Nueva nota de
Thierry Meyssan para Red Voltaire sobre la relación funcional del caos sirio
por un lado y ucraniano por el otro. Quiénes pagan por los errores del Imperio.
Qué pueden esperar los rusos. Europa, como siempre, papando moscas, incapaz de nada.
Título: En busca
del chivo expiatorio
Epígrafe:
Alemania, Francia, Rusia y Ucrania trataron en Berlín de desbloquear los
conflictos que tienen lugar en Ucrania y Siria. Sin embargo, desde un punto de
vista ruso, esos bloqueos sólo existen porque el objetivo de Estados Unidos no
es la defensa de la democracia que tanto proclama Washington sino impedir el
desarrollo de Rusia y China cerrándoles las “rutas de la seda”. Al disponer de
ya evidente superioridad en materia de guerra convencional, Moscú hizo todo lo
posible por conectar el Medio Oriente con el este de Europa. Y lo logró
concediendo la prolongación de la tregua en Siria a cambio del cese del bloqueo
de la aplicación de los acuerdos de Minsk. Mientras tanto, Washington sigue
tratando de hacer recaer su propia culpabilidad sobre alguno de sus aliados. Al
no lograrlo con Turquía, la CIA se vuelve ahora hacia Arabia Saudita.
Texto: El
conflicto que enfrenta a Estados Unidos con Rusia y China se desarrolla en dos
frentes: por un lado, Washington busca un chivo expiatorio para hacerlo
responsable de la guerra contra Siria, mientras que Moscú –que ya vinculó la
cuestión siria con el tema yemenita– trata de agregarles el tema de Ucrania.
Washington busca
un chivo expiatorio
Para salir de
esta situación con la frente alta, Estados Unidos tiene que atribuir la
responsabilidad de sus crímenes a alguno de sus aliados. Y tiene 3
posibilidades: endilgarle la culpa a Turquía, a Arabia Saudita o a las dos
juntas. Turquía está presente en Siria y en Ucrania, pero no en Yemen; mientras
que Arabia Saudita está presente en Siria y Yemen, pero no en Ucrania.
Turquía
Disponemos ahora
de información verificada sobre lo que realmente sucedió en Turquía el pasado
15 de julio, y esa información nos obliga a revisar nuestro juicio inicial.
En primer lugar,
era evidente que poner la dirección de las hordas yihadistas en manos de
Turquía después del atentado que sacó del juego al príncipe saudita Bandar ben
Sultán no podia traer otra cosa que problemas. En efecto, Bandar era un
intermediario obediente, pero Erdogan seguía su propia estrategia, tendiente a
la creación de un 17º imperio turco-mongol, lo cual lo llevaría a utilizar los
yihadistas en misiones diferentes a lo previsto en Washington.
Además, Estados
Unidos no podía dejar de castigar al presidente turco Erdogan por acercar su
país a Rusia en el plano económico, a pesar de ser Turquía un país miembro de
la OTAN.
En fin, en plena
crisis alrededor del poder mundial, el presidente turco Erdogan se convertía en
chivo expiatorio ideal para salir de la crisis siria.
Desde un punto de
vista estadounidense, el problema no es Turquía, indispensable como aliado
regional, ni el MIT (los servicios secretos turcos) de Hakan Fidan, quien
organiza el movimiento yihadista en todo el mundo, sino Recep Tayyip Erdogan.
Por consiguiente,
la National Endowment for Democracy (NED) trató primeramente, en agosto de
2013, de llevar a cabo una revolución de color organizando manifestaciones en
el parque Gezi de Estambul. Esa operación fracasó o Washington cambió de idea.
Se decidió
entonces derrocar a los islamistas del AKP a través de las urnas. La CIA
organizó la transformación del HDP en un verdadero partido de las minorías y
preparó a la vez una alianza entre esa formación política turca y los
socialistas del CHP. El HDP adoptó un programa muy abierto de defensa de las
minorías étnicas (los kurdos) y de las minorías sociales (feministas y
homosexuales) e incluyó el tema ecológico. El CHP fue reorganizado, tanto para
disimular el hecho que los alevitas [1] estaban excesivamente representados en
el seno de ese partido como para promover la candidatura del ex presidente de
la Corte Suprema. Pero, aunque el AKP perdió las elecciones en julio de 2004,
no fue posible concretar la alianza entre el CHP y el HDP. Así que hubo que
realizar nuevas elecciones legislativas en noviembre de 2014, elecciones que
Recep Tayyip Erdogan “arregló” descaradamente.
Washington
decidió entonces proceder a la eliminación física de Erdogan. Entre noviembre
de 2014 y julio de 2016 hubo 3 intentos de asesinato contra Erdogan.
Contrariamente a lo que se dijo, la operación del 15 de julio de 2016, no era
una intentona golpista sino una operación para liquidar solamente al presidente
turco. La CIA había utilizado los vínculos industriales y militares
turco-estadounidenses para reclutar dentro de la fuerza aérea turca un pequeño
equipo que se encargaría de eliminar al presidente durante sus vacaciones. Pero
ese equipo fue traicionado por varios oficiales islamistas (estos últimos
constituyen casi un 25% de las fuerzas armadas turcas) y el presidente fue
advertido una hora antes de la llegada del comando que iba a “encargarse” de
él. Erdogan fue trasladado a Estambul, bajo la protección de militares leales a
su régimen. Conscientes de las previsibles consecuencias de su fracaso, los
conspiradores iniciaron un golpe de Estado sin preparación previa y en momentos
en que todavía existía una intensa circulación de personas en Estambul. Por
supuesto, fracasaron. El objetivo de la subsiguiente represión no era sólo
arrestar a los autores del intento de asesinato, ni tampoco a los militares que
se unieron al golpe de Estado improvisado sino más bien a todos los
pro-estadounidenses: primeramente, a los laicos kemalistas y luego a los
islamistas seguidores de Fethullah Gulen. En total, más de 70 000 personas
fueron puestas bajo investigación y hasta hubo que liberar presos comunes para
tener dónde encarcelar a los pro-estadounidenses.
La manía de
grandeza del presidente Erdogan y su aparatoso Palacio Blanco, su manipulación
de las elecciones y la represión que ha desatado contra todo el que no esté
totalmente de acuerdo con él lo convierten en chivo expiatorio ideal de los
errores cometidos en Siria. Sin embargo, el hecho que haya logrado sobrevivir a
una revolución de color y 4 intentos de asesinato hace pensar que no será
posible sacarlo del juego rápidamente
Arabia saudita
Para Estados
Unidos, Arabia Saudita es tan indispensable como Turquía, por 3 razones: primeramente,
por sus reservas de petróleo, de volumen y calidad excepcionales –aunque lo que
le interesa a Washington ya no es consumir ese petróleo sino sólo controlar su
venta–; por los enormes volúmenes de dinero que maneja el reino (pero sus
ingresos han sufrido una caída del 70%) y que permitían financiar operaciones
secretas sin control del Congreso estadounidense; y, finalmente, por el control
que ejerce sobre las fuentes del yihadismo. En efecto, desde 1962 y la creación
de la Liga Islamista Mundial, Riad financia, por cuenta de la CIA, la Hermandad
Musulmana y la cofradía de los Naqchbandis, las dos cofradías de donde
provienen todos los cuadros yihadistas del mundo.
Pero el carácter
anacrónico de Arabia Saudita, propiedad privada de una familia de príncipes que
nada tiene que ver con los principios comúnmente reconocidos de la libertad de
expresión y la libertad religiosa, exige cambios radicales.
Debido a ello, la
CIA organizó, en enero de 2015, la sucesión del rey Abdallah. La noche misma del
fallecimiento del soberano, la mayoría de los incapaces fueron apartados de sus
cargos y el país fue enteramente reorganizado siguiendo un plan previo. En este
momento, el poder se halla repartido entre tres clanes principales: el rey
Salman (y su querido hijo el príncipe Mohamed), el hijo del príncipe Nayef (el
otro príncipe Mohamed) y el hijo del difunto rey (el príncipe Mutaib,
comandante de la Guardia Nacional).
En la práctica,
el rey Salman –de 81 años– permite que su hijo, el dinámico príncipe Mohamed
–de 31 años– gobierne por él. Y este príncipe Mohamed incrementó la injerencia
saudita en Siria, luego emprendió la guerra contra Yemen. En el plano interno,
ha iniciado un amplio programa de reformas económicas y de carácter societal
enmarcadas en su llamada «Visión para 2030».
Pero los
resultados se hacen esperar. El reino saudita se ha empantanado en Siria y en
Yemen y esta última guerra incluso le está costando más caro de lo que esperaba
debido a las incursiones de los hutis en territorio saudita y las derrotas que
han logrado infligir al ejército de Riad. En el plano económico, las reservas
petroleras están llegando a su fin y la derrota en Yemen impide a los sauditas
la explotación de lo que se ha dado en llamar el «la Cuarta Parte Vacía», o sea
la región que abarca parte de los dos países. Cierto es que la caída de los
precios del petróleo ha permitido a Arabia Saudita eliminar a varios de sus
competidores, pero también ha agotado el Tesoro del reino, que ahora se ve
obligado a buscar préstamos en los mercados internacionales.
Arabia Saudita
nunca ha sido tan poderosa y a la vez tan frágil. La represión política alcanzó
su apogeo con la decapitación del jefe de la oposición, el jeque Al-Nimr. La
rebelión va más allá de la minoría chiita y se extiende también a las
provincias sunnitas del oeste. En el plano internacional, la coalición árabe es
ciertamente impresionante, pero hace agua por todas partes desde que Egipto se
retiró de ella. El público acercamiento de Arabia Saudita a Israel en contra de
Irán escandaliza al mundo árabe y musulmán. Más que ser una alianza más, el
acercamiento entre Riad y Tel Aviv demuestra el pánico que embarga a la familia
real, hoy objeto del odio de todos.
Visto desde
Washington, ha llegado el momento de escoger a los elementos que sería
conveniente salvar en Arabia Saudita y deshacerse de los demás. La simple
lógica indicaría un regreso la anterior repartición del poder entre el clan de
los Sudairis –pero sin el príncipe Mohamed ben Salman, quien ya demostró su
incapacidad– y los Chammar –la tribu del difunto rey Abdallah.
Tanto para
Washington como para los súbditos sauditas, lo mejor sería que falleciera el
rey Salman. Su hijo Mohamed se vería entonces apartado del poder, que iría a
manos del otro príncipe Mohamed (el hijo de Nayef), mientras que el príncipe
Mutaib se mantendría en el puesto que actualmente ocupa, a la cabeza de la
Guardia Nacional.
En Arabia
Saudita, al igual que en Turquía y en otros países aliados de Estados Unidos,
la CIA trata de mantener las cosas como están. Y para ello se limita a
organizar por debajo de la mesa intentos de cambios de dirigentes, pero sin
tocar las estructuras. El carácter puramente cosmético de esas modificaciones
facilita que su trabajo se mantenga en la sombra.
Moscú trata de
negociar juntos el Medio Oriente y Ucrania
Rusia logró
establecer una conexión entre los campos de batalla de Siria y Yemen. Su
despliegue militar en el Levante es público desde hace un año, pero también
está presente desde hace 3 meses –de manera no oficial– en Yemen, donde
participa activamente en los combates. Al negociar simultáneamente el alto al
fuego en Alepo y otro alto al fuego en Yemen, Rusia obligó a Estados Unidos a
vincular ambos teatros de operaciones. En esos dos países, las fuerzas rusas
muestran su superioridad en materia de guerra convencional ante los aliados de
Washington, evitando la confrontación directa con el Pentágono. Con esa finta,
Moscú evita tener que implicarse en Irak, a pesar de sus antecedentes históricos
en ese tercer país.
Sin embargo, la
disputa entre los Dos Grandes se origina fundamentalmente en el corte de las
dos rutas de la seda, primero en Siria y después en Ucrania. Lógicamente, Moscú
trata por eso de vincular los dos asuntos en sus negociaciones con Washington.
Esto resulta muy lógico, sobre todo teniendo en cuenta que la propia CIA ya
creó un vínculo entre los dos campos de batalla a través de Turquía.
Al viajar a
Berlín, el 19 de octubre, el presidente ruso Vladimir Putin y su ministro de
Exteriores Serguei Lavrov tenían intenciones de convencer a Alemania y Francia,
fuera de la presencia de Estados Unidos, de vincular estos temas. Así que
extendieron la tregua en Siria a cambio del cese del bloqueo de los acuerdos de
Minsk por parte de Ucrania, un trato que no dejará de irritar a Washington, que
hará todo lo que esté en sus manos para sabotearlo.
Por supuesto, al
final Berlín y Londres acabarán alineándose detrás de su amo otaniano. Pero,
desde el punto de vista de Moscú más vale un conflicto congelado que una
derrota –tanto en Ucrania como en Transnistria, por ejemplo. Además, todo lo
que afecte la unidad de la OTAN acerca el fin de la supremacía estadounidense.
Los lazos de los sauditas con Londres son más profundos y tienen que ver con la operación que se llamó Al Yamamah, por medio de la cual la empresa británica Bae Systems junto con la monarquía saudita conformaron un fondo extraterritorial anglosaudita para la ejecución de operaciones secretas en el mundo, a través del intercambio de armas por petróleo. Algunos dicen que dinero de ese fondo se usó para los atentados del 11/9 en USA.
ResponderEliminarActualmente, las relaciones entre USA y el reino saudí se complican porque fue rechazado por una enorme mayoría en el Congreso de USA el veto de Obama que impedía a las víctimas del atentado del 11/9 iniciar acciones judiciales contra el gobierno de Arabia Saudita por su participación en los atentados.
Es muy difícil analizar lo que ocurre en el mundo basándose únicamente en los llamados intereses de los Estados, porque los poderes realmente dominantes son de carácter privado (oligárquico), conformando redes que están influyendo en muchos Estados. Esos poderes no están identificados con una nacionalidad en particular, sino que usan, desnaturalizándolas, a las nacionalidades.
Cuando Obama veta la Ley JASTA no está respondiendo al interés del Estado norteamericano, ni siquiera del gobierno de ese Estado. Tampoco está respondiendo al interés del gobierno saudí. Está respondiendo a una red de intereses oligárquicos a los que no les interesa el "interés del Estado" sea norteamericano o saudí.
Es absurdo e ingenuo creer que los gobernantes, solo por el hecho de serlo, defienden los intereses de los países que gobiernan. Algunos idealizan, bajo esta creencia, lo que sucede en el resto del mundo y, al comprobar que esa creencia no se cumple en nuestro propio país (gobierno de Macri), creen que es una anomalía en el concierto de las naciones.
En realidad, lo que pasa en nuestro propio país (la falta de patriotismo y la poca conciencia sobre nuestros propios intereses) es lo más común y frecuente en muchísimas partes del mundo, salvando las distancias en cuanto magnitud y poder que puedan tener entre ellas.
Por eso es muy importante comprender que el Imperio no es un país (sea USA o GB) o una nacionalidad (esto es conceder a los ideólogos del Imperio), sino que es un sistema, una red de origen oligárquico donde los "intereses nacionales" no tienen cabida.
Que tiene un origen histórico y geográfico, no cabe duda, pero eso no quiere decir que, por ej., la city de Londres o Wall Street respondan a los intereses de GB y USA respectivamente. Es un error teórico muy serio identificar un interés oligárquico con un interés nacional.
Disculpame Astroboy si insisto con estas cosas, pero me parece que es bueno para los lectores de tu excelente Blog que por lo menos, cuando leen las abundantes informaciones internacionales y análisis que presentas, piensen en estos problemas teóricos.
Todo bien, Oti. Saludos,
ResponderEliminarAstroboy