agobiante, donde no hay mar, son revisados por
la policía militar en su parada final, en Ipanema. Muchos grupos de
adolescentes y jóvenes son enviados de regreso a sus casas, en otras dos horas
de viaje.
El gobernador
Luiz Fernando Pezao tiene una explicación que le parece lógica: “Vienen para
robar y causar tumulto”. Claro: al fin y al cabo son pobres... y casi todos
negros o mulatos.
Hace poco más de
treinta años, en el verano de 1984, el entonces gobernador de Rio de Janeiro,
Leonel Brizola, una de las principales figuras de la izquierda brasileña, hizo
lo contrario: ordenó que las líneas de transporte público del suburbio se
extendiesen hasta las playas de la zona sur. Desde entonces, miles de jóvenes
suburbanos pudieron llegar, en los fines de semana, a la parte blanca y
privilegiada de la ciudad.
Al principio, los
moradores de la zona sur se rebelaron: de una hora a otra las playas de sus
privilegios fueron invadidas por esa gentuza nada presentable, gracias a un
gobernador autoritario.
Con el tiempo, se
acostumbraron a la gentuza. Ahora, otro gobernador intenta corregir el equívoco
que duró treinta años. Mientras no se institucionaliza la medida, la policía
militar busca distraerse: los domingos, sus soldados pasean por la arena
distribuyendo de manera igualitaria (siempre entre pobres, negros y mulatos)
golpes de bastón para los que lograron salir de sus barriadas y se instalaron
en la arena.
Un método
bastante eficaz, hay que reconocer, para convencerlos de volver al lugar de
donde salieron.
Y una muestra
igualmente eficaz de hasta qué punto puede llegar la estupidez de una sociedad
podrida: en su mayoría, los policiales militares son jóvenes pobres, negros y
mulatos...
Título: Una pelea
de muy bajo vuelo
Epígrafe: Los
insultos están haciendo estragos en Bush, una vez considerado el principal
candidato probable entre los republicanos. Su intención de voto cayó a sólo
siete por ciento en una nueva encuesta de Gallup, contra el 28 por ciento para
Trump.
Texto: Donald
Trump más o menos cuestiona la virilidad de Jeb Bush, mientras que a Jeb Bush
le ha dado por llamar a Donald Trump “antiamericano” y, peor aún, un armario
demócrata. Estas son las burlas que se entrecruzan dos de los candidatos por la
nominación presidencial republicana, metiéndose en nuevas profundidades de
vitriolo político.
“Pequeño” y “baja
energía” son las dos descripciones favoritas de Trump para el ex gobernador de
la Florida. Recientemente, cuando se dirigía a partidarios en Nueva Hampshire,
a sólo unos cientos de yardas de distancia de un evento similar organizado por
Bush, se burló: “Muy pequeña la multitud allí. Usted sabe lo que está
sucediendo con la multitud de Jeb... ¡se están durmiendo!”.
A veces Trump
prefiere simplemente llamar tonto a su rival. Preguntado esta semana por un
reportero si pensaba que Bush era el hombre adecuado para dirigir la economía
de Estados Unidos, Trump respondió: “¿Conducir él? El no puede conducirse a sí
mismo”.
Hay evidencia de
que los insultos están haciendo estragos en Bush, una vez considerado el
principal candidato probable entre los republicanos. Su intención de voto cayó
a sólo siete por ciento en una nueva encuesta de Gallup, comparado con el 28
por ciento para Trump. Bush no tiene más remedio que participar, por más
desagradable que sea la batalla. Así, en los últimos días describió como
“antiamericano” el plan de Trump de deportar a 11 millones de personas que
están en Estados Unidos ilegalmente. Repetidamente pregunta por las
credenciales conservadoras de Trump, incluso su seriedad como candidato. “El
liderazgo significa que uno tiene que estar comprometido, no es cuestión de dar
aullidos”, le dijo a los partidarios la semana pasada. No le hacía falta decir
quién era el aullador.
Hay lógica
política tras el incesante bombardeo de Trump a Bush, que se ha ampliado para
incluir a su hermano y su padre, ambos ex presidentes, y de hecho a todo el
clan Bush. Mientras que este verano le proporcionó una sólida ventaja en la
carrera por la nominación, Bush es posiblemente aún la mayor amenaza de Trump,
aunque sólo sea en virtud de los torrentes de dinero en efectivo por parte de
los grupos que lo apoyan.
Sin embargo,
también es personal. Trump y Bush son algunos de los nombres más famosos de
Estados Unidos, la realeza casi. Pero la corte de Trump y la corte de Bush
nunca se superponen. Lo más cerca que llegó a que sucediera fue en 1997, cuando
George W. Bush padre persuadió a Donald de celebrar un evento en Manhattan para
recaudar fondos para Jeb cuando éste se presentaba como candidato para el cargo
de gobernador de la Florida. Desde entonces, las relaciones se han deteriorado.
La clase podría ser una parte de ella. Algunos de sangre real son más azules, o
en este caso waspier (de wasp, siglas que significan blanco, anglo-sajón
protestante). “Los Bush nunca fueron del agrado de Trump.” Roger Stone, hasta
hace poco asesor de Trump, le dijo a The Washington Post esta semana. “El no es
del viejo dinero wasp, los Trump no vinieron en el Mayflower”.
En un intercambio
de 33 minutos con The Washington Post, Trump logró dejar escapar dardos para la
dinastía Bush al ritmo de uno por minuto, por lo que fueron 33 en total. George
W. era una lámpara de luz defectuosa que no parece entender las preguntas
cuando es entrevistado en la televisión. (Y Trump lo ha castigado mucho por
invadir Irak.) George W. dijo “lean mis labios” que no aumentaría los
impuestos, pero lo hizo. En cuanto a Jeb, Trump dijo: “No creo que tenga ni
idea... Jeb nunca va a llevarnos a la tierra prometida. No puede”.
Eso no es
desprecio solo por el momento político. Hay pocos registros de Trump tratando
de adular a Bush en los ocho años que gobernó Florida hasta el año 2007, a
pesar de que tenía importantes aspiraciones de juegos de azar en el estado y su
mansión en el estado Mar-a-Lago en Palm Beach, también. Y Trump es recordado
por hablar mal de Bush a otros políticos de la Florida, incluso mientras estaba
en el cargo.
El daño que le
infligió a Bush ya fue devastador. Se hace más fácil para Trump por la aversión
actual de los votantes a todo lo que huela a dinastía política. Eso podría un
día ayudarlo con Hillary Clinton, también. Salvo que los Trump y los Clinton
han sido bastante amigotes en los últimos años.
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