Reproducimos a
continuación una nota de Héctor Illueca Ballester aparecida hoy en uno de los
diarios más decentes de Europa: el español Diario Público. Corta, clara y
apuntando al corazón del problema: el pensamiento único neoliberal y la banda
de enanos (el 90% de los políticos europeos) que le hace de claque. Acá va:
Título: La
destrucción de la democracia en Europa
Texto: El 27 de
junio de 2015 pasará a la historia por los insólitos acontecimientos que se
produjeron en la reunión del Eurogrupo, convocada para decidir sobre la prórroga
del rescate griego, que expiraba el 30 de junio. Conocemos los detalles a
través de Yanis Varoufakis, que ha filtrado a la prensa el desarrollo del
cónclave. Según ha trascendido, el Ministro de Finanzas de Grecia expuso a sus
colegas las fundadas razones que avalan la convocatoria de un referéndum para
que los griegos se pronuncien sobre la propuesta de la troika, que supedita la
continuidad de la ayuda financiera a la adopción de nuevos recortes,
especialmente en materia de pensiones, y no ofrece solución al acuciante
problema de la deuda. La iniciativa griega fue recibida con una mezcla de
desdén e indignación, y acabó provocando la expulsión de Grecia del Eurogrupo,
un hecho de una gravedad extrema. En plena discusión, alguien espetó a
Varoufakis una pregunta directa: “¿Cómo puede usted esperar que la gente común
entienda asuntos de tal complejidad?” Pocas veces se ha expresado tan
claramente la pulsión autoritaria y demofóbica que late en el interior de la
Europa neoliberal.
Para comprender
el alcance de esta pregunta, aparentemente tan sencilla, hay que detenerse,
aunque sea someramente, en la concepción política que inspira y sustenta el
proceso de construcción europea: el llamado neoliberalismo. En efecto, el
neoliberalismo no es sólo un conjunto de medidas de corte neoclásico ancladas
en la prehistoria del pensamiento económico, sino también una teoría política
tendencialmente autoritaria que cuestiona abiertamente la participación
democrática de la ciudadanía. O, por expresar la idea con mayor precisión, el
neoliberalismo asigna al Estado un papel tan limitado en la vida económica y
social, que termina invariablemente cuestionando la democracia política y
contemplando el desenlace autoritario como un horizonte no sólo posible, sino
incluso necesario. No es casual que Friedrich Hayek y Milton Friedman, por
mencionar los dos casos más emblemáticos, apoyaran públicamente la dictadura de
Pinochet y se confesaran admiradores del modelo económico impuesto a sangre y
fuego en el país andino.
En el fondo, la
pregunta dirigida a Varoufakis apela a un principio fundamental de la teoría
política neoliberal: la separación radical entre política y economía, con el
fin de erradicar cualquier interferencia popular en el normal desenvolvimiento
del mercado. Lo decisivo, como bien sabía Hayek, es aislar al sistema económico
de las presiones electorales ejercidas por los ciudadanos a favor de la
justicia distributiva o en contra de los recortes sociales. Por supuesto, la
Unión Europea es plenamente consciente de que un nuevo ajuste estructural sólo
podría imponerse traicionando y sometiendo al pueblo griego, que sufriría las
consecuencias en términos de paro, recesión y penuria generalizada. El poder
europeo percibe la democracia como una amenaza permanente y no vacila a la hora
de justificar el despotismo político como medio de neutralizar cualquier
respuesta social susceptible de poner en riesgo el orden neoliberal. Al menos
hay que agradecer al desconocido interlocutor de Varoufakis (¿sería De Guindos?
¿Schäuble, tal vez?) la valentía de expresar abiertamente sus reservas hacia
los procedimientos democráticos, mostrando sin ambages el lado más oscuro del
liberalismo.
En cualquier
caso, no es la primera vez que la Unión Europea tropieza con un referéndum y resuelve
el trámite imponiendo toda clase de limitaciones a la participación política.
En 2005, Francia y Holanda rechazaron mediante referéndum el proyecto de
Constitución Europea, impidiendo de este modo la entrada en vigor de la misma,
que exigía el voto unánime de todos los Estados miembros. Pues bien, dos años
después se convocó una conferencia intergubernamental en Lisboa para aprobar
dicho texto y someterlo a ratificación parlamentaria en los distintos países,
eludiendo la voluntad democráticamente expresada en las consultas populares.
Pero aún hay más. Obligada por su propia Constitución, Irlanda sometió a
referéndum el Tratado de Lisboa el 12 de junio de 2008, registrando un voto
negativo a la ratificación del mismo. Sin embargo, atrapado por la crisis
económica y presionado por la Unión Europea, el gobierno irlandés convocó una
nueva consulta el 2 de octubre del año siguiente, obteniendo finalmente la
anuencia de su pueblo al controvertido texto. Anotemos que, durante la campaña,
los partidarios del sí dijeron a los irlandeses que el Tratado de Lisboa
permitiría al país salir de la crisis e incluso llegaron a amenazarlos con
excluirlos de Eurovisión si no resultaba aprobado.
Como un
inconsciente reprimido, la pulsión autoritaria de las instituciones
comunitarias ha reaparecido con fuerza tras la victoria de Syriza en las
elecciones griegas del 25 de enero. Desde ese día, la Unión Europea ha
aprovechado las dificultades financieras de Grecia para intentar doblegar al
gobierno heleno, exigiéndole que renunciara a los principales compromisos
programáticos contraídos en la noche electoral. Naturalmente, el objetivo no
era reconstruir la economía griega, ni tampoco proteger los intereses de los
acreedores, sino infligir una derrota política a Alexis Tsipras. Entre tanto,
Bruselas conspiraba sin descanso con los líderes de Nueva Democracia para
organizar un cambio político y restablecer el statu quo, alimentando peligrosas
ilusiones de políticos fracasados y corruptos que habían sido rechazados por su
pueblo. Los casos todavía recientes de Berlusconi y Papandreu, vergonzosamente
destituidos por maniobras palaciegas urdidas desde Bruselas, sobrevuelan desde
hace tiempo el teatro político del país heleno.
Como hemos dicho
al principio, el último desafuero se ha producido en la reunión del Eurogrupo
que se celebró el pasado 27 de junio en Bruselas. Irritada por el referéndum,
la Unión Europea expulsó arbitrariamente a Varoufakis y rechazó la propuesta
griega de extender el programa de rescate hasta después de las votaciones. Al
proceder de este modo, las instituciones comunitarias precipitaron el cierre de
los bancos y el establecimiento de controles de capital, lo que sólo puede
interpretarse como una coerción antidemocrática hacia el pueblo griego. Cualquier
demócrata habría aceptado la prolongación de la asistencia financiera durante
unos días para que los ciudadanos pudieran emitir su veredicto en condiciones
de plena normalidad democrática. Al negarse a ello, la Unión Europea ha
mostrado al mundo su rapacidad y su autoritarismo, enviando un mensaje
elocuente a todos los Estados miembros, y muy especialmente a los países del
sur de Europa, sobre lo que les espera si osan oponerse al neoliberalismo.
Estos hechos son
fundamentales para comprender e interpretar correctamente la actual crisis
europea, caracterizada por un rechazo radical a los principios de la democracia
con el fin de eliminar cualquier interferencia política en los mercados. No es
posible entender los problemas a los que se enfrenta la Unión Europea sin
considerar la ideología autoritaria y antidemocrática que ha orientado la
trayectoria del poder europeo desde la década de los ochenta y, sobre todo,
desde el final de la Guerra Fría. La teoría política neoliberal influyó
decisivamente en la construcción de un marco institucional cada vez más alejado
de la democracia, radicalmente contrario al principio de soberanía y temeroso
de unos electores demasiado propensos a impulsar la justicia distributiva en
los procesos electorales. Ya no es posible ocultar que la unión económica y
monetaria es incompatible con la democracia. Lo que se dirime en el referéndum
griego no es sólo la aceptación o el rechazo de una propuesta humillante e
insensata, sino también, y fundamentalmente, la destrucción de la democracia en
Europa.
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