Más que
interesante artículo de un tal “Nahiasanzo” para el sitio web Slaviangrad.es.
Porque muros son los de ahora, chicos; son de esos que no se ven.
Título: Los muros
que unen a Europa
Subtítulo: La
caída del muro de Berlín y las políticas europeas en conflictos como el de
Yugoslavia o el actual conflicto en Ucrania
Texto: ¿Fue la
caída del Muro el momento más trascendental de nuestra época como señala
Timothy Garton Ash (“Esperando a la generación del Muro”, El País, 9 de
noviembre de 2014)? La respuesta no puede ser más que negativa. La caída del
Muro no es sino un hito más, quizás ni siquiera el más importante, del proceso
de descomposición del poder comunista en el periodo de la perestroika. En los
países del antiguo Pacto de Varsovia, así como en los Estados bálticos de la
Unión Soviética, este proceso concluiría rápidamente con el triunfo completo de
los movimientos nacionalistas que siempre habían aspirado a romper con Rusia e
incorporarse a Europa.
Este triunfo es,
en alguna medida, el resultado de la alianza conformada poco después del final
de la Segunda Guerra Mundial por el bloque de Estados occidentales que se
habían opuesto a la Alemania nazi y por las recicladas fuerzas
colaboracionistas aliadas de Hitler. Con su base central en la Baviera de Franz
Josef Straus, el Bloque Antibolchevique de Naciones de Yaroslav Stetsko llegó a
ser uno de los principales exponentes de esa confluencia de intereses que
conseguiría unificar en los países Europa del Este la disidencia anticomunista
y las aspiraciones populares de liberación nacional.
Esta lógica
imperaría en la política de la nueva Alemania unificada, y de Occidente en
general, en la antigua Yugoslavia. Los herederos políticos de los movimientos
cercanos al fascismo italiano y al nazismo alemán gozarían de mayor comprensión
en los conflictos de Croacia, Bosnia o Kosovo que los serbios, antiguos
aliados. Algo similar ocurre en el actual conflicto de Ucrania, en el que
Europa vuelve a posicionarse del lado de un nacionalismo en su momento
colaboracionista con el fascismo.
El periodo
posterior a la caída del Muro no es solo, como dice la retórica oficial, un
momento de avance de las naciones europeas hacia la libertad. Es también un
periodo en el que se da rienda libre a
revanchas nacionales que vienen acompañadas de opresión para algunas nuevas
minorías incómodas. Son ejemplos de ello la negación de la ciudadanía a la
población rusa de los países bálticos o la liquidación de casi toda la
presencia serbia en ciudades como Prizren en Kosovo.
Conviene recordar
estas contradicciones en las que Europa cae continuamente cuando, como cada año
por estas fechas, se pretende asociar simbólicamente ciertos acontecimientos,
como la caída del Muro, con el triunfo de la libertad. Es necesaria una buena
dosis de desmemoria para asociar la libertad con la reunificación del Estado
sucesor del que, desde mediados de los años 30 del pasado siglo, impulsó la
guerra en Europa, la liquidación de pueblos y naciones enteras y la creación de
un nuevo orden sustentado en dictaduras políticas. Alemania y otros estados del
núcleo central de Europa convivirían tranquilas, y durante décadas, con los
restos de estas ductaduras. ¿Cuántos de la corriente oficial de Bruselas
piensan hoy en la libertad de Europa al conmemorar la caída de los coroneles
griegos o de la dictadura salazarista?
industria
armeniaLa caída del Muro tampoco constituye el principal legado que dejó la
política de Mijail Gorbachov. Las consecuencias de esa política tienen un lado
más destacado, y también más siniestro, en la brusca caída de la Unión
Soviética y el acceso al poder del grupo de oligarcas liderado por Boris
Yeltsin. Muchas ciudades de la antigua Unión Soviética, y algunos países
abandonados a su suerte por su escaso valor estratégico, muestran que la
pobreza de su población tiene más que ver con la destrucción asociada al
poscomunismo que con la ineficacia de la burocracia soviética.
La importancia
simbólica de la caída del Muro es mayor para la izquierda europea, ya que, con
muy pocas excepciones, marca un antes y un después en la historia de los
partidos comunistas occidentales, convertidos en formaciones casi marginales en
el núcleo central europeo y con un peso muy limitado en el sur periférico. En
su progresiva confusión con el centroderecha, en especial en la lo que respecta
a la política internacional, el periodo posterior a la reunificación alemana
también es clave en el proceso de alejamiento del socialismo europeo de las
ideas tradicionales anteriores a 1968. El papel de Javier Solana, como
secretario general de la OTAN en la antigua Yugoslavia, es un ejemplo de la
apuesta incondicional de la socialdemocracia por la nueva democracia otanista y
capitalista.
Los años 90
suponen también un paso adelante en el proceso de revolución neoliberal y
conservadora que habían abanderado Ronald Reagan y Margaret Thatcher. A la
destrucción de la base industrial de la clase obrera europea y norteamericana
que aquellos habían impulsado le sigue la definitiva pérdida del cortafuego que
durante tanto tiempo desempeñó el miedo al comunismo. La progresiva
consolidación de los ataques contra el welfarismo dominante en la Vieja Europa
no haría sino afianzarse a partir de entonces, previniendo en especial su
extensión a los países del Sur. Llegado el momento, éstos pagarían el precio de
la nueva realidad europea postindustrial y de sus políticas de austeridad.
A lo que no
contribuiría en cambio el proceso político posterior a la caída del Muro es a
la liquidación del papel de Rusia como potencia geopolítica en el mundo. Al
contrario, la llegada al poder de uno de los aparentes delfines de la nueva
Rusia de Yeltsin, Vladimir Putin, acabaría por introducir un cambio radical en
la dinámica esperada tras la caída de Gorbachov.
La actual Rusia
de Putin no parece aspirar a convertirse en aquella URSS que ofrecía, mal que
bien, un modelo socioeconómico alternativo al capitalismo. Pero sí se perfila
como embrión de nuevo polo geopolítico en el mundo. En esa dimensión, vuelve en
cierto modo a ser referente para Europa. Lo es cada vez más claramente en la
reorientación soberanista y populista de algunos movimientos nacionalistas de
la derecha radical europea (el caso de Marine Le Pen en Francia) y sigue
inspirando la siempre presente tentación de relanzar la alianza germano-rusa
para el control de Eurasia (imposible en realidad sin riesgo de guerra en
Europa). La Rusia de Putin parece haberse convertido, en todo caso, en el
principal obstáculo al fin de la historia que es llamado a encarnar el triunfo
de las ideas, y del modelo socioeconómico, impulsado desde Estados Unidos.
Rusia es, por
ello, un riesgo para la ideología de la Europa libre y unida, otanista y
capitalista. En su artículo, Timothy Garton Ash no puede dejar de recordar a
ese “antiguo agente del KGB que había presenciado con rabia el ascenso del
poder popular cuando prestaba servicio en Alemania Oriental, un tal Vladímir
Putin, trata hoy de hacer retroceder la historia y restablecer lo máximo
posible del imperio ruso mediante la violencia y las mentiras”.
Como demuestran
los acontecimientos de Ucrania, Rusia vuelve a presentarse como el principal
enemigo de Europa. Pero, para cierta izquierda europea, la que no reniega de la
democracia pero tampoco de sus ideales de siempre, Ucrania es ante todo una
muestra de lo que no nunca llegó a ser la Europa posterior a la caída del Muro.
Lejos de ser la nueva tierra del progreso y la libertad, la Europa de hoy es la
que asiste impasible, casi sin pestañear, a la guerra contra la población de
las regiones de Donetsk y de Lugansk. Es la Europa que no quiere garantizar el
derecho de esa población a vivir a su manera, al margen de las imposiciones de
la derecha descendiente de Stetsko y Bandera, la que carece de valores morales
para impedir la construcción del nuevo Muro que algunos quieren levantar en la
frontera oriental con Rusia.
Por desgracia,
ese nuevo muro dice más de la Europa moderna que todas las recientes
celebraciones de la caída de su homólogo berlinés. La pregunta es si queda
algún lugar en Europa para quienes aspiran a una existencia, no ya
independiente, sino simplemente autónoma respecto del ideal otanista y
neoliberal que nos domina. Quizás no lo haya realmente y las bombas que se
lanzan a diario contra Donetsk no sean sino una muestra de la suerte que espera
a quienes se opongan en el futuro al orden impuesto por esa Europa libre y
unida, renacida hace unas décadas de las cenizas del comunismo.
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