jueves, 12 de septiembre de 2019
Juegos
¿A qué juega el Reino Unido? Difícil decirlo en esta etapa caótica de la historia europea. Lo que claramente comenzó como caballo de Troya en los comienzos de su integración al proyecto europeo, parece terminar sin pena ni gloria como chivo expiatorio y ejemplo negativo para cualquier país que a esta altura quiera salirse de la Unión. En el medio, claro, están los matices. Al respecto, nos gustó la siguiente nota de Thierry Meyssan para Red Voltaire:
Título: Brexit, Unión Europea y democracia
Epígrafe: La política de Boris Johnson se sitúa, para Thierry Meyssan, en perfecta continuidad con la historia británica. Si en vez de utilizar como referencia las declaraciones de campaña del primer ministro británico analizamos más bien sus escritos, veremos que la política de Boris Johnson está determinada, más que por un deseo de independencia económica, sobre todo por el temor ante la instauración de un Estado supranacional continental.
Texto: En el momento de la disolución de la URSS, Francia y Alemania trataron de preservar sus lugares en el mundo resolviendo el problema de su estatura ante el gigante estadounidense. Decidieron entonces reunificar las dos Alemanias y fundirse juntas [Francia y la nueva gran Alemania] en un Estado supranacional: la Unión Europea. Con la experiencia que ya tenían de cooperación entre los Estados, creyeron que sería posible construir ese gran Estado supranacional a pesar del dictado del entonces secretario de Estado James Barker, que imponía una ampliación forzosa de la UE hacia el este.
Durante los debates sobre el Tratado de Maastricht, los gaullistas franceses opusieron el «supranacionalismo europeo» al «soberanismo». Para ellos, el marco nacional era la democracia y la escala europea significaba burocracia. Para vencer la resistencia de los gaullistas, el presidente francés Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl comenzaron por crear la confusión entre el soberanismo democrático (sólo el pueblo es soberano) y el soberanismo nacionalista (la nación es el único marco conocido para ejercer un poder democrático). Luego asimilaron toda forma de «soberanismo» al «chauvinismo» (el hecho de considerar que sólo lo nacional es bueno y de despreciar todo lo que venga del extranjero).
Se adoptó el Tratado de Maastricht y ese documento transformó un sistema de cooperación entre Estados en un Estado supranacional (la Unión Europea), a pesar de que ni siquiera existía algo que pudiese llamarse «nación europea».
Se reescribió la Historia, tanto para hacer creer que el nacionalismo es la guerra como para borrar las huellas de las políticas chauvinistas antirrusas. Francia y Alemania crearon un canal de televisión binacional llamado Arte, cuyos programas debían presentar el nazismo y el sovietismo como dos regímenes totalitarios resultantes de un mismo nacionalismo. Se creó deliberadamente la confusión entre el nacionalismo alemán y el racialismo nazi –a pesar de que el racialismo nazi es incompatible con la idea nacional germánica, que no se basa en la raza sino en la lengua. Y se borraron también las huellas de los esfuerzos que hizo la URSS por sellar una alianza antinazi. Se modificó asi el significado del Pacto de Munich y del Acuerdo Molotov-Ribbentrop [1].
Treinta años más tarde, las instituciones “europeas” concebidas entre 6 países y desarrolladas entre 12 están resultando imposibles de sostener a la escala de 28 países, cosa que Estados Unidos ya había anticipado. La Unión Europea se ha convertido en un gigante económico… pero sigue sin existir la “nación europea” y los Estados miembros de la UE han perdido su soberanía nacional pero siguen sin tener una ambición política común.
Para tener una idea del error cometido pregunte usted a un soldado del embrión de “ejército europeo” si está dispuesto a «morir por Bruselas» y vea su cara de asombro. Los soldados están dispuestos a dar la vida por su país… pero no por la Unión Europea.
El mito que afirma que «la Unión Europea es la paz» aportó a la UE el premio Nobel de la Paz en 2012, pero:
- Gibraltar sigue siendo una colonia británica en suelo español [2];
- Irlanda del Norte es también una colonia británica en suelo irlandés;
- y, sobre todo, el norte de Chipre sigue bajo la ocupación militar del ejército turco [3].
Francia y Alemania creyeron que, con el paso del tiempo, las particularidades británicas determinadas por la historia se disolverían en el Estado supranacional. Olvidaron que el Reino Unido no es una República igualitaria sino una monarquía parlamentaria clasista.
Debido a los restos de su imperio colonial en Europa occidental, el Reino Unido nunca pudo integrar el proyecto franco-alemán de Estado supranacional. Rechazó además varios elementos importantes del Tratado de Maastricht, como su moneda supranacional, el euro. La lógica interna del Reino Unido empujaba irresistiblemente ese país a fortalecer su alianza con Estados Unidos, cuya cultura comparten parte de sus élites. Es por eso que la administracion Bush se planteó, en el año 2000, la inclusión del Reino Unido en el Tratado de Libre Comercio del América del Norte (TLCAN) y la posibilidad de organizar su salida de la Unión Europea [4].
El hecho es que el parlamento británico nunca optó por uno de los dos lados del Atlántico. Hubo que esperar al referéndum de 2016 para que el pueblo británico escogiera, optando por el Brexit. Pero la eventual salida británica de la Unión Europea volvió a abrir una herida que se había olvidado. La creación de una frontera aduanal entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte pone en peligro el acuerdo de paz, conocido como «Acuerdo del Viernes Santo», entre la República de Irlanda y el Reino Unido, acuerdo que no fue concebido para resolver un problema sino sólo para congelarlo.
El sistema político británico se basa en la bipolaridad. Esto se ve físicamente en el salón donde se reúne la Cámara de los Comunes, donde los diputados no se sientan en un hemiciclo sino frente a frente. El hecho es que el Brexit plantea simultáneamente dos cuestiones existenciales: ser o no ser miembro de la Unión Europea y mantener o no la colonización de Irlanda del Norte. Durante los 3 últimos años, todos hemos podido comprobar que la Cámara ha sido incapaz de llegar a una decisión de la mayoría sobre alguna de las 4 opciones posibles. Esta situación ha afectado gravemente la economía británica. Según un informe confidencial de Coalition, las comisiones bancarias se ganan cada vez menos en la City londinense y cada vez más en Wall Street.
El sistema político británico es pragmático. Nunca fue pensado como sistema político y nunca ha llegado a tener reglas escritas [5]. Es resultado de miles de años de enfrentamientos y de correlaciones de fuerza. Según el estado actual de la tradicional constitucional, el monarca sólo hace uso del poder si está en juego la supervivencia de la nación [6]. Es por eso que la reina decidió suspender (eufemísticamente «prorrogar») el parlamento para dar a su primer ministro la posibilidad de desbloquear la situación. Normalmente, la reina sólo puede suspender el parlamento por razones técnicas (como una elección, por ejemplo) pero no para poner la democracia entre paréntesis.
Resulta extremadamente interesante observar la emotiva reacción que la decisión de la reina provocó en el Reino Unido. Todos los que se opusieron al Brexit se dan cuenta ahora de que han pasado 3 años en discusiones estériles y que han alcanzado los límites de la democracia. Algunos, incluso en la Europa continental, descubren con asombro que la democracia implica la igualdad entre todos los ciudadanos y que, por consiguiente, es incompatible con un sistema que sigue siendo una monarquía clasista.
El error de apreciación sobre el cual se asienta todo esto nos remite además a la creación de las instituciones europeas basadas en el modelo concebido precisamente por Winston Churchill. Para Churchill no se trataba de unir democracias ni de crear un Estado supranacional democrático sino de evitar el surgimiento de una potencia hegemónica en el continente europeo. O sea, impedir que Alemania lograra levantarse nuevamente y, al mismo tiempo, poner a Europa en condiciones de enfrentarse a la Unión Soviética [7]. Al contrario de lo que proclaman los eslóganes que tan hábilmente utilizó, el objetivo de Churchill no era oponerse al modelo comunista sino continuar la política que ya había aplicado durante la Segunda Guerra Mundial: debilitar a las dos principales potencias continentales –Alemania y la URSS– a las que dejó luchar solas una contra otra desde junio de 1941 hasta septiembre de 1943, sin implicar en la lucha ni un solo ejército británico.
Así que no es sorprendente que el presidente francés Francois Mitterrand, quien había participado con Winston Churchill en el Congreso Fundador realizado en La Haya en 1948, nunca se preocupara por el déficit de democracia del Estado supranacional que él mismo concibió con el canciller alemán Helmut Kohl a raíz de la disolución de la URSS.
Boris Johnson es un típico producto del Eton College, aunque parte de su educación se desarrolló en Estados Unidos –renunció a la ciudadanía estadounidense en 1996 para tratar de entrar a la Cámara de los Comunes. Es un discípulo de dos grandes personalidades del Imperio británico. Primeramente, de Benjamin Disraeli, el primer ministro de la reina Victoria. Johnson hereda de Disraeli su concepción del llamado Conservatism One Nation, según la cual la riqueza confiere a quien la posee una responsabilidad social –la élite (upper class) tiene la obligación de dar trabajo a las clases pobres para que cada cual se mantenga en su lugar. La otra personalidad es Winston Churchill, sobre quien incluso escribió un libro [8].
Theresa May se planteó sucesivamente 3 modos diferentes de compensar la salida de la Unión Europea: convertir el Reino Unido en el agente cambiario del yuan chino en Occidente, fortalecer la «relación especial» con Washington [9] y redinamizar el Commonwealth (Global Britain).
Boris Johnson se sitúa en la continuidad de esos modelos aunque focalizándose en la «relación especial» con Estados Unidos y echándose en brazos del presidente Trump en el G7, aunque no comparte los puntos de vistas del estadounidense, ni en economía, ni en política internacional. También es lógico que haya mentido descaradamente contra Rusia en el momento del caso Skripal [10] y que no sólo quiera sacar al Reino Unido de la Unión Europea, sin importar el precio a pagar por ello, sino también, y sobre todo, sabotear la aventura supranacional continental.
Si Boris Johnson logra mantenerse como primer ministro, la política internacional de la «pérfida Albión» consistirá en servir de consejera a Washington y en provocar conflictos entre la Unión Europea y Rusia.
Notas:
[1] «Petite leçon d’histoire à Justin Trudeau», por Michael Jabara Carley, Strategic Culture Foundation (Rusia) y Réseau Voltaire, 7 de septiembre de 2019 (Este artículo está actualmente en proceso de traducción al español).
[2] «La Unión Europea ve ahora Gibraltar como una “colonia” del Reino Unido», Red Voltaire, 3 de febrero de 2019.
[3] «Cerca de 200 000 chipriotas no podrán votar en las elecciones europeas», Red Voltaire, 16 de mayo de 2019.
[4] The Impact on the U.S. Economy of Including the United Kingdom in a Free Trade Arrangement With the United States, Canada, and Mexico, United States International Trade Commission, 2000.
[5] El Reino Unido no tiene una Constitución escrita. Nota de la Red Voltaire.
[6] «La reina Isabel II suspende el Parlamento británico», Red Voltaire, 29 de agosto de 2019.
[7] «Discours de Fulton sur le “rideau de fer”» y «Discours de Winston Churchill sur les États-Unis d’Europe», por Winston Churchill, Réseau Voltaire, 5 de marzo y 19 de septiembre de 1946.
[8] The Churchill Factor: How One Man Made History, Boris Johnson, Riverhead Books (2014).
[9] “Theresa May addresses US Republican leaders”, por Theresa May, Voltaire Network, 27 de enero de 2017.
[10] «Los expertos militares británicos contradicen a Theresa May», Red Voltaire, 3 de abril de 2018; «Caso Skripal, ¿la mentira que colma la copa?», por Michael Jabara Carley, Strategic Culture Foundation (Rusia), Red Voltaire, 28 de abril de 2018.
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