Cada tanto hay
algún europeo que se saca la venda de los ojos y dice las cosas como son. A
continuación reproducimos una impecable nota de Manlio Dinucci aparecida esta
mañana en Red Voltaire:
Título: El
presidente «bueno» y el presidente «malo»
Epígrafe: Electo
hace más de 2 meses y sin llegar aún a la Casa Blanca, Donald Trump no ha
tenido lo que llaman «estado de gracia» sino más bien todo lo contrario. El
presidente electo es blanco de una campaña de estigmatización a escala
internacional. Rompiendo lanzas por sus amos estadounidenses, los europeos –en
vez de luchar por su propia soberanía– se unen a coro al concierto de críticas
–no siempre justificadas– bajo la batuta de las élites de la ribera occidental
del Atlántico. Invocando la «democracia», incluso desfilan contra el resultado
de las elecciones.
Texto: Barack
Obama fue designado «santo subito», o sea “santo de inmediato”: en cuanto entró
en la Casa Blanca, en 2009, se le entregó a título preventivo el Premio Nobel
de la Paz por «sus extraordinarios esfuerzos por fortalecer la diplomacia
internacional y la cooperación entre los pueblos». Eso fue mientras su
administración ya preparaba en secreto, a través de la secretaria de Estado
Hillary Clinton, la guerra que 2 años más tarde destruiría el Estado libio,
guerra que se extendería después a Siria e Irak mediante los grupos
terroristas, instrumentos de la estrategia de Estados Unidos y la OTAN.
Donald Trump, por
el contrario, ha sido demonizado de inmediato, incluso antes de entrar en la
Casa Blanca. Lo acusan de usurpar el puesto destinado a Hillary Clinton,
gracias a una operación maléfica ordenada por el presidente ruso Vladimir
Putin. Las “pruebas” vienen de la CIA, incuestionablemente experta en materia
de infiltraciones y golpes de Estado. Basta con recordar sus operaciones
destinadas a provocar guerras contra Vietnam, Cambodia, Líbano, Somalia, Irak,
Yugoslavia, Afganistán, Libia y Siria; o sus golpes de Estado en Indonesia,
Salvador, Brasil, Chile, Argentina y Grecia. Y sus consecuencias: millones de
personas encarceladas, torturadas y asesinadas; millones de personas
desplazadas de sus tierras, convertidas en refugiados, víctimas de una
verdadera trata de esclavos. Y sobre todo las mujeres, adolescentes y niñas
sometidas a la esclavitud, violadas, obligadas a ejercer la prostitución.
Habría que
recordar todo eso a quienes, en Estados Unidos y en Europa, organizan el 21 de
enero la Marcha de las Mujeres para defender precisamente esa paridad de género
conquistada en duras luchas y constantemente cuestionada por posiciones
sexistas, como las que expresa Trump. Pero no es por esa razón que se apunta
con el dedo a Trump en una campaña sin precedente en el proceso de transmisión
del poder en la Casa Blanca. El hecho es que, en esta ocasión, los perdedores
se niegan a reconocer la legitimidad del presidente electo y están
implementando un impeachment preventivo. Donald Trump está siendo presentado
como una especie de Manchurian Candidate que, infiltrado en la Casa Blanca,
estaría bajo el control de Putin, enemigo de Estados Unidos.
Los estrategas
neoconservadores, artífices de esta campaña, tratan de impedir así un cambio de
rumbo en la relación de Estados Unidos con Rusia, que la administración Obama
ha retrotraído a los tiempos de la guerra fría. Trump es un «trader» que,
aunque sigue basando la política estadounidense en la fuerza militar, tiene
intenciones de abrir una negociación con Rusia, probablemente para debilitar la
alianza entre Moscú y Pekín.
En Europa,
quienes temen que se produzca una disminución de la tensión con Rusia son ante
todo los dirigentes de la OTAN, que han ganado importancia gracias a la
escalada militar de la nueva guerra fría, y los grupos que detentan el poder en
los países del este –principalmente en Ucrania, en Polonia y en los países
bálticos– que apuestan por la hostilidad anti-rusa para obtener mayor respaldo
militar y económico de parte de la OTAN y la Unión Europea.
En ese contexto,
no es posible dejar de mencionar, en las manifestaciones del 21 de enero, las
responsabilidades de quienes han transformado Europa en la primera línea del
enfrentamiento, incluso nuclear, con Rusia.
Tendríamos que
salir a la calle, ciertamente, pero no como súbditos estadounidenses que
rechazan a un presidente “malo” sino exigiendo uno “bueno”, para liberarnos de
lo que nos ata a Estados Unidos, país que –sin importar quién sea su
presidente– ejerce su influencia sobre Europa a través de la OTAN. Tendríamos
que manifestar, pero para salirnos de esa alianza guerrerista, para exigir la
retirada del armamento nuclear que Estados Unidos tiene almacenado en nuestros
países.
Tendríamos que
manifestar para tener derecho a opinar, como ciudadanas y ciudadanos, sobre las
opciones en materia de política exterior que, indisolublemente ligadas a las
opciones económicas y políticas internas, determinan nuestras condiciones de
vida y nuestro futuro.
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