viernes, 25 de noviembre de 2011

Libia


No es sólo que un día se les ocurre enviar un país a la Edad de Piedra. Ahí está Libia: entre 60.000 y 120.000 muertos, pérdidas materiales por 250.000 millones de euros, les han robado todo el dinero depositado en el resto del mundo (150.000 millones), les han destruido toda la obra pública, les han violado parte de la población femenina, les han castrado, torturado o mutilado un porcentaje aun mayor  de los varones, les han asesinado a los jefes tribales, les han sembrado por aire, mar y tierra con bombas de punta de uranio empobrecido (igualmente, radioactivo) para que tengan mutaciones y leucemia por los próximos mil años, les han partido a tiros a su líder (varios de cuyos hijos y nietos han sido, previamente, asesinados), han arrastrado su cadáver por las calles y lo muestran, finalmente, en una camilla de chapa de una morgue inmunda con los ojos semiabiertos y la mirada ya perdida. No, no es eso solamente lo que enfurece hasta las lágrimas.

Es la finura con que se mueven los Otros en los salones art-decó de Londres o París, esa forma de tomar la copa de champaña, dos deditos en el tallo y el chin chín, abrazando operadores que irán a dirigir las nuevas petroleras, en “Cirenaica” o “Tripolitania”, ondeando al aire las banderitas reales, cagándose en todo y en todos, gente seria para empezar en serio los negocios, empresas a las que sin la menor duda les importa un rábano el país que exprimirán.

Es la vocecita de un mamarracho como Moreno Ocampo exigiendo juicios desde Holanda, la risotada cavernaria de Hillary tres horas antes de la pornografía mortuoria alrededor de un hombre asesinado, la alegría fingida de los genocidas del momento, Cameron y Zarkozy, en permanentes “consultas” con los bufones de la corte, los Zapateros y Berlusconis, los que prestan las bases y las lanzaderas de misiles. Cerrando el coro de arlequines, bajo la mirada puritana de daneses y noruegos, esas caras de piedra salidas de números ajados de la Hola, se nos regala la circunspecta moralina de Ban Ki-moon, el Secretario General, exigiendo investigaciones-sin-demora sobre los pormenores de la muerte del cadáver que los mira, la mirada ya perdida, desde una morgue remota de un país devastado.

Es ese ejército de burócratas felices, secretarios y subsecretarios, viceministros y contraalmirantes, bataclanas y festejantes, consultores y estrategas, carne de vernissage resistiendo las mareas de la Historia a fuerza de oporto y saladitos, entre guiños o caritas rebeldes, dependiendo del precio de la puta que está enfrente, desenfundando blackberries entre los encajes y las panas, poniendo rostritos churchilleanos en poses estatuarias. Es también el clamor de la "izquierda" americana y europea, la que festeja cualquier primavera que convenga, sobre todo a los amos, los que manejan las becas, subsidios y editoras; qué suerte, un tirano menos nos dirán, aunque sáquenme del diario por favor esa mirada, esos ojos semiabiertos que me miran desde Libia.

Es, también, el clamor de los sesudos comentarios de los medios, alabando la moderación humanitaria de la OTAN, la precisión de los drones no tripulados; el clamor no sólo de los miserables habituales, no sólo CNN, no sólo del País o del Dipló, silenciando todo lo que hay que silenciar, ni por un segundo mencionando la palabrita anglosajona de tres letras*, siempre recurriendo a la mayúscula en negrita para hablar del nuevo tiempo, aquel de vivar la libertad, vivar los pueblos libres y las primaveras democráticas.

Algo pasa, sin embargo. Los vemos nerviosos estos días, la corbata demasiado aflojadita, los mechones de pelo un tanto arrebatados en conferencias de prensa improvisadas, los trajes no siempre cayendo en líneas rectas en las reuniones cumbre para salvar al mundo. Un gestito aquí, un rictus allá, unos culitos fruncidos ante las primeras preguntas de una prensa que no termina de entender que la mierda finalmente llegó al cuello y ahora hay que bailar el minué de las cloacas, del ajustazo, del riesgo país y los bonos al 7%, que mañana serán del 9 y pasado vendrán las caritas de prócer anunciando los recortes, los tecnócratas de siempre hablando del Estado elefantiásico que deberá ser achicado, de recuperar la confianza de inversores y mercados. Los eternos relatores de metáforas siniestras, como aquella de extirpar a tiempo los tumores o la de cortar extremidades para que la gangrena no se extienda.     

Alguna vez habrá que hablar de estas vueltas a la camisa blanca arremangada, la cara ya afeitada, sin barbita sobradora de tres días, para acentuar los labios apretados al momento de anunciar los recortes tan temidos. Solapas más bien tirando a angostas, botones más discretos, ya no más la cazadora y guantes blancos al bajar de los aviones con miradas napoleónicas. Todavía no han perdido los asientos en primera, de aerolíneas que a esta altura son pasables si te dan al mediodía una bolsa con maní. Pero ya les vemos el ceño ensombrecido, esas clásicas arrugas en la frente, verificables a través del resplandor de limusinas color negro, circulando en avenidas pulcras todavía, todavía sin mendigos rompiendo bolsas de basura para ramonear restos de pizza. Momificada la sonrisa, se adivina el psicofármaco ingerido a la mañana, con los diarios y el café, la mermelada y los croissants.  

Hay que verlos en los diarios y en la tele, nada más hay que verlos en su estampa. Mequetrefes de mirada vidriosa posando cual procónsules de antaño, mierdas rastreras jugando al estadista, chusma enanizada por las dimensiones del desastre que supieron conseguir. Rencorosos, recordarán los viejos esplendores, tiempos que pasaron entre óperas y brindis, recepciones y homenajes, lagrimitas contenidas en la pompa y el festejo. Qué no harán por el último reportaje en vivo y en directo, qué nuevas guerras humanitarias no emprenderán para encender de nuevo los Mercedes deportivos.

Este otoño encenderán la leña en sus cottages de los Alpes o Apeninos; se pretenderán pensativos: paparán moscas, como siempre; no entenderán nada, como siempre; mirarán sin ver, por supuesto, como lo han venido haciendo desde el principio de los tiempos; mirarán sin ver el humo inicial de la madera, sin hacer asociaciones, como el humo de una Libia incendiada hasta la arena. Sin recuerdos de un líder que los mira, los ojos semiabiertos, desde Libia. 

Ciudad de La Plata, Argentina, a quince días del magnicidio de Muhammad el-Gaddafi.

*oil