En el artículo
que posteamos hoy se habla de las consecuencias de la invasión a Libia en 2011
por parte de la patota de la NATO. Entre otras cosas, se dice que “…el PIB ha
caído a la mitad y sectores enteros de la población están viviendo en la
miseria, es imposible circular en el país y reina una inseguridad generalizada.
Durante los últimos años, dos terceras partes de la población ha huido al
extranjero, al menos temporalmente.” Recordemos también que volvió la
esclavitud: En los puertos de libia se vende gente, seres humanos, a precios que varían según la fuerza muscular
de los varones o la posibilidad de servir de prostitutas de algunas mujeres.
Gracias, NATO. El mercado de esclavos no se limita a los libios, si bien los puertos de ese país son parte sustancial del negocio. En la foto de arriba se ve a hombres del Africa subsahariana siendo vendidos en Libia (https://www.moroccoworldnews.com/2017/11/234215/sub-saharan-migrants-slave-markets-libya-slavery-migratio/). La nota que sigue es de Thierry Meyssan para Red Voltaire:
Título: Libia
según la ONU y la dura realidad
Epígrafe: A pesar
de la buena voluntad de algunos participantes, la conferencia de París sobre
Libia no tuvo los efectos esperados en ese país. Para Thierry Meyssan eso es
consecuencia del doble discurso de la OTAN y de la ONU, que dicen querer
estabilizar Libia cuando en realidad las acciones de las dos organizaciones
siguen el plan del almirante estadounidense Cebrowski para la destrucción de
los Estados de los países atacados. La farsa de París estaba marcada por un
profundo desconocimiento de las particularidades de la sociedad libia.
Texto: El 29 de
mayo de 2018 tiene lugar la conferencia de prensa final de la cumbre de París
sobre Libia. De izquierda a derecha, el presidente del Gobierno Libio de Unión
Nacional (designado por la ONU) Fayez al-Sarraj, el presidente de Francia
Emmanuel Macron y el libanés Ghassan Salamé, funcionario de la ONU. Estos tres
personajes, carentes legitimidad electiva en Libia, pretenden decidir el futuro
del pueblo libio.
Desde que la OTAN
destruyó la Yamahiriya Árabe Libia, en 2011, la situación en Libia se ha
deteriorado gravemente: el PIB ha caído a la mitad y sectores enteros de la
población están viviendo en la miseria, es imposible circular en el país y
reina una inseguridad generalizada. Durante los últimos años, dos terceras
partes de la población ha huido al extranjero, al menos temporalmente.
Aceptando
implícitamente la intervención ilegal de la OTAN como un hecho consumado, las
Naciones Unidas tratan ahora de estabilizar Libia.
Intentos de
pacificación
La ONU está
présente en el país a traves de la MANUL (Misión de Apoyo las Naciones Unidas
en Libia), un órgano exclusivamente político. El verdadero carácter de esa
instancia se vio claramente desde que se creó. Su primer director, Ian Martin,
ex director de Amnistía Internacional, organizó el traslado de 1 500 yihadistas
de al-Qaeda, como «refugiados», de Libia hacia Turquía para formar el
denominado «Ejército Sirio Libre». Aunque la MANUL está supuestamente bajo la
dirección de Ghassan Salamé [1], en realidad depende directamente del director
de Asuntos Políticos de la ONU, que no es otro que el estadounidense Jeffrey
Feltman. Este último, ex asistente de Hillary Clinton en el Departamento de
Estado estadounidense, es uno de los principales ejecutores del plan
Cebrowski-Barnett para la destrucción de los Estados y sociedades en los países
del «Medio Oriente ampliado» [2]. Fue precisamente Jeffrey Feltman quien
supervisó en el plano diplomático las agresiones contra Libia y Siria [3].
La ONU parte de
la idea que el desorden actual en Libia es consecuencia de la «guerra civil» de
2011 entre el régimen de Muammar el-Kadhafi y su oposición. Pero, en el momento
de la intervención de la OTAN, esa oposición se componía solamente de los
yihadistas de al-Qaeda y la tribu de los misurata. Como ex miembro del último
gobierno de la Yamahiriya Árabe Libia, yo mismo soy testigo de que la agresión
de la OTAN no respondía a la existencia de un conflicto entre libios sino a una
estrategia regional a largo plazo para todo el conjunto del Medio Oriente
ampliado o Gran Medio Oriente.
Ante los magros
resultados que obtuvieron en las elecciones legislativas de 2014, los
islamistas que habían librado los combates terrestres por cuenta de la OTAN
decidieron no reconocer la «Cámara de Representantes» basada en Tobruk y
constituir, en Trípoli, su propia asamblea, que ahora llaman «Alto Consejo de
Estado». Considerando que esas dos asambles rivales podían formar un sistema
bicameral, Feltman puso a los dos grupos en condiciones de igualdad. Hubo
contactos organizados en los Países Bajos y después se firmaron los acuerdos de
Skhirat (Marruecos) pero sin aprobación de ninguna de las dos asambleas. Esos
«acuerdos» instituyeron un «gobierno de unión nacional», designado por la ONU e
inicialmente con sede en Túnez.
Para preparar la
elaboración de una nueva Constitución y elecciones presidencial y legislativas,
Francia –suplantando los esfuerzos de los Países Bajos y Egipto– organizó a
fines de mayo una cumbre entre las personas que la ONU presenta como los cuatro
principales líderes del país, encuentro que se realizó en presencia de
representantes de los principales países implicados en el terreno. Esa
iniciativa fue duramente criticada en Italia [4]. Públicamente, se habló de
política, pero discretamente se trazaron los contornos de un Banco Central
Libio único que se encargará de borrar el robo de los fondos soberanos por los
miembros de la OTAN [5] y centralizará el dinero del petróleo. En todo caso,
después de la firma de una declaración común y de los abrazos de rigor en tales
circunstancias… la situación en el terreno empeoró bruscamente.
El presidente
francés Emmanuel Macron actuó en función de su experiencia como banquero de
negocios: reunió a los principales líderes libios seleccionados por la ONU,
analizó con ellos cómo proteger sus intereses respectivos con vistas a crear un
gobierno que todos reconozcan, verificó que las potencias extranjeras no
sabotearan ese proceso y creyó que los libios aplaudirían esa solución. Pero no
resolvió nada porque Libia es totalmente diferente a las sociedades
occidentales.
Es evidente que
Francia, que fue –con el Reino Unido– la punta de lanza de la OTAN contra
Libia, está tratando de recuperar los dividendos de su intervención militar,
que hasta ahora le han sido negados por sus aliados anglosajones.
Para entender lo
que está sucediendo es necesario ver un poco de historia y analizar cómo viven
los libios en función de su propia experiencia personal.
La Historia de
Libia
Libia existe
desde hace sólo 67 años. En el momento de la caída del fascismo y del fin de la
Segunda Guerra Mundial, los británicos ocuparon parte de aquella colonia
italiana (las regiones de Tripolitania y Cirenaica) mientras que los franceses
ocupaban otra parte (la región de Fezzan) dividiéndola y vinculándola
administrativamente a sus colonias de Argelia y Túnez.
Londres favoreció
la aparición de una monarquía controlada desde Arabia Saudita, la dinastía de
los Senussi, que reinó sobre el país al proclamarse la «independencia», en
1951. Esa dinastía wahabita mantuvo el nuevo Estado en un oscurantismo total
mientras favorecía los intereses económicos y militares anglosajones.
La dinastía de
los Senussi fue derrocada en 1969 por un grupo de oficiales que proclamó la
verdadera independencia y sacó del país las fuerzas extranjeras. En el plano de
la política interna, Muammar el-Kadhafi redactó, en 1975, el Libro Verde, un
programa donde garantizaba a la población del desierto la realización de sus
principales sueños. Por ejemplo, cada beduino soñaba tener su propia tienda
para vivir y su camello (un medio de transporte). Kadhafi garantizó a cada
familia un apartamento gratis y un automóvil. La Yamahiriya Árabe Libia también
garantizó gratuitamente a los libios el agua [6], la educación y los servicios
de salud [7]. La población nómada del desierto se sedentarizó progresivamente
en la costa, pero los vínculos de cada familia con su tribu de origen siguieron
siendo más importantes que las relaciones de vecindad. Se crearon instituciones
nacionales inspiradas en las experiencias de los falansterios de los
socialistas utópicos del siglo XIX. Esas instituciones instauraron una
democracia directa que coexistía con las estructuras tribales antiguas. En ese
marco, las decisiones importantes se presentaban primeramente en la Asamblea de
Consulta de las tribus antes de someterse a deliberación en el Congreso General
del Pueblo (Asamblea Nacional).
En el plano
internacional, Muammar el-Kadhafi se dedicó a la solución del conflicto secular
entre africanos árabes y africanos negros. Erradicó la esclavitud y utilizó
gran parte de los ingresos provenientes del petróleo para contribuir al
desarrollo de los países subsaharianos, principalmente de Mali. Su actividad
incluso despertó a los países occidentales, que iniciaron entonces políticas de
ayuda al desarrollo del continente africano.
Sin embargo, a
pesar de los progresos alcanzados, 30 años de Yamahiriya no lograron convertir
aquella Arabia Saudita africana en una sociedad laica moderna.
El problema
actual
Al destruir la
Yamahiriya y desplegar nuevamente en Libia la bandera de la dinastía Senussi,
la OTAN hizo retroceder el país a lo que había sido antes de 1969, un conjunto de
tribus que vivían en el desierto sin relación con el resto del mundo. Ante la
desaparición del Estado, la población se replegó hacia las estructuras
societales tribales, sin jefe supremo. Volvieron a Libia la sharia, el racismo
y el esclavismo. En esas condiciones, es inútil tratar de restablecer el orden
desde arriba y se hace indispensable pacificar primero las relaciones entre las
tribus. Sólo después de eso será posible plantearse la creación de
instituciones democráticas. Hasta ese momento, la seguridad de cada cual
dependerá de su pertenencia a una tribu. Para poder sobrevivir, los libios
renunciarán hasta entonces a pensar de manera autónoma y actuarán siempre
tomando como referencia su grupo tribal.
Resulta
emblemática la represión que los habitantes de Misurata desataron contra los
pobladores de Tawerga. Los misuratas (habitantes de Misurata) son los
descendientes de los soldados turcos del ejército otomano mientras que los
pobladores de Tawerga son descendientes de ex esclavos negros. En relación con
Turquía, los misuratas participaron en el derrocamiento de la Yamahiriya y, en
cuanto se impuso el estandarte de los Senussi, arremetieron con furor racista
contra los libios negros atribuyéndoles todo tipo de crímenes. Se estima que al
menos 30 000 pobladores de Tawerga se vieron obligados a huir de esa localidad
libia.
Será
evidentemente muy difícil que surja una personalidad comparable al asesinado
Muammar el-Kadhafi y que obtenga, primeramente, el reconocimiento de las tribus
y después la aceptación del Pueblo. Pero no es ese el objetivo de Jeffrey
Feltman. Contrariamente a las declaraciones oficiales sobre una solución
«inclusiva», o sea que integre todos los componentes de la sociedad libia,
Feltman impuso, a través de los islamistas con quienes colaboró contra Kadhafi
desde el Departamento de Estado estadounidense, una ley que prohíbe que las
personas que sirvieron a la Yamahiriya puedan ejercer cargos públicos. La
Cámara de Representantes se ha negado a aplicar ese texto, que sigue en vigor
en Trípoli. Se trata de un dispositivo comparable al proceso de
“desbaasificación” que el propio Feltman impuso en Irak, cuando participaba en
la dirección de la «Autoridad Provisional de la Coalición». En ambos casos, las
leyes de Feltman privan a esos países de la mayoría de sus élites, empujando
estas últimas a la violencia o al exilio. Es evidente que, mientras dice
trabajar por la paz, Feltman sigue adelante con los objetivos del plan
Cebrowski.
A pesar de las
apariencias, el problema de Libia no es la rivalidad entre líderes sino la
ausencia de pacificación entre las tribus y la exclusión de los antiguos
seguidores de Kadhafi. La solución no puede negociarse entre los cuatro líderes
reunidos en París sino únicamente en el seno de la Cámara de Representantes de
Tobruk y alrededor de esa estructura, cuya autoridad abarca ahora el 80% del
territorio libio.
Notas:
[1] Ghassan
Salamé es un político y universitario libanés, padre de la periodista francesa
Lea Salamé y de la directora de la Fundación Boghossian de Bélgica, Louma
Salamé. Ghassan Salamé ha trabajado con el estadounidense Jeffrey Feltman en
Irak pero no en Líbano.
[2] «El proyecto
militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Haïti Liberté
(Haití), Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.
[3] «Alemania y
la ONU contra Siria», por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria), Red Voltaire, 28
de enero de 2016.
[4] En 2011, el
primer ministro italiano Silvio Berlusconi protestó contra la intervención de
la OTAN en Libia. Pero su propio parlamento se encargó rápidamente de traerlo
de regreso al orden atlantista.
[5] «La rapiña
del siglo: el asalto de los voluntarios a los fondos soberanos libios», por
Manlio Dinucci, Il Manifesto (Italia), Red Voltaire, 22 de abril de 2011.
[6] A partir de
1991, Libia construyó el «Gran Río Artificial», una enorme red de explotación
del manto acuífero de la Cuenca de Nubia, situado a gran profundidad. No existe
en ningún lugar del mundo nada comparable a las proporciones gigantescas de ese
sistema de explotación de la riqueza hídrica de Libia.
[7] A falta de
numerosos hospitales en el país, la Yamahiriya Árabe Libia a menudo enviaba al
extranjero los pacientes que necesitaban intervenciones quirúrgicas y corría
con todos los gastos (viaje, alojamiento en el país receptor y costo de la
atención médica recibida en el exterior).
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