Para los lectores
de Astroboy que no conocen la Argentina, les comentamos que hace menos de
cuarenta días que asumieron las nuevas autoridades nacionales y provinciales,
elegidas en comicios generales en Noviembre de 2015. Menos de cuarenta días.
Digamos que la
nueva administración sacó el manual de Cómo Enervar a un País Entero en Más o
Menos Un Mes, y la verdad es que, con tesón y con esfuerzo, los muchachos ya han logrado sacar de quicio a medio país. Un 25% adicional va a estar fuera de
quicio prontito, digamos en Marzo.
La historia es
más o menos la de siempre: sube una administración neoliberal al poder y más temprano que tarde hace mierda un país. Lo que sorprende en el caso argentino es la
velocidad, chicos, la velocidad.
Lo que sigue es
una serie de notas de opinión aparecidas el día de ayer en el diario Página/12.
Se habla de todo un poco: balances, conflictos, rebeliones, e incluso del
extinto partido Unión Cívica Radical. Como siempre, podrás estar de acuerdo, podrás no estarlo; lo que se pretende es entender. Vayamos a las notas:
Título: Balance imprescindible
Autor: Mario Toer
(Profesor de Política Latinoamericana, UBA)
Epígrafe: “Las
ideas son grandes en cuanto son realizables, o sea, en cuanto aclaran una
relación real inmanente a la situación, y la aclaran en cuanto muestran
concretamente el proceso de actos a través de los cuales una voluntad colectiva
organizada da a luz esa relación (la crea) o, una vez manifiesta, la destruye y
la sustituye. Los grandes proyectistas charlatanes son charlatanes precisamente
porque no saben ver los vínculos de la ‘gran idea’ lanzada con la realidad
concreta, no saben establecer el proceso real de actuación.” (Antonio Gramsci,
Pasado y presente).
Texto: La cita me
parece apropiada dado que en toda circunstancia donde se requiere un balance
suelen aparecer, junto a las palabras oportunas, que suscitan reflexión, otras
que solo manifiestan estados de ánimo o surgen de encuadres incorrectos que
hacen desviar la atención de lo que es relevante. Una de las más trilladas es
la que se obstina en lamentar que no se hayan tomado medidas decisivas para
impedir que el poder real pudiese revertir la situación. Es la más falaz de
todas, ya que desprecia el hecho de que la mayor parte de las veces, es
precisamente ese poder el que se ingenia para evitar que tales medidas se tomen
(aunque alguna vez se pierden oportunidades). El listado es conocido y alude a
lo que podría haber hecho un poder popular controlando resortes clave,
generalmente de la economía (cuando no del poder represivo o mediático) que
hubiesen llevado a que las clases dominantes retrocedieran pidiendo disculpas y
solicitando la escupidera.
Suele estar
asociado este tipo de lamento al clamor de personajes que solicitan radicalidad
y pretenden una revolución anticapitalista en la periferia cuando el siglo XX
se cansó de darnos ejemplos de que las tesis de Marx y Engels sobre el papel
precursor e ineludible del centro no era un aspecto lateral de su teoría. Sin
ir más lejos, la pretensión de suponer que había que seguir los pasos de
Venezuela y descalificar al gobierno de los Kirchner por su inconsecuencia ha
sido sostenido ayer no más por los que hoy, con el diario del lunes, se suman a
los que fustigan la “soberbia” de Cristina y a las vacilaciones de las
organizaciones más cercanas a su entorno. Tamaña confusión deviene de la
peripecia de empezar de adelante para atrás y no reconstruir los hechos
históricos de la manera que se fueron dando. El período que estamos viviendo
comenzó con la asonada de un coronel caribeño que después gana las elecciones prometiendo
seguir el camino de Tony Blair y que recién a posteriori decide explorar un
nuevo “socialismo”, diferente de los del siglo pasado. Y nosotros nos sumamos
cuando un ala del dividido justicialismo sale segundo en las elecciones con un
22 por ciento, detrás del candidato del mismo partido que había sido
considerado paladín del neoliberalismo en la región. Como es sabido, el primero
se baja y permite el inicio de este periplo de doce años que a tantos ha
sorprendido. Por cierto, en cada uno de los casos se encontraba como sustrato
el enorme descontento popular con las arbitrariedades del neoliberalismo.
No hay mucho
margen para los sabihondos presumidos. Todo fue aprendizaje. Y si el camino
recorrido fue importante se debió a que, como dice el epígrafe, “las ideas son
grandes en cuanto son realizables, o sea, en cuanto aclaran una relación real
inmanente a la situación”. Y de eso se trató. Y la relación de fuerzas dio para
este recorrido. No es un razonamiento conformista. Como tantos, he lamentado y señalado
desaciertos. Aquí y en Venezuela tenemos que develar todas las limitaciones y
errores para que la próxima ola, como nos dice Alvaro García Linera, sea más
honda y carcoma en mayor profundidad las defensas de la costa. Pero para eso
hay que alinear las ideas de cierta manera, en la perspectiva de afirmarse en
lo que hemos avanzado y desde allí ver cómo proseguir. Sin resignación ni
voluntarismo. Será lo que permita entrever “concretamente el proceso de actos a
través de los cuales una voluntad colectiva organizada da a luz esa relación
(la crea) o, una vez manifiesta, la destruye y la sustituye”.
De otra manera,
la queja alimenta recelos o estimula vanidades que no hacen más que entorpecer.
Los candidatos que disputaron la última elección no fueron voluntad antojadiza
ni producto del dedo de nadie sino la manera, enrevesada quizá, en que emergió
toda esta historia que tiene como actor principal a un movimiento que nació con
dos almas desde el primer día y produce estos realineamientos que no van a terminar
y a los que no se puede desatender, dado que involucran al grueso de los
protagonistas necesarios en la apertura de un nuevo curso. No queda otra que
seguir fortaleciendo el ala más consecuente y evitar que “los otros” hagan pata
ancha. Sumando por cierto a quienes, desde otras historias, quieren nutrir el
campo popular. Para tales multitudes, tales liderazgos. ¿Que alguna vez puede
surgir algo nuevo desde otro sitio? Puede ser. Pero no será como consecuencia
de la lucidez de un “gran proyectista”, sino de algún movimiento formidable que
emprendan las mayorías... Y menos cuando existen liderazgos ampliamente
reconocidos como al que le dijimos hasta pronto en la plaza el 9 de diciembre.
Así ha sido hasta ahora y, si alguien vio algo diferente en algún proceso
histórico relevante, no le recomendaron la bibliografía correspondiente.
***
Título:
Democracia, conflicto y rebelión: (1) Elogio y replanteo de la grieta
Autor: Mempo
Giardinelli (Escritor)
Texto: En los
últimos años nos acostumbramos a la promocionada idea de “grieta” como
parteaguas de la sociedad argentina, supuestamente responsabilidad canalla del
kirchnerismo. Los mentimedios bombardearon al país con eje en la prédica
corrosiva de Radio Mitre, TN y otros instrumentos ideológicos de quienes
lograron finalmente acceder al poder, y ahí están, estos días, borrando una por
una sus mentiras electorales.
La grieta, en
realidad, ni era kirchnerista ni era algo nuevo en la Argentina, que siempre
fue, desde los inicios como nación hace 200 años, una sociedad muy compleja,
dinámica, conflictiva y conflictuada, siempre en pugna. Cierto que con enormes
virtudes y extraordinarios recursos naturales, pero también con gravísimas
taras históricas que no se han podido superar. Dos de ellas: el comportamiento
irracional de las burguesías urbanas acomodadas, en general poco y mal
educadas, de maciza ignorancia y casi nulo espíritu solidario por un lado. Y
por el otro el comportamiento irregular de vastos sectores marginales con
demasiado resentimiento y también muchísima ignorancia.
Si se observa el
abismo histórico entre ambas grandes franjas, se ve, primero, que esa grieta es
parte constitutiva, y desdichada, de la vida nacional. Lo que también sirve
para explicar la decadencia de las relaciones comunitarias en las últimas
décadas, y para desmentir la estúpida nostalgia que suelen sentir los sectores
privilegiados, que añoran una Argentina supuestamente desarrollada y de gran
poder económico durante la primera mitad del Siglo XX. Lo cual es otra mentira
promocionada por los mismos mentimedios, pues la verdad es que la Argentina de
casi todo el Siglo XX fue un país muy injusto e inequitativo.
Entre 2003 y
2015, cuando se acusó alevosamente al kirchnerismo de provocar una supuesta
grieta acerca de la cual se dijeron tantas idioteces, en realidad este país
vivió su mejor presente en materia de equidad social, igualdades internas y
autonomías soberanas. Cierto que el kirchnerismo, y sobre todo en los últimos
cuatro años, cometió errores garrafales y necedades políticas que hoy se pagan
carísimo. Cierto que hubo oídos cerrados a las advertencias y pedidos que
muchos hicimos, pero el balance de 12 años de kirchnerismo sigue siendo
positivo y es lo que explica la todavía serena esperanza de una ciudadanía que
espera respuestas que no llegan y que son ya urgentes. Tanto como el
surgimiento de nuevas dirigencias que reanuden lo mejor de esa gesta
maravillosa e imperfecta. Por eso esta columna se definió siempre como no
kirchnerista, pero acompañando sus mejores decisiones económicas y sociales, y
su ejercicio de soberanía y autodeterminación.
La grieta como
elemento de análisis de la realidad nacional contemporánea es un concepto
engañoso. Esta sociedad lleva dos siglos dividida y el kirchnerismo fue sólo
una etapa más. Y etapa entusiasmante si se recuerda que la Argentina de hoy es
más consciente de sus derechos civiles; de la necesidad de memoria, verdad y
justicia en el combate moral contra la impunidad de los genocidas, y de haber
vivido un período de independencia económica e inclusión social tan original
como tenaz.
Pero no se trata
de enumerar nostalgias. Mucho más útil es tener presentes los errores para no
repetirlos: el nulo esfuerzo por la transparencia y la imperdonable tolerancia
ante actos de corrupción; la pésima política ambiental y el constante aval a
gobernadores-caciques provinciales. Y el no haber sabido dialogar, que es
premisa básica de la democracia y del ejercicio del poder.
Claro que todo lo
anterior no es grieta; es recuento nomás. Y es alerta, también, porque los que
hoy gobiernan están practicando, lamentablemente, una rápida sucesión de
venganzas políticas, económicas y sociales. Y no se dan cuenta o no les
importa, pero están incendiando irresponsable y colonizadamente al país. Como
dijo Víctor Hugo Morales, están yendo incluso más allá de lo que les han de
pedir sus patrones multimediáticos, que son antidemocráticos, prebendarios,
cínicos y mentirosos, pero no tontos.
Lo cierto es que
con represiones como en La Plata; con la desocupación galopante y la inflación
ídem que han desatado; con la censura restablecida y un grotesto antijurídico
para arrasar con la Afsca y la Ley de Medios; y ahora con la criminalización de
Milagro Sala y todo con la complicidad y bendición de la Justicia más abyecta
de esta república, el macrismo sobreactúa mientras camina, soberbio, hacia su
propio funeral.
No son buenas
noticias ni siquiera desde una nueva perspectiva opositora, porque por este
camino pueden llevarse puestas la paz y la democracia. Que son los principales
bienes, inclaudicables, que debemos preservar.
El imperativo de
la hora es resistir con principios, memoria y firmeza, y rechazar la violencia
que están reinstalando en la república. Por soberbios o necios, colonizados o
resentidos, y acaso por un poco de todo, están llevando a nuestro pueblo hasta
el borde de un precipicio en el que no querrá caer. A sujetos como el Sr.
Ritondo, la Sra. Bullrich o el jujeño Sr. Morales la represión es el único
camino final que se les ocurre y no les importará matar centenares como en
1956, o decenas como en diciembre de 2001. En su ideología, no importa la
muerte de los que se oponen; siempre fueron así.
Por eso es
menester estar alertas para evitar el caos y la violencia, para no caer en
provocaciones ni entrar en la lógica antidemocrática que está en el fondo
ideológico del macrismo más duro, que es el más corrupto y el más capaz de
cualquier acción feroz.
Por eso esta
columna insiste en que lo primero y principal es reorganizarnos para que el
ideario nacional y popular, de soberanía, equidad y autodeterminación, gane
abrumadoramente las elecciones legislativas de 2017 y renazca en 2019 para
lograr de una vez una Argentina para todos y todas pero en serio: sin grietas,
venganzas ni resentimientos. Es difícil, pero en política nada es imposible.
***
Título:
Democracia, conflicto y rebelión: (2) La desobediencia civil
Autor: Ariel
Colombo (Politólogo)
Texto: Cuando una
sociedad, o una parte de ella, se enfrenta a gobiernos elegidos según algún
principio liberal representativo, y descubre tal como lo preveía que no solo
sus decisiones son antinacionales, antipopulares, antiestatales,
antimayoritarias, con una violencia simbólica y material, e incluso física,
indecibles, sino que también están a cargo de delincuentes de guante blanco,
integrantes de una burguesía sobreasalariada pertenecientes a corporaciones
extranjeras y locales, protegidos por medios de comunicación protofascistas y
neomafiosos, puede apelar a tres mecanismos de resistencia, uno de los cuales
es muy diferente a los otros dos.
Uno de estos
últimos es tratar de influir a través de los parlamentarios, impulsarlos y
condicionarlos, y organizarse para ganar las próximas elecciones. Con todo lo
necesaria que es, esta vía tiene la obvia dificultad de que la transacción
parlamentaria entre mayorías y minorías, la desigualdad en los medios de
partidos y ciudadanos, la asincronía entre el cronograma comicial con la
afectación de necesidades y derechos básicos, la división vertical y horizontal
de poderes que se vetan, y paralizan, recíprocamente, pueden alargar
indefinidamente la resistencia, u obtener resultados frustrantes o
contraproducentes. El otro mecanismo es protestar, por medio de huelgas,
denuncias, manifestaciones y concentraciones en las calles, piquetes, y todo el
repertorio de dispositivos conocidos. La movilización, en estos términos es
igualmente imprescindible, pero desgastante. Están además los problemas de
coordinación, la desinformación de la sociedad, la persecución y las balas de
goma o de otro tipo. Finalmente, existe una tercera instancia, que ahora
conviene describir con cierta precisión o profundidad, dado el contexto.
La desobediencia
civil es una transgresión de la ley y/o de la Constitución. Una impugnación a
través de un acto que no se funda más que en sí mismo, político en estado puro,
al que le son constitutivas reglas de justicia procesal perfecta. Esto
significa que, al margen de cuáles sean sus contenidos o demandas, encuentra su
legitimidad en reglas de validez inmanentes que equivalen en jerarquía al
ejercicio popular del poder constituyente, y que se halla por encima de la
Constitución nacional en tanto las ponen en ejercicio como criterio último de
crítica de cualquier disposición vinculante. Más allá de la inequidad, y de los
fundamentos sustantivos para cuestionarla, el acto de transgresión se vale de
esas reglas para exhibir que, de haberse empleado un procedimiento más justo,
también hubiese sido otra la decisión. Esta fue la posición, por ejemplo, de la
fracción minoritaria del movimiento antinuclear inglés conducido por Bertrand
Russell. Puede demostrar, de acuerdo con ellas, que el procedimiento es o ha
sido empleado no como tal sino como instrumento de intereses o poderes
beneficiarios de la inequidad impugnada.
Ahora bien, el
problema con la desobediencia civil es que esas mismas reglas inherentes
imponen exigencias extremas a la voluntad de resistir. Primero, es recursiva,
lo que quiere decir que se aplica a sí misma las reglas en base a las cuales
cuestiona a las vigentes. De la coherencia demostrada extraerá su fuerza, que
es la de lo político. La desobediencia civil no es una política determinada; no
es tampoco un poder, ni fáctico ni fundado en derechos. Es pacífica, no es
dirigida contra las personas imputadas de cometer injusticia, ni afecta a
terceros puesto que carga con todas las consecuencias punitivas y
responsabilidades legales de un acto ilegal, y evita que los no involucrados
puedan sufrirlas. En ella las personas exponen sus vidas, no sus organizaciones
o sus identidades, inmediata y abiertamente. Tercero, es democrática, pero de
un modo que no admite delegación o mediación. Decide quien participa y
participa quien decide. Carece de intérpretes y de representantes puesto que
descarta toda negociación o concesión. Es, por ello, una forma de democracia
directa, cuyos resultados son reivindicados, mediatamente, por quienes
probablemente no han sido sus protagonistas. Cuarto, es pública, en doble
perspectiva: puede demostrar argumentativamente, ante cualquier interlocutor,
las razones para actuar de ese modo, y a la vez amplía el espacio y el tiempo
públicos, incorpora materias a discutir y conflictúa la agenda dominante,
obliga a definirse a sus enemigos y a tomar posición a sus adversarios, sumerge
en la incertidumbre a los poderosos, coloca a los poderes públicos ante la
disyuntiva de ejercer la coacción estatal o de resolver el problema.
Pero son
exigencias difíciles de cumplimentar todas a la vez, y, sin embargo, únicamente
los actos de rebelión como actos de justicia poseen el status de lo político
más allá de la competencia partidaria y de las reacciones sociales. Tampoco es
imposible encontrar en nuestra memoria casos ejemplares de nuestra historia de
la segunda mitad del siglo XX que las reunieron a casi todas, teniendo un
impacto a corto y a largo plazo que cambió decisivamente las coordenadas
políticas. Las luchas del Frigorífico Lisandro de la Torre, las huelgas y
movilizaciones promovidas por el sindicato cordobés de Luz y Fuerza con la
dirección de Agustín Tosco, el Movimiento de los Derechos Humanos liderado por
Madres y Abuelas, el primer Cutralcazo.
***
Título: Unión
Cívica
Autor: Julio
Maier (Profesor consulto de Derecho Penal y Derecho Procesal Penal, UBA)
Texto: Creo que
así se llamaba el partido de Leandro Alem cuando pronunció esas dignas
palabras: “Que se rompa pero que no se doble”. Luego Alfonsín, siguiendo el
mismo camino, advirtió que acostumbrarse a perder elecciones era, sin embargo,
el derrotero correcto y digno antes que convertirse en conservadores. Por
supuesto, no conocí a Alem y conocí escasamente a Alfonsín, pero me animo a
vaticinar que, si ambos vivieran ahora, terminarían por pronunciar las mismas
frases y acto seguido vomitar ante los excrementos de su partido.
Verdaderamente lo siento íntimamente, pues, aun cuando mi formación europea me
cerró las puertas de estos partidos abiertos desde joven –antiguamente, pues
hoy en día socialismo y conservadurismo son, a la manera de republicanos y
demócratas de Norteamérica, más o menos lo mismo, consumidos por el capitalismo
y las finanzas– en mi casa y por vía de mis padres y algunos amigos de ellos se
respiraba radicalismo.
Como en el
cambalache del tango inmortal de Discépolo la cosa se dio vuelta, porque hoy
“da lo mismo ser derecho que traidor”, frase que, despejados los paréntesis,
expresa precisamente lo contrario: “que se doble, pero que no se rompa”. Sin
embargo, más tarde o más temprano, sobrevendrá el final del partido centenario,
parte de nuestra nacionalidad. No puedo imaginar cómo los radicales pueden
aliarse al conservadurismo y, peor aún, al conservadurismo de Macri –siempre
para ellos, con razón, una mala palabra en épocas previas– por un puñado de poder
provincial o parlamentario, resignarse a ser menos que segundones políticos de
ellos y a defender y tolerar formas de gobierno abiertamente autoritarias.
Ellos, los dirigentes actuales, van a tener que responder ante la ciudadanía,
ante Alem, Illia, Alfonsín y los cordobeses, ante Amadeo Sabattini, por esta
traición sin límites.
Seré sincero, aun
siendo muy joven mi almita familiar me transformó en un curioso “contrera” del
peronismo, al que le alababa ciertas batallas culturales –como su facilidad para
pensar en los pobres y sumergidos, en los obreros–, pero le reprochaba métodos
y formas de gobierno en abierta pugna con un Estado democrático, como la
utilización política de la cárcel y la necesidad del exilio para políticos
opositores –¿recuerdan a Alfredo Palacios exiliado en Uruguay?–, la
intervención federal casi perpetua de mi provincia, las leyes penales
antidemocráticas, ciertos manejos electorales turbios, la discriminación
infantil por intermedio de la introducción de la religión católica en las
escuelas estatales y no estatales, el asalto a la Universidad. No estoy
arrepentido de ese modo de pensar. Sólo expresaré que hoy comprendo a los
peronistas, pues reconozco lo imposible que habrá sido en aquella época
defender a los que hoy siguen llamándose despectivamente “negros” –gentilicio
que volví a escuchar en esta Nochebuena en boca de alguien idiota– y estimo que
yo mismo hubiera reaccionado de esa manera de tener que escuchar mil veces por
día la palabra “yegua” referida a mi esposa o a mi madre, las imputaciones de
ladrones, cuando al frente tengo a un supermillonario inculto que nunca intentó
–tan siquiera– trabajar, cuya familia nunca rindió cuentas acerca de cómo
coleccionó esa cantidad de cosas y dineros y, más aún, se le conocieron negocios
turbios que, en algún caso, evitaron la reacción penal mediante acuerdos con
sus perseguidores, permitidos hoy en materia penal, pero extraños a las buenas
costumbres.
No he sido
funcionario del gobierno anterior. Más aún, hasta supongo que, en algún punto o
en algún funcionario debe estar teñido por la corrupción, que parece inevitable
en el seno del poder económico-político actual. Pero ello no me impide
reconocer ninguno de los métodos antidemocráticos, por mí criticados
históricamente, si hubieran sido utilizados por ese gobierno. No hubo presos
políticos, no se utilizó a la policía ni a los militares como fuerzas de
choque, se expandieron derechos y no hubo discriminación, hoy penada por ley, a
pesar de no tener mayoría legislativa siempre acudió a pelear
parlamentariamente las mayorías necesarias, hasta se bajó del pedestal del
poder cuando no las obtuvo –ejemplos: las retenciones agrarias que planeó un
ministro hoy del otro lado, traicionero, y el nombramiento de la actual
Procuradora General de la Nación que reemplazó al Dr. Righi–, el reconocimiento
a ciertos demócratas extrapartidarios.
Me apena el
triste final del radicalismo y también del socialismo, a quienes tuve por
compañeros en mis días de reformista universitario. He experimentado traiciones,
pero como ésta antes sólo una.
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