La prensa occidental no oculta su desconsuelo ante el impacto que tendrá la puesta en funcionamiento del gasoducto submarino Nord Stream 2, el cual, partiendo de Rusia, llegará a Alemania sin escalas. Nadie lo dice, claro, pero tras el griterío vociferante de una Unión Europea que ve al proyecto como "innecesario", se esconde un miedito que, creemos, debe ser aun mayor: además de Rusia, el que tendrá la llave del suministro de gas en buena parte del continente será... Alemania.
Leemos en el diario español El País:
Título: El
negocio ruso-alemán que enfurece a la UE
Epígrafe: Con el
Nord Stream 2, el gas ruso llegará en 2019 directamente a Alemania sin parar en
los bálticos
Texto: A pesar de
años de sanciones económicas, tensiones políticas por la anexión de Crimea,
sospechas de ciberataques y hasta acusaciones de crímenes de guerra en Siria,
Alemania tiene entre manos un negocio con Rusia que afecta a casi la totalidad
de la UE y que pocas veces aparece en la agenda política: el gas. Ambos países
acordaron en 2012 la construcción del Nord Stream 2, un gasoducto submarino
cuyo objetivo es transportar gas directamente —y sin efectuar ninguna parada—
desde las costas de Rusia hasta Alemania. Se prevé que en 2019 esté a pleno
rendimiento.
El Nord Stream 2
—que complementa de forma paralela al Nord Stream 1, con una capacidad mucho
menor y que actualmente está al 70% de su rendimiento— es un proyecto al que
los países bálticos "no han sido invitados", reprocha Andra Ješinska,
directiva de Conexus Baltic Grid, empresa responsable de las infraestructuras
gasísticas en Letonia y que pertenece en un 34% al gigante ruso Gazprom. El
proyecto bilateral entre Berlín y Moscú, que ha costado 8.000 millones de
euros, ha sido duramente criticado por el Parlamento Europeo y por el propio
comisario de Energía, Miguel Arias Cañete, por las dudas que despierta sobre si
cumple o no con las reglas de no discriminación entre Estados que marcan el
paso del mercado común. El proyecto "contradice la necesidad de
diversificación [de fuentes de energía] mientras expone y profundiza la
vulnerabilidad de un número de Estados miembros y afecta a la seguridad de
abastecimiento de la UE en su conjunto", se lee en una misiva que Jerzy
Buzek, presidente del comité de Energía en la Eurocámara, junto a otros
europarlamentarios, envió a la presidencia de turno maltesa el pasado febrero.
Con este
gasoducto, que "nunca será un proyecto de interés comunitario",
repite una y otra vez el comisario, Alemania tendrá la llave del suministro en
buena parte del continente. En Letonia, un país que depende al 100% de sus
vecinos rusos y cuyo mercado gasístico será el próximo 3 de abril el último en
ser liberalizado en toda la UE, hay alegría. Y alivio. "Preferimos que
Alemania tenga el control, y no Rusia", reconoce el ministro de Economía y
Energía del pequeño país de dos millones de habitantes, Arvils Ašeradens.
"Desde un
punto de vista de la seguridad energética el Nord Stream 2 no aporta
absolutamente nada", zanja Arias Cañete. Mientras los tres países
bálticos, Finlandia, Rumanía y Bulgaria intentan alejarse de la dependencia del
suministro de Rusia, Alemania se prepara para recibir en 2019 el gas que, una
vez en localidad de Greifswald, distribuirá a lo largo de Europa central y del
este. "La gente expresa su preocupación hacia una posición dominante
[rusa], pero lo que hará el Nord Stream 2 es inyectar más gas a la UE. Y eso es
una cosa buena", cree Romans Baumanis, asesor del proyecto. Bruselas, en
cambio, desmonta este argumento ya que calcula que la demanda de gas se
mantendrá estable en los próximos años: "No hay mayor necesidad de aportes
adicionales", sentencia el máximo representante de la política energética
de la UE.
Aún con todos las
interrogantes sobre el conducto de 1.200 kilómetros de longitud (equivalente a
la distancia que separa Madrid de París), casi el 100% de la infraestructura
está ya construida, aunque no colocada en el fondo submarino, según el
consorcio internacional Nord Stream AG, la empresa gestora. Esto se debe a la
"dificultad" de encontrar un país desde cuyos puertos se puedan
trasladar las piezas al mar, esboza Baumanis frente a un mapa del proyecto
colgado de una pared en un despacho del centro de Riga, la capital letona.
Lógico, si se tiene en cuenta que los países ribereños del Báltico (Finlandia,
Estonia, Letonia, Lituania, Suecia y Dinamarca) están oficial y públicamente en
contra de la megaestructura y fue por eso que el gasoducto evita por la mínima
la Zona Económica Exclusiva, contigua al mar territorial, de cada Estado.
Finalmente, Copenhague ha admitido que el gasoducto haga una pequeña parada
técnica en una de sus islas cercana a Alemania, Bornholm.
Las reservas se
agotan
Bruselas prevé
que la producción de gas propio (principalmente de los Países Bajos) se reduzca
en un 50% para 2020, mientras que el consumo se mantendrá estable en los
hogares, lo que obliga a la UE a importar aún más gas. Las reservas de Noruega
—país que aunque no pertenezca al club de los 28 (27, si se excluye a Reino
Unido) sí forma parte del mercado común— sólo son de 1.900 millones de metros
cúbicos, frente a las rusas, las más elevadas del mundo con algo más de 47.00
millones de metros cúbicos. Por eso, el comisario Cañete pone sus esperanzas en
los nuevos yacimientos descubiertos en Egipto, Chipre e Israel.
Ante este
panorama, Bruselas puso en 2015 en marcha la Unión Energética para que entre
otras cosas los socios compartan sus recursos, inviertan en energías renovables
y puedan buscar fuentes alternativas de energía y dejar de depender de un sólo
suministrador mayoritario; Rusia.
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