sábado, 10 de marzo de 2018
Coreanos en acción
La jugada del líder surcoreano Moon-Jae In (quien mandó una delegación de su país a Corea del Norte hace unos días para iniciar un diálogo e incluir al Imperio en un posible acuerdo futuro) parece estar rindiendo frutos. Ahora dicen que Trump aceptaría reunirse con el Camarada Kim (a la derecha en la foto) para discutir sobre un plan de desarme nuclear de Corea del Norte. La jugada dejó estupefactos a los medios occidentales, que disimulan cierta alegría por las noticias. Las dos notas que siguen son de Jan Martínez Ahrens para el diario español El País:
Título: Trump acepta reunirse con el líder de Corea del Norte
Subtítulo: Un enviado de Corea del Sur le entrega la invitación al presidente estadounidense en la Casa Blanca
Texto: El escenario más explosivo del planeta ha cambiado radicalmente. Hace tres meses Kim Jong-un y Donald Trump se insultaban y amenazaban con el holocausto nuclear; hoy van camino de sentarse en una mesa de negociación. El presidente de Estados Unidos ha aceptado "en el lugar y tiempo que se determine" la inesperada invitación del líder de Corea del Norte para reunirse cara a cara. La petición fue trasladada a Trump este jueves por un emisario surcoreano que el martes pasado se reunió en Pyongyang con Kim Jong-un. En el mensaje, el Líder Supremo ofrece la desnuclearización del país y frenar las pruebas nucleares y balísticas. Jamás se ha registrado un encuentro directo entre los mandatarios de ambas naciones.
El anuncio fue realizado por el enviado surcoreano en la propia Casa Blanca. Trump calentó la intervención señalando que iba a ser "muy importante" aunque no dio mayores especificaciones. Cuando el legado surcoreano habló, hizo temblar a Estados Unidos. No solo sacó a la luz la invitación, sino que Trump la había aceptado y que el encuentro estaba previsto para mayo. “Somos optimistas con este proceso diplomático. La República de Corea, los Estados Unidos y nuestos aliados nos mantenemos unidos y esperamos que no se repitan los errores del pasado. La presión continuará mientras Corea del Norte no acompañe sus palabras con acciones concretas”, afirmó el consejero de Seguridad Nacional surcoreano, Chung Eui-yong.
"Kim Jong-un hablaba de desnuclearización con Corea del Sur, no solo congelación. También que no habría pruebas pruebas balísticas durante ese periodo. Se está logrando un gran progreso, pero las sanciones permanecerán hasta se llegue a un acuerdo. La reunión está siendo planeada", tuiteó Trump.
La materialización de una negociación directa entre Estados Unidos y Corea del Norte supone un paso histórico. Representa un triunfo para Trump, pero también una demostración del inmenso poder del eje Pekín-Washington.
En su estrategia para frenar la carrera armamentística de Pyongyang, la Casa Blanca ha blandido su poderío militar y exhibido una asperísima retórica prebélica. A ello ha sumado una escalada sancionadora en la que el apoyo de China, que absorbe el 90% de las exportaciones de Corea del Norte, ha resultado determinante.
Efecto de este cerco combinado, que ha desgastado profundamente al régimen norcoreano, ha sido la búsqueda de una válvula de escape por parte de Kim Jong-un. No solo se ha lanzado a un diálogo directo con el presidente surcoreano, Moon Jae-in, que se celebrará en abril en la zona desmilitarizada, sino que ahora ha ofrecido y logrado una reunión cara a cara con su archienemigo estadounidense. Y al cesto ha añadido la perla más buscada: renunciar al arma atómica a cambio de la supervivencia del régimen. Justo lo que está dispuesto a aceptar Washington, siempre y cuando la desnuclearización sea permanente, y satisface a Pekín, que mantiene a Corea del Norte como glacis frente a su vecino del sur y las tropas americanas.
La posibilidad de que el diálogo fructifere es compleja. Los antecedentes históricos son pésimos. Las amenazas han sido muchas y las conversaciones con legados de Bill Clinton y George Bush hijo terminaron en fracasos. Esa experiencia ha armado de cautela a la Casa Blanca, pero no ha eliminado la esperanza de una resolución diplomática del conflicto. A ello ayudan dos factores clave: China apoya plenamente el diálogo, y el propio Trump, sin rebajar la presión, está dispuesto a este cara a cara. En este sentido, más allá de los insultos, bravuconadas y demostraciones de fuerza, Washington siempre ha mantenido expedita la vía del diálogo.
En diciembre pasado, el secretario de Estado, Rex Tillerson, incluso abandonó la exigencia estadounidense de que Pyongyang renunciase al arsenal nuclear y únicamente pidió un “periodo de calma” para sentarse a negociar. “No es realista decir que sólo pueden hablar si vienen a la mesa listos para renunciar a su programa. Han invertido demasiado en él [...] Estamos dispuestos a hablar con Corea del Norte en el momento que quiera. Estamos dispuestos a una primera reunión sin condiciones previas. Veámonos y hablemos del tiempo si hace falta o de si la mesa debe ser redonda o cuadrada, y luego empecemos a trazar una hoja de ruta”, dijo Tillerson.
Las palabras de Tillerson fueron avaladas por el mismo Trump, quien en una conversación con el presidente surcoreano se mostró dispuesto al diálogo con Pyongyang “en el tiempo apropiado y bajo las circunstancias correctas”. El deshielo propiciado por los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur, así como el viraje de Kim Jong-un, han acabado abriendo la puerta. Sólo falta que ambos líderes la crucen.
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Título: Trump y Kim Jong-un se juegan la paz nuclear a cara o cruz
Subtítulo: Un fracaso de la negociación reabriría la espita de un conflicto atómico, pero esta vez sin red diplomática
Texto: A la historia le gusta sentarse a un lado del tablero. Mirar a los contendientes y ver cómo fracasan o vencen. Donald Trump y Kim Jong-un han decidido aceptar el reto y, rompiendo las reglas, entablar un cara a cara que les sitúa en el filo de la navaja. Ambos tienen tanto que perder como ganar. No es solo que el Líder Supremo se juegue su supervivencia y el presidente de EE UU un ridículo cósmico, sino que un fracaso reabriría la espita de un conflicto nuclear, pero esta vez sin red diplomática.
El juego es a cara o cruz. De la cumbre saldrá el pacto o la derrota. Pocos expertos creen que quepan otros caminos. “El fracaso no es opción. Trump no puede legitimar el régimen sin obtener la desnuclearización. Si falla, sería una pésima señal, y no olvidemos que Irán está mirando de cerca lo que pasa”, afirma Jonathan Schanzer, vicepresidente del think tank Fundación para la Defensa de las Democracias.
Para asegurar que nada se tuerza, la Casa Blanca ha marcado un camino unívoco. No bajará la guardia y mantendrá “la máxima presión”. Las sanciones, las maniobras militares y el cerco internacional seguirán apretando el cuello de la paupérrima Corea del Norte hasta lograr un acuerdo. “No vamos a cometer los errores del pasado. Hemos revisado lo que se hizo en anteriores negociaciones y todas condujeron a una distensión; se hacían concesiones a cambio de mantener el diálogo. Pero esta vez el presidente tiene claro que no dará ninguna recompensa a Kim Jong-un”, señala un portavoz de la Casa Blanca.
Este cerco, al que ha ayudado China, es posiblemente el causante del viraje del Líder Supremo, pero también le ha abierto margen para legitimar su régimen. Kim es un apestado de la escena internacional que, después de tensar el arco nuclear, ha conseguido que una tiranía comunista hereditaria, embarcada en una vertiginosa carrera armamentística, se siente en condiciones de igualdad con la democracia más poderosa del mundo. Para lograrlo, ha ofrecido la desnuclearización. Algo que sabe que va a ser bien acogido. EE UU, bajo la égida de Trump, no pide avances democráticos y se da por satisfecho con la retirada del armamento nuclear. Y a China le basta con asegurar la continuidad de una dictadura que actúa de glacis de seguridad frente a Corea del Sur y las tropas americanas.
Ese es el cuadrante ideal de esta negociación. Pero la realidad no suele hallarse a gusto con la geometría. “Si Trump no siente que tiene lo que quiere, se corre el riesgo de que dé marcha atrás, considere muerta la vía diplomática y se lance a la acción”, afirma Jenny Town, del Instituto EE UU-Corea en la Universidad Johns Hopkins. “Este acto de diplomacia tan desconcertante puede acercarnos también a la guerra. Si las negociaciones fallan en la cumbre, las partes se quedarán sin el recurso de la diplomacia”, ha escrito en The New York Times el experto Victor Cha.
Esta sombra de fracaso se acrecienta por la propia personalidad de los líderes. Kim es letal y no se le conoce capacidad de diálogo. Hijo y nieto de tiranos, mantiene a su país en una cueva oscura, mientras él se deja adorar bajo una escenografía kitsch. Trump, aparte de su experiencia empresarial, nunca ha llevado antes una negociación de este tipo. Impredecible e instintivo, sus reacciones pueden tanto ayudar como hundir cualquier esfuerzo.
“Yo creo que el acuerdo es posible. Corea del Norte nunca ha vivido una presión como la de ahora ni ha negociado con alguien tan impredecible como Trump. Eso hasta puede ser una ventaja. Pero hay que ser conscientes de lo que ocurrió otras veces: los norcoreanos decían una cosa y luego hacían otra”, señala el experto Schanzer.
La desconfianza hacia Pyongyang no ha dejado de aumentar desde que la noche del jueves se anunció la reunión. Sin fecha ni lugar concretados para la cita, los expertos alertan de que Trump ha ocupado el espacio de sus diplomáticos y ha tomado el liderazgo de una negociación insólita, mientras que su rival norcoreano no ha hablado en público. Todo lo que se sabe procede del relato de emisarios surcoreanos que cenaron con el tirano. Y ni siquiera hay acuerdo sobre qué entiende Pyongyang al referirse a desnuclearización.
Las diferencias son muchas y la velocidad alta. La reunión puede acabar con un choque de trenes o un nuevo orden coreano. Pero difícilmente habrá salidas intermedias.
APOYO DE LA ONU Y EUROPA
La ONU, la UE y las principales capitales europeas saludaron la futura reunión entre el presidente de EEUU, Donald Trump, y el tirano norcoreano, Kim Jong-un. El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, celebró a través de su portavoz “el liderazgo y visión de todas las partes”. La UE consideró el paso “positivo” y la canciller alemana, Angela Merkel, habló de un “destello de luz”.
Más prosaico, en Estados Unidos, el vicepresidente Mike Pence recordó que la Casa Blanca no había hecho ninguna concesión para lograr este cara a cara y atribuyó todo el mérito al presidente, Donald Trump, y su estrategia de cerco. “Hemos aumentado constantemente la presión al régimen de Kim. Nuestra política es firme: todas las sanciones siguen estando en pie y mantendremos la presión hasta que Corea del Norte dé pasos concretos, permanentes y verificables”, señaló Pence en un comunicado.
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