Lo
que sigue es largo, pero interesante. Se trata de un artículo de Imad Fawzi
Shueibi aparecido recientemente e la Red Voltaire (http://www.voltairenet.org/El-proyecto-de-Nuevo-Orden-Mundial). Bajo el título “El
proyecto de Nuevo Orden Mundial tropieza con las realidades geopolíticas”, el
autor nos cuenta, entre otras cosas, qué es lo que realmente se juega en las
calles de Alepo y de Damasco en estos días. La imagen que se muestra es “La
ratificación del Tratado de Munster” (1648), del pintor Gerard ter Borch (óleo
sobre cobre, Rijksmuseum Amsterdam), evocativa de la Paz de Westfalia.
Hace
cuatro siglos que los líderes políticos vienen tratando de crear un orden internacional
capaz de regir las relaciones entre las naciones y de evitar las guerras.
Aunque el principio de la soberanía de los Estados arrojó resultados, las
organizaciones intergubernamentales han reflejado esencialmente la correlación
de fuerzas correspondiente a cada momento. En cuanto al ambicioso proyecto
estadounidense de Nuevo Orden Mundial, el hecho es que está estrellándose
contra las nuevas realidades geopolíticas.
La
lenta formación de un orden internacional
Si
bien la expresión «orden mundial» es de reciente aparición en el discurso
político, la idea misma de instaurar un orden mundial, o internacional, data ya
del siglo XVII y fue tema de discusión cada vez que se presentaba una
posibilidad de organizar la paz y de darle un carácter permanente. Ya en 1603,
el rey francés Enrique IV daba a su ministro, el duque de Sully, la tarea de
elaborar un primer proyecto. El objetivo era la constitución de una república
cristiana que incluyera a todos los pueblos de Europa. Dicha república debía
garantizar la preservación de las nacionalidades y cultos y encargarse de
resolver los problemas entre esos componentes.
Aquel
Gran Empeño incluía una redefinición de las fronteras de los Estados como medio
de equilibrar el poderío de los mismos y la creación de una Confederación
Europea de 15 miembros, con un Consejo supranacional que debía disponer de
poder de arbitraje y de un ejército capaz de garantizar la defensa de la
Confederación contra los turcos. El asesinato de Enrique IV interrumpió aquel
sueño, que no resurgió ya hasta el final de las guerras desatadas por Luis XIV.
El abate Saint-Pierre dio a conocer por entonces su Projet pour rendre la paix
perpétuelle entre les souverains chrétiens [En español, “Proyecto para
perpetuar la paz entre los soberanos cristianos”. Nota del Traductor.]. Aquel
plan, que fue presentado al Congreso de Utrecht (en 1713), consistía en adoptar
íntegramente todas las decisiones tomadas en aquel encuentro como base
definitiva para el trazado de las fronteras entre los países beligerantes y en
la creación de una liga de las naciones europeas (una federación internacional)
que se encargaría de prevenir los conflictos.
Independientemente
de la mencionada utopía, lo más importante de aquella época fue, por supuesto,
los Tratados que hicieron posible la Paz de Westfalia, firmados en 1648, al
cabo de una guerra de 30 años, guerra que se libró bajo estandartes religiosos,
dando lugar a una gran acumulación de odio, y en la que pereció el 40% de la
población. Las negociaciones se prologaron durante cuatro años (de 1644 a 1648)
y finalmente concretaron una igualdad entre todas las partes beligerantes, ya
fuesen católicos o protestantes, monárquicos o republicanos.
Los
Tratados de Westfalia establecieron cuatro principios fundamentales:
1.
La soberanía absoluta del Estado-Nación y el derecho fundamental a la
autodeterminación política.
2.
La igualdad entre los Estados-Naciones en el plano jurídico. En virtud de ese
principio, el más pequeño de los Estados se considera igual al más grande,
independientemente de su fuerza o su debilidad, de su riqueza o su pobreza.
3.
El respeto de los tratados y la aparición de un derecho internacional de
obligatorio cumplimiento [o sea, vinculante; NdT.].
4.
La no injerencia en los asuntos internos de los demás Estados.
Cierto
es que esos principios generales no garantizan una soberanía absoluta, que en
realidad nunca ha existido. En todo caso, se trataba de principios que
deslegitimaban todo acto susceptible de abolir dicha soberanía. Todos los
filósofos vinculados a la política respaldaron esos proyectos. Rousseau exhortó
vehementemente a la formación de un Estado único de carácter contractual que
debía reunir a todos los países de Europa. En 1875, Kant publicó “Para la paz
perpetua”. La paz es para Kant una construcción jurídica que exige el
establecimiento de una ley general aplicable a todos los Estados. El
utilitarista inglés Bentham condenó la diplomacia secreta por tratarse de un
procedimiento que se separa del derecho. También llamó a la creación de una
opinión pública internacional capaz de obligar a los gobiernos a someterse a
las resoluciones internacionales y al arbitraje.
La
creación de las instituciones reguladoras internacionales
La
idea de un orden internacional fue progresando constantemente, basada siempre
en las reglas de la soberanía consagradas en los Tratados de Westfalia. Dio
lugar al surgimiento de la Santa Alianza, propuesta en 1815 por el Zar
Alejandro I, y al proyecto de Concertación europea que propuso, ya en el siglo
XIX, el canciller austríaco Metternich como medio de prevenir «la revolución»,
que en el lenguaje racional político no significa otra cosa que el caos.
Fue
a partir de aquel momento que los Estados comenzaron a celebrar cumbres para
dirimir problemas sin recurrir a la guerra, privilegiando el arbitraje y la
diplomacia. Fue con ese objetivo que se fundó la Sociedad de Naciones (SDN), al
término de la Primera Guerra Mundial. Pero la SDN no fue más que la expresión
de la correlación de fuerzas de aquel momento, al servicio de las potencias que
habían salido victoriosas de aquella guerra. Sus valores morales eran por lo
tanto muy relativos. Fue así como, a pesar de que su supuesto objetivo era
resolver los diferendos entre naciones a través del arbitraje y sin recurrir a
la guerra, la SDN se declaró competente para supervisar política, económica y
administrativamente a los pueblos subdesarrollados o colonizados hasta que
estos últimos lograran su autodeterminación, lo cual condujo naturalmente a la
legitimación de los mandatos. Al adoptar esa posición, la Sociedad de Naciones
encarnó la realidad colonialista.
El
carácter artificial de aquella organización quedó demostrado cuando fue incapaz
de enfrentar graves acontecimientos internacionales, como la conquista de
Manchuria por parte de Japón, la conquista de Abisinia (la actual Etiopía) por
parte de Italia y la anexión de la isla griega de Corfú, también por parte de
Italia.
La
Sociedad de Naciones durante una reunión en Ginebra
Aunque
el presidente estadounidense Woodrow Wilson había promovido la idea de León
Bourgeois que dio lugar al nacimiento de la SDN, Washington nunca fue miembro
de esa organización. Ante las acusaciones de las demás naciones, Japón y
Alemania se retiraron de ella, lo cual privó a la SDN de todo valor real.
La
ONU, sucesora de la SDN, fue por su parte el reflejo de la Carta del Atlántico,
firmada por Estados Unidos y Gran Bretaña el 4 de agosto de 1941, y de la
declaración de Moscú, adoptada por los Aliados el 30 de octubre de 1943,
anunciando la creación de «una organización general basada en el principio de
la igualdad de todos los Estados pacíficos en materia de soberanía». El
proyecto se desarrolló durante la Conferencia de Dumbarton Oaks, celebrada en
Washington desde el 21 de agosto hasta el 7 de octubre de 1944.
Los
principios de la Carta del Atlántico fueron a su vez aprobados en la
Conferencia de Yalta (del 4 al 12 de febrero de 1945), antes de su consagración
final en la Conferencia de San Francisco (los días 25 y 26 de junio de 1945). La
ideología mundialista se vio entonces encarnada en la ONU, organización que,
desde su creación, ha pretendido establecer un sistema de seguridad colectiva
para todos, incluyendo a los Estados que no pertenecen a ella. En realidad, la
ONU no es una sociedad contractual entre iguales –como tampoco lo fue la SDN–
sino el reflejo de la correlación de fuerzas del momento, a favor de los
vencedores del momento. Aún así, el mundo entero se sometió a aquella voluntad.
El
Consejo de Seguridad de la ONU
Esta
organización, supuestamente mundial, no era en la práctica otra cosa que la
expresión de la voluntad de dominación de las potencias victoriosas, en
detrimento de la voluntad –ignorada– de los pueblos. Esta realidad geopolítica
se confirmó en el momento de la creación del Consejo de Seguridad de la ONU al
que pertenecen, con la categoría de miembros permanentes, las cinco grandes
potencias (las potencias vencedoras) y otros miembros no permanentes electos en
función de criterios geográficos, que implican una subrepresentación de África
y Asia.
La
ineficacia de ese sistema se hizo patente durante la guerra fría. El conflicto
entre las dos grandes potencias afectó a las pequeñas, que tuvieron que
soportar todas las consecuencias de dicho conflicto, tanto en el plano local
como a escala regional. Esta estructuración de los papeles de las partes se reflejaba
abiertamente en el funcionamiento de la ONU, tanto en lo tocante a los pedidos
de adhesión como en el tratamiento de los conflictos, como pudo comprobarse en
los casos de Palestina y de Corea, en la nacionalización del petróleo iraní, en
la crisis del canal de Suez, en las ocupaciones israelíes, en Líbano, etc.
Al
crearse la ONU se proclamó «la fe en los derechos fundamentales del hombre, en
la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de
hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas a crear condiciones bajo
las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones
emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional». Pero el
sistema del veto ha privado a las demás naciones del derecho a ser actores en
condiciones de igualdad.
En
definitiva, las instituciones internacionales han sido siempre un reflejo del
equilibrio entre las potencias, lo cual está muy lejos de toda idea de justicia
en el sentido filosófico o moral.
El
Consejo de Seguridad de la ONU es en realidad un directorio mundial
(continuador del que había instalado Matternich), que reserva exclusivamente a
los Aliados, vencedores en la Segunda Guerra Mundial, la posibilidad de imponer
resoluciones, en vez de poner ese derecho en manos de quienes trabajan a favor
de la paz. Después de la desaparición de la Unión Soviética era crucial haber
cambiado el sistema internacional.
Estados
Unidos rediseña las relaciones internacionales
Fue
en ese momento que los discípulos de Leo Strauss triunfaron en Estados Unidos,
con ayuda de los periodistas neoconservadores. Según ellos, la sociedad se
divide en tres castas: los sabios, los señores y el pueblo. Los sabios son los
únicos que conocen la verdad, de la cual sólo revelan una parte a los políticos
(los señores), mientras que el pueblo tiene que someterse a sus decisiones. Los
discípulos de Leo Strauss han seguido promoviendo sus ideas y llamando
constantemente a la abrogación de los Tratados de Westfalia, lo cual implica el
abandono del respeto de la soberanía de los Estados y la anulación del
principio de no injerencia en sus asuntos internos. Para lograr imponer la
hegemonía occidental han inventado un «derecho de injerencia humanitaria» y una
«responsabilidad de proteger» que supuestamente tendrían los sabios, cuya
ejecución estaría en manos de los señores y que habría que imponer a los
pueblos. En lo que constituye una revisión del vocabulario de la Segunda Guerra
Mundial, han llamado también a reemplazar la «resistencia» por la negociación.
En
1999, los llamados de los neoconservadores encontraron eco en varios países
occidentales, principalmente en el Reino Unido y Francia. Tony Blair presentó
el ataque de la OTAN contra Kosovo como la primera guerra humanitaria de la
historia. En un discurso pronunciado en Chicago, Blair afirmó que el Reino
Unido no estaba tratando de defender sus intereses sino que estaba promoviendo
valores universales. Tanto Henry Kissinger como Javier Solana (por entonces
secretario general de la OTAN y no de la Unión Europea) saludaron calurosamente
aquella declaración de Blair. Poco después, la ONU nombraba a Bernard Kouchner
como administrador de Kosovo.
No
hay diferencia notable entre la teoría de los straussianos y la de los nazis.
En Mein Kampf, Hitler ya arremetía contra el principio de soberanía de los
Estados, consagrado en los Tratados de Westfalia. Esta visión del mundo se ha
impuesto ya en el plano económico con el FMI, el Banco Mundial y la
Organización Mundial del Comercio (OMC). Desde su creación misma, esas
instituciones se empeñaron en inmiscuirse en las políticas económicas,
presupuestarias y financieras de los Estados, sobre todo de los más pobres y
vulnerables. Algunos Estados árabes han sufrido las consecuencias de sus
consejos en materia de liberalización económica, de privatización del sector
público, de venta de los recursos naturales a precios irrisorios.
Washington
estuvo indeciso sobre la conducta a seguir después de la desaparición de la
URSS. Estados Unidos reafirmó poco a poco su categoría como única
superpotencia, incluso como «hiperpotencia» según la expresión del francés
Hubert Vedrine. Desde entonces, Estados Unidos ha considerado obsoleto el
sistema de la ONU heredado de la Segunda Guerra mundial. Pero no se ha limitado
a desinteresarse de la ONU sino que incluso ignora sus obligaciones financieras
para con esa organización, no ratificó el Protocolo de Kioto, se negó a aceptar
el Tribunal Penal Internacional y ha humillado a la UNESCO en varias ocasiones.
Los
conceptos surgidos de la Segunda Guerra Mundial fueron barridos por los
atentados del 11 de septiembre de 2001. La Estrategia Nacional de Seguridad de
los Estados Unidos de América, publicada por el presidente George W. Bush el 20
de septiembre de 2002, proclama un nuevo derecho: «la acción militar preventiva
contra los Estados renegados». La estrategia estadounidense incluye un radical
giro conceptual. La noción de resistencia, surgida de la resistencia francesa
contra la ocupación nazi, se ve deslegitimada para favorecer una exigencia de
solución de los conflictos a través de la negociación, sin que se tengan en
cuenta los derechos inalienables de las partes. Al mismo tiempo, la noción de
terrorismo –que nunca ha llegado a definirse en derecho internacional– ha sido
utilizada para deslegitimar a todo grupo armado en conflicto con un Estado, sin
tener en cuenta las causas de ese conflicto.
Abrogando
las leyes de la guerra, Washington volvió a poner de moda los «asesinatos
selectivos», práctica que había abandonado después de la guerra de Vietnam pero
que Israel ya estaba aplicando desde hace más de una década. Según los juristas
de Washington, los «asesinatos selectivos» no son propiamente «asesinatos» sino
«homicidios en defensa propia», a pesar de que no existe en esos casos ni
necesidad de protegerse, ni concomitancia entre la amenaza y la reacción, ni
una justa proporción entre la respuesta y la supuesta amenaza. La injerencia
humanitaria y la responsabilidad de proteger se ponen por encima de la
soberanía de los Estados. Y, finalmente, aparece la noción de Estados
renegados.
Los
cuatro criterios utilizados para definir a los llamados Estados renegados caen
ampliamente en el terreno de la suposición, esencialmente en cuanto a las
intenciones de esos Estados:
-Sus
dirigentes oprimen a la población y saquean sus bienes.
-No
respetan las leyes internacionales y constituyen una amenaza permanente para
sus vecinos.
-Apoyan
el terrorismo.
-Odian
a Estados Unidos y los principios democráticos de ese país.
Diez
años después de la desaparición de la URSS, Estados Unidos emprende su rediseño
de las relaciones internacionales. En lo tocante al Medio Oriente, el filosofo
neoconservador Bernard Lewis y su discípulo Fuad Ajami enuncian los principales
objetivos: acabar con el nacionalismo árabe golpeando a los regímenes tiránicos
que cimentaron el mosaico tribal, confesional y religioso. La destrucción y el
desmembramiento de los Estados de esta región conducirán al «Caos constructor»,
una situación incontrolable en la que desaparece toda forma de cohesión social
y el hombre vuelve a su estado primitivo. Esas sociedades volverán así a una
etapa prenacional, por no decir prehistórica, que dará lugar al surgimiento de
micro Estados étnicamente homogéneos y fatalmente dependientes de Estados
Unidos. Uno de los líderes straussianos, Richard Perle, afirmaba que después de
las guerras en Irak y Líbano vendrían otras, en Siria y en Arabia Saudita, que
acabarían en una apoteosis en Egipto.
En
todo caso, la construcción de este Nuevo Orden Mundial ha pasado por varias
etapas.
1.
De 1991 a 2002 se produce una etapa de indecisión. Washington no se decide a
reafirmarse como única superpotencia y a decidir unilateralmente el destino del
mundo. Aunque duró más de un decenio, esta etapa no es más que un breve momento
a escala histórica.
2.
Desde 2003 hasta 2006, Washington trata de aplicar a toda costa la teoría del
«Caos constructor» para extender así su propia hegemonía. Desató así dos
guerras: una en Irak, donde usó sus propias tropas, y otra en Líbano, a través
de un contratista. La derrota israelí de 2006 interrumpió temporalmente el
proyecto estadounidense. Rusia y China recurrieron entonces por dos veces a su
derecho de veto (sobre Myanmar y Zimbabue) como para confirmar tímidamente que
estaban de regreso en la escena internacional.
3.
En el periodo que va de 2006 al momento actual, el sistema unipolar cedió
espacio a un mundo no polar. Se dispersó el poderío. China, la Unión Europea,
la India, Rusia y Estados Unidos representan a más de la mitad de los
habitantes del planeta, poseen el 75% del PIB mundial y efectúan el 80% de los
gastos militares. Este estado de cosas justifica, en cierta medida, un
funcionamiento multipolar debido a la competencia que se desarrolla entre estos
polos.
La
nebulosa de un mundo no polar
Lo
más importante es que esas potencias se ven ante desafíos que vienen tanto de
arriba (las organizaciones regionales y mundiales) como de abajo (de las
milicias, las ONGs y las transnacionales). El poderío está presente, al mismo
tiempo, en todas partes y en ningún sitio, en varias manos y en varios lugares.
Además
de las seis grandes potencias mundiales existe una gran cantidad de potencias
regionales. En Latinoamérica se puede mencionar los casos de Brasil, más o
menos de Argentina, de Chile, México y Venezuela. En África, se pueden
mencionar Nigeria, Sudáfrica y Egipto. En el Medio Oriente tenemos a Irán,
Israel y Arabia Saudita. También están los casos de Pakistán, en el sudeste de
Asia; y los de Australia, Indonesia y Corea del Sur, en el Asia oriental y en
el oeste del Pacífico.
Numerosas
organizaciones intergubernamentales aparecen también en ese listado de fuerzas:
el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la propia
ONU, y organizaciones regionales como la Unión Africana, la Liga Árabe, la
ASEAN, la Unión Europea, el ALBA, etc. Y no podemos olvidar la existencia de
clubes como la OPEP (la Organización de Países Exportadores de Petróleo).
Hay
agregar también a ese listado ciertos Estados que a su vez son parte de Estados-Naciones,
como el Estado de California, en Estados Unidos, y el de Uttar Pradesh [el
Estado más poblado de la India] e incluso ciudades como Nueva York y Shanghai.
También
están las empresas transnacionales, sobre todo las vinculadas a sectores como
la energía y las finanzas; medios de difusión de alcance global como
Al-Jazeera, la BBC y CNN; milicias como el Hezbollah, el Ejército del Mehdi o
los talibanes. A todo lo anterior tenemos que agregar aún partidos políticos,
movimientos e instituciones religiosas, organizaciones terroristas, cárteles de
drogas, ONGs y fundaciones. La lista es interminable.
World
Economic Forum (Davos)
Pero
la principal concentración de poderío se mantiene en Estados Unidos. Los gastos
militares de ese país están estimados en más de 500 000 millones de dólares.
Esa cifra puede elevarse en realidad a 700 000 millones si tenemos en cuenta el
costo de las operaciones que actualmente se desarrollan en Irak y Afganistán.
Con un PIB anual estimado en 14 billones de dólares, Estados Unidos está
considerado como la primera economía del mundo.
Sin
embargo, la realidad del poderío estadounidense no puede ocultar la decadencia
de Estados Unidos, tanto en valor absoluto como en relación con los demás
Estados. Como ha señalado el presidente del Council on Foreign Relations,
Richard Haass, el progreso de países como China, Rusia, Arabia Saudita y los
Emiratos Árabes Unidos es del orden de un billón al año. Eso se debe, claro
está, al mercado de la energía. Dada la explosión de la demanda de energía de
parte de China y de la India, esa cifra está llamada a seguir creciendo. La
debilidad del dólar ante la libra esterlina y el euro no sólo provocará la
depreciación de la moneda estadounidense ante las divisas asiáticas sino
también una posible transformación del mercado del petróleo, que adoptará el
pago a través de diferentes divisas, o quizás en euros. Y cuando el dólar
estadounidense deje de ser la moneda de la compra-venta petrolera, la economía
de Estados Unidos se volverá vulnerable a la inflación y las crisis monetarias.
Dos
mecanismos fundamentales han sostenido el mundo no polar:
-Numerosos
flujos financieros se han abierto paso fuera de las vías legales y a espaldas
de los gobiernos, lo cual tiende a demostrar que la globalización debilita la
influencia de las principales potencias.
-Los
Estados petroleros han utilizado ampliamente esos flujos para financiar en
secreto actores no estatales.
Por
consiguiente, en un sistema no polar, el hecho de ser el Estado más poderoso
del mundo no garantiza el monopolio de la fuerza. Todo tipo de grupos, e
incluso de individuos, pueden acumular influencia. Según el profesor Hedley
Bull, las relaciones internacionales han sido siempre una mezcla de orden y
caos. Si seguimos la lógica de su teoría, el sistema no polar tiende a volverse
cada vez más complejo. Y eso es lo que ha sucedido.
En
2011, la exacerbación de las tensiones alrededor de Libia demostró que el
sistema no polar había dejado de ser viable. Aparecieron entonces dos
orientaciones que competían entre sí. La primera es estadounidense. Su objetivo
es la construcción de un Nuevo Orden Mundial que corresponda a la estrategia de
Washington. Ello supone abolir la soberanía de los países, reconocida desde la
época de los Tratados de Westfalia, y reemplazarla por la injerencia
humanitaria, a la vez como legitimación retórica y como caballo de Troya del
American Way of Life.
Brasil
+ Rusia + India + China = BRIC
La
segunda, respaldada por la Organización de Cooperación de Shanghai y los países
del BRICS, es chino-rusa. Reclama la preservación de los principios de los
Tratados de Westfalia, sin proponer por ello un retroceso. Su objetivo es
instaurar una nueva regla del juego, algo basado alrededor de dos núcleos
alrededor de los cuales existen cierto número de polos.
Resulta
evidente que el control de los recursos, sobre todo de las energías renovables,
constituye el paso ideal hacia la creación de un nuevo sistema, cuya aparición
se mantiene bloqueada desde 1991. También está claro que el control del gas y
de las vías de transporte constituye el centro del conflicto que hoy se
desarrolla en Siria. Es indudable que la polarización de las potencias sobre
ese tema sobrepasa en importancia las supuestas causas internas así como la
cuestión del acceso a las aguas cálidas o la importancia logística de la base
naval de Tartus.
El
imperativo energético
La
batalla de la energía era el gran negocio de Dick Cheney. La dirigió desde el
año 2000 hasta 2008, en claro enfrentamiento con China y Rusia. Es la misma
política que se ha seguido aplicando bajo la dirección del propio Barack Obama.
Para Cheney, la demanda de energía aumenta más rápido que la oferta,
conduciendo a fin de cuentas a una situación de escasez. La preservación de la
dominación estadounidense exige, por lo tanto, en primer lugar el control de
las reservas aún existentes de petróleo y gas. Además, y de manera más general,
si bien las actuales relaciones internacionales están estructuradas en función
de la geopolítica del petróleo, lo que realmente determina el ascenso o la
caída de un Estado es el aprovisionamiento.
Estos
razonamientos sirven de base al plan de cuatro puntos de Cheney:
-Estimular,
a cualquier precio, toda producción local a través de vasallos como medio de
reducir la dependencia estadounidense de cualquier proveedor que no sea su
amigo, para ampliar así la libertad de acción de Washington.
-Controlar
las exportaciones de petróleo desde los Estados árabes del Golfo, no para
acapararlas sino para usarlas como medio de presión sobre los clientes y sobre
los demás proveedores.
-Controlar
las vías marítimas en Asia, o sea el aprovisionamiento de China y Japón no sólo
en petróleo sino también en materias primas.
-Estimular
la diversificación de las fuentes de energía utilizadas en Europa para reducir
la dependencia de los europeos en relación con el gas ruso y limitar la
influencia política que esa dependencia puede proporciona a Moscú.
Así
que los estadounidenses se han fijado como principal objetivo su propia
independencia energética. Ese era el sentido de la política que Dick Cheney
elaboró, en mayo de 2001, al cabo de profundas consultas con los gigantes de la
energía. Esa política exige una diversificación de las fuentes: petróleo local,
gas domestico y carbón, producción de electricidad con energía hidráulica y con
energía nuclear. Exige además un fortalecimiento de los intercambios con sus
amigos del hemisferio occidental, sobre todo con Brasil, Canadá y México.
El
objetivo secundario es el control del flujo de petróleo en el golfo árabe. Fue
esa la principal causa de la operación Desert Storm (en 1991) y de la posterior
invasión de Irak (en 2003). El plan Cheney se concentró en el control de las
vías marítimas: el estrecho de Ormuz (por donde transita un 35% del comercio
mundial del petróleo) y el estrecho de Malaca. En este momento, esas vías
marítimas siguen siendo esenciales para la supervivencia económica de China,
Japón, Corea del Norte e incluso para Taiwán. Ambos corredores permiten el
envío de recursos energéticos y materias primas hacia los centros industriales
asiáticos y la posterior exportación de los productos manufacturados hacia los
mercados mundiales. Al tenerlos bajo su control, Washington garantiza simultáneamente
la lealtad de sus principales aliados asiáticos y restringe el creciente
poderío de China.
La
aplicación de esos objetivos geopolíticos tradicionales llevó a Estados Unidos
a reforzar su presencia naval en la zona Asia-Pacífico y a crear una trama de
alianzas militares entre Japón, la India y Australia. También con vistas a
obstaculizar el progreso de China.
Washington
siempre ha considerado a Rusia como un competidor geopolítico. Ha aprovechado
cada oportunidad que se ha presentado para reducir el poderío e influencia de
Rusia y ve con especial temor la creciente dependencia de Europa occidental del
gas natural ruso, dependencia que puede limitar la capacidad de oposición de
los países de esa región ante los movimientos rusos en el este de Europa y en
el Cáucaso.
Como
alternativa, Washington ha empujado a los europeos a aprovisionarse en la
cuenca del Mar Caspio, construyendo para ello nuevos gasoductos a través de
Georgia y Turquía. Se trataba de evitar el paso por Rusia, con ayuda de
Azerbaiyán, Kazajstán y Turkmenistán, rehuyendo el uso de los gasoductos de
Gazprom. Así aparece la idea del gasoducto Nabucco. Para reforzar la
independencia energética de su país, Barack Obama se convirtió de pronto en
nacionalista autárquico [Defensor de la autosuficiencia; NdT]. Estimuló la explotación del petróleo y
del gas en el hemisferio occidental, sin importar los peligros que encierran
las perforaciones en zonas ecológicamente frágiles, como las aguas frente a las
costas de Alaska o en el Golfo de México, ni las posibles consecuencias de las
técnicas utilizadas para la producción de energía, como el craqueo del agua
[También llamado “separación del agua”, este proceso divide el agua en sus
componentes, oxígeno e hidrógeno, y se considera como una posibilidad para la
obtención de hidrógeno barato. NdT.].
En
su discurso sobre el Estado de la Nación correspondiente a 2012, el presidente
Obama declaró con orgullo: «En los tres últimos años hemos abierto millones de
acres de tierra a la prospección de petróleo y gas. Esta tarde he pedido a la
administración que abra más del 75% de los recursos petroleros y gasíferos off shore. Ahora, en este momento, la
producción estadounidense de petróleo es la más alta de los últimos ocho años.
Así es. Desde hace ocho años. Y eso no es todo. El año pasado nuestra
dependencia del petróleo extranjero disminuyó y llegó a su nivel más bajo en 16
años.» Obama mencionó, con particular entusiasmo, la extracción de gas
natural por craqueo de esquistos bituminosos: «Tenemos reservas de gas natural
que protegen a América por un centenar de años.»
En
marzo de 2011 Washington incrementó sus importaciones de Brasil para no seguir
recurriendo al petróleo del Medio Oriente. En realidad, Washington nunca ha
dejado de garantizar el control estadounidense sobre las vías marítimas vitales
que se extienden desde el estrecho de Ormuz hasta el Mar de la China
Meridional, ni de establecer una red de bases y de alianzas que cercan a China
–la potencia mundial emergente– formando un arco que va desde Japón hasta Corea
del Sur, Australia, Vietnam y Filipinas, por el sudeste, y la India, por el
sudoeste. A todo esto se agrega, como colofón, un acuerdo con Australia para la
construcción de una instalación militar en Darwin, en la costa norte del país,
cerca del Mar de la China Meridional.
Washington
trata, además, de incluir a la India en una coalición de países de la región
hostiles a China para sacar a Nueva Delhi del BRICS, en el marco de una
estrategia tendiente a cercar a China, lo que despierta gran inquietud en
Pekín.
Varios
estudios han sacado a la luz una repartición inesperada de las reservas
mundiales de gas. Rusia aparece a la cabeza con los 643 trillones de pies
cúbicos en Siberia occidental. En segundo lugar aparece Arabia Saudita,
incluyendo el yacimiento de Ghawar, con 426 trillones de pies cúbicos. Viene en
tercer lugar el Mediterráneo, con 345 trillones de pies cúbicos de gas, a los
que hay que agregar 5 900 millones de barriles de gas líquido y 1 700 millones
de barriles de petróleo.
En
el caso del Mediterráneo, la parte más importante de esa riqueza se halla en
Siria. El yacimiento descubierto en Qara puede alcanzar una producción diaria
de 400 000 metros cúbicos, lo que convertiría a Siria en el cuarto productor de
la región, después de Irán, Irak y Qatar.
El
transporte del gas desde el cinturón de Zagros, en Irán, hacia Europa debe
pasar por Irak y Siria, lo cual ha venido a trastornar los proyectos
estadounidenses y a consolidar los proyectos rusos (South Stream y North
Stream). Sin acceso al gas sirio, Washington no tiene otra salida que tratar de
garantizar el gas libanés.
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