miércoles, 11 de noviembre de 2020

Los movimientos centrífugos del Imperio

 


El mapa de arriba muestra las catorce "naciones" (étnicas, culturales, políticas) en las que el periodista y autor Colin Woodard dividió al territorio de América del Norte en su libro: American Nations: A History of the Eleven Rival Regional Cultures of North America. Once de esas catorce naciones ocurren en el territorio estadounidense. Antes de pasar a la nota que nos ocupa hoy, vale la pena repasar unos párrafos que le dedica el historiador David Labaree a las divisiones de Woodard:

Woodard argues that the United States is not a single national culture but  a collection of national cultures, each with its own geographic base.  The core insight for this analytical approach comes from “Wilbur Zelinsky of Pennsylvania State University [who] formulated [a] theory in 1973, which he called the Doctrine of First Effective Settlement. ‘Whenever an empty territory undergoes settlement, or an earlier population is dislodged by invaders, the specific characteristics of the first group able to effect a viable, self-perpetuating society are of crucial significance for the later social and cultural geography of the area, no matter how tiny the initial band of settlers may have been,’ Zelinsky wrote. ‘Thus, in terms of lasting impact, the activities of a few hundred, or even a few score, initial colonizers can mean much more for the cultural geography of a place than the contributions of tens of thousands of new immigrants a few generations later.’”

I’m suspicious of theories that smack of cultural immutability and cultural determinism, but Woodard’s account is more sophisticated than that.  His is a story of the power of founders in a new institutional setting, who lay out the foundational norms for a society that lacks any cultural history of its own or which expelled the preexisting cultural group (in the U.S. case, Native Americans).  So part of the story is about the acculturation of newcomers into an existing worldview.  But another part is the highly selective nature of immigration, since new arrivals often seek out places to settle that are culturally compatible.  They may target a particular destination because its cultural characteristics, creating a pipeline of like-minded immigrants; or they choose to move on to another territory if the first port of entry is not to their taste.  Once established, these cultures often expanded westward as the country developed, extending the size and geographical scope of each nation.

Why does he insist on calling them nations?  At first this bothered me a bit, but then I realized he was using the term “nation” in Benedict Anderson’s sense as “imagined communities.”  Tidewater and Yankeedom are not nation states; they are cultural components of the American state.  But they do act as nations for their citizens.  Each of these nations is a community of shared values and worldviews that binds people together who have never met and often live far away.  The magic of the nation is that it creates a community of common sense and purpose that extends well beyond the reach of normal social interaction.  If you’re Yankee to the core, you can land in a strange town in Yankeedom and feel at home.  These are my people.  I belong here.

He argues that these national groupings continue to have a significant impact of the cultural geography of the US, shaping people’s values, styles of social organization, views of religion and government, and ultimately how they vote.  The kicker is the alignment between the spatial distribution of these cultures and the current voting patterns.  He lays out this argument succinctly in a 2018 op-ed he wrote for the New York Times.  I recommend reading it.


Ahora sí, pasamos a la interesante nota aparecida ayer en Red Voltaire, firmada por su director, Thierry Meyssan:


Título: Elección presidencial estadounidense 2020: ‎¡Abran los ojos!‎

Epígrafe: Muchos creen ver en el resultado de esta elección presidencial estadounidense el triunfo ‎de los demócratas y de un senador senil. Error. Lo que estamos viendo es la victoria de ‎la corriente puritana sobre la tendencia jacksoniana. Es una victoria que no refleja ‎en nada las opiniones políticas de la ciudadanía estadounidense y sólo encubre la crisis ‎de civilización en la que su país está hundiéndose. ‎

Texto: La elección presidencial estadounidense de 2020 viene a confirmar la tendencia general surgida ‎desde la disolución de la Unión Soviética: la población estadounidense vive una crisis de ‎civilización y se dirige inexorablemente hacia una nueva guerra civil, que debería desembocar ‎lógicamente en el fraccionamiento de su país. Esa inestabilidad también pondría fin al estatus de ‎hiperpotencia que aún mantiene Occidente. ‎

Para entender lo que está sucediendo es necesario sobreponerse al espanto que sobrecoge a las ‎élites europeas ante el anuncio de la desaparición que la potencia que las protege desde hace ‎tres cuartos de siglo y mirar con honestidad la historia mundial de los 30 últimos años. Hay que ‎hacer un profundo recuento de la historia de Estados Unidos y analizar nuevamente su ‎Constitución. ‎


La hipótesis de la disolución de la OTAN y de los Estados Unidos de América

Cuando, al cabo de tres cuartos de siglo de dictadura, se derrumbó la Unión Soviética, todos ‎los que deseaban verla desaparecer quedaron sorprendidos. Durante años la CIA había ‎organizado un sabotaje sistemático de la economía soviética y denigrado todas sus realizaciones, ‎pero no había previsto que los pueblos pudieran llegar a derrocarla… en nombre de los ideales ‎de Occidente. ‎

Todo comenzó con una catástrofe a la que el Estado no supo responder: el accidente nuclear de ‎Chernobil, en 1986. Un cuarto de millón de soviéticos tuvieron que huir definitivamente de ‎su propia tierra. Tal muestra de incompetencia marcó el fin de la legitimidad del régimen ‎soviético. A partir de aquel momento, en sólo 5 años los aliados reunidos en el Pacto ‎de Varsovia recuperaron su independencia y la Unión Soviética se desmembró. Las juventudes ‎comunistas asumieron la concretización de aquel proceso, que a última hora fue desvirtuado por ‎el alcalde de Moscú, Boris Yeltsin, a la cabeza de un equipo formado en Washington. ‎El subsiguiente saqueo de los bienes de la colectividad y el desplome de la economía provocado ‎por ese saqueo significaron para la nueva Rusia un siglo de retroceso. ‎

Un proceso similar debería llevar a la desaparición de Estados Unidos. El país perderá su fuerza ‎centrípeta y sus vasallos acabarán abandonándolo antes del derrumbe final. Sólo tendrán ‎posibilidades de salir mejor quienes hayan abandonado el barco antes del hundimiento. ‎Normalmente, la OTAN debería extinguirse antes que Estados Unidos, de la misma manera que el ‎Pacto de Varsovia se extinguió antes que la URSS. ‎


La fuerza centrífuga que afecta a Estados Unidos

Con sólo 200 años de historia, Estados Unidos es muy joven como país. Su población aún sigue en ‎plena formación, con oleadas sucesivas de inmigrantes provenientes de las más diversas regiones ‎geográficas. Siguiendo el modelo británico, esos inmigrantes se unen en comunidades, según ‎su origen, comunidades que conservan su propia cultura y no se mezclan con las demás. ‎El llamado melting pot fue un concepto que en realidad existió sólo con el regreso de los ‎soldados negros que combatieron en la Segunda Guerra Mundial y la abolición de la segregación ‎que finalmente suscitó, en tiempos de Eisenhower y Kennedy, pero que finalmente desapareció. ‎

La población estadounidense suele desplazarse mucho de un Estado a otro. Desde la Primera ‎Guerra Mundial y hasta el fin de la guerra de Vietnam, los estadounidenses trataban de convivir ‎en ciertos barrios. Aquella movilidad de la población se perdió durante una veintena de años. Y ‎desde la disolución de la URSS los estadounidenses han vuelto a dividirse en guetos, pero ‎no en función de criterios “raciales” sino de diferencias culturales. De hecho, Estados Unidos ya ‎es un país dividido. ‎

Estados Unidos ya no es una nación sino 11 naciones diferentes. ‎


El conflicto interno de la cultura anglosajona

La mitología estadounidense vincula la existencia del país a los 67 «Padres Peregrinos» que ‎llegaron a América a bordo del buque Mayflower. Era un grupo de fanáticos cristianos ingleses ‎que ya vivía en «comunidad» en los Países Bajos y que logró que la Corona le asignara la misión ‎de instalarse en el «Nuevo Mundo» para combatir allí el imperio español. Un grupo desembarcó ‎en el actual Massachusetts, donde instauró una sociedad sectaria: la colonia de Plymouth, ‎en 1620. Eran cristianos que imponían a sus mujeres el uso del velo y aplicaban durísimos ‎castigos corporales a quien pecaba y se alejaba de la «Vía Pura», doctrina que dio lugar a que ‎fuesen llamados «puritanos». ‎

Los estadounidenses de hoy ignoran tanto la misión política de los «Padres Peregrinos» como su ‎sectarismo y les rinden homenaje durante la celebración conocida como Thanksgiving o Día de ‎Acción de Gracias. Aquellos 67 fanáticos religiosos han tenido una influencia considerable sobre ‎un país que hoy cuenta 328 millones de habitantes. Ocho de los 46 presidentes de Estados Unidos –‎entre ellos Franklin Roosevelt, George Bush padre y George Bush hijo– se presentaron como ‎descendientes directos de aquel grupo. ‎

En Inglaterra, otros puritanos –organizados alrededor de Oliver Cromwell– protagonizaron una ‎rebelión, decapitaron al rey, instauraron una República caracterizada por su intolerancia y ‎perpetraron masacres contra los irlandeses, a quienes consideraban herejes por ser «papistas», ‎o sea católicos. Los historiadores británicos designan aquellos hechos como la «Primera Guerra ‎Civil» (1642-1651).‎

Más de un siglo después, los colonos del «Nuevo Mundo» se rebelaron contra los impuestos ‎excesivos que debían pagar a la monarquía británica e iniciaron lo que los historiadores ‎estadounidenses llaman la «Guerra de Independencia» (1775-1783), algo que los historiadores ‎británicos ven como la «Segunda Guerra Civil». Los colonos que pelearon en aquella ‎guerra eran ciertamente gente pobre sometida a durísimas condiciones de trabajo. Pero sus ‎líderes eran descendientes de los «Padres Peregrinos», deseosos de hacer prevalecer su ideal ‎sectario ante la monarquía británica que había recuperado el poder. ‎
Ochenta años después, Estados Unidos se desgarraba con la Guerra de Secesión (1861-1865), ‎conflicto que algunos historiadores estadounidenses designan como la «Tercera Guerra Civil» ‎anglosajona. Ese conflicto estalló entre los Estados que –fieles a la Constitución original– ‎deseaban mantener derechos de aduana para regular la circulación de bienes de un Estado ‎a otro y un grupo de Estados que querían transferir los derechos de aduana al nivel federal y ‎crear así un gran mercado interno. Pero en esa guerra se oponían al mismo tiempo las élites ‎puritanas del norte a las élites católicas del sur, reproduciendo así el conflicto de las dos guerras ‎anteriores. ‎

Hoy se perfila en Estados Unidos una «Cuarta Guerra Civil» anglosajona, nuevamente por ‎iniciativa de las élites puritanas. Esa continuidad se esconde bajo la transformación de esas élites ‎que, incluso sin creer en Dios, conservan el mismo fanatismo. Son esas élites puritanas las que ‎hoy se dedican a reescribir la historia del país. Según ellas, Estados Unidos es un proyecto racista ‎de los europeos que los «Padres Peregrinos» no lograron corregir. Su credo dicta que hay que ‎regresar a la «Vía Pura» mediante la destrucción de todos los símbolos del Mal –como las ‎estatuas de los monarcas, de los ingleses y de los líderes confederados. Predican y hablan lo ‎‎«políticamente correcto», aseguran que existen varias «razas» humanas, escriben «Negro» ‎con mayúscula y «blanco» con minúscula y rinden culto a los abstrusos suplementos del New York ‎Times.‎


La historia reciente de Estados Unidos

Cada país tiene sus demonios. Richard Nixon estaba convencido de que el peligro que ‎Estados Unidos tenía que evitar a toda costa no era una guerra nuclear con la URSS sino esta ‎posible «Cuarta Guerra Civil» anglosajona. Fue esa convicción lo que llevó a Nixon a recurrir al ‎especialista en este tema, el historiador Kevin Philips, quien fue su consejero electoral, ‎permitiéndole ganar dos elecciones presidenciales. Sin embargo, los herederos de los «Padres ‎Peregrinos» no aceptaron su lucha y lo hundieron con el escándalo del Watergate –en 1972–, ‎orquestado por el sucesor de Edgar Hoover, el fundador y casi sempiterno director del FBI. ‎

Cuando el poderío estadounidense comenzó a perder fuerza, el grupo de presión imperialista, ‎dominado por los puritanos, puso en el poder uno de los descendientes directos de los ‎‎67 «Padres Peregrinos», el republicano George Bush hijo. Miembros de su administración ‎organizaron un shock emocional (los atentados del 11 de septiembre de 2001) y adaptaron las ‎fuerzas armadas de Estados Unidos al nuevo capitalismo financiero, ante la mirada hipnotizada de ‎sus conciudadanos. Su sucesor, el demócrata Barack Obama, dio continuidad a lo iniciado por la ‎administración del republicano George Bush hijo, adaptando a su vez la economía ‎estadounidense. En aras de llevar a cabo esa tarea, Obama eligió la mayoría del equipo que lo ‎acompañó durante su primer mandato entre los miembros de la Pilgrim’s Society, o sea la ‎‎«Sociedad de los Peregrinos».‎

En 2016 se produjo un acontecimiento disruptivo. Un presentador de televisión que había ‎cuestionado la transformación del capitalismo estadounidense y la tesis oficial sobre los atentados ‎del 11 de septiembre, Donald Trump, se presentó como candidato a participar en la elección ‎presidencial. Comenzó conquistando el Partido Republicano y llegó a la Casa Blanca. Todos ‎los que habían participado en la caída de Richard Nixon arremetieron contra Trump, incluso antes ‎de su investidura como presidente. Finalmente han logrado impedir su reelección rellenando ‎torpemente las urnas. Lo importante es que, durante su mandato, reaparecieron siglos de ‎problemas y rencores de los que no se hablaba abiertamente. La población de Estados Unidos ‎se dividió de nuevo alrededor de los puritanos. ‎

Es por eso que, si bien resulta evidente que una mayoría de estadounidenses estuvo lejos de votar ‎con entusiasmo por un senador senil, me parece erróneo decir que esta elección presidencial ‎de 2020 era un referéndum sobre Donald Trump. En realidad fue un referéndum sobre ‎los puritanos. ‎


Un resultado conforme con el proyecto de los «Padres Peregrinos»

Al final de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, o Segunda Guerra Civil anglosajona, ‎los sucesores de los «Padres Peregrinos» redactaron la Constitución estadounidense. ‎No ocultaron su intención de crear un sistema aristocrático similar al modelo inglés. ‎Tampoco ocultaron su desprecio por el pueblo. Es por eso que la Constitución estadounidense ‎no reconoce la soberanía del Pueblo sino la de los gobernadores de cada Estado. ‎

El pueblo que había ganado la guerra aceptó ese estado de cosas pero impuso a la Constitución ‎‎10 enmiendas que constituyen la Carta de Derechos (Bill of Rights) y según las cuales la clase ‎dirigente no puede, en ningún caso, violar los derechos de los ciudadanos en nombre de alguna ‎presunta «Raison d’Etat» (Razón de Estado). Aquella Constitución, así enmendada, aún ‎se mantiene en vigor en Estados Unidos. ‎

Si se acepta el hecho, ampliamente comprobado, que en el plano constitucional Estados Unidos ‎nunca ha sido ni es una democracia… no hay razón para indignarse con el resultado de las ‎elecciones. Aunque no está previsto en la Constitución, a lo largo de 2 siglos el voto popular ‎para la elección presidencial ha ido imponiéndose poco a poco en cada Estado de la unión ‎estadounidense. Los gobernadores deben seguir el resultado de ese voto al designar los ‎‎538 delegados o grandes electores, que a su vez deben votar por uno de los candidatos a la ‎presidencia al reunirse el Colegio Electoral. Hay gobernadores que simplemente “rellenaron” ‎las urnas, de manera por demás bastante torpe, tanto que en al menos un condado de cada 10 ‎la cantidad de votos excede la cantidad de habitantes mayores de edad. Digan lo que digan los ‎comentaristas, el hecho es que hoy es perfectamente imposible decir cuántos electores votaron ‎realmente ni a quién habrían querido tener como presidente. ‎


Un futuro sombrío

En esas condiciones, el presidente “electo”, Joe Biden, no podrá ignorar la justificada cólera de ‎los partidarios de su contendiente. Simplemente no podrá unificar a los estadounidenses. Hace ‎‎4 años, yo escribía que Trump sería el Gorbatchov estadounidense. Estaba equivocado. ‎Trump supo dar nuevos bríos a su país. En definitiva, será Joe Biden quien cargará con la culpa ‎de no haber logrado mantener la unidad territorial de su país. ‎

Los aliados de Estados Unidos, que no han percibido la cercanía de la catástrofe, van a sufrir graves ‎consecuencias. ‎



3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Hola Astro.

    Hay que ver la parte buena del proyecto de los colonos y de la constitución de EE.UU.

    Es la parte, por ej., que permitió que una persona hijo de un carpintero y una costurera pudiera ser presidente 2 veces, mientras que en Europa, si no tenías título de nobleza no eras nada.

    Los colonos querían crear un sistema nuevo, liberado de los vicios de la aristocracia europea.

    La fórmula del preámbulo de la Constitución de EE.UU. "... promover el bienestar general ...", esto era inédito en aquel tiempo, porque atraviesa cualquier casta, linaje o grupo privilegiado. Ahora nos suena una frase hueca pero tenía profundas implicaciones (aún las tiene).

    Saludos.

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  3. Me acabo de enterar de los movimientos que ocurrieron a partir de la decisión de Trump de echar a M. Esper, secretario de defensa y hombre de Raytheon, fabricante de armas propiedad de The Vanguard Group, que es uno de los fondos de inversión más grandes del mundo, piedra angular de Wall Street.

    Trump puso en su reemplazo a un hombre que está en contra de las "guerras perpetuas" del complejo militar-industrial. Ante esto algunos Generales del Pentágono renunciaron y, seguramente, conspirarán contra el Presidente Trump.

    Así que, parece ser que la situación actual en EE.UU. es esta:

    El Presidente Trump y los leales están luchando legalmente para probar el fraude electoral en los Estados controlados por los demócratas. El partido demócrata pide censura de prensa de cualquier mensaje que haga mención a ello. Los grandes medios de comunicación están encubriendo el fraude electoral. Y los geopolíticos de la guerra, los títeres del complejo militar-industrial y Wall Street, están siendo desplazados de las posiciones de influencia y se preparan para conspirar.

    Es fascinante ser testigo viviente de la historia.

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