jueves, 10 de marzo de 2016
Análisis
Se supone que la breve nota de opinión que posteamos acá abajo vendría a ser un "análisis" de la Europa de hoy. No deja de ser informativa, claro. Nos informa sobre la falta de lucidez de los analistas europeos de hoy. Un columnista de El País, el diario bandera del neoliberalismo en lengua castellana, se lamenta sobre la degradación de la democracia en la cuna de Occidente. Es que ya se sabe: cuando no son los rusos, el problema en Europa son los turcos. Acá va:
Título: La fábrica europea, en ruinas
Subtítulo: La UE ha dejado de producir y difundir estabilidad, prosperidad y democracia
Texto: La fábrica ya no funciona. Fue competitiva y ambiciosa hace tiempo, pero ahora ha quedado gripada y nada útil sale de sus cadenas de producción. El desastre industrial va más allá de los meros intereses de sus propietarios. Había sido antaño una fábrica admirable, única, y sin parangón en cuanto a productividad, que servía de modelo y suscitaba envidia y emulación en todo el mundo; pero ahora, convertida en una ruina, se ha transformado en todo lo contrario, motivo de sarcasmos para los de fuera y zoco vergonzoso donde mercadean los de dentro con las piezas del desguace.
Nadie como la Unión Europea había producido tanta prosperidad, democracia y estabilidad en la historia de la humanidad en los últimos siglos, hasta el punto de que la adhesión al que era el club de los países más libres, civilizados y ricos del planeta fue la liebre que hizo correr a muchos, entre otros a España, desde las dictaduras a las democracias. Tras el desenlace de la Guerra Fría, también los países liberados del bloque soviético contaron con la UE como pista de aterrizaje en la reunificación del continente. E incluso Turquía transformó su sistema político custodiado por los militares e inició el camino liberal espoleada por su candidatura a la integración.
La turbina que hacía funcionar aquella fábrica boyante eran los criterios llamados de Copenhague, decididos en 1993, en una cumbre para admitir nuevos socios, respecto a la estabilidad de las instituciones democráticas, el Estado de derecho, los derechos humanos y la protección de las minorías; criterios que Turquía se esmeraba en cumplir hace diez años y que ahora vulnera a plena luz del día hasta el punto de convertir la aceptación de sus incumplimientos en condición para su cooperación ante la crisis de los refugiados.
La UE dio la espalda a Turquía, y especialmente las derechas francesa y alemana, cuando se iniciaron las negociaciones de adhesión y Erdogan acababa de llegar al Gobierno. Había temores demográficos, religiosos y geopolíticos, que se expresaron con desenvoltura hasta bloquear las negociaciones de adhesión cuando Ankara evolucionaba en la buena dirección. Ahora, en cambio, cuando se halla en plena involución hacia un régimen personalista y autocrático, que coarta las libertades y ataca a las minorías, la UE se echa en brazos de Ankara y le da financiación, exención de visados para circular por la UE y la luz verde para las negociaciones de adhesión, todo a cambio del control del flujo de los refugiados.
Si al principio era la fábrica democrática europea la que estimulaba el reformismo turco, ahora es el autoritarismo turco el que contamina a la fábrica en ruinas. La Turquía de Erdogan que aspira a la adhesión refuerza así el bloque de las democracias iliberales y populistas en que se está convirtiendo el grupo de Visegrado, conformado por los antiguos países socios del pacto de Varsovia. La crisis de los refugiados está cambiando Europa, hasta convertir el solar donde estuvo la fábrica de democracia en el campo dividido donde acampan y encienden las hogueras los populismos.
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