Oportuna nota de
Manlio Dinucci, originalmente aparecida en el diario italiano Il Manifesto y
posteriormente traducida al español en Red Voltaire. Se cumplen 25 años del
inicio de “Tormenta del Desierto”, la operación militar del Imperio contra
Irak. Veinticinco años ya. Qué lo tiró.
Título: La guerra
de los 25 años
Epígrafe: La
operación «Tormenta del Desierto», iniciada por Washington después de la caída
del muro de Berlín –hace exactamente 25 años– no ha terminado todavía. Esta
operación marca el fin del mundo bipolar, el de la guerra fría, y el inicio de
una era caracterizada por el predominio unilateral de Estados Unidos,
predominio que no llegó a su fin hasta el 30 de septiembre de 2015, con el
regreso de las fuerzas armadas de Rusia a la escena internacional, en el marco
de la operación antiterrorista rusa en Siria. La guerra estadounidense contra
Irak se había visto precedida por otra, fomentada por Estados Unidos pero
librada únicamente por los iraquíes, contra la Revolución iraní. Al cabo de 35
años de ininterrumpido conflicto, hoy puede verse que la dominación
estadounidense apunta, en primer lugar, a impedir el desarrollo de los pueblos
del Medio Oriente, lo cual exige la destrucción de sus Estados.
Texto: El “orden”
estadounidense rige el mundo: el 11 de marzo de 2006, el presidente de
Yugoslavia, Slobodan Milosevic, es asesinado en el centro de detención de la
ONU en Scheveningen (Holanda); el 30 de diciembre de 2006, Sadam Husein es
ahorcado al término de una farsa judicial; el 20 de octubre de 2011, tiene
lugar el linchamiento del líder libio Muammar el-Kadhafi.
Hace 25 años, en
las primeras horas del 17 de enero de 1991, comienza en el Golfo Pérsico la
operación «Tormenta del Desierto», la guerra contra Irak que abre la fase
histórica que hoy estamos viviendo. Esta guerra se inicia en el preciso momento
en que, después de la caída del muro de Berlín, van a disolverse el Pacto de
Varsovia y la propia Unión Soviética. Esos acontecimientos crean, en la región
europea y centroasiática, una situación totalmente nueva. En el plano mundial,
desaparece la superpotencia capaz de hacer frente a Estados Unidos.
«El presidente
Bush [padre] aprovecha ese histórico cambio», cuenta Colin Powell. Washington
traza de inmediato «una nueva estrategia de seguridad nacional y una estrategia
militar para respaldarla». La agresión iraquí contra Kuwait, ordenada por Sadam
Husein en agosto de 1990, «proporciona a Estados Unidos la oportunidad de poner
en práctica la nueva estrategia exactamente en el momento en que comienza a
hacerla pública».
Sadam Husein,
quien se convierte entonces en el «enemigo número 1», es el mismo personaje a
quien Estados Unidos había respaldado en los años 1980 durante la guerra contra
el Irán de Khomeiny, el «enemigo número 1» de aquel momento, para favorecer los
intereses estadounidenses en el Medio Oriente.
Pero en 1988,
cuando termina la guerra contra Irán, Estados Unidos teme que Irak, gracias a
la ayuda soviética, logre hacerse con un papel dominante en la región. Los estadounidenses
recurren entonces a la tradicional política de «divide y vencerás». Obedeciendo
al guión de Washington, Kuwait también cambia de actitud y exige el reembolso
inmediato de la deuda contraída por Irak. Al mismo tiempo, explotando el
yacimiento de Rumaila –a caballo entre los territorios de Kuwait e Irak– Kuwait
eleva su producción de petróleo más allá de la cuota establecida por la OPEP,
perjudicando así los intereses de Irak, que salía de la guerra contra Irán con
una deuda externa superior a los 70 000 millones de dólares, de los que debía
40 a Kuwait y Arabia Saudita.
Ante esa
situación, Sadam Husein cree poder resolver el problema «reanexando» el
territorio de Kuwait, que –conforme a las fronteras trazadas en 1922 por el
procónsul británico Percy Cox– cierra el acceso de Irak al Golfo Pérsico.
Washington hace creer a Bagdad que no tiene intenciones de intervenir en el
asunto y, el 25 de julio de 1990, mientras los satélites del Pentágono muestran
que la invasión [iraquí] es ya inminente, la embajadora estadounidense en
Bagdad, April Glaspie, asegura a Sadam Husein que su país desea tener las
mejores relaciones con Irak y que no piensa interferir en los conflictos entre
países árabes. Sadam Husein cae en la trampa: una semana después, el 1º de
agosto de 1990, Irak invade Kuwait.
Después de formar
una coalición internacional, Washington envía al Golfo una fuerza de 750 000
hombres, de la que el 70% son estadounidenses, bajo las órdenes del general
Schwarzkopf. Durante 43 días, 2 800 aviones de Estados Unidos y sus aliados
efectúan más de 110 000 misiones aéreas, lanzando sobre Irak 250 000 bombas,
entre ellas bombas de racimo que a su vez proyectan 10 millones de
sub-municiones. Junto a las fuerzas de Estados Unidos participan en los bombardeos
las fuerzas aéreas y navales del Reino Unido, Francia, Italia, Grecia, España,
Portugal, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega y Canadá.
El 23 de febrero,
las tropas de la coalición (plus de un millón de hombres) inician la ofensiva
terrestre, que termina el 28 de febrero con un «alto al fuego temporal»,
proclamado por el presidente Bush. La guerra cede lugar al embargo, que provoca
en la población iraquí más víctimas que la propia guerra: más de un millón de
muertos, la mitad de ellos entre la población infantil.
Inmediatamente
después de la guerra del Golfo, Washington lanza un límpido mensaje a sus
adversarios y aliados: «Estados Unidos es el unico Estado con una fuerza, un
alcance y una influencia que abarcan en toda dimensión –política, económica y
militar– verdaderamente mundiales. No existe ningún sustituto al liderazgo
estadounidense» (Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, agosto de
1991).
La guerra del
Golfo es la primera en la que la República Italiana participa bajo las órdenes
de Estados Unidos, violando así el Artículo 11 de su propia Constitución. La
OTAN, aunque no participa oficialmente en esa guerra, pone sus fuerzas y
estructuras a la disposición de las operaciones militares. Meses después, en
noviembre de 1991, el Consejo Atlántico promulga, en la estela de la nueva
estrategia estadounidense, la «nueva concepción estratégica de la Alianza». Ese
mismo año se promulga en Italia el «nuevo modelo de defensa» que, en
contradicción con la Constitución de la República Italiana, estipula como
misión de las fuerzas armadas italianas «velar por los intereses nacionales
dondequiera que sea necesario».
Nace así, con la
guerra del Golfo, la estrategia que conduce a las guerras que a partir de
entonces van a sucederse, bajo las órdenes de Estados Unidos, presentadas como
«operaciones humanitarias de mantenimiento de la paz»: Yugoslavia en 1999,
Afganistán en 2001, Irak en 2003, Libia en 2011 y Siria desde 2013, guerras
acompañadas además, en el mismo marco estratégico, por las guerras de Israel
contra el Líbano y Gaza, por la guerra de Turquía contra los kurdos del PKK,
por la guerra de Arabia Saudita contra Yemen, por la creación del Emirato
Islámico y de otros grupos terroristas implicados en la estrategia de Estados
Unidos y la OTAN, por el uso de fuerzas neonazis por el golpe de Estado en
Ucrania en función de la nueva guerra fría contra Rusia.
Proféticas, pero
en el sentido trágico, han resultado las palabras que el presidente Bush
pronunciara en agosto de 1991: «La crisis del Golfo pasará a la historia como
el crisol del nuevo orden mundial».
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