Instructiva nota de Thierry Meyssan sobre la debacle saudita en pleno progreso, aparecida hace unos días en Red Voltaire. La foto de arriba muestra a Mohammed ben Salman Al Saud, de 30 años, príncipe heredero suplente, segundo Primer ministro suplente, ministro de Estado, ministro de Defensa, secretario general de la Corte Real y presidente del Consejo de Asuntos Económicos y Desarrollo de Arabia Saudita. Una joyita el muchacho. Pasemos a la nota:
Título: Arabia
Saudita… hacia el derrumbe
Epígrafe: Mientras
la casa de los Saud vive los últimos momentos de su dictadura, la decapitación
del jefe de su oposición, Nimr al-Nimr, echa por tierra las esperanzas que la
mitad de la población saudita aún podía albergar. Thierry Meyssan estima que la
caída del reino es inevitable y que llegará acompañada de un periodo de
violencia extrema.
Texto: En un año,
el nuevo rey de Arabia Saudita, Salman, hijo número 25 del fundador de la
dinastía Saud, ha logrado consolidar su autoridad personal en detrimento de las
demás ramas de la familia real, como el clan del príncipe Bandar ben Sultan y
el del ex rey Abdallah. Pero no se sabe lo que Washington puede haber prometido
a los perdedores para que no traten de recuperar el poder que han perdido. En
todo caso, una serie de cartas anónimas publicadas en la prensa británica hacen
pensar que estos miembros de la familia real saudita no han renunciado a sus
ambiciones.
Después de
haberse visto obligado por sus hermanos a nombrar al príncipe Mohamad ben Nayef
como próximo heredero, el rey Salman rápidamente lo aisló y limitó sus
competencias, favoreciendo con ello a su propio hijo, el príncipe Mohammed ben
Salman, cuyo carácter impulsivo y brutal no ha podido ser compensado por el
Consejo de Familia –que ya no se reúne. De hecho, el príncipe ben Salman y su
padre el rey son quienes están gobernando el reino, solos, como autócratas, sin
ninguna forma de contrapoder en un país donde nunca se ha elegido un parlamento
y los partidos políticos están prohibidos.
Así se ha podido
ver al príncipe Mohammed ben Salman asumir la presidencia del Consejo de
Asuntos Económicos y Desarrollo, imponer una nueva dirección al Ben Laden Group
y apoderarse de Aramco [1]. En todos los casos, su objetivo ha sido marginar a
sus primos y poner a sus propios hombres de confianza a la cabeza de las
grandes empresas del reino.
El jeque al-Nimr
describía de la siguiente manera la vida de la poblacion chiita de Arabia
Saudita: «Desde el momento mismo en que usted nace, se ve rodeado por el miedo,
la intimidación, la persecución y los abusos. Hemos nacido en una atmósfera de
intimidación. Tenemos miedo hasta de las paredes. ¿Cuál de nosotros no está
familiarizado con la intimidación y la injusticia a las que nos vemos sometidos
en este país? Yo tengo 55 años, he vivido más de medio siglo. Desde que nací
hasta hoy, nunca me he sentido seguro en este país. Uno siempre está acusado de
algo. Siempre está bajo amenaza. El director de la Seguridad del Estado lo
reconoció en mi presencia. Cuando me arrestaron me dijo: “A ustedes, los
chiitas, habría que matarlos a todos.” Esa es la lógica de ellos.»
En el plano
interno, el régimen saudita se apoya solamente en la mitad de la población
sunnita o wahabita, mientras que discrimina a la otra mitad de la población. El
príncipe Mohammed ben Salman aconsejó a su padre ordenar la decapitación del
jeque Nimr Baqir al-Nimr porque este último había osado desafiarlo.
Dicho de otra
manera, el Estado condenó a muerte y ejecutó al principal jefe de su oposición,
cuyo único crimen era haber formulado y repetido la consigna: «El despotismo es
ilegítimo.» El hecho que ese líder fuese un jeque chiita refuerza
inevitablemente la impresión que tienen los no sunnitas de vivir bajo un
apartheid, ya que se les prohíbe la educación religiosa y se les prohíbe el
acceso a cualquier empleo en el sector público. En cuanto a los no musulmanes,
que son un tercio de la población saudita, no están autorizados a ejercer su
religion y ni siquiera tienen acceso a la nacionalidad saudita.
En el plano
internacional, el príncipe Mohammed y su padre aplican una política basada en
las tribus beduinas del reino. Sólo así se explican simultáneamente el
financiamiento saudita a los talibanes afganos y a la Corriente del Futuro
libanesa, la represión contra la revolución en Bahréin, el apoyo a los
yihadistas en Siria y en Irak y la invasión de Yemen. Los Saud siempre apoyan
grupos sunnitas, a los que consideran más cercanos al wahabismo que esa familia
impone como religión estatal en Arabia Saudita. Pero los apoyan no sólo contra
los chiitas duodecimanos sino, en primer lugar, en contra de los sunnitas
ilustrados y también en contra de todas las demás religiones (ismaelitas,
zaiditas, alevitas, alauitas, drusos, sijs, católicos, ortodoxos, sabateos,
yazidíes, zoroastrianos, hindúes, etc.). Y lo más importante es que, en todos
los casos, apoyan única y exclusivamente a los líderes provenientes de las
grandes tribus sunnitas sauditas.
Es también
importante señalar, de paso, que la ejecución del jeque al-Nimr tiene lugar
inmediatamente después del anuncio de la creación de una amplia coalición
antiterrorista de 34 Estados musulmanes alrededor de Riad. Cuando se sabe que
el ejecutado, que siempre rechazó recurrir a la violencia, había sido condenado
a muerte por «terrorismo», el mensaje que se desprende de su ejecución es que
dicha coalición en realidad es una alianza sunnita contra las demás religiones.
El príncipe
Mohammed decidió iniciar la guerra en Yemen, supuestamente para prestar ayuda
al presidente Abd Rabbo Mansur Hadi –derrocado por una alianza entre los
rebeldes huthis y el ejército del ex presidente Ali Abdallah Saleh– y en
realidad para apoderarse de los yacimientos yemenitas de petróleo y explotarlos
junto a Israel. Como era previsible, esa guerra no está dando los resultados
que esperaba el príncipe y los rebeldes están incursionando en suelo saudita,
donde el ejército del reino huye despavorido, incluso abandonando su armamento.
Arabia Saudita
es, por consiguiente, el único país del mundo que es propiedad personal de un
solo hombre, gobernado por ese autócrata y su hijo, que rechaza todo debate
ideológico, no tolera ninguna forma de oposición y no acepta otra cosa que el
vasallaje tribal. Estas características, por mucho tiempo consideradas residuos
del pasado llamados a adaptarse al mundo moderno, se han enquistado al extremo
de convertirse en la identidad misma de un reino anacrónico.
La caída de la
casa Saud podría verse provocada por el desplome de los precios del petróleo.
Incapaz de rediseñar su tren de vida, el reino se endeuda a toda velocidad y,
según los analistas financieros, tendría que enfrentar la bancarrota de aquí a
2 años. La venta parcial de Aramco podría prolongar la agonía, pero tendrá como
consecuencia una pérdida de autonomía.
La decapitación
del jeque al-Nimr ha resultado el capricho que desborda la copa. La caída se ha
vuelto inevitable en Arabia Saudita porque quienes allí viven carecen ahora de
toda esperanza. Como resultado, el país enfrentará una mezcla de revueltas
tribales y de revoluciones sociales que resultará mucho más mortífera que los
conflictos que hasta ahora han sacudido el Medio Oriente.
Lejos de oponerse
a este trágico fin, los protectores estadounidenses del reino lo esperan
impacientes. Y si no dejan de celebrar la «sabiduría» del príncipe Mohammed, en
realidad lo hacen para estimularlo a seguir cometiendo errores. Ya en
septiembre de 2001, el Estado Mayor Conjunto estadounidense trabajaba en un
mapa de rediseño del «Medio Oriente ampliado» que preveía el desmembramiento
del reino en 5 Estados. Y en junio de 2002, durante una célebre reunión del
Defense Policy Board, Washington estudiaba cómo deshacerse de los Saud, algo
que ahora es sólo una cuestión de tiempo.
Elementos
fundamentales:
- Estados Unidos
logró resolver el problema de la sucesión del rey Abdallah, pero ahora está
empujando a Arabia Saudita a cometer errores. Estados Unidos tiene ahora como
objetivo dividir el reino en 5 partes.
- El wahabismo es
la religión de Estado en Arabia Saudita, pero la familia Saud se apoya –tanto
dentro del país como fuera de este– únicamente en las tribus sunnitas y
practican un apartheid contra la población que practica otras religiones.
- El rey Salman,
de 80 años, deja el ejercicio del poder en manos de uno de sus hijos, el
príncipe Mohammed, de 30 años. Este último se ha apoderado de las grandes
empresas del país, inició la guerra en Yemen y acaba de obtener la ejecución
del jefe de la oposición, el jeque al-Nimr.
Nota:
[1] La Saudi Aramco
es la empresa nacional a cargo de la comercialización del petróleo de Arabia
Saudita. Nota de la Red Voltaire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario